Abriste la puerta del ascensor y con una seña la invitaste a pasar. Aunque Paula disimulaba muy bien, sabías que algo la mantenía pensativa y que su actitud había cambiado… lo percibiste desde el momento en que volvió del baño en el bar.
No sabías como abordarla… tenías miedo que se ponga a la defensiva. Pero tampoco podías ignorar y hacer como si nada. Querías ayudarla; querías ser esa persona en quien confíe.
Eran las 3 de la mañana y para tu sorpresa, ella había propuesto que suban cuando te ofreciste acompañarla hasta su casa. No ibas a negar que la idea te parecía sumamente tentadora, pero no eras tonto… ella quería distraerte para que no notes lo rara que estaba.
Suspiraste una vez dentro del ascensor pero ella tan en la suya, ni lo notó.
Refregaste tus ojos, molesto por la luz blanca y apretaste el botón para que el elevador arrancara; Paula se apoyó contra la pared de la izquierda mientras subían, colgada en quién sabe qué. Carraspeaste sonoramente, pero eso tampoco la hizo volver en sí.
Llegaron al séptimo y caminaste hacia la letra “B”, donde se encontraba tu departamento.
- Bienvenida… Ponéte cómoda – dijiste una vez adentro recuperando la sonrisa y lanzaste las llaves en el cenicero gris que había en la mesa. La observaste divertido inspeccionar con curiosidad tu pequeño hogar - ¿Querés algo para tomar?
- Veo que aprendiste a agasajar al invitado – te dijo cargándote y vos enarcaste las cejas mientras te acercabas a ella. Paula sonrió.
- No te hagas la canchera… que vos te invitaste sola acá arriba – y los labios de la rubia formaron una “o”, indignada por tu comentario.
- Y, si esperaba a que me invites vos… - retrucó recuperando el humor y vos ladeaste con la cabeza de lado a lado entre sonrisas.
- No te invite porque pensé que necesitabas estar sola – Y como por acto de magia, las facciones de Paula se tensaron. Ella intentó modular algo que se perdió en un murmullo irreproducible y tomó una bocanada de aire. Vos esperaste.
- Pensaste mal.
- Evidentemente sí… porque estás acá. Pero algo te pasa… ¿Qué pasó en el baño? – arriesgaste. Percibías como el mal humor de Paula se incrementaba al ponerla en evidencia, pero no te importó.
- Son impresiones tuyas Pedro – sentenció y revoleaste los ojos. Ella se mordió el labio mientras sus ojos verdosos, comenzaban a formar una lámina de agua. Te odiaste; lo que menos querías era hacerla llorar.
- Pau…
- En serio, estoy bien… sabés que soy medio ciclotímica – y clavaste tus ojos en los suyos; ella no pudo sostenerte la mirada. Suspiraste… al margen de no querer hacerla sentir mal, te molestaban mucho sus excusas. Se las estabas dejando pasar desde hace mucho – mejor vuelvo a casa.
- Hace lo que quieras… como siempre – y Paula te fulminó con la mirada. Te miro con sorna y agarró su cartera color suela con plumas de colores. La abrió y comenzó a buscar algo… supusiste que su celular. Pero los minutos pasaban y ella no parecía encontrar lo que necesitaba.
Ofuscada, volcó el contenido de la cartera sobre la mesa. Vos, observabas en silencio.
- Me olvidé las llaves – dijo molesta.
- Te abre Zaira… ya fue, no le va a molestar que la despiertes.
- Ese es el problema… Zaira se fue a la casa de los viejos en San Fernando. Vuelve mañana – resopló y se sentó con pesadez en la silla de madera. La miraste ya sonriendo mientras levantabas una ceja; no podías mantener esa postura recia tanto tiempo.
- Por como te sentaste, supongo que te quedás acá.
- Ah bueno, si molesto me voy – te dijo amagando a levantarse y vos la paraste tomádola de la mano. Ella te dirigió la mirada nuevamente.
- Para loca, es un chiste. Nada puede hacer esta noche más perfecta que terminarla con vos, en serio – le explicaste mientras sonreías. Paula te miro dulcemente y empezó a jugar con los dedos de tu mano.
- Lo de loca estuvo demás – comentó, ya tranquila. Vos sonreíste aliviado.
- Es verdad… ¿tregua?
- Sí, perdón por tratarte mal – dijo mirándote a los ojos, arrepentida. Tomó aire y continuó – Tenés razón, pero no quiero hablar…
- A mi se me ocurren mil cosas para hacer que no sean hablar… - y levantaste tus cejas sensualmente; ella mordió su labio inferior.
- ¡Pedro!
- ¡Paula! – la imitaste cargándola y estallaron en carcajadas.
Pronto, la simpatía y el histeriqueo volvieron a envolver al ambiente, lleno de tus risas y las de Pau. Finalmente, se sentían cómodos… entre ustedes y con ustedes mismos.
Pasada la hora, la rubia comenzó a sacarse los zapatos y los aros… vos la miraste provocativo. Ella rió y te explicó mientras se señalaba: “Me estoy desmontando Peter, esta es la realidad”. Vos, hiciste como que la inspeccionabas, jodiendo. Pau frunció el ceño y sonreíste ante su expresión. Sin rodeos y con suma sinceridad, sentenciaste: “Sin ningun lugar a dudas, compro”.
Sus mejillas rápidamente adquirieron un tono rosado y vos sentiste como las tuyas cada vez estaban más cálidas.
Eras completamente feliz.
- ¿Tenés cartas? – preguntó al dejar el celular en la cartera – Juguemos a algo.
- ¿Strip-póker? – dijiste haciéndote el gracioso. Querías ver cómo te respondía.
- No sé jugar al póker – contestó haciéndose la tonta mientras sonreía a modo de disculpa.
- Pero al strip seguro que sí…
- ¡Pedro! Estás como endemoniando – te retó mordiéndose el labio mientras reía – Dale, andá a buscar las cartas. Españolas, te juego un truco.
- Cómo me esquivaste el tema… dale endemoniada, voy a buscarlas y jugamos.
Minutos más tarde volviste de tu habitación con las cartas en la mano y comenzaste a mezclar. Ella se estiró y se acomodó con concentración en la silla. Era tan competitiva como vos.
- ¿Das vos? – asentiste y te preparaste para repartir. La birome y el papel necesarios estaban a un costado de la mesa - ¡Pará! ¿Y si lo hacemos más interesante?
- ¿Qué proponés? – preguntaste curioso y ella sonrió pícara.
- No contemos los puntos de la manera tradicional… Hagamos que con cada partida ganada, el perdedor tenga que darle algo al ganador.
- ¿Algo cómo?
- Un beso – y sonrió victoriosa; vos la imitaste, atontado. No paraba de sorprenderte – donde sea.
- Me gusta la idea – y la sonrisa seguía estampada en tu cara- Empecemos.
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