lunes, 30 de enero de 2012

Capítulo 39.

La versión remixada de "Prófugos", que distorsionaba con exageración la voz de Cerati y te hacía extrañar con locura el cd compilado de Soda (hecho por vos) que tenías en tu auto, perforaba tus tímpanos y protagonizaba el inicio de una nueva tanda de música en la fiesta.

Cerati, volvé.

Te mordiste el labio; nadie se molestaba en disimular que te estaba mirando y no te sorprendía. Sabías a lo que te enfrentabas en el momento que aceptaste ir… volver a Lobos era un interminable deja vu.

Los susurros eran intermitentes, a pesar de que la música estuviera la suficientemente alta para que a la distancia las conversaciones de los demás fueran imperceptibles. Suspiraste.

Te habías hecho a la idea de que hablar, iban a hablar siempre. Seamos sinceros, en un pueblo conocido por su tranquilidad, tu aparición después de años era la noticia más jugosa que habían tenido en meses y muy poco podías hacer al respecto salvo justamente darles de qué hablar. Y allí estabas a pesar de todo; con tu vestido de Benito Fernández, tus zapatos de Jimmy Choo que te trajiste del Soho en Nueva York, con el hombre más fachero de la fiesta (y eras absolutamente objetiva) y una sonrisa imborrable. Que hablen de eso.

Ya habían pasado más de quince minutos desde que Pedro se había ido al baño y comenzabas a sentirte algo tonta por continuar parada en el mismo lugar. Corriste tu pelo hacia un lado para encaminarte a quién sabía donde.

Divisaste a tus ex compañeras del colegio y decidiste que si ibas para algún lado ibas para cualquiera menos para ese. Tatiana, Catalina, Stefanía y un par más que recordabas de cara pero no de nombre te miraban de arriba abajo como si fueras portadora de sarna. Rencor, envidia, indignación. Carraspeaste, incómoda; no podías culparlas. Con 27 años te tocaba entender que algunas cosas el tiempo definitivamente no las curaba y que te habían mentido al asegurarte que sí.

Es que ¿cómo alguien podría perdonarte si ni siquiera vos estabas muy segura de haberlo hecho?

Miraste a tu alrededor una vez más, por si veías a tu acompañante, pero no sucedió. Del otro lado del salón tu papá se había quitado la corbata y bailaba animado con tu padrino, Pinky, mientras los demás aplaudían.

Caminaste hacia la entrada con decisión mientras esquivabas a la gente; quizás Pedro había salido a fumar. Y pensándolo bien, a vos no te vendría nada mal fumar un cigarrillo en ese momento (y ya que estamos en un rapto de sinceridad, dejémonos de joder con la boludez de "lo deje, es uno cada tanto" porque ni bien tenés la oportunidad, cualquier excusa es válida).

No podías creer la suerte que estabas teniendo; no te habías cruzado a Ezequiel en toda la noche y apenas te habías acordado de que él también se encontraba ese día. Corrección: no se había acercado en toda la noche (lo habías visto a lo lejos junto a Sebastian, pero tampoco le habías prestado tanta atención). Tal vez finalmente había entendido lo desubicado que sería que se junten a hablar en el compromiso de tu papá y su hermana (si esa unión no era de por sí lo suficiente incómoda y extraña).

Enterarte que tu padre estaba saliendo con la hermana de Ezequiel (Claudia) fue la tomada más grande de pelo en la historia de tu vida (y eso que hubo varias). Enterarte que la relación iba en serio fue doblemente peor y finalmente, enterarte que tenían planes de casamiento directamente era indescriptible.

Te enojaste con tu papá, muchísimo (¿acaso no había vivido el peor y último año en Lobos junto a vos?) hasta el punto de quitarle la palabra por años. No podías entender lo que considerabas ese acto de egoísmo de su parte; te había juzgado tan duramente… Que no podía creer el tupé que tenía para ponerse a salir con la idiota de Claudia (con la que te llevabas increíblemente mal incluso cuando vos y Ezequiel eran mejores amigos).

Mejores amigos. Rótulo que le queda tan grande a muchos… Y la única persona que alguna vez llamaste así fue a él. Irónico. Suspiraste.

Te apoyaste sobre una columna en el pasillo. Pensar en su amistad te hacía sentir entre estúpida, vulnerable y melancólica (cosa que te hacía sentir más idiota). Aun fuera, podías escuchar la música y el DJ estaba entusiasmado con los remixes, ahora con “De música ligera”. Automáticamente te teletransportaste a ese día que empezaron y terminaron tantas cosas; un día de completa revolución. Y para bien o para mal, el único adjetivo que podía clasificar con generalidad ese día era "inolvidable".




(Flashback)

8 años antes

"Me veras volver" era la promesa. Una serie de conciertos que llevaba como bandera esa frase realizaba Soda Stereo durante el 2003. Y allí estabas, en Buenos Aires, viéndolo en vivo quien sabía hasta cuando. Sentías electricidad, escalofríos, te dolía la panza. Estabas feliz.

La música se metía en tus oídos y revolucionaba tu cuerpo, mientras intentabas grabar en tu memoria cada movimiento de la banda sobre el escenario.

Era verdaderamente, un momento único.

Nunca pensaste de que, después de tanto tiempo, tu banda preferida volvería a tocar y estarías ahí para vivirlo. Bah, pensarían y estarían, mejor dicho, porque por supuesto Ezequiel cantaba todas las letras con fervor a tu lado mientras River se movía al ritmo de Soda.

No lo podrías haber imaginado diferente. Habían prometido concurrir juntos si los rumores era ciertos y ni siquiera fue necesario insistir; compartían ese fanatismo juntos, como muchas otras cosas.

Si te preguntaban si creías en la amistad entre el hombre y la mujer, habrías dicho que sí sin dudarlo. Tenías la prueba viviente de que construir ese tipo de lazo era posible al lado tuyo. Para vos Ezequiel tenía tetas; era una chica más.

Era ese amigo que se quedaba a dormir a tu casa, que conocía a tus viejos, a los amigos de tus viejos y a tus familiares, incluso los más lejanos. Tu compañero de banco, de trabajos prácticos, de risas, de llantos. El que te ayudaba a ratearte del colegio para ver a tu noviecito 4 años más grande que vos. El que te tenía la cabeza cuando en Bariloche, te habías excedido con el tequila. El incondicional.

El ¿ex? novio de Tatiana, una de tus mejores amigas (con ellos nunca se sabía). El que te traía un Mc Flurry (o la imitación del mismo que hacia Trappani, heladería local) cuando estabas triste por una nueva pelea de tus papás o por lo mal que te había ido en matemática. El que te había acompañado al casting de modelos cuando nadie podía. El que te conocía más que nadie.

Sonreíste a su lado, mientras sonaba "Persiana Americana". Sus ojos verdes tintineaban por el efecto de iluminación del estadio y te abrazó con entusiasmo porque sabía que este era uno de tus temas favoritos. Tus papás y tu hermano atrás, estaban completamente hipnotizados por la calidad del show; tu hermana Delfina se había quedado en casa de su madrina a pesar de los innumerables berrinches que hizo para poder ir.

El monumental estaba repleto; era 21 de diciembre, fin de año y última fecha de la gira. Gustavo Cerati dijo "Nosotros tenemos una gran razón para volver: ¡ustedes!" y se te puso la piel de gallina. Y antes de empezar el siguiente tema Ezequiel tironeo de tu mano para que abandonen el costado y se adentren con la multitud. "Sólo este tema" pediste a tus padres y ni les diste tiempo a responder.

No estaban muy alejados, pero si mucho más centrados que antes. Te mordiste el labio, emocionada.

"Mi alimento son las cenizas de una noche larga" y esa frase de “Un millón de años luz” te tocaba muy adentro. Un mes y medio había pasado desde que vos Guillermo habían decidido terminar y aún te dolía un poco pensar que las cosas entre ustedes habían terminado. Sin embargo, esa noche era todo luz.

Y de repente Ezequiel estaba demasiado cerca y tu sistema nervioso se encontraba casi estático. No sabías si habías olvidado como hablar o qué palabras tenías que utilizar.

La seducción que emanaba el tema no hacía más que contribuir a ese extraño ambiente que se estaba formando entre los dos y no tenías idea como reaccionar. Por primera vez estabas muda y tampoco pudiste pensar mucho más porque Ezequiel sin avisarte chocó sus labios contra los tuyos. Luego de unos segundos sin reacción le correspondiste; por confusión, por inercia.

Y ya no podías decir que la amistad entre el hombre y la mujer existía.

(Fin Flashback)





Exhalaste alterada; hacía mucho que no removías en tu memoria. El pasillo estaba desierto y ya no escuchabas la música. De repente volviste a recordar por qué habías salido en medio de la fiesta: Pedro ¿Dónde estaría?

- Pau… - dijeron a tus espaldas y te volviste para encontrarte con la persona que menos deseabas ver. No podía ser más oportuno – Aproveche que saliste de la fiesta para que podamos hablar – e hizo una media sonrisa intentado que vos lo imitaras, de la misma forma que la hizo en el 2009 cuando te cargó porque aún Racing estaba en zona de promoción (tampoco te reíste en ese momento). Junio del 2009 última vez que se vieron, café de por medio e incomodidad también.

- ¿Otra vez lo mismo Ezequiel? Ya te pedí que no me jodas más – dijiste molesta y él se mantuvo en su lugar testarudo. Te sentías débil y lo odiabas - Lo mínimo que podés hacer es respetarme eso.

- Es que no entendés…

- ¿Qué no entiendo? – lo interrumpiste furiosa y hubieras dado todo por no haberte despegado de Pedro – No hay mucho para entender, me usaste hasta donde quisiste y después te lavaste las manos.

- No fue así, yo me confundí y después me di cuen

- ¿Te confundiste? – e hiciste un esfuerzo enorme por contener las lágrimas de bronca que estaban deseosas por salir – ¿En qué momento? ¿Cuándo estabas conmigo y me decías que me amabas, cuando volviste con Tatiana y me echaste la culpa a mí por haberme metido entre ustedes o cuando le dijiste a todos que yo te había buscado?

