miércoles, 28 de diciembre de 2011

Capítulo 25.

Caminar de la mano ya era una costumbre. Y las sonrisas estampadas en los rostros… también.

Entrelazados, entraron en el Mc Donalds de Av. Luis María Campos que quedaba a pocas cuadras de tu casa y la de ella. Sonaba “Ciro y los Persas”, banda que te encantaba. Aunque nada superaría a Los Piojos, el cantante te podía y últimamente junto a los Auténticos Decadentes, era lo que más escuchabas.

- Insistooo, siempre te voy a querer – entonaste mientras estaban en la cola y ella te miró entre tierna y divertida. Vos te reíste.

- ¿Cambiamos Montaner por Ciro? – preguntó y sonreíste. Mantenía los recuerdos de ese Nueva York juntos tan presentes como vos.

- Montaner es un clásico… pero voy mutando. Este año voy a ir más por el Rock Nacional… - explicaste y ella te escuchaba atentamente – Preparate – le dijiste sensualmente al oído y ella te besó entre risas.

- Voy a intentar, pero siempre me sorprendés con algo nuevo… - confesó mirándote a los ojos. Vos la abrazaste con ternura y le besaste la coronilla. La sorpresa era mutua… con Paula todo era nuevo.

La empleada pronunció un débil y malhumorado “el que sigue, por acá” y la rubia tiró de tu mano para que se acercaran al mostrador. Al parecer, faltaba mucho para que finalice su horario laboral.

Ambos pidieron dos dobles cuartos de libra y ella no te dejó hacer ninguna acotación acerca de su gran apetito. “Sin comentarios” te dijo sonriendo y posando el dedo índice en tu boca para callarte y vos lo besaste provocando una sonrisa aún mayor en su rostro.

- ¿Agrandan el combo por 3 con cincuenta centavos más? – movieron la cabeza negativamente al mismo tiempo - ¿Efectivo o tarjeta? Son 60 pesos.

La mujer, que por el cartelito que colgaba de su camisa sabías que se llamaba “Nadia”, los miró impaciente y casi desagradablemente por su tardanza. Sacaste la billetera tomándote tu tiempo y antes de abrirla para pagar, pusiste tu mejor cara de inocencia y casi apenado dijiste:

- Me olvide de agarrar plata y las tarjetas no me sirven acá – y Pau te miraba con incredulidad - ¿Pagás vos?

La cara de Paula transitaba entre la sorpresa y el asombro y no sabías hasta cuando ibas a contener la risa. La empleada te miraba frunciendo el ceño y la rubia intentaba modular algo pero al parecer sus músculos no le respondían. Estallaste en carcajadas.

- Te estoy jodiendo Pau - y ella rápidamente mordió su labio inferior - la cara que pusiste, para enmarcar – bromeaste y te golpeó el hombro moderadamente mientras reía contagiada de tus carcajadas.

- Sos un tarado Pedro - protestó mientras vos la abrazabas. La cajera carraspeó sonoramente llamando su atención y malhumorada, les pidió que se apuraran porque se estaba acumulando mucha gente en la fila que encabezaban ustedes.

Le alcanzaste un billete de cien y te corriste a un costado para esperar el pedido. "Era un chiste para hacer menos pesado el día, Nadia" dijiste simpáticamente pero ella te ignoró de una manera olímpica, provocando que la rubia se te riera casi en la cara.

- Bueno eh - te quejaste y ella te acarició el pelo dulcemente - Por lo menos vos te reíste – y sonreíste de costado como a ella tanto le podía.

- Ay callate que una vez me pasó en serio…Salí con un flaco que había visto una vez en un boliche y tuve que pagar yo la comida… El horror, las chicas me cargan siempre con eso…

- ¿Me imagino que no fue ninguno de los polistas no? – y ella enarcó una ceja. Vos sonreíste divertido.

