Eran las 8.30 de la noche. El salón estaba casi abarrotado y sentías la mirada de los curiosos clavada sobre tu espalda, punzante… tenaz.
Miraste a tú alrededor mientras arreglabas tu corbata y clasificaste el grupo humano que se encontraba allí en tres grupos diferentes: los que bailaban al compás de la música, los que se actualizaban de la última “noticia” y los que para no hablar, comían los snacks que ofrecían los mozos al pasar. Vos no entrabas en ninguno de los mencionados; no estabas bailando, no estabas chusmeando y lo único que habías ingerido en toda la noche, era Branca.
Eras el no conocido, el bicho raro, la novedad. Sabías que era normal, teniendo en cuenta que Lobos no era un lugar muy grande y todos se conocían con todos. Típico de pueblo y típico de localidad pequeña.
Carraspeaste y volviste a hundirte en la conversación con Gonzalo.
No eras gran fan de los eventos de este tipo; bah apenas eras simpatizante. Jamás te gustaron las cosas demasiado formales y esta fiesta era una desesperada materialización de hacer gala del status social; quién llevaba el mejor vestido, quién tenía las mejores anécdotas.
Agitaste el fernet con cola que llevabas en la mano. El hermano de Paula te caía extremadamente bien y la buena onda que había entre ustedes era palpable. Las risas en la charla eran fundamentales y era peculiar como tan pronto habías entrado en confianza.
Desde la otra punta, podías observar como Paula se encontraba con una prima cuarentona de la familia que te habían presentado hacía quince minutos atrás y su hermana, Delfina. De reojo intentaba observarte de vez en cuando sin que te dieras cuenta.
Sonreíste nuevamente. Percibías que poco había quedado de la “Paula Zen” de anoche aunque ella fingiera tranquilidad y comodidad. Le regalaste una media sonrisa a la distancia.
Habías notado como cada tanto varios de los invitados se daban vuelta a mirarla expectantes, como si esperaran que algo interesante sucediera a continuación. O como si ella fuera el último objeto de exhibición.
Te preguntaste si se daría cuenta de tal detalle; digamos que ni siquiera se molestaban en ocultarlo e incluso vos que no estabas en su lugar, te sentías incómodo con esas miradas avasallantes que le propinaban. De pronto sentiste el deseo imperioso de acercarte a esos extraños que no tenían nada mejor que hacer y pedirles que se ocupen de sus propios asuntos; no querías que nadie arruine ese día tan importante para ella.
Bebiste un sorbo; le faltaba hielo.
Viste a Miguel Chaves en su traje azul de etiqueta acercarse a Gonzalo y a vos, de la mano de su prometida (quién antes de llegar se despidió de él con un beso al ser llamada por otra mujer de su misma edad). Era un hombre que no aparentaba sus cincuenta, ni física ni mentalmente hablando; alguien fresco, de esas personas que viven el presente al máximo. La mujer claramente era mucho más joven y poseedora de unos profundos ojos verde esmeralda; adivinabas que Miguel le llevaba aproximadamente unos 20 años.
Antes de entrar al salón Colonial (y jamás habías estado en un salón de fiestas tan particularmente diseñado y decorado) y que comiencen los festejos, la temida introducción que controló tu estado de ánimo las últimas horas tuvo lugar. No duro más de unos minutos y para tu sorpresa, transcurrió con la normalidad frecuente que tienen las presentaciones: dos conocidos que estrechan sus manos para saludarse luego de una breve reseña acerca de quién era quién y de poner una sonrisa cordial para expresar el gusto de haberse conocido (o fingirlo). Pero este no era el caso de lo último dicho; el padre de Paula te había parecido simpático y agradable.
De Claudia no podías decir lo mismo; aunque no te había caído mal, todo en ella te parecía exagerado. Una necesidad latente de gustarle a los demás que hacía pensar si de verdad estaba tan de acuerdo con todo lo que decía el resto. Demasiadas apariencias.
- Peter, ¿todo bien? – preguntó con sincero interés Miguel, haciendo uso del apodo que te había puesto Paula. Asentiste brevemente mientras Gonzalo palmeaba tu hombro, al ver que sonreías algo tímido.
- Sí Miguel, la verdad que todo muy lindo – dijiste y fue él quien sonrió ahora. Apoyo su mano en tu hombro izquierdo, acercándose y encontraste la proximidad placentera.
- Che viejo, Claudia invitó a pocas personas eh – acotó Gonzalo, filosamente irónico. Por la cantidad que habían, supusiste que eran pocos los que no había concurrido. Miguel revoleó los ojos.
- Me había dicho que venían 150, máximo… - explicó al acercarse un poco más para bajar el volumen de su voz – La verdad, me es indiferente la cantidad hijo. Estoy haciendo el festejo por ella, porque para Clau es importante…
Y te preguntaste si ceder ante este tipo de cosas en la pareja sería considerado un acto de amor. Definitivamente.
- Si vos estás contento… – dijo Gonza con una mueca a modo de consuelo. Dedujiste que tampoco él estaba muy conforme con esa unión.
La música de repente cambió de género y el disco de los ochenta comenzó a inundar la pista. La gente comenzó a alegrarse al recordar temas que creía haber olvidado y charlaba aún con más entusiasmo. Tomaste otro sorbo.
- Me hace muy feliz – aseguró Miguel, borrando cualquier duda. Gonzalo asintió, mostrando su apoyo, un tanto avergonzado del comentario emitido previamente y tu ¿suegro? cambió de tema con agilidad – Alguien que está muy feliz es Paula… y eso me parece que tiene que ver con vos – hizo una pausa mientras te miraba - Gracias Peter.