- ¡Escuchame un minuto Paula! ¡Callate! – te gritó con violencia a centímetros de tu cara y te apartaste un par de pasos hacia atrás en silencio – Yo… ya te explique. Se malinterpretaron las cosas. Tatiana entendió lo que quiso y se la agarró con vos porque era más fácil – revoleaste los ojos, cómo si él no hubiera tenido nada que ver – y los del pueblo… es gente chusma Paula.

- Eso ya me lo dijiste mil veces y estoy cansada de escuchar lo mismo. Nunca te hacés cargo de nada – contestaste con cansancio y notabas como su pecho subía y bajaba demasiado rápido. Estaba agitado o pretendía estarlo; quizás, otro número de su acting – ¿Y cuando nos juntamos hace tres años? ¿Qué dijiste que yo te había insistido para vernos? ¿Cómo vas a justificar eso?

- Pau, era muy pendejo… dije cualquiera porque estaba enojado – y enarcaste las cejas, indignada ¿él, enojado? Sin embargo, era lo más sincero que le habías oído escuchar en años – Vos no querías verme más y me dolía.

- Seguís siendo muy pendejo… y ya no tenemos 19 años.

- No quiero que estemos así… vos eras mi mejor amiga antes que cualquier cosa. Yo te sigo queriendo – dijo con dolor y te contuviste de revolear los ojos. Ni sabías que se proponía realmente, pero no te interesaba. Vos lo habías sacado de tu vida hacía tiempo y no tenías planeado volver a incorporarlo.


Pedir perdón era demasiado fácil.

- Yo te di una segunda oportunidad y la desperdiciaste… - y su refutación murió en su boca, quedando boquiabierto sin saber que decir. Lo ignoraste y seguiste - De buena me tomaste de boluda como varios acá. Pero me harté.

- Pau, sólo quiero que estemos bien… que estemos como antes – dijo con cansancio sin tener más argumentos ya. Tragaste con dificultad, de lo cerrada que tenías la garganta.

- Nunca vamos a estar como antes…– sentenciaste con claridad y rudeza y esperaste que de una vez comprenda el mensaje - Pero voy a intentar poner buena onda y ser cordial si nos vamos a estar viendo las caras más seguido… - y él entendió que te referías exclusivamente a reuniones familiares. Después de la charla que habías tenido con tu papá temprano ese día y donde las cosas habían quedado medianamente bien, no querías volver a pelear o alejarte de él. Menos por culpa de ese boludo.

Y no supiste si te dijo algo más porque vos ya transitabas por el pasillo buscando la salida al jardín. Ezequiel no te siguió y lo agradeciste.

Ya más lejos dejaste que las lágrimas recorran tu cara y te limpien de tantos sentimientos de angustia, bronca y decepción. Secaste tus facciones con tu mano izquierda y esperaste a que se borre la evidencia de que habías estado llorando (tenías a favor que la iluminación no era muy buena). Te sentías liviana, liberada.

Quizás, Ezequiel tenía razón, necesitaban hablar. Y fundamentalmente vos necesitabas decirle muchas cosas en la cara que tenías enterradas por una cuestión de autodefensa, de cobardía o de… no sé. Pero lo habías hecho finalmente y eso te hacía sentir bien, a pesar de que tu versión de la historia tuviera poca credibilidad.

De repente, ahí lo viste. Sentado en un banco, fumando, pensativo. Y te sentiste en casa.

Caminaste lo más rápido que te fue posible y te sentaste con una sonrisa a su lado. Él notó tu presencia, pero se limitó a exhalar el humo del cigarrillo en dirección a las estrellas.

-Tenemos que hablar – soltó antes de que pudieras decir nada y suspiraste. Continuó con la vista en el frente mientras apagó el cigarro e intentaste leerlo con la mirada. Y por primera vez, no entendiste nada.

Y eso te hacía presentir que sea lo que quisiera decirte, no era algo bueno.







Antes que nada, para la gente que le gusta Soda o se acuerda de las fechas (¿?) la última gira fue en el 2007, pero por conflicto de fechas de la historia me tome la libertad de modificarla.

Segundo, gracias sistoooooooo por interiorizarme acerca de las fiestas de compromiso, sin vos... nada. Jaja.

Y a Lau, aunque no me hayas traído al surfer, porque me ayudaste bastante hoy. Te quiero mucho mucho (L)

Y a ustedes gracias... totales.

domingo, 29 de enero de 2012

Capítulo 38.

Eran las 8.30 de la noche. El salón estaba casi abarrotado y sentías la mirada de los curiosos clavada sobre tu espalda, punzante… tenaz.

Miraste a tú alrededor mientras arreglabas tu corbata y clasificaste el grupo humano que se encontraba allí en tres grupos diferentes: los que bailaban al compás de la música, los que se actualizaban de la última “noticia” y los que para no hablar, comían los snacks que ofrecían los mozos al pasar. Vos no entrabas en ninguno de los mencionados; no estabas bailando, no estabas chusmeando y lo único que habías ingerido en toda la noche, era Branca.

Eras el no conocido, el bicho raro, la novedad. Sabías que era normal, teniendo en cuenta que Lobos no era un lugar muy grande y todos se conocían con todos. Típico de pueblo y típico de localidad pequeña.

Carraspeaste y volviste a hundirte en la conversación con Gonzalo.

No eras gran fan de los eventos de este tipo; bah apenas eras simpatizante. Jamás te gustaron las cosas demasiado formales y esta fiesta era una desesperada materialización de hacer gala del status social; quién llevaba el mejor vestido, quién tenía las mejores anécdotas.

Agitaste el fernet con cola que llevabas en la mano. El hermano de Paula te caía extremadamente bien y la buena onda que había entre ustedes era palpable. Las risas en la charla eran fundamentales y era peculiar como tan pronto habías entrado en confianza.

Desde la otra punta, podías observar como Paula se encontraba con una prima cuarentona de la familia que te habían presentado hacía quince minutos atrás y su hermana, Delfina. De reojo intentaba observarte de vez en cuando sin que te dieras cuenta.

Sonreíste nuevamente. Percibías que poco había quedado de la “Paula Zen” de anoche aunque ella fingiera tranquilidad y comodidad. Le regalaste una media sonrisa a la distancia.

Habías notado como cada tanto varios de los invitados se daban vuelta a mirarla expectantes, como si esperaran que algo interesante sucediera a continuación. O como si ella fuera el último objeto de exhibición.

Te preguntaste si se daría cuenta de tal detalle; digamos que ni siquiera se molestaban en ocultarlo e incluso vos que no estabas en su lugar, te sentías incómodo con esas miradas avasallantes que le propinaban. De pronto sentiste el deseo imperioso de acercarte a esos extraños que no tenían nada mejor que hacer y pedirles que se ocupen de sus propios asuntos; no querías que nadie arruine ese día tan importante para ella.

Bebiste un sorbo; le faltaba hielo.

Viste a Miguel Chaves en su traje azul de etiqueta acercarse a Gonzalo y a vos, de la mano de su prometida (quién antes de llegar se despidió de él con un beso al ser llamada por otra mujer de su misma edad). Era un hombre que no aparentaba sus cincuenta, ni física ni mentalmente hablando; alguien fresco, de esas personas que viven el presente al máximo. La mujer claramente era mucho más joven y poseedora de unos profundos ojos verde esmeralda; adivinabas que Miguel le llevaba aproximadamente unos 20 años.

Antes de entrar al salón Colonial (y jamás habías estado en un salón de fiestas tan particularmente diseñado y decorado) y que comiencen los festejos, la temida introducción que controló tu estado de ánimo las últimas horas tuvo lugar. No duro más de unos minutos y para tu sorpresa, transcurrió con la normalidad frecuente que tienen las presentaciones: dos conocidos que estrechan sus manos para saludarse luego de una breve reseña acerca de quién era quién y de poner una sonrisa cordial para expresar el gusto de haberse conocido (o fingirlo). Pero este no era el caso de lo último dicho; el padre de Paula te había parecido simpático y agradable.

De Claudia no podías decir lo mismo; aunque no te había caído mal, todo en ella te parecía exagerado. Una necesidad latente de gustarle a los demás que hacía pensar si de verdad estaba tan de acuerdo con todo lo que decía el resto. Demasiadas apariencias.

- Peter, ¿todo bien? – preguntó con sincero interés Miguel, haciendo uso del apodo que te había puesto Paula. Asentiste brevemente mientras Gonzalo palmeaba tu hombro, al ver que sonreías algo tímido.

- Sí Miguel, la verdad que todo muy lindo – dijiste y fue él quien sonrió ahora. Apoyo su mano en tu hombro izquierdo, acercándose y encontraste la proximidad placentera.

- Che viejo, Claudia invitó a pocas personas eh – acotó Gonzalo, filosamente irónico. Por la cantidad que habían, supusiste que eran pocos los que no había concurrido. Miguel revoleó los ojos.

- Me había dicho que venían 150, máximo… - explicó al acercarse un poco más para bajar el volumen de su voz – La verdad, me es indiferente la cantidad hijo. Estoy haciendo el festejo por ella, porque para Clau es importante…

Y te preguntaste si ceder ante este tipo de cosas en la pareja sería considerado un acto de amor. Definitivamente.

- Si vos estás contento… – dijo Gonza con una mueca a modo de consuelo. Dedujiste que tampoco él estaba muy conforme con esa unión.

La música de repente cambió de género y el disco de los ochenta comenzó a inundar la pista. La gente comenzó a alegrarse al recordar temas que creía haber olvidado y charlaba aún con más entusiasmo. Tomaste otro sorbo.

- Me hace muy feliz – aseguró Miguel, borrando cualquier duda. Gonzalo asintió, mostrando su apoyo, un tanto avergonzado del comentario emitido previamente y tu ¿suegro? cambió de tema con agilidad – Alguien que está muy feliz es Paula… y eso me parece que tiene que ver con vos – hizo una pausa mientras te miraba - Gracias Peter.

Y la sonrisa más idiota se dibujo en tu rostro y fuiste incapaz de evitarla. No había nada que quisieras más que Paula fuera feliz y ser feliz con ella.

- Nada que agradecer – dijiste seriamente – Pau me hace muy feliz a mí también – y la viste observar con curiosidad la situación desde la lejanía. Reíste internamente, de lo chistosa que se veía.