- Los polistas hicieron otras cosas… - sentenció con un dejo de ironía y vos no podías estar más satisfecho con esa respuesta. Te daba una sensación de tranquilidad y seguridad para con tus sentimientos – Ahora me gustan más los cantantes…

Carcajeaste y entrelazaste tus manos con las de ella, mientras continuaban esperando. Una vez sentados en una mesa alejada de la muchedumbre, con sus respectivos combos, comenzaron a comer entre mimos y besos.

Pasar tiempo con Paula, era adictivo. Entre que pasaba demasiado rápido y que experimentabas sensaciones inéditas para vos (o más bien, que conocías pero que con ella desconoces) los minutos jamás alcanzaban. Y según tu instinto, creías que nunca alcanzarían.

Te estabas enamorando, definitivamente. Mucho, poco, demasiado. No sabías con precisión; tal vez la quisiste desde el minuto que apareció en esa cafetería (como Trinidad o como Paula, ya no importa) o quizás desde que osadamente te desafió en un truco. Lo único que tenías claro, es que cada vez la querías más.

No querías que ese día se termine nunca, por eso ni bien terminaron, la invitaste a seguir disfrutando la noche en una bar con varias mesas de pool y con mucha onda que habías conocido a través de un chico de Ideas. Quedaba cerca y Paula aceptó entusiasmada asegurando que sabía poco y nada de billar; al parecer, ella también moría por seguir pasando tiempo con vos.

Tu mano pegada cálidamente a su cintura mientras caminaban hablando hasta llegar a destino y los ojos verdes de ella, sin separarse de los tuyos un minuto. Una vez adentro, pediste dos fernet con cola. El de ella, de menta.

Estaba casi vacío el lugar y casi lo agradeciste; querías un poco de intimidad. Pagaste lo correspondiente por las fichas para el pool y le alcanzaste uno de los palos a la rubia que te acompañaba. Ella lo tomó audazmente y sospechaste si era verdad que no sabía jugar al pool. Decidiste no indagar.

Abriste el juego haciendo impactar la bola blanca contra las quince restantes (rayadas y lisas) una vez instalados en la mesa. Ella había elegido jugar con las lisas, por ende, las otras eran las tuyas.

Te posicionaste en una esquina y metiste la 14 en una de las troneras del medio y sonreíste con suficiencia. Ella te observaba sensualmente y vos la maldecías por lo bajo. Sabías que lo hacía a propósito para desconcentrarte.

Qué desgraciada.

Mordió su labio como si fuera ella la que estaba a punto de golpear la rayada blanca y azul y la bola no entró en una esquina por poco.

- ¿Me toca a mí ahora no? - preguntó con demasiado interés. Asentiste y le explicaste brevemente que con la blanca podía golpear cualquiera de las lisas. Le aconsejaste a cuáles le convenía apuntar.

Torpemente tomo el palo y se posicionó incómodamente sobre la mesa. Hizo una mueca y vos sin que te lo pida, te acercaste.

- Vení – le dijiste entre dulce y sensual y colocaste sus manos sobre el taco, indicándole como tomarlo. Te pusiste exageradamente cerca y pero ella no se alejó ni un centímetro. Luego, te colocaste detrás de su espalda haciendo que se incline sobre la mesa y sentiste su perfume floral. Tu corazón latía muy fuerte.

Una vez que impactaron la bocha blanca contra la 4 marrón, se incorporaron al tiempo que veían como rebotaba sin caer dentro de ninguna tronera. Paula frunció los labios y vos suspiraste, aún muy cerca de ella.

- Me parece que voy entendiendo como es esto – comentó ya dada vuelta y a unos peligrosos milímetros de tu boca para luego alejarse con elegancia. Cómo le gustaba el histeriqueo.

El juego continuó dinámicamente, con muchos aciertos tuyos y pocos de ella, en tu opinión, algunos de manera forzada. Continuabas siendo su “maestro” por lo que no perdiste la oportunidad de robarle algunos besos y que ella te de otros; siempre llegando hasta donde ella quería.

