jueves, 5 de enero de 2012

Capítulo 32.

Caminabas por un laberinto sin final. Las paredes, psicodélicas, te enceguecían. No tenías rumbo o destino, pero aunque lo tuvieras tampoco llegabas a ningún lugar. Estabas usando tu bikini preferida, de color lavanda, y una bufanda rosa cubría tu cuello. Una combinación algo extraña…detalle que ignoraste.

De repente, se materializó una puerta a tu costado izquierdo y te detuviste. La abriste girando la manija y tapando tus ojos por la intensa luz que salía de la habitación. Caminaste hacia adentro, curiosa pero al mismo tiempo como si supieras qué ibas a encontrar. Los abriste y visualizaste una mesa… dos hombres enfrentados en la misma y ¿podía ser?

La dupla más bizarra y más inesperada (y varios adjetivos que no vienen al caso) que podía existir e incluso vos imaginar. Estaban jugando al truco, como dos grandes amigos, tu papá y Pedro, y en el dorso de las cartas españolas una gran “E” grabada que te recordaba el nombre que menos deseabas leer/escuchar.

Sonreíste incómoda y ellos te prestaron el mínimo de atención. Ni se inmutaron… ok.

Frunciste el ceño… no entendías nada. Sentiste una serie de movimientos detrás tuyo y te diste vuelta para encontrarte con Zaira, con un termo en la mano y ¿disfrazada de dona?

Algo definitivamente estaba mal.





Otra vez habías estado soñando.

Te revolviste entre las sábanas y rezongaste, para amanecer a su lado y sonreír. Y mirar como duerme y llevar cuenta de su respiración. Y sonreír otra vez al escuchar el sonido de sus latidos.

Te desperezaste sin tener idea de la hora, pero tu celular estaba perdido por el living y verlo acostado a Peter a tu derecha no te incentivaba demasiado a que lo busques. Por como entraban los rayos del sol al cuarto (y no sabías nada de los movimientos solares), adivinaste que no eran más de las diez.

Exhalaste mientras te estirabas sin borrar la sonrisa sobre tus labios (y aunque quisieras, no hubieras podido) y depositaste una fila de besos sobre su hombro desnudo con dulzura. Contaste los lunares sobre su espalda y te mordiste el labio. Pedro sólo articuló un débil “mmm” y te reíste, intentando hacer el menor ruido posible.

Agarraste la camisa cuadrillé blanca y azul que estaba sobre una silla y te la pusiste para poder levantarte de la cama; no tenías ganas de ponerte tu ropa.

En el trayecto a la cocina te llevaste puesta una caja, causando un gran estruendo. Todo ocurrió de manera continua: dolor en el pie derecho, puteada y posterior silencio.

Sacaste las manos que tapaban tu boca (porque las pusiste allí instintivamente, por si otro sonido se te escapaba) y concluiste en que Pedro tenía el sueño demasiado pesado.

Una vez en la cocina, hiciste un pantallazo general y te encontraste con que la vajilla de Pedro te hacía acordar mucho a la que tenía tu papá en su departamento de soltero. Primer cosa en común que encontrabas entre ellos (y que esperabas encontrar) y supusiste que en algún punto, inconscientemente, estabas preocupada por el momento de la presentación, que eventualmente se efectuaría.

Así se explicaría la partida de truco entre los dos en el sueño… Pero era muy temprano como para que te hundas en los principios de la psicología de los sueños y bostezaste obviando cualquier reflexión.

Abriste la primera alacena y te encontraste con absolutamente nada; sin contar la azucarera y dos vasos. Frunciste el entrecejo; está bien que vos eras un menos diez en la cocina, pero los estantes siempre estaban medianamente llenos con productos por Zaira, que los utilizaba para cocinar, o por vos, por si se te ocurría hacer alguna incursión culinaria (y esta opción no sucedía nunca). O simplemente para que no estuvieran vacíos.

¿Este chico viviría a delivery?

Inspeccionaste el segundo mueble y sólo encontraste sal, café en polvo y un pack de galletitas oreo. Ni pan, ni mermelada, ni fideos ni ningún alimento perecedero.

Mordiste tu labio inferior.

En la heladera el panorama no era muy diferente… un Fernet, una Coca Cola a medio acabar, una Cindor de litro, dos porrones, una ensalada en un extraña gama de marrones contenida en un envase de plástico (por no decir casi podrida) y una banana demasiada madura.

