- Aca tienen, habitación 107- anunció la señora amablemente y extendió su brazo para entregarte la llave del cuarto que compartirías con Pedro. Sonreíste cordial, y las tomaste con rapidez.
El check in había sido corto y conciso, encajando a la perfección con lo que necesitabas para no aumentar el nerviosismo que te causaba estar ahí. Él se mantuvo a tu lado impasible, con esa tranquilidad que lo caracterizaba.
Peter te tomó de la mano para seguir las instrucciones que les dio en poco minutos y de manera muy gestual "Luisa", una vez que terminaron con la burocracia necesaria, y caminaron por el largo pasillo, decorado al estilo colonial y con ventanales (haciendo honor a la historia y características de la estancia) que ayudaban a quienes lo transitaran a sentirse en otra época.
Agarraste con la que te quedo libre la pequeña valija que habías traído a pesar de las cargadas de Peter, que no entendía que sentido tenía llevar una maleta por tres días que iban a quedarse.
Hombres.
Habías propuesto llegar un día antes a La Candelaria; el compromiso no se realizaba hasta el día siguiente por la noche, pero ya que ibas a hacer el esfuerzo físico y mental de viajar hasta ahí querías disfrutar al máximo e intentar hacer amena la estadía.
No iba a ser tan difícil si contabas con Pedro a tu lado.
La Candelaria era el lugar soñado por cualquiera: ofrecía opciones que se adaptaban al más variado gusto y ocasión. Considerado por el pueblo el lugar codiciado para realizar casamientos u otros eventos de parecida índole, era signo de status social y otorgaba el glamour deseado por el festejante.
Recordabas a eso de tus diecisiete pasear con la bicicleta por los terrenos e incluso llegar hasta la puerta de entrada; la sensación mágica que producía el solo estar ahí se mantenía intacta. A veces te ibas sola hasta allí, para empapar tu mente con sueños idílicos o simplemente para escaparte del ahogo que había en tu hogar cuando tus papas discutían.
La idea de participar en la promesa de la unión entre Claudia y tu papá era absolutamente indeseable. De tan solo imaginar estar en un mismo salón abarrotado de gente que no veías hace años y que pensabas que no volverías a ver jamás te producía vértigo.
Tu padre, Claudia, Ezequiel, los vecinos de al lado, la cuarentona chusma y soltera que vivía a tres cuadras de tu casa en la avenida, tus ex compañeras y amigas del secundario, ese amigo de tu viejo que se creía gracioso pero que tenía un humor inexistente, entre demás personas y no te alcanzaban las manos para contar.
Suspiraste en un intento de camuflar esa sensación que corría por tu cuerpo pero no tuviste que hacer un esfuerzo demasiado grande; al minuto que viste a Pedro a los ojos te olvidaste de todo. Como siempre.
Pensabas que ibas a desbordar de nervios cuando llegue el día; que te temblarían las manos, que autodelatarías tu incomodidad. Es más, consideraste todas las posibles situaciones que podrían desarrollarse en tu cabeza (inútilmente, ya que la vida es tan inesperada como compleja) y tus modos de reacción, mientras te encontrabas tirada en el sommier de tu cuarto. Pero ahora estabas ahí y todos tus miedos y preocupaciones de pronto parecían tan… lejanas.
Subiste los peldaños de la escalera con un andar cansino; odiabas las escaleras. Contaste 15 escalones hasta que Peter te distrajo con un beso en el cuello que te hizo perder la cuenta y te dio esa dosis de energía que necesitabas.
- ¿Necesitas descansar un poco? – te dijo cargándote y te mordiste el labio mientras lo empujabas, una vez en el primer piso. Apoyaste la valija en el suelo con delicadeza y te detuviste; Pedro se paró a tu lado, aguardando tu respuesta.
- Nada que ver, estoy como para jugar un picadito, amigo – lanzaste canchera con una media sonrisa mientras Peter meneaba la cabeza riendo.
- ¿Me estás desafiando Chaves? Mirá que soy el mejor nueve – y se acercó dos pasos despeinando su cabello. No te moviste.
- Puede ser… - susurraste haciéndote la distraída mientras mordías tu labio casi sensualmente; te encantaba ese histeriqueo peligroso. Levantaste la vista y lo encontraste mirándote atentamente – Me encantan los desafíos.
Si él apuesta, vos lo haces el doble.
- Entonces te desafío un picadito en la habitación… - propuso pícaro y vos abriste los ojos lo más que pudiste. Él reprodujo en sus labios esa media sonrisa tan descarada como seductora y te ganó por goleada (y el vocabulario futbolístico encajaba a la perfección aunque de lo menos que hablaran fuera de fútbol).
- ¡Pedro! – exclamaste.
- ¡Paula! – dijo gesticulando demasiado tu nombre. Reíste y dejaste que te abrace suavemente.
- Ni conozco la habitación todavía – acotaste y volviste a tomar la valija con tu mano derecha mientras Pedro, te aprisionaba por la cintura por la izquierda, lado que te quedaba libre – No sé en qué condiciones está la cancha – bromeaste y él carcajeó fuertemente, mientras te guiaba a la 107.
No recordabas haberte desconectado tanto desde, bueno, mucho tiempo. Ésta apacible tranquilidad te producía sentimientos encontrados… ¿qué tan buena era la calma? ¿Podría evitarse el huracán?
Y esta vez, tu intuición se encontraba en stand by.
Le dedicaste a Pedro una sonrisa desde el extremo opuesto, en la pileta. Ya era la una de la madrugada y las horas desde su llegada habían pasado demasiado rápido. Un auténtico día en el campo, como los que solías disfrutar cuando vivías en el pueblo.
Te sumergiste unos segundos, dejando que el agua moje por completo tu cuerpo.
La habitación que les había dejado en reserva Miguel, tu papá, era un homenaje al buen gusto y probablemente un intento a demostrarte que las cosas entre ustedes, podían estar mejor. No estabas absolutamente tentada por la idea, pero te habías prometido a vos misma, darles una oportunidad; a vos, a él, al padre y la hija.
Escurriste tu pelo una vez fuera, para detener la cascada de gotas que se producía y no alcanzaste a pensar en hacer nada que Pedro, quien sigilosamente había buceado hasta tu posición del otro lado, te atrapó entre sus manos.
- ¡Boludo me asustaste! – te quejaste mordiéndote el labio aún recomponiéndote del susto sufrido segundos atrás. Pedro mantuvo esa risita odiosa.
- Estabas muy colgada, no pude resistirme – se justificó y sentiste su tibio aliento chocar contra tu piel de lo tanto que se había acercado. Te robó un beso en el cuello.
Absolutamente perdonado.
- Qué lindo estar así con vos – y peinaste su pelo mojado manteniendo una sonrisa imborrable.
- Gracias a vos por hacerlo posible – te dijo y besaste con devoción su mejilla – Es hermoso este lugar… qué inteligente mi novia en venir un día antes.
- ¿Qué dijiste? – preguntaste haciéndote la tonta como si no hubieras escuchado. Pedro bajó la cabeza, avergonzado, y pensaste que nada te hacía más feliz que escuchar que esas dos palabras salieran de su boca y que hicieran referencia a vos.
- Dije, que qué inteligente, mi amor, en venir antes – y sabías perfectamente que no había sido ese el término que había utilizado. Pero también sabías que se le había escapado y que se había inhibido por tu pregunta. Daba igual que lo repita, porque por el simple hecho de que se haya resbalado de su boca significaba que el quería que así lo fuera. Y vos también.
- Ahh – contestaste recorriendo su rostro y decidiste cambiar de tema para que no se sienta presionado – ¿Sabés que hace falta acá? Un fernet bien frío.
- ¿Un fernet? ¿Chaves pidiendo un fernet? – te cargó sonriente y mordiste tu labio inferior – Igual tenés razón, tomar uno al borde de la pileta sería ideal… La noche está hermosa.
- No la quieras arreglar ahora… - lo retaste entre sonrisas y Pedro se rascó la sien – Chaves con fernet es tu combinación soñada – le aseguraste con obviedad como si se estuviera perdiendo la oportunidad de su vida y el carcajeó para luego marcar tu cuello con sus labios.
- Mi chica soñada.
- Bla bla… Sos muy malo Pedro Alfonso – y clavaste tus ojos verdes en los marrones de Pedro, intentando alcanzar seriedad, mientras dejabas tus brazos a los costados de tu cuerpo – Estoy enojada ahora.
Él inspeccionó tus facciones, completamente consciente de que tus palabras y tu enojo fingido eran totalmente falsos. Suspiró sin desviar la mirada un segundo.
- Y vos sos muy mala mintiendo - dijo y no alcanzaste a hacer una ofendida que ya se encontraba recorriendo tus labios. Con pasión, se besaban sin pausas y te hizo chocar contra el borde de la pileta con una delicadeza exacta. Te apoyaste lo que te era posible en la pared mientras dibujabas besos en su cuello.
- Nunca hice el amor en una pileta – confesaste entre susurros a Pedro en el oído y él recorrió tu columna vertical con las yemas de sus dedos aún con más dulzura.
Las caricias comenzabas a ser insuficientes y cada contacto aumentaba la ansiedad. Sentiste que no había retorno y tu sentido común te obligó a detenerte, al exponer dudas y miedos lógicos.
- Amor, ¿y si viene alguien? – preguntaste pudorosa y te sentiste una idiota preguntando algo tan obvio. En realidad, eran pocas las personas que se estaban hospedando en la estancia en el momento y la mayoría de ellas se encontraba en otro sector; y todos los invitados al compromiso que vivían fuera de Lobos llegaban pasado el mediodía. Pero, ¿gente de mantenimiento? ¿de seguridad?
Tu cabeza comenzaba a maquinar a mil por hora y rogabas porque alguien te parara en ese mismo instante. Pedro acarició tu mejilla con el amor suficiente para que todo lo que te aquejaba se suavice. Como si supiera exactamente que te sucedía.
Suspiraste.
- Quedate tranquila gorda no va a venir nadie – te aseguró mirándote a los ojos y te preguntaste si era posible no creerle – Pero si te sentís incómoda, no importa – y encerró tu cara entre sus manos – a mi no me falta estar con vos para que esta noche sea perfecta.
- Vos sos perfecto, te amo – le dijiste casi sin pensar y te acercaste a su oído completamente convencida – y sí quiero estar con vos ahora.
- Te amo – susurró en tu oído y nuevamente lo sentiste recorrer tu piel, ahora sin ningún obstáculo que te impida disfrutar de ese momento al cien por ciento. Nunca te habías sentido tan amada como en ese momento.
Le diste un beso pegado a la comisura de su boca y el acarició tu mejilla, conduciendo una previa que no querías que terminara jamás. Chocó su frente con la tuya, como si la necesidad de tus labios fuera urgente. Impactó finalmente contra los mismos, con todo el amor que le era posible transmitir. Mientras, fue bajando su mano de tu cuello para poder llegar a la atadura del corpiño de tu maya, desanudándola con delicadeza.
Hundiste tus manos en su nuca, provocando que una ola de escalofríos invada su interior. Sus respiraciones ya eran casi jadeos erráticos y llegaste a la conclusión de que nada te importaba en ese momento más que él y vos.
Y si eras la persona más egoísta del mundo, te encantaba serlo.
Bueno, pensé sinceramente que iba a ser una porquería y quede bastante contenta con el resultado ¡Es para vos Agos! Te quiero mucho mucho, gracias por estar del otro lado ♥
CHAPEAUX. Te felicito de verdad, increíble cómo escribís.
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