La competencia del juego los apasionaba y ella lo disfrutaba tanto como vos. Ibas ganando, con bastante ventaja.

Luego de errar el último tiro, era su turno. Tomó el taco y renegó de tu ayuda, excusando que quería intentarlo por sí misma. Apunto con la pelota blanca una 5 naranja y la hizo rebotar contra una pared de la mesa, consiguiendo que al regreso se meta en una tronera.

- Suerte de principiante – anunció con una sonrisa y vos levantaste las cejas devolviéndole otra con ironía. Sus comisuras se ampliaron aún más.

De repente, con una serenidad sin precedentes dado la ansiedad que caracterizaba a Paula, comenzó meter las bolas una por una con habilidad. Estabas perplejo, a pesar de suponer que no era cierto su poco conocimiento del billar.

Te parecía tan sexy.


- ¡Oh Pepe! – exclamó al meter otra bola más con efusividad y sólo le quedaba la 2 azul aparte de la negra. Carcajeaste al escuchar la frase y te rascaste la sien mientras aspirabas el humo del cigarrillo que estabas fumando. Promesa cumplida.

Antes de direccionar la bola, puso tal cara de concentración que te causó gracia. De todas maneras, no te entusiasmaba la idea de perder nuevamente contra ella. Tiraste la ceniza sobrante en el cenicero metálico y le diste una última pitada.

Erró y cerraste tus puños a modo de festejo, luego de dejar la colilla. Ella te miró con odio y mordió su labio enojada. Le había salido el tiro por la culata.

- A ver a ver – dijiste burlón – dejemos a los que saben – y Paula resopló negando con la cabeza. No pudiste evitar reír.

En menos de 5 minutos, metiste todas las que faltaban en las troneras, incluida la negra. Te miró con la boca abierta y levantaste los brazos para gastarla mientras te acercabas a donde estaba parada.

Victorioso, la abrazaste mientras saltabas para festejar y ella se murió de risa olvidando su enojo.

- Qué calidad eh – dijiste ganador una vez fuera del bar y Paula, que estaba abrazada a vos te empujo a un lado mientras se mordía el labio inferior.

- Callate, tuviste suerte nada más – y la volviste a aprisionar en tus brazos; ella se dejó. La noche estaba hermosa.

- Sos tramposita igual, “no sé jugar” – y la imitaste. Ella sonrió con superioridad y le sonreíste con tus ojos marrones, mientras cruzaban la calle para adentrarse en Las Cañitas.

- Se llama factor sorpresa – simplificó y ya estaban a metros del departamento de Paula. Aminoraron el paso hasta que se detuvieron cuando finalmente alcanzaron la puerta de entrada.

- Me gustan tus sorpresas – y tus labios impactaron sobre su boca.

Se tomaron automáticamente de ambas manos quedando enfrentados y mirándose con dulzura unos minutos. La despediste entre besos y sonrisas y ella su fundió en un profundo abrazo.

El cierre perfecto de algo que no querías que se terminara.

- Oh Pepe- te susurró en el oído sensualmente antes de separarse y concluyó con un tierno beso sobre tus labios. Sonreíste tan idiotamente que te dio vergüenza pero ella no te miraba más que con amor.

Hasta te sonrojaste, pero para tu suerte, ella ya había desaparecido de tu vista. Comenzaste a caminar hacia la izquierda, para volver a tu departamento. Mañana trabajabas muy temprano y en el estudio del centro.

- ¡Pedro! – te llamaron y reconociste de inmediato la voz aunque hacía mucho tiempo que no la escuchabas. Te debatiste entre seguir caminando hasta perderla de vista y darte vuelta para enfrentar de una vez tu pasado.


Giraste sobre vos mismo y ahí estaba, casi igual que la última vez que la viste.





Te lo dedico a vos Dani, siempre ayudándome y poniendo las neuronas que faltan jajajaja... Algún día estaremos por Sumbawa Bali y alguien tocara un semi ukelele charango con carambola JAJAJAJ #pordios

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