Lamentaste no tener el celular para retratar esa imagen. Riéndote, cerraste la puerta de la heladera para encontrarte con un Pedro, en boxer, mirándote divertido y despeinando su cabello a 1 metro de distancia.

No tenía derecho a hacerte eso, no, no, no.

Sonreíste.

- Esa camisa te queda mejor que a mí - ronroneó; todavía estaba algo dormido. Te apoyaste sobre el electrodoméstico.

- Obviamente – y él carcajeó por tu expresión. Se rascó la sien mientras se acercaba y te parecía irreal que aún sintieras esa adrenalina cuando las distancias entre ustedes se acortaban - ¿Buen día, no?

- Buen día chuequita hermosa – dijo con dulzura y se colocó frente a vos, tomándote por sorpresa. Y de repente la heladera era tu sostén y Pedro acomodaba sus grandes manos firmemente sobre tu cintura. Segundos después, se encontraba rozando tus labios y vos no te caías porque tenías la puerta del refrigerador atrás tuyo. Esta especie de provocación era insana y no pasó mucho tiempo antes de que te hundas en el juego de sus labios.

Los chocaron, una y otra vez, y lo finalizaron con un tierno beso sobre los labios del otro.

- Qué lindo empezar así el día – dijo y le diste un beso sobre la palma de una de sus manos, que aprisionaban tu nuca. Él te regaló una sonrisa.

- Quería sorprenderte con el desayuno… pero cuando buscaba algo para preparar me encontré con esto - y abriste la puerta de la heladera divertida para señarlarle la bandeja de telgopor con la ensalada rancia - No podés tener esto en la heladera - dijiste cargándolo y ahora fue Pedro quién mordió su labio inferior.

- Me la traje de Ideas, hace... - y frunció el ceño pensativo, enarcaste una ceja - hace como dos semanas.

- Y con razón está así - concluíste riendo y él termino acompañándote. Cerraste la puerta del electrodoméstico - ¿vos vivis aca Pedro?

- ¿Por qué lo decís? – preguntó con una media sonrisa al observar que lo cargabas. Querías molestarlo un rato.

- Porque no tenés nada nene, ¡ni pan!

- Tengo lo necesario - dijo con suficiencia y vos entornaste los ojos. Claro, el fernet era imprescindible para la vida - agarrá las oreos Pau... Tengo Cindor ¿te gusta?

- 32 años y ¿seguís tomando leche chocolatada? – y la pregunta venía de una persona que tenía como alimento base los chocolates. Se te caía la cara, pero lo disimulaste con una sonrisa. Él descaso su peso sobre la mesada y otra vez no podías despegar la vista de su torso ni él, de vos y de lo sexy que te quedaba esa camisa. Y lo sabías.

- Sí... – confesó casi a la defensiva y te dio muchísima ternura. Pedro revoleó los ojos - Quiero que sepas que me inhibiste, asi que me voy a hacer un café ahora.

- No tonto, dale – le dijiste mostrando todos los dientes y sacaste las galletitas de la alacena - Yo también voy a servirme un vaso – y él te devolvió la sonrisa mientras sacaba dos vasos alargados.

- ¿Cama o living? – preguntó pícaro. Cama, living, baño. Por qué no el balcón y qué mal que te tenía.

- Living… sino, no me levanto más - y era verdad. Abriste la heladera para sacar la Cindor y te acercaste a Peter, que se encontraba casi afuera de la cocina – Tengo mucha hambre.

Él volvió a reír y vos lo tomaste por la cintura. Pedro te dio un beso en el cuello y te estremeciste brevemente. Su sonrisa se ensanchó y te encantaba tanto estar así, que te preguntaste por qué esperaste tanto tiempo.

Robó una galletita del paquete y la tragó de un bocado. Vos sólo lo observaste, por unos segundos y limpiaste algunas migas que se habían pegado en sus labios. Luego, alzaste su mentón para erguir su cabeza y te acercaste lentamente.

- Tengo una duda… - dijiste susurrando en su oído - ¿también mojás las oreo en la leche?

Rió y vos carcajeaste con él.

- ¡No podés ser tan lindo! - y el sabor a chocolate en su boca no hacía más que llevarte a la perfección. Lo besaste, una, dos y tres veces antes de sentarse a compartir, lo que esperabas que fuera, el primer desayuno de muchos.

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