- Es que para Pau estar acá es muy difícil – explicó (y permaneciste en silencio, dado que parecía querer decir algo más) – Y no lo digo solo por mí... que Ezequiel no viniera hoy era imposible - ¿Ezequiel? – Y sin embargo hoy Pochi está acá. Por eso quiero agradecerte.

Tu mente intentó buscar el capítulo que te habías perdido pero eras incapaz de encontrarlo. No tenías la menor idea de quién era Ezequiel y mucho menos se lo habías oído nombrar a Paula. Rápidamente te diste cuenta que ese nombre no era irrelevante; Gonzalo, intentando ser disimulado, codeó a su padre, quién pareció haberse dado cuenta de su error incluso antes del golpe. Tarde.

- Oh pepe… - te susurraron al oído y reconocerías ese perfume a metros de distancia – Hola pa… los vi charlar muy entretenidos y me vine… la prima Luisa me tenía harta – explicó la rubia con una sonrisa y te tomó de la mano. La apretaste únicamente por inercia; aún en tu mente retumbaban las palabras de Miguel.

- La prima Luisa harta a cualquiera – bromeó Gonzalo, causando risas entre los presentes – No sé como te escapaste de ahí Pochi…

- Yo tampoco – rió cómplice Paula – Tenías razón, te queda pin ta do el traje mi amor – confirmó acariciando la solapa negra de tu traje. Vos le sonreíste, olvidando por unos segundos aquella duda que inocentemente te habían sembrado pero que te carcomía a niveles impensados.

- Qué poca objetiva que sos Paula – dijo Gonza, cargándola, y vos lo empujaste amistosamente – Mirá estas dos fachas – y se señaló a sí mismo y a su padre.

- Ustedes son mis dos hombres, no hace falta ni decir lo buen mozos que están… Pero Pedro es Pedro – te rascaste la sien con una media sonrisa y no pudiste evitar que te pareciera extraña la efusividad y el amor con el Paula se dirigía hacia su padre.

- ¿Me parece que no hace falta agregar nada más no? – añadió Miguel y carcajearon entre los cuatro. Paula mordió su labio inferior y luego se despidió de su padre y su hermano, que entendieron que necesitaban compartir un momento a solas.

Te hundiste en sus brillosos ojos verdes, buscando respuestas que no encontraste. Decidiste dejar de buscar por algo que probablemente no encontrarías; lo mejor era dejar para después tus interrogantes y confiar en que sea lo que fuese, Paula te lo contaría en el momento que considerara necesario.

Le diste un beso en el cachete, intentando recobrar la compostura y la hallaste en el momento que rodeó tu espalda con sus brazos.

Luego de dejar el vaso de fernet sobre la mesa más cercana, prácticamente te empujo hacia donde se encontraba el verdadero movimiento de la fiesta, obligándote a que imites a los demás y comiences a bailar al ritmo de "Never can say goodbye".

Rieron, mil veces, de vos y tu interpretación del paso de Axel Rose que parecía encajar con cualquier melodía, de ella y su chuequera (y de la tuya también), de los extraños movimientos de la pareja de al lado, del hombre a tu izquierda que bailaba solo con un canapé en la mano.

No podías dejar de perderte en el brillo de su mirada. Y te olvidaste de las dudas.

Un tiempo después (y no supiste cuánto) entrelazaste tus manos con las de ella y dirigiste el conjunto en dirección a tu espalda, obligándola a acercarse. Le diste un beso cargado de ternura entre sonrisas, antes de excusarte para dirigirte al baño.

No te costó demasiado localizarlo y una vez fuera comenzaste a buscar a Paula con la mirada (cosa que se te hacía muy difícil por las luces y el movimiento constante de la gente). No había permanecido en donde se despidieron y si estaba cerca tuyo, no la veías.

Optaste por tomar el vaso de cerveza que te ofrecía el mozo a la izquierda, para hacer más amena la búsqueda. Te posicionaste en una esquina y preferiste quedarte quieto, deduciendo que así sería más fácil encontrarse.

De repente, unas agudas voces que provenían de un grupo de chicas que oscilaban entre los 25 y 30 años llamaron poderosamente tu atención. Parecían no haberse percatado en lo más mínimo de tu presencia; eras como invisible.

- No puedo creer como le da la cara para venir acá – escupió la más baja de todas, con una furia contenida – como si nada hubiera pasado.

- Y bueno Tati, es el compromiso del padre – y tenían que estar hablando de Paula. No te gustaba escuchar conversaciones ajenas, pero tu instinto no te dejaba alejarte.

- Qué tiene que ver Catalina, nadie la quiere en Lobos y lo sabe – musitó sin molestarse en bajar la voz y “Catalina” calló – Y con el padre se lleva pésimo… debe haber venido por otra cosa.

- ¿Vos decís… que viene para histeriquear a Ezequiel?

Frunciste el ceño con disgusto y exhalaste. Te quedaste lo más inmóvil posible, con sentimientos encontrados y un deseo de no perderte palabra de la conversación.

Y no te gustaba lo que estabas escuchando, pero necesitabas oírlo.

viernes, 27 de enero de 2012

Capítulo 37.

Una melodía que creías conocer pero no podías identificar inundaba tus oídos. Diferentes timbres e intensidades que te aturdían (por el estado de somnoliencia en el que estabas) y no pudiste contener un “la puta madre” por la molestia que te producía la música pero más aún por haberte despertado tan bruscamente.

Reconociste el maldito aparato del que provenía el sonido como el celular de Paula, quien dormía plácidamente a tu lado y sólo se había acomodado sobre si misma tapándose las orejas, para silenciar el ruido, aún dormida.

Sonreíste al verla, completamente despierto (o casi), cuando el BlackBerry sonó nuevamente. Te refregaste los ojos y te incorporaste para buscar el teléfono por tu cuenta, dado que ella no parecía tener intenciones de moverse.

- Apagalo – murmuró semi dormida y encontraste la escena entre tierna y graciosa. Esa combinación era de las que más te gustaba ver en Paula.

Tomaste el aparato de la mesita de luz más cercana y te fijaste quién era el/la culpable de interrumpir el sueño de ambos.

Delfina.

- Es tu hermana amor...

- Ponelo en silencio gordo, le contestó después – decidió y vos hiciste una mueca al leer la hora que marcaba el reloj del celular. Paula te miró extrañada desde la cama - ¿Qué?

- Son las 4 de la tarde Pau –y tus palabras le cayeron como un baldazo de agua fría. Se levantó prácticamente de un salto olvidando el sueño, la comodidad de la almohada y las ganas de dormir un poco más.

- La fiesta es a las 7 Pedro, no me maquille ni me prepare, ni me bañe, ni - y no parecio encontrar otro verbo para seguir dimensionando la importancia de la situación pero era innecesario para que captes el mensaje. Te preguntaste si podrías haber sido más sutil pero supusiste que al fin y al cabo, la reacción hubiera sido la misma. Paula comenzó a moverse por toda la habitación como una exhalación; vos optaste por sentarte al borde de la cama, algo confundido sobre lo que deberías hacer a continuación - ¿Te vas a quedar ahí? - preguntó casi incrédula.


- ¿Te bañas vos primero? - dijiste al reaccionar e intentando tomar la iniciativa a la hora de proponer algo. Ella asintió para sí misma mientras pensaba como se organizaría después.

- Sí - y se detuvo por unos segundos - ¿y que vas a hacer vos? - y esa era una buena pregunta. La observaste desde tu cómodo asiento en el acolchado rojo - Me pone nerviosa que estes tan tranquilo Pedro.


- Es que si propongo ayudarte gorda, va a ser peor - explicaste y ella rió, totalmente de acuerdo con tu reflexión. A esta altura la conocías bastante y sabías que intentar ayudarla sería aún peor que no hacer nada - ¿La Paula “zen” de anoche dónde quedo?

- En cualquier lugar menos acá cuando la necesito - respondió nerviosa mientras se mordía el labio y la tomaste de la mano para acercarla hacia donde estabas. Ella suspiró, algo frustrada porque esa situación, era una de aquellas que no podría controlar.

- Perdoname, fue idea mia quedarnos hasta tarde anoche - dijiste apenado y ella frunció el ceño. Se sentó sobre tus piernas sin sacarte sus ojos verdes de encima y vos le sostuviste la mirada.

- A mi no me obligó nadie eh... – te contradijo con seriedad y vos hiciste una mueca. Ella acarició tu pómulo izquierdo lentamente - Fue culpa mía que de colgada no active la alarma – y sonreíste de costado. Paula besó tu nariz - Lo de anoche fue inolvidable.


- Vos sos inolvidable... – retrucaste como si fuera la verdad universal más obvia. Y no era ninguna mentira… jamás pudiste olvidarte de ella y tenías la certeza de que tampoco podrías.

La besaste con una ternura inigualable, intentando tranquilizarla y poder eliminar la tensión y los nervios que le causaba haber salido de lo planeado y atrasarse en lo que ella entendía como un orden inmutable. Sentiste como su pulso se normalizaba y aún después finalizado el beso, continuaste acariciando su espalda con dulzura.

Y otra vez el teléfono interrumpiendo.

- Delfi, gorda, perdoname que no te atendí antes. Estaba dormida – explicó Paula una vez que atendió el celular y vos te levantaste de la cama, quién sabe para qué. Decidiste preparar el traje, la camisa y demás prendas que debías utilizar para el evento.

Refregaste tus ojos una vez más. Al final, no estabas despierto nada.

- Es que…las estrellas siempre son un buen plan - sintetizó la rubia mientras te guiñaba un ojo y su hermana largaba un "ah, bueno… afloja con las hierbas Pau". Ella carcajeó y vos te contagiaste de su risa mientras tu mente te trasladaba a los hechos sucedidos la noche anterior.




(Flashback)

La cantidad de estrellas que decoraban el cielo, de un azul oscuro que se confundía fácilmente con el negro, era impresionante. Centelleaban con una luz casi desconocida para vos; cuando te sentabas a mirar las estrellas en el firmamento neoyorkino el brillo de las mismas era imperceptible o más bien, pasaba desapercibido entre todas las luces de la ciudad misma.

En José Mármol, recordabas de chico sentarte con tu hermana Luciana alguna que otra noche a mirarlas, en silencio, acostados en el borde de la pileta. Pero no creías recordar, que brillen con tanta belleza y claridad.

Y allí estaban los dos, Paula recostada sobre tu pecho respirando con una tranquilidad impropia de ella (y que te causaba una extrema curiosidad) mientras recorría una y otra vez tu torso con sus dedos. Tirados en el pasto, inconscientes de la hora.

- ¿Qué estás pensando? – preguntaste intrigado mientras acariciabas su pelo con delicadeza. Ella se tomó unos segundos para contestar.

- ¿Me creés si te digo que en nada? – y la oíste suspirar. La nada, la mente en blanco, desconectarte. Claro que sabías a que se refería y te encantaría poder lograrlo ahora – Estoy como… “zen”

- ¿Zen? – repetiste divertido. Adivinaste que estaba mordiendo su labio y ella levantó su cabeza para poder mirarte.

- No te rías – y la miraste intentando contener la risa mientras la rubia te devolvía una mirada desafiante, clavándote sus ojos verdes. Se relajó para continuar – Estoy como tranquila… despreocupada.

- Estás zen – volviste a decir como afirmando lo dicho y Paula revoleó los ojos, simulando irritación. Sonreíste pícaramente y en compensación a tus burlas (y esa era la excusa para visitar nuevamente su cuello aunque no la necesitaras) depositaste una fila de besos que iba desde el hombro hacia arriba.

- Vos me ponés así, hacete cargo – finalizó con una sonrisa dedicada a vos.

- ¿En serio no estás nerviosa? – inquiriste dubitativo. Habías esperado que la respuesta fuera otra.

- No… pero vos si estás nervioso – y te preguntaste en qué habías fallado para que te descubra tan fácilmente. Hiciste una mueca.

Se habían invertido los papeles.

Rascaste tu sien mientras mantenías los ojos cerrados y cuando los abriste te encontraste con ella inspeccionándote en silencio.

- Sí, estoy un poco nervioso… - y ella te miró sin entender por lo que proseguiste – Voy a conocer a tu familia – y era irónico cómo hubieras jurado que la situación se daría al revés. Si antes no habías confesado como te sentías, era porque no querías que ella se sintiera contagiada. Exhalaste.

- Pero amor, a Gonza ya lo conocés – reflexionó y era cierto que con su hermano ya te habías cruzado varias veces. La fiesta en la casa de Zaira, la primera –y Delfi es Delfi – añadió con una sonrisa.

- ¿Y tu papá? – preguntaste, llegando al punto que más te preocupaba abordar, y Paula frunció el ceño.

- ¿Mi papá qué? – y vos revoleaste los ojos; te molestaba que se hiciera la tonta. Ella arqueó las cejas – Mi papá es el que tiene que esforzarse para que te caiga bien, no al revés.

- Pau – dijiste y ella desvió la mirada, adivinando a dónde querías llegar – No es así.

- Sí es así… - y podía ser más cabeza dura que vos- además lo que piense da igual, no me interesa. No esta en posición de nada.

- Yo sé que eso no es cierto... - y ella desvió la mirada - Para vos tu familia es muy importante... Y tu papá también, si no no estaríamos acá - frunció los labios y volvió a mirarte - Por eso quiero estar a la altura y dar una buena impresión.

- ¿Y a quién no podés caerle bien? Si sos la persona más buena, educada y simpática que existe - y fuiste vos quién enarcó las cejas ahora- Y no lo digo nada más porque te amo mucho eh, puedo ser objetiva.

- No me cambies de tema…

- Está bien, tenés razón. Pero estoy tranquila porque se que es imposible que le puedas caer mal a alguien Pedro - suspiraste y Paula acarició tu mejilla - Además sos la persona que me hace más feliz... Solo basta eso para que los conquistes.

- Gracias - murmuraste mientras una tímida sonrisa se asomaba en tus labios. Aquella declaración era exactamente lo que necesitabas para quedar en blanco - y no sos objetiva... Por eso te amo mucho - y darse un beso bajo las estrellas, sí que era épico.


(Fin flashback)

jueves, 26 de enero de 2012

Capítulo 36.

- Aca tienen, habitación 107- anunció la señora amablemente y extendió su brazo para entregarte la llave del cuarto que compartirías con Pedro. Sonreíste cordial, y las tomaste con rapidez.

El check in había sido corto y conciso, encajando a la perfección con lo que necesitabas para no aumentar el nerviosismo que te causaba estar ahí. Él se mantuvo a tu lado impasible, con esa tranquilidad que lo caracterizaba.

Peter te tomó de la mano para seguir las instrucciones que les dio en poco minutos y de manera muy gestual "Luisa", una vez que terminaron con la burocracia necesaria, y caminaron por el largo pasillo, decorado al estilo colonial y con ventanales (haciendo honor a la historia y características de la estancia) que ayudaban a quienes lo transitaran a sentirse en otra época.

Agarraste con la que te quedo libre la pequeña valija que habías traído a pesar de las cargadas de Peter, que no entendía que sentido tenía llevar una maleta por tres días que iban a quedarse.

Hombres.

Habías propuesto llegar un día antes a La Candelaria; el compromiso no se realizaba hasta el día siguiente por la noche, pero ya que ibas a hacer el esfuerzo físico y mental de viajar hasta ahí querías disfrutar al máximo e intentar hacer amena la estadía.

No iba a ser tan difícil si contabas con Pedro a tu lado.

La Candelaria era el lugar soñado por cualquiera: ofrecía opciones que se adaptaban al más variado gusto y ocasión. Considerado por el pueblo el lugar codiciado para realizar casamientos u otros eventos de parecida índole, era signo de status social y otorgaba el glamour deseado por el festejante.

Recordabas a eso de tus diecisiete pasear con la bicicleta por los terrenos e incluso llegar hasta la puerta de entrada; la sensación mágica que producía el solo estar ahí se mantenía intacta. A veces te ibas sola hasta allí, para empapar tu mente con sueños idílicos o simplemente para escaparte del ahogo que había en tu hogar cuando tus papas discutían.

La idea de participar en la promesa de la unión entre Claudia y tu papá era absolutamente indeseable. De tan solo imaginar estar en un mismo salón abarrotado de gente que no veías hace años y que pensabas que no volverías a ver jamás te producía vértigo.

Tu padre, Claudia, Ezequiel, los vecinos de al lado, la cuarentona chusma y soltera que vivía a tres cuadras de tu casa en la avenida, tus ex compañeras y amigas del secundario, ese amigo de tu viejo que se creía gracioso pero que tenía un humor inexistente, entre demás personas y no te alcanzaban las manos para contar.

Suspiraste en un intento de camuflar esa sensación que corría por tu cuerpo pero no tuviste que hacer un esfuerzo demasiado grande; al minuto que viste a Pedro a los ojos te olvidaste de todo. Como siempre.

Pensabas que ibas a desbordar de nervios cuando llegue el día; que te temblarían las manos, que autodelatarías tu incomodidad. Es más, consideraste todas las posibles situaciones que podrían desarrollarse en tu cabeza (inútilmente, ya que la vida es tan inesperada como compleja) y tus modos de reacción, mientras te encontrabas tirada en el sommier de tu cuarto. Pero ahora estabas ahí y todos tus miedos y preocupaciones de pronto parecían tan… lejanas.

Subiste los peldaños de la escalera con un andar cansino; odiabas las escaleras. Contaste 15 escalones hasta que Peter te distrajo con un beso en el cuello que te hizo perder la cuenta y te dio esa dosis de energía que necesitabas.

- ¿Necesitas descansar un poco? – te dijo cargándote y te mordiste el labio mientras lo empujabas, una vez en el primer piso. Apoyaste la valija en el suelo con delicadeza y te detuviste; Pedro se paró a tu lado, aguardando tu respuesta.

- Nada que ver, estoy como para jugar un picadito, amigo – lanzaste canchera con una media sonrisa mientras Peter meneaba la cabeza riendo.

- ¿Me estás desafiando Chaves? Mirá que soy el mejor nueve – y se acercó dos pasos despeinando su cabello. No te moviste.

- Puede ser… - susurraste haciéndote la distraída mientras mordías tu labio casi sensualmente; te encantaba ese histeriqueo peligroso. Levantaste la vista y lo encontraste mirándote atentamente – Me encantan los desafíos.

Si él apuesta, vos lo haces el doble.

- Entonces te desafío un picadito en la habitación… - propuso pícaro y vos abriste los ojos lo más que pudiste. Él reprodujo en sus labios esa media sonrisa tan descarada como seductora y te ganó por goleada (y el vocabulario futbolístico encajaba a la perfección aunque de lo menos que hablaran fuera de fútbol).

- ¡Pedro! – exclamaste.

- ¡Paula! – dijo gesticulando demasiado tu nombre. Reíste y dejaste que te abrace suavemente.

- Ni conozco la habitación todavía – acotaste y volviste a tomar la valija con tu mano derecha mientras Pedro, te aprisionaba por la cintura por la izquierda, lado que te quedaba libre – No sé en qué condiciones está la cancha – bromeaste y él carcajeó fuertemente, mientras te guiaba a la 107.

No recordabas haberte desconectado tanto desde, bueno, mucho tiempo. Ésta apacible tranquilidad te producía sentimientos encontrados… ¿qué tan buena era la calma? ¿Podría evitarse el huracán?

Y esta vez, tu intuición se encontraba en stand by.

Le dedicaste a Pedro una sonrisa desde el extremo opuesto, en la pileta. Ya era la una de la madrugada y las horas desde su llegada habían pasado demasiado rápido. Un auténtico día en el campo, como los que solías disfrutar cuando vivías en el pueblo.

Te sumergiste unos segundos, dejando que el agua moje por completo tu cuerpo.

La habitación que les había dejado en reserva Miguel, tu papá, era un homenaje al buen gusto y probablemente un intento a demostrarte que las cosas entre ustedes, podían estar mejor. No estabas absolutamente tentada por la idea, pero te habías prometido a vos misma, darles una oportunidad; a vos, a él, al padre y la hija.

Escurriste tu pelo una vez fuera, para detener la cascada de gotas que se producía y no alcanzaste a pensar en hacer nada que Pedro, quien sigilosamente había buceado hasta tu posición del otro lado, te atrapó entre sus manos.

- ¡Boludo me asustaste! – te quejaste mordiéndote el labio aún recomponiéndote del susto sufrido segundos atrás. Pedro mantuvo esa risita odiosa.

- Estabas muy colgada, no pude resistirme – se justificó y sentiste su tibio aliento chocar contra tu piel de lo tanto que se había acercado. Te robó un beso en el cuello.

Absolutamente perdonado.

- Qué lindo estar así con vos – y peinaste su pelo mojado manteniendo una sonrisa imborrable.

- Gracias a vos por hacerlo posible – te dijo y besaste con devoción su mejilla – Es hermoso este lugar… qué inteligente mi novia en venir un día antes.

- ¿Qué dijiste? – preguntaste haciéndote la tonta como si no hubieras escuchado. Pedro bajó la cabeza, avergonzado, y pensaste que nada te hacía más feliz que escuchar que esas dos palabras salieran de su boca y que hicieran referencia a vos.

- Dije, que qué inteligente, mi amor, en venir antes – y sabías perfectamente que no había sido ese el término que había utilizado. Pero también sabías que se le había escapado y que se había inhibido por tu pregunta. Daba igual que lo repita, porque por el simple hecho de que se haya resbalado de su boca significaba que el quería que así lo fuera. Y vos también.

- Ahh – contestaste recorriendo su rostro y decidiste cambiar de tema para que no se sienta presionado – ¿Sabés que hace falta acá? Un fernet bien frío.

- ¿Un fernet? ¿Chaves pidiendo un fernet? – te cargó sonriente y mordiste tu labio inferior – Igual tenés razón, tomar uno al borde de la pileta sería ideal… La noche está hermosa.

- No la quieras arreglar ahora… - lo retaste entre sonrisas y Pedro se rascó la sien – Chaves con fernet es tu combinación soñada – le aseguraste con obviedad como si se estuviera perdiendo la oportunidad de su vida y el carcajeó para luego marcar tu cuello con sus labios.

- Mi chica soñada.

- Bla bla… Sos muy malo Pedro Alfonso – y clavaste tus ojos verdes en los marrones de Pedro, intentando alcanzar seriedad, mientras dejabas tus brazos a los costados de tu cuerpo – Estoy enojada ahora.

Él inspeccionó tus facciones, completamente consciente de que tus palabras y tu enojo fingido eran totalmente falsos. Suspiró sin desviar la mirada un segundo.

- Y vos sos muy mala mintiendo - dijo y no alcanzaste a hacer una ofendida que ya se encontraba recorriendo tus labios. Con pasión, se besaban sin pausas y te hizo chocar contra el borde de la pileta con una delicadeza exacta. Te apoyaste lo que te era posible en la pared mientras dibujabas besos en su cuello.

- Nunca hice el amor en una pileta – confesaste entre susurros a Pedro en el oído y él recorrió tu columna vertical con las yemas de sus dedos aún con más dulzura.

Las caricias comenzabas a ser insuficientes y cada contacto aumentaba la ansiedad. Sentiste que no había retorno y tu sentido común te obligó a detenerte, al exponer dudas y miedos lógicos.

- Amor, ¿y si viene alguien? – preguntaste pudorosa y te sentiste una idiota preguntando algo tan obvio. En realidad, eran pocas las personas que se estaban hospedando en la estancia en el momento y la mayoría de ellas se encontraba en otro sector; y todos los invitados al compromiso que vivían fuera de Lobos llegaban pasado el mediodía. Pero, ¿gente de mantenimiento? ¿de seguridad?

Tu cabeza comenzaba a maquinar a mil por hora y rogabas porque alguien te parara en ese mismo instante. Pedro acarició tu mejilla con el amor suficiente para que todo lo que te aquejaba se suavice. Como si supiera exactamente que te sucedía.

Suspiraste.

- Quedate tranquila gorda no va a venir nadie – te aseguró mirándote a los ojos y te preguntaste si era posible no creerle – Pero si te sentís incómoda, no importa – y encerró tu cara entre sus manos – a mi no me falta estar con vos para que esta noche sea perfecta.

- Vos sos perfecto, te amo – le dijiste casi sin pensar y te acercaste a su oído completamente convencida – y sí quiero estar con vos ahora.

- Te amo – susurró en tu oído y nuevamente lo sentiste recorrer tu piel, ahora sin ningún obstáculo que te impida disfrutar de ese momento al cien por ciento. Nunca te habías sentido tan amada como en ese momento.

Le diste un beso pegado a la comisura de su boca y el acarició tu mejilla, conduciendo una previa que no querías que terminara jamás. Chocó su frente con la tuya, como si la necesidad de tus labios fuera urgente. Impactó finalmente contra los mismos, con todo el amor que le era posible transmitir. Mientras, fue bajando su mano de tu cuello para poder llegar a la atadura del corpiño de tu maya, desanudándola con delicadeza.

Hundiste tus manos en su nuca, provocando que una ola de escalofríos invada su interior. Sus respiraciones ya eran casi jadeos erráticos y llegaste a la conclusión de que nada te importaba en ese momento más que él y vos.

Y si eras la persona más egoísta del mundo, te encantaba serlo.







Bueno, pensé sinceramente que iba a ser una porquería y quede bastante contenta con el resultado ¡Es para vos Agos! Te quiero mucho mucho, gracias por estar del otro lado ♥

martes, 24 de enero de 2012

Capítulo 35.

Hacer un comentario gracioso y obtener múltiples risas como consecuencia. Al segundo, un remate acertado, equilibrando el humor con la precisión por parte de tu compañera que tiene el control del volante. Y reír de nuevo, a carcajadas.

Ella mantenía su mirada concentrada en la ruta, pero de vez en cuando te regalaba una de esas miradas por las que si no estuvieras dentro de un auto, a mitad de camino a Lobos, hubieras hecho parar el vehículo. Rascaste tu sien; Paula sabía de sus provocaciones y el efecto que tenían sobre vos. Y le encantaba y a vos también, porque si no no seguirías con su juego.

Sonrió descaradamente, como si adivinara lo que se estaba cruzando por tu mente. La imitaste.

El cielo era de un azul intenso y las débiles nubes apenas se hacían notar. Buscaste los cds que habías colocado en la guantera (que hacían diez en total: un par que habías traído vos y algunos que ya estaban en el auto de Paula) y comenzaste a examinarlos uno por uno, decidiendo cual pondrías a continuación. Soda Stereo (y ella pidió por este), Oasis, Los piojos, Los decadentes y un compilado de temas del año que te fuiste de viaje de Egresados a Bariloche, entre otros.

Los recuerdos comenzaron a caer, rápidamente sobre tu memoria y te impregnaste de un olor a alcohol, chocolate y hamburguesas de la quinta comida. Hernán escapándose de la insoportable de Martina, las caídas en la nieve, los planteos ilógicos de tu ex novia en ese momento, los vasos de agua que te tiraban para que te levantes, que te dolieran los pies de tanto bailar. Tus enojos exagerados, tu malhumor de las mañanas, las risas, el Fernet que no era Branca.

Paula te miró con curiosidad por unos segundos y vos le mostraste el Cd dándole a entender que había sido el elegido. Le diste un tierno beso en la mejilla pero sin dejar de ser un poco provocativo (se lo merecía) y te alejaste para introducir el disco en el lugar correspondiente.

La música comenzó a invadir el ambiente y sonreíste al reconocer la primera pista.

- Ah, te pego el viejazo - comentó Pau divertida y vos enarcaste una ceja. Un cartel al costado del camino: faltaban 20 kilómetros para llegar.

- Es un rewind a la adolescencia, a mi viaje de egresados - explicaste con emoción aunque sabías que no lo necesitabas. Como si ella no se ubicara en tiempo y espacio y como si no hubiera bailado estos temas. Que tupé.

- A la infancia diría yo - te cargó aún con la mirada fija en la ruta delante y vos reíste. Y si no le alcanzaba con las miraditas en el auto, duplicaba la apuesta con sus cargadas.

- No te hagas la canchera Chaves que te llevo cinco años nada más… - y ella carcajeó.

Tamborileaste los dedos sobre tu jean y empezaste a murmurar la letra del tema que estaba sonando: te la sabías casi de memoria y cuando te perdías, inventabas. Paula sonreía ante la situación.

Las canciones comenzaron a pasar y con cada una, el entusiasmo y el volumen de tu voz, entonándolas como si estuvieras arriba del micro rumbo a Bariloche, rompiéndole los tímpanos a tu acompañante. Consciente del daño e irritación en la rubia, fuiste incapaz de parar por lo embaladísimo que estabas e intentaste revertir la situación sonriendo y haciendo gestos graciosos para que se sume a tu canto. Y lo que al principio fue gracioso termino volviéndose insoportable y una mueca disconforme tomo dominio de sus labios por lo que sin molestarse en avisarte le dio stop al cd terminando con esa tortuosa sesión de ¿canto?

Oops.

Ahora reinaba el silencio y la idea de fumarte un cigarrillo en ese preciso instante era tan irrealizable como deseada. Miraste como el paisaje iba cambiando con el correr de los segundos a tu derecha mientras parpadeabas lentamente. Suspiraste y volviste la vista a la ruta, casi desierta; suponías que el recambio de temporada ya se había realizado (estaban a dos de febrero).

Las viviendas comenzaban a tomar forma atravesando la ventanilla y el ambiente dentro del auto parecía inmutable. No podías culpar a Paula; bien sabías que su irritación era absolutamente válida. Despeinaste pensativo tu cabello castaño.

El cartel que anunciaba el ingreso a Lobos robó tu atención. Jamás habías oído hablar de ese lugar hasta que ella te lo mencionó y por lo poco que habías averiguado, sabías que la laguna era el atractivo turístico del lugar. Volviste tu mirada hacia la rubia; su expresión era mucho más serena.

- ¿Recalculando? - dijiste haciendo referencia a la frase más usada por los gps y que creíste correcto aplicar en ese momento. Al fin y al cabo, no sabías en que escala estaba su humor.

- ¡Tarado! - respondió entre risas y sentiste como tu cuerpo se relajaba. Dirigió sus ojos verdes por un momento hacia vos, sin mover las manos de la posición en la que estaban.

- Perdoname gorda por lo de recién… me entusiasme un poco - explicaste con una mueca semi camuflada en un puchero. Ella disminuyó la velocidad.

-¿Un poco? - y carcajeaste - Me encanta como cantas mi amor, pero tan seguido y tan fuerte es como… insoportable.

- Gracias por la sinceridad - contestaste algo irónico y se plasmó una sonrisa en sus labios. Depositó un beso sobre tu hombro a modo de disculpa y volvió la vista a la carretera

- ¿Ya llegamos no?

- Sí, igual tengo que agarrar el empalme para llegar a la Estancia… - murmuró pensativa. No parecía estar muy segura de cómo llegar y vos tampoco te acordabas muy bien como se suponía que era. Habías buscado la dirección de dónde se realizaría la fiesta con el Google Maps la tarde anterior y no te sorprendiste al notar que no conocías ninguna de todas las rutas marcadas. Hiciste una mueca en silencio.

La tranquilidad que había mantenido Paula durante todo el viaje y los días previos al mismo era sorprendente. Conociéndola, esperabas que fuera un manojo de nervios y una bomba de tiempo; es más, te habías preparado mentalmente para sufrir cualquier tipo de descargo hacia vos o hacia quien fuera. Pero había adoptado una postura completamente diferente.

Volver a Lobos y reencontrarse con su papá no era un evento más en su vida. O al menos así te lo había dado entender y te pareció admirable el esfuerzo. Vos no sabías si serías capaz de hacer lo mismo… pero desde que estabas con Paula te sentías capaz de hacer cualquier cosa. Y esas pequeñas cosas te hacían amarla cada vez más.

Mordió su labio inferior mientras acariciaba el volante, pensativa. Estacionó en una calle tranquila, alejada del centro, atrás de un Corsa verde oscuro minutos después. Suspiro.

- ¿Me alcanzas el mapa que esta en la guantera amor? - pidió mientras te señalaba el lugar donde se encontraba. Asentiste y buscaste dentro del compartimento, sin encontrar rastro del papel mientras revolvías lo que se encontraba dentro. Frunciste el ceño.

- No está gorda - y ella resopló casi con impaciencia.

- Y si me revolvés todo así va a ser difícil encontrarlo – Paula y el orden perfecto. Vos y tu particular desorden.

- Perdón – fue lo primero que dijiste con la esperanza de descomprimir la situación e intentaste acomodar las cosas como estaban, siguiendo la imagen previa que había quedado en tu memoria visual. Ella volvió a morderse el labio.

- Tiene que estar, lo puse antes de salir.

- No lo encuentro – finalizaste y veías como se desabrochaba el cinturón de seguridad. La imitaste para tener más comodidad al buscar - ¿Y si usamos el GPS?

- Dale, ¿dónde lo pusiste? – preguntó más animada.

El GPS, en la mesa de roble del living de la casa de Paula, guardado en ese estuche negro que nunca agarraste antes de salir. Rascaste tu sien con el índice.

- Me lo olvide – confesaste casi en murmullos y recostando tu cabeza sobre el asiento. Paula te imitó cerrando los ojos.

Claramente te habías equivocado. Estaba muy susceptible hoy.

- Pedrooooo… ¡te dije que lo agarres! – musitó molesta y vos revoleaste los ojos – fue lo único que te pedí…

- Bueno Pau, perdoname, se me pasó – contestaste intentando mantenerte sereno. En una milésima de segundo se irguió y te clavó los ojos, fulminándote con la mirada. Vos la imitaste.

- Se te pasaron muchas cosas hoy – sintetizó ácidamente. Te acomodaste en tu asiento y miraste hacia otro lado, no ibas a ser partícipe de ese planteo sin fundamentos. Al direccionar la mirada hacia abajo, divisaste a tu costado izquierdo el mapa que había desarrollado el conflicto en primer lugar. Lo recogiste rápidamente y se lo entregaste.

Y suavizó su expresión. Quiso decir algo, pero las palabras no salieron de su boca; era consciente de que había sobredimensionado las cosas un poco pero su molestia no la dejaba hacer otra cosa. Leyó el mapa y prendió el motor para girar a la derecha y meterse en la ruta hasta llegar al kilómetro indicado en la tarjeta de invitación.

Vislumbraste la estancia La Candelaria a lo lejos. La naturaleza comenzaba a contagiarte y te recompuso la paz que habías perdido en esa discusión de minutos atrás. Dejaste que tus pupilas se llenaran del paisaje que se reproducía ante tus ojos y convertiste al silencio en una constante.

Al llegar cerraste los ojos, intentando guardar la belleza que habías visualizado previamente. Su voz hizo que los abrieras de inmediato.

-Llegamos – anuncio con un tono tranquilo, mediador. Asentiste y saliste del auto, deseoso de estirar las piernas. El aire chocó en tus mejillas y sentiste como el sol comenzaba a subir la temperatura de tu cuerpo. La oíste carraspear por detrás y te abrazó tiernamente por la espalda.

- ¿Me perdonás gordo? Exagere un poco – te susurró y sentir su aliento sobre tu cuello te estremeció.

- ¿Un poco? – contestaste, citando una pregunta que elaboró antes. La sentiste sonreír desde tu espalda y vos dibujaste una en tus labios, victorioso.

- Estoy nerviosa con el compromiso y me agarre de eso… - dijo mientras enroscaba su pelo entre sus dedos – Igual vos colaboraste un poco – murmuró graciosa y depositó un beso en tu cuello.

- Ahora, por decir eso, te devuelvo tu beso – informaste al darte vuelta y reíste ante la cara de incredulidad que puso Paula cuando con un gesto acariciaste el lugar donde te había besado para luego rozar sus labios con tus dedos a modo de devolución.

- Ah bueno – soltó y carcajeaste sonoramente mientras la atraías hacia vos tirando del cinturón que sostenía su short de jean. Ella se mordió el labio.

- Tontita – susurraste mientras la abrazabas – Te amo – dijiste dulcemente mientras acariciabas su rubio cabello y ella modulo un “te amo más” al separarse para poder decirlo mirándote a los ojos. Amoldaste tus manos a su cintura y rozaste tus labios con los suyos, para finalizar en ese beso tan necesitado por vos como por ella. Uno de esos que te llena el alma.

Pronto, sentiste como todo se acomodaba nuevamente y ella se acurrucó en tu pecho, respirando de manera pausada. A los dos minutos inspiró una moderada cantidad de aire y te tomó de la mano firmemente, entrelazando sus dedos con los tuyos, para que de una vez hicieran entrada al lugar del gran acontecimiento.

Y desde el cual nada, sería igual.









He vuelto, finalmente. Pido perdón por no haber podido subir ayer, pero las cuestiones personales me excedieron. El que haya perdido alguna vez a una mascota o tenga una, me entenderá.

Mi capítulo va enteramente dedicado a Sathy, mi hermana del alma, que estos días me bancó incondicionalmente por toda esta porquería que me pasó y me bancó algún que otro arranque que nada que ver. Y se que lo va a hacer siempre.

Quiero que sepas que es recíproco y mutuo sisto, te loveo montones y estoy acá para vos siempre que me necesites y aunque no, también.

Gracias por el aguante!

domingo, 8 de enero de 2012

Atención.

Capítulo 34.

Rojo, fuego.

El 507 “Fire Fox” decoraba tus uñas; ésta era la segunda mano de esmalte y esperabas que el “secado rápido” que aseguraba Revlon fuera cierto. Soplaste sobre las mismas y aguardaste.

Escuchaste el chiflido de la pava en la cocina, indicando que el agua ya había hervido (y que se les había pasado para mate). Minutos después Zaira se acercó al living y se sentó al lado tuyo, expectante. Por el brillo en su mirada, adivinabas que estaba deseosa por saber eso que no le estabas contando.

Sonreíste, dándole a entender que vos también tenías ganas de hablar.

- Y… ¿Cómo te fue? – inquirió.

Peter.

Rojo, pasión.

Recuerdos de esa noche cayeron a tu mente. Esa en la que fuiste suya, y él tuyo. Vos y él. Él y vos. Pedro y Paula.

Su aroma prendido en tu piel, una cercanía insuficiente. Un atardecer inolvidable.

Un “te amo” que se escapó de tus labios, otro que repitió él causando que lo quieras más. Caricias y besos que dejaron huellas entre las sábanas. Amor.

Te pusiste colorada, casi alcanzando el color de tus uñas. Hiciste una media sonrisa, casi tímida, haciendo que la respuesta fuera innecesaria.

- ¡Sí, sí, sí! – festejó ridículamente dando pequeños saltos en el sillón y vos chocaste tus manos con las de ella. No habías tenido oportunidad para hablar con la castaña del tema, pero sabías que la noticia no hacía más que ponerla feliz.


Concluiste, que la felicidad era generalizada. A vos tampoco nada podía hacerte más feliz que Peter y su media sonrisa.

Reíste con ella.

- ¡Zarpó el barco! – exclamó divertida.

- ¡Zaira! – le dijiste desconcertada abriendo tus ojos, pero completamente tentada.

- Me alegro mucho por vos Pau, en serio - le tomaste la mano en señal de agradecimiento y ella se dejó – Por ustedes en realidad.

- Soy feliz – simplificaste con un solo adjetivo – Estoy enamorada cachorra.

Se abalanzó prácticamente a tus brazos y devolviste la muestra de cariño con dulzura. Poder compartir ese momento con tu amiga no tenía precio.

Pidió detalles ilusamente, pero fueron pocos los que le diste. Aparentemente, Pedro tampoco le había contado nada y te causó gracia su frustración; la verdad, era que en su lugar también hubieras tratado de averiguar y conociéndote, quizás hasta hubieras insistido un poco más. Así que intuitivamente le preguntaste cómo andaba sentimentalmente para evitar que intente ahondar en el tema y fue ella ahora quién te dejo con la duda excusando que se había dejado olvidada el agua en la cocina.

Qué oportuna.

- ¿Viste el traje? – preguntó cuando volvió con el termo y tu mente hizo una especie de rewind.

El traje, la foto, la cancha. Ezequiel.

Rojo, alarma.


(Flashback)

Imposible no reconocerlo. A unos pocos metros de Pedro, pudiste identificar sus ojos verdes, su pelo castaño claro y esa expresión apasionada.

No podías creer tu mala suerte y menos como el destino estaba ensañado en que tu camino y el de tu ex mejor amigo se cruzaran esporádicamente.

Intentaste que tu rostro no revelara tu malestar pero supiste que tus segundos en silencio no colaboraban. Peter te miraba extrañado y podías presentir el cuestionario que empezaría a continuación.

Tragaste.

- ¿Qué pasó gorda? ¿Reconociste a alguien?- y las palabras retumbaron en tu cabeza. Le devolviste la mirada y su tono de preocupación hizo que la bajaras de inmediato. Carraspeaste.

- Un ex compañero del colegio, que no me bancaba – resolviste rápidamente, casi sin pensar. Una respuesta sencilla, concisa, suficiente - ¿Me vas a mostrar qué compraron con Zai? – dijiste cambiando de tema y aprovechando que sus facciones se habían relajado.

Habías evitado las explicaciones… al menos por el momento.

(Fin flashback)



- Hey, Pau… colgaste – y sí, una vez más eras incapaz de controlar tus expresiones. Sacudiste la cabeza y esbozaste tu mejor sonrisa a modo de disculpa. Zaira cebó el mate no muy convencida y otra vez el timbre te salvó las papas del fuego.

- ¡Llegó Pedro! – le informaste a Zaira y ella enarcó una ceja. Odiabas que fuera tan perceptiva.


Pero cuando él atravesó la puerta, volviste a olvidarte de todo. Como la tarde de ayer, en la que con un beso suyo tus problemas carecieron de interés. Respiraste.

- Amor, no sabés lo que encontré hoy ordenando el placard – y él ya estaba sentado al lado tuyo en el sofá del living con su mano derecha entrecruzada con tu izquierda y esa sonrisa imborrable que te regalaba siempre que estaban juntos. Relajado.

Zaira luego de saludarlo efusivamente, había ido a cambiar la yerba para hacer más mate. Implícitamente, se había retirado para dejarlos solos.

- ¿Qué cosa gorda? – preguntó curioso y acariciaste su mejilla.

Nuevamente un sonido quebró el clima y esta vez era el celular de Zaira con una melodía que identificaste como David Guetta. No eras fan de la música electrónica pero reconociste el tema y te acordaste de cómo lo había bailado en tu primera noche de soltera luego de tu olvidable relación con Facundo. Descontroladamente, habías entonado las estrofas mientras te movías al compás de la música, en Tequila, con tu amiga y un champagne con energizante.

- ¡Fijate quién es Pepe! – gritó Zaira desde la cocina y tu ¿novio? tomó el celular de la pantalla para leer quién estaba intentando comunicarse. Sus facciones pronto se endurecieron y mosqueaste. Estaba como tildado.

- ¿Y? – inquiriste ansiosa y te inclinaste al no obtener respuesta – ¡Es “Lu A” gorda! – y Pedro te entregó el BlackBerry.

- Ay, es Lu Arévalo, pasame – explicó tu amiga corriendo hacia el living y tomando el teléfono. Cuando se perdió por la cocina volviste a clavar tus ojos en los de él, que parecía repentinamente aliviado.

- ¿Qué te pasa? – interrogaste.

- Pensé que era otra persona – y vos frunciste el ceño. Él esbozó una mueca.

Suspiraste.

Generalmente te considerabas una persona intuitiva, con tacto, pero en esta ocasión no sabías donde lo habías dejado. No tenías idea de cómo entrar al tema sin causar el efecto contrario al deseado y supusiste que se debía a que había muchas cosas de Pedro Alfonso que aún no habías descifrado.

Sin embargo, tampoco podías quedarte con la duda de quién era la tal “Lu A.” que él claramente conocía y de la cuál aparentemente no quería saber nada o le ponía nervioso su simple mención. Quizás era una ex novia, una amiga de la infancia, un amor frustrado o la kiosquera de en frente.

O tal vez tenías cola de paja y estabas proyectando.

- Ah… - y antes de que pudieras componer en una frase tu pregunta, él te interrumpió.

- Creí que era mi hermana – y calculaste que ese era un tema tabú para él. No podías juzgar, el divorcio de tus papás hasta hace no tanto también lo era.

Problemas familiares.

Te concentraste en sus ojos cafés y sentiste su mirada triste. Corriste el almohadón que no te permitía llegar con comodidad hasta él, para plantar un suave beso sobre su mentón. Él entrecerró los ojos y volvió a sonreír.

- Ahora soy yo el que está ansioso – reveló riendo y te acordaste de lo que querías mostrarle.

- Vení – y tironeaste de su mano para que abandonen en sofá y se dirijan a tu cuarto.

Antes de abrir el armario contemplaste los almohadones de encaje sobre el futón que habías comprado hacía dos días. Sonreíste satisfecha por tu compra y Pedro te miró curioso.

Sacaste una caja con búlgaros donde solías guardar cosas de viaje, desde las fotos de tu viaje de egresados hasta los mapas de cada lugar que habías visitado. Te gustaba tener recuerdos de cada lugar a donde ibas.

Siempre la tenías ordenada, pero jamás habías notado la existencia de esa foto que ahora tenías sobre tus manos. Claro, se había pegado por la humedad con otra y la encontraste de casualidad buscando una tuya con tu hermano del viaje a España del 2009.

- ¿Te acordás de este día? – preguntaste con ilusión y mordiste tu labio al ver como Peter sonreía al observar la fotografía.

Vos, tus múltiples abrigos, tu jean favorito y Pedro (con barba recién crecida), una bufanda del “Schalke” (equipo de fútbol), sentados en un banco en un Central Park teñido de blanco, luego de una guerra de nieve (que inició él y que ganaste vos) que los tuvo como protagonistas. Juntos, abrazados.

- Te amo tanto – pronunció y deslizó una mano por tu cintura para sellar con un beso lo previamente dicho. No tuvo que esperar una respuesta, porque ya te encontrabas entrecerrando su nuca con tus manos y pegando tu boca contra la suya con dulzura.

Vos también lo amabas, demasiado.

Rojo, amor.





Dedicado a la love de mi ídola de ídolas, Sa (@PiyuelasdePyP), a la cual quiero mucho y voy a extrañar durante mi ausencia ♥ . Sos lo más de lo más del alterno mundo jajajaj.

viernes, 6 de enero de 2012

Capítulo 33.

La incisión de los rayos del sol sobre tus pupilas te obligaba a que en un iluso intento entrecerraras los ojos para evitar la molestia que causaba en tus ojos marrones. Estabas esperando que el colectivo pasara por Charlone y Olleros (a tres cuadras de Ideas del Sur, lugar donde trabajabas) mientras maldecías haberte olvidado los lentes de sol y buscabas desesperadamente los puchos que según recordabas, habías guardado en el bolsillo de tu jean.

Y ahora que veías pasar el 93 y estabas a punto de subirte, te diste cuenta que estuviste esperando el colectivo equivocado por media hora y que el 39 (Bondi que te llevaría a tu casa) había pasado dos veces ante tus ojos y ni te habías inmutado. Bien Pedro, bien.

Te despeinaste y rascaste tu sien. Apenas te molestaste por haber estado parado perdiendo tiempo por 30 minutos (en otro momento, hubieras experimentado un gran gran mal humor); últimamente, volabas. Sentías que nada ni nadie podían arruinarte este momento de felicidad puro y real.

Nunca habías sido del típico hombre pegote. Es más, viviste cargando a tus amigos “polleras” que vivían atrás de la novia, o de cualquier mina. Quizás, porque jamás habías experimentado esa entrega, ese interés con nadie. Para vos era un sentimiento ajeno, desconocido. Impensado.

Bueno, hasta que llegó Paula.

Paula con sus besos, sus caricias, sus mordidas de labio, su pequeña cicatriz en el pómulo izquierdo, su risa, su sentido del humor. Sus infaltables retrucos.

Siempre te habías considerado una persona de las que piensan dos o tres veces antes de actuar. Prevenir los errores, encontrar las palabras exactas. Nada de prueba y error. Nunca dar lugar al impulso.

Hoy, casi te habías olvidado como se hacía. Vivías el aquí y ahora, disfrutando cada momento.

Faltaban tres días para el compromiso y habías comprado el traje necesario para la “ceremonia”, ya que la ocasión lo ameritaba. No eras gran fan de la formalidad, pero la cara que puso Paula cuando sugeriste que tu vestuario podría ser saco, jean y zapatillas te hizo descartar la idea al instante.

Zaira te había ayudado a elegirlo; vos no tenías la menor idea de que distinguía una buena prenda (siempre hablando de ropa de fiesta) de una que no lo sea. Querías dar la mejor impresión y estar a la altura de las circunstancias; sabías que la relación de ella con su papá no era la mejor.

En IBM (tu laburo en Estados Unidos), tampoco te obligaban a vestirte formal y la última vez que habías usado una camisa, saco y corbata fue para tu graduación del colegio secundario. Traje negro, camisa blanca. Clásico.

El tráfico era casi nulo; se notaba que estaban a fines de enero y los pocos que quedaban probablemente se unirían al éxodo como la mayoría de la población. Buenos Aires era un horno.

Abriste la ventanilla hasta el tope una vez arriba del colectivo; dejaste que la brisa chocara en tu rostro y aunque era caliente, en algún punto te refrescaba. Le avisaste a Paula que estabas llegando a tu casa redactando el mensaje con una sola mano y volviste a guardar el teléfono en el bolsillo de donde lo sacaste.

Habían quedado en verse ni bien salieras del trabajo; ese día ella no tenía ningún compromiso laboral o personal… bah a la mañana te había dicho que pasaba por lo de su mamá en Olivos. Vos únicamente tenías que cumplir tu jornada laboral, editar unos tapes para “La cocina del show” y organizar un par de cronogramas.

Te respondió confirmándote que en quince minutos llegaría y sonreíste. Te morías de ganas de verla.

“Te espero chuequita linda ♥. Con una pequeña sorpresa, capaz”

Suspiraste, embobado.

Tus ex no te reconocerían, definitivamente. Aclaremos, jamás fuiste un tipo descuidado con ninguna mujer ni mucho menos; siempre respetuoso y educado, simpático, tierno... Pero nunca lo “suficiente”, según ellas. Hoy entendés por qué: jamás amaste con este grado de intensidad o con absoluto desinterés. Hoy entendés el concepto del amor. Hoy lo sentís.

Tocaste el timbre para bajar en la próxima parada y caminaste las tres cuadras que te faltaban para llegar al edificio. En el camino compraste el atado que perdiste (o te olvidaste en algún lado y tampoco te molestó tanto; ¡lo que es el amor!) y te llevaste un dos corazones para regalarle. Saludaste al hombre canoso (muy) de seguridad y una vez en el departamento, prendiste la computadora (antes prendiste el aire, obvio).

El domingo anterior habías ido por primera vez desde tu vuelta a la Argentina a ver jugar a River, club de tus amores desde la infancia. Ibas a ser gallina hasta morir y sonreíste al recordar como estaba decorado tu cuarto en Mármol: lleno de pósters, afiches, etc. A Nueva York te habías llevado tus 3 camisetas: la firmada por el equipo del ’94, la de suplentes y la del aniversario.

El partido había sido contra Patronato y se jugó en el Monumental. Indescriptible era la sensación que sentías cada vez que ibas a la cancha; solo un verdadero hincha entendería la emoción y adrenalina de ver a tu equipo jugar.

Hernán te había acompañado a regañadientes; pero las entradas te las había conseguido Mariano Iudica gratis y la verdad, no tenías con quien ir sino. Estuvieron en la Sivori y por eso ahora, ingresabas en www.riverplate.com para cliquear en la sección “Buscate”.

Como siempre, había por lo menos 10 fotos de la bandeja dónde cada hincha podía buscarse y tener un recuerdo palpable de esa fecha, pero no atinaste ni a mirarlas porque sonó el timbre de abajo y corriste atender. Porque era ella.

La velocidad en que te abalanzaste a abrir la puerta fue nunca vista. Ni siquiera la habías abierto, que ya estabas sonriendo. Otra vez.

- Hola mi amor – dijiste recibiéndola y Paula te sonrió con la mirada. Tomó tu rostro con ambas manos y con un beso te transmitió lo que no dijo.

Y nuevamente, olvidarse del mundo y si es que existía una realidad fuera de ustedes dos, no te importaba.

Se abrazaron acoplando sus cuerpos y sentiste como el aroma de su pelo inundaba tus pulmones. Largaste otro suspiro.

Entraron con la manos entrelazadas y ver cómo sus ojos verdes brillaban no iba a hacerte caer en el aquí y ahora muy prontamente.

Le diste un beso en la mejilla con dulzura contenida mientras la abrazabas de costado. Paula aprisionó tu cintura entre sus manos y te miró casi ofendida cuando corriste sus manos. Carcajeaste y se mordió el labio.

- La sorpresa – explicaste y el semblante de la rubia cambio en cuestión de segundos. No podías creer cómo se había olvidado con lo ansiosa que era. Le enseñaste el chocolate y sonrió mientras acariciaba con su tibia mano tu frente.

Pestañaste para volver a encontrarte con ella. Sonrieron.

“Gracias” te susurró muy cerca y depositó un beso sobre tu nariz. “Esto se cobra con especias” respondiste pícaro, Paula abrió los ojos simulando sorpresa. Carcajeaste y besaste su cuello, ese que estabas conociendo y querías que sea tuyo por siempre.


- ¿Estabas trabajando gordo? – preguntó al ver el despliegue que hiciste sobre la mesa con al notebook al separarse. Se sentaron en la mesa, ella a tu izquierda.

- No, estaba buscándome en las fotos que subieron de la cancha del partido del domingo… - Pau asintió y vos súbitamente recordaste algo que querías mostrarle – Zai me ayudó a comprar el traje.

- ¿Ya lo tenés? – asentiste y una sonrisa se marcó sobre sus labios – Quiero verlo.


Y le ibas a mostrar tu nueva adquisición que se encontraba colgada en el armario de tu habitación cuando en la imagen que se desplegaba en la pantalla de la notebook, te encontraste. En un mar de rojos y blancos, banderas y muchos rostros. Luego lo viste a Hernán. Te giraste.

- Mirá Pau, ¡me encontré! – dijiste indicándole con tu dedo índice más o menos tu ubicación en la foto. Pero de repente su expresión cambió totalmente; ya no sonreía y en su lugar, fruncía el ceño preocupada. Mantuviste el silencio, pero no aguantaste por mucho tiempo - ¿Qué pasó gorda? ¿Reconociste a alguien?

Ella pareció caer de ese pequeño trance y bajó la vista nerviosa, como si acabara de darse cuenta que habías notado su repentino cambio de ánimo. Carraspeó.

- Un ex compañero del colegio, que no me bancaba – sentenció mientras revoleaba los ojos. Te quedaste más tranquilo – ¿Me vas a mostrar que compraron con Zai? – preguntó cambiando de tema por completo.

- No sabés lo que soy en traje – y la tomaste de la mano para que se dirijan a tu habitación. Ella efectuó una media sonrisa.

- ¿Ah sí? – y te histeriqueaba. Y se mordía el labio inferior y te gustaba más y más.

- Sí – enunciaste y con ese monosílabo finalizaste el diálogo, para apoderarte de su boca. Presionaste la tuya sobre la de ella y se perdieron. Estabas en un rapto de inconsciencia.

Entonces por enésima vez te dejás llevar. Por ella, con ella. Por los dos.

jueves, 5 de enero de 2012

Capítulo 32.

Caminabas por un laberinto sin final. Las paredes, psicodélicas, te enceguecían. No tenías rumbo o destino, pero aunque lo tuvieras tampoco llegabas a ningún lugar. Estabas usando tu bikini preferida, de color lavanda, y una bufanda rosa cubría tu cuello. Una combinación algo extraña…detalle que ignoraste.

De repente, se materializó una puerta a tu costado izquierdo y te detuviste. La abriste girando la manija y tapando tus ojos por la intensa luz que salía de la habitación. Caminaste hacia adentro, curiosa pero al mismo tiempo como si supieras qué ibas a encontrar. Los abriste y visualizaste una mesa… dos hombres enfrentados en la misma y ¿podía ser?

La dupla más bizarra y más inesperada (y varios adjetivos que no vienen al caso) que podía existir e incluso vos imaginar. Estaban jugando al truco, como dos grandes amigos, tu papá y Pedro, y en el dorso de las cartas españolas una gran “E” grabada que te recordaba el nombre que menos deseabas leer/escuchar.

Sonreíste incómoda y ellos te prestaron el mínimo de atención. Ni se inmutaron… ok.

Frunciste el ceño… no entendías nada. Sentiste una serie de movimientos detrás tuyo y te diste vuelta para encontrarte con Zaira, con un termo en la mano y ¿disfrazada de dona?

Algo definitivamente estaba mal.





Otra vez habías estado soñando.

Te revolviste entre las sábanas y rezongaste, para amanecer a su lado y sonreír. Y mirar como duerme y llevar cuenta de su respiración. Y sonreír otra vez al escuchar el sonido de sus latidos.

Te desperezaste sin tener idea de la hora, pero tu celular estaba perdido por el living y verlo acostado a Peter a tu derecha no te incentivaba demasiado a que lo busques. Por como entraban los rayos del sol al cuarto (y no sabías nada de los movimientos solares), adivinaste que no eran más de las diez.

Exhalaste mientras te estirabas sin borrar la sonrisa sobre tus labios (y aunque quisieras, no hubieras podido) y depositaste una fila de besos sobre su hombro desnudo con dulzura. Contaste los lunares sobre su espalda y te mordiste el labio. Pedro sólo articuló un débil “mmm” y te reíste, intentando hacer el menor ruido posible.

Agarraste la camisa cuadrillé blanca y azul que estaba sobre una silla y te la pusiste para poder levantarte de la cama; no tenías ganas de ponerte tu ropa.

En el trayecto a la cocina te llevaste puesta una caja, causando un gran estruendo. Todo ocurrió de manera continua: dolor en el pie derecho, puteada y posterior silencio.

Sacaste las manos que tapaban tu boca (porque las pusiste allí instintivamente, por si otro sonido se te escapaba) y concluiste en que Pedro tenía el sueño demasiado pesado.

Una vez en la cocina, hiciste un pantallazo general y te encontraste con que la vajilla de Pedro te hacía acordar mucho a la que tenía tu papá en su departamento de soltero. Primer cosa en común que encontrabas entre ellos (y que esperabas encontrar) y supusiste que en algún punto, inconscientemente, estabas preocupada por el momento de la presentación, que eventualmente se efectuaría.

Así se explicaría la partida de truco entre los dos en el sueño… Pero era muy temprano como para que te hundas en los principios de la psicología de los sueños y bostezaste obviando cualquier reflexión.

Abriste la primera alacena y te encontraste con absolutamente nada; sin contar la azucarera y dos vasos. Frunciste el entrecejo; está bien que vos eras un menos diez en la cocina, pero los estantes siempre estaban medianamente llenos con productos por Zaira, que los utilizaba para cocinar, o por vos, por si se te ocurría hacer alguna incursión culinaria (y esta opción no sucedía nunca). O simplemente para que no estuvieran vacíos.

¿Este chico viviría a delivery?

Inspeccionaste el segundo mueble y sólo encontraste sal, café en polvo y un pack de galletitas oreo. Ni pan, ni mermelada, ni fideos ni ningún alimento perecedero.

Mordiste tu labio inferior.

En la heladera el panorama no era muy diferente… un Fernet, una Coca Cola a medio acabar, una Cindor de litro, dos porrones, una ensalada en un extraña gama de marrones contenida en un envase de plástico (por no decir casi podrida) y una banana demasiada madura.

Lamentaste no tener el celular para retratar esa imagen. Riéndote, cerraste la puerta de la heladera para encontrarte con un