Y la sonrisa más idiota se dibujo en tu rostro y fuiste incapaz de evitarla. No había nada que quisieras más que Paula fuera feliz y ser feliz con ella.
- Nada que agradecer – dijiste seriamente – Pau me hace muy feliz a mí también – y la viste observar con curiosidad la situación desde la lejanía. Reíste internamente, de lo chistosa que se veía.
- Es que para Pau estar acá es muy difícil – explicó (y permaneciste en silencio, dado que parecía querer decir algo más) – Y no lo digo solo por mí... que Ezequiel no viniera hoy era imposible - ¿Ezequiel? – Y sin embargo hoy Pochi está acá. Por eso quiero agradecerte.
Tu mente intentó buscar el capítulo que te habías perdido pero eras incapaz de encontrarlo. No tenías la menor idea de quién era Ezequiel y mucho menos se lo habías oído nombrar a Paula. Rápidamente te diste cuenta que ese nombre no era irrelevante; Gonzalo, intentando ser disimulado, codeó a su padre, quién pareció haberse dado cuenta de su error incluso antes del golpe. Tarde.
- Oh pepe… - te susurraron al oído y reconocerías ese perfume a metros de distancia – Hola pa… los vi charlar muy entretenidos y me vine… la prima Luisa me tenía harta – explicó la rubia con una sonrisa y te tomó de la mano. La apretaste únicamente por inercia; aún en tu mente retumbaban las palabras de Miguel.
- La prima Luisa harta a cualquiera – bromeó Gonzalo, causando risas entre los presentes – No sé como te escapaste de ahí Pochi…
- Yo tampoco – rió cómplice Paula – Tenías razón, te queda pin ta do el traje mi amor – confirmó acariciando la solapa negra de tu traje. Vos le sonreíste, olvidando por unos segundos aquella duda que inocentemente te habían sembrado pero que te carcomía a niveles impensados.
- Qué poca objetiva que sos Paula – dijo Gonza, cargándola, y vos lo empujaste amistosamente – Mirá estas dos fachas – y se señaló a sí mismo y a su padre.
- Ustedes son mis dos hombres, no hace falta ni decir lo buen mozos que están… Pero Pedro es Pedro – te rascaste la sien con una media sonrisa y no pudiste evitar que te pareciera extraña la efusividad y el amor con el Paula se dirigía hacia su padre.
- ¿Me parece que no hace falta agregar nada más no? – añadió Miguel y carcajearon entre los cuatro. Paula mordió su labio inferior y luego se despidió de su padre y su hermano, que entendieron que necesitaban compartir un momento a solas.
Te hundiste en sus brillosos ojos verdes, buscando respuestas que no encontraste. Decidiste dejar de buscar por algo que probablemente no encontrarías; lo mejor era dejar para después tus interrogantes y confiar en que sea lo que fuese, Paula te lo contaría en el momento que considerara necesario.
Le diste un beso en el cachete, intentando recobrar la compostura y la hallaste en el momento que rodeó tu espalda con sus brazos.
Luego de dejar el vaso de fernet sobre la mesa más cercana, prácticamente te empujo hacia donde se encontraba el verdadero movimiento de la fiesta, obligándote a que imites a los demás y comiences a bailar al ritmo de "Never can say goodbye".
Rieron, mil veces, de vos y tu interpretación del paso de Axel Rose que parecía encajar con cualquier melodía, de ella y su chuequera (y de la tuya también), de los extraños movimientos de la pareja de al lado, del hombre a tu izquierda que bailaba solo con un canapé en la mano.
No podías dejar de perderte en el brillo de su mirada. Y te olvidaste de las dudas.
Un tiempo después (y no supiste cuánto) entrelazaste tus manos con las de ella y dirigiste el conjunto en dirección a tu espalda, obligándola a acercarse. Le diste un beso cargado de ternura entre sonrisas, antes de excusarte para dirigirte al baño.
No te costó demasiado localizarlo y una vez fuera comenzaste a buscar a Paula con la mirada (cosa que se te hacía muy difícil por las luces y el movimiento constante de la gente). No había permanecido en donde se despidieron y si estaba cerca tuyo, no la veías.
Optaste por tomar el vaso de cerveza que te ofrecía el mozo a la izquierda, para hacer más amena la búsqueda. Te posicionaste en una esquina y preferiste quedarte quieto, deduciendo que así sería más fácil encontrarse.
De repente, unas agudas voces que provenían de un grupo de chicas que oscilaban entre los 25 y 30 años llamaron poderosamente tu atención. Parecían no haberse percatado en lo más mínimo de tu presencia; eras como invisible.
- No puedo creer como le da la cara para venir acá – escupió la más baja de todas, con una furia contenida – como si nada hubiera pasado.
- Y bueno Tati, es el compromiso del padre – y tenían que estar hablando de Paula. No te gustaba escuchar conversaciones ajenas, pero tu instinto no te dejaba alejarte.
- Qué tiene que ver Catalina, nadie la quiere en Lobos y lo sabe – musitó sin molestarse en bajar la voz y “Catalina” calló – Y con el padre se lleva pésimo… debe haber venido por otra cosa.
- ¿Vos decís… que viene para histeriquear a Ezequiel?
Frunciste el ceño con disgusto y exhalaste. Te quedaste lo más inmóvil posible, con sentimientos encontrados y un deseo de no perderte palabra de la conversación.
Y no te gustaba lo que estabas escuchando, pero necesitabas oírlo.
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