lunes, 2 de enero de 2012

Capítulo 30.

Sentías la humedad entre los dedos mientras tipeabas el informe que debías entregar hoy a más tardar a tu superior y exhalaste. Luego del eclipse en la terraza de Paula habías terminado de enfermarte; volviste con fiebre y hoy, dos días después sólo mantenías una fuerte afonía en tu voz.

En Ideas habían amenazado con sacarte a patadas por haber ido a trabajar enfermo. Sabías que tu malestar era razón suficiente para tomarte el día; pero no era justamente por ser un ser con responsabilidad al extremo ni por alguna cuestión moral que te persiguiera por haber firmado un contrato donde el presentismo era sumamente valorado.

Ya no sabías que excusas inventar para no pasar tiempo en tu casa. Te habías auto detectado una fobia al teléfono de línea y a las tocadas de timbre sin previo aviso. Tu diagnóstico: alergia familiar.

Estabas totalmente perseguido; desde el encuentro no-deseado (por favor hacer hincapié en el adjetivo) con tu hermana, temías que noticias de tu familia vinieran de la mano de algún llamado o peor, que se apersonen en la puerta de tu 7b. Alterado y nervioso, indudablemente estabas somatizando en una laringitis.

Serías el manjar para cualquier psicólogo de consultorio… no era casualidad que estuvieras afónico si lo menos que querías era hablar.

Que te llamen cobarde; en tu muro dejabas entrar al que querías.

Le diste guardar al archivo y se lo enviaste al jefe de Producción ahorrándote varias descripciones que considerabas irrelevantes. Tamborileaste sobre el escritorio y miraste el reloj pulsera que llevabas; ya podías volver a tu casa y en vez de sentir placer, sentías desgano.

Te serviste un último café antes de partir para eliminar (o intentarlo al menos) la rispidez que sentías en tu garganta y dilatar un poco más la ida. No habías pronunciado palabra con el fin de mantenerla inactiva y curarte pero tu herida no era fisiológica. Más bien era sentimental.

Apoyaste la cafetera en su respectiva ubicación y recordaste al observar la herida (ya cicatrizada) en tu brazo, cómo te raspaste con la reposera cuando la ayudaste a Paula a bajarla al departamento el día del eclipse. Reíste; qué boludo.

Y qué boludo te tenía.

Paula, según entendías, estaba trabajando en una producción para Avon desde la mañana temprano, y decidiste que era mejor no llamarla para no interrumpir y distraerla de su trabajo. Había nombrado una tal Flor en una pequeña charla que habías tenido hacía cuatro horas y te había contado algo de la producción. Esa Flor te caía muy bien.

Miraste tu celular e intentaste hacer un esfuerzo mental tan poderoso como para que te caiga un mensaje de Paula a tu bandeja de entrada. 30 segundos y nada. Apartaste la vista, no ibas a caer en la tentación de hablarle. No querías ser pesado, ni tampoco posesivo.

Estabas desacostumbrado a esta pequeña dependencia.

Desde tu conflicto familiar, nunca te sentiste seguro con nadie. Te costaba confiar y eso ocasionó rupturas en los varios intentos de construir algo con otra persona; todos fallidos, por supuesto. Las razones, siempre las mismas: poca atención, demasiada introversión, falta de compromiso. Tuya, obviamente.


Sin embargo, con ella parecías otra persona. Más bien, te recordaba a vos mismo… a quién solías ser antes de tantos golpes ¿Te estaría curando las heridas?

Suspiraste. Te vendría muy bien un cigarrillo.

Ahora, que estabas completamente “pelotudizado”, por ponerle un adjetivo a tu estado, no tenías la más pálida idea de qué hacer. Tenías experiencia, pero con Paula todo era incógnita.

Probablemente, esa fuera la razón más fuerte que te ataba a ella. Te quedabas en blanco cada vez que la veías, su risa era la tuya y sus besos, tu motivo de existencia.

Cursi o no cursi, la querías demasiado y esa razón era suficiente para sentirte deliciosamente inestable y con la adrenalina a flor de piel.

Que te haya invitado al compromiso de su papá fue el golpe de efecto que le faltaba para tenerte completa y devotamente a sus pies. Ese acto de confianza para vos, valía más que cualquier palabra.

Agarraste las llaves, decidiéndote por fin a retirarte.

Saliste de Ideas y caminaste por Olleros mientras te prendías unos Lucky. No tenían Marlboro en el kiosco cerca de tu casa y vos no tenías tiempo de hacer una recorrida gastronómica. Odiabas conformarte.

Te dio fiaca caminar y te pediste el primer taxi que se cruzó frente tuyo al apagar el cigarrillo. No habías consumido ni la mitad.

Reíste al recordar una frase que célebremente había utilizado la rubia; “si tu vida dependiera de moverte, qué mal te veo”. Cuánta razón.

El chirrido de tu BlackBerry te obligó a despegar la vista de la ventanilla y una conga comenzó a desfilar en tu interior al ver que quién te hablaba no era más que Pau.

“Gordo, terminé antes ¿te sentís mejor?”

El aire golpeó tu rostro y el conductor del taxi de mala manera te pidió que subieras el vidrio ya que tenía el aire prendido. El verano y la city porteña ponían a cualquiera de mal humor.

“Sí, pero estoy afónico. Necesito que me apapachen :(“

El auto hizo una frenada y estabas considerando seriamente adquirir un auto propio. El taxista te estaba poniendo nervioso y no querías saber el nivel del velocímetro. Volviste tu vista hacia el teléfono.

“Con un té de miel vas bárbaro… jajaja”

Carcajeaste brevemente y redactaste la respuesta.

“Creo que lo mío no se va a curar con tes…”

Reconociste la puerta de tu edificio y pagaste los quince pesos correspondientes para salir de una vez del auto. Tosiste y con habilidad, abriste la puerta de entrada.

Ya en el ascensor, recibiste su contestación.

“Jaja, no soy buena enfermera, pero dicen que doy los mejores abrazos”

Y nada te hacía más falta que eso.

“Justo lo que necesito”

Y el ascensor ya subía dirigiéndose al 7mo.

“¿La enfermera o los abrazos?”

Sonreíste y te tomaste unos minutos para contestar. Entraste a tu casa y exhalaste con alivio al ver que estaba medianamente ordenada.

“Lo dejo a tu criterio”

Revoleaste las llaves en el cenicero y rebotaron cayendo al piso. Podía fallar.

“¿Estás en canchero hoy? Mirá que te vas a tener que preparar el té solo…”

Dejaste el atado sobre la mesa y te inclinaste para tomar el llavero que se te había caído.

"No. Hoy tengo más ganas que nunca de decirte cuánto te quiero"

Un rapto de sinceridad absoluto, pero nada que no fuese verdad.

“Entonces no veo la hora de llegar… parece que los mimos van a ser mutuos. En 45 estoy :)“

Apoyaste el celular en la mesa y prácticamente corriste hacia tu habitación. Querías hacer algo especial, algo único.

Querías ser quien sorprenda.

Nunca habías mostrado tu creatividad en un acto de amor tan sincero, pero era un saber universal que siempre había una primera vez para todo.

Abriste el placard prácticamente con impaciencia y sacaste una cartuchera que usabas desde la secundaria. Gastada, manchada y en pronto estado de composición, pero allí guardabas todos tus útiles desde ese momento hasta la actualidad.

Sacaste un fibrón negro y guardaste todo lo demás en su respectivo lugar. Ahora, solo te hacía falta el cartón.





Agradecimientos: a Jime, obvio que siempre me tira un bote inflable cuando me trabo jajaj.

Agos, es para tí ♥ jaja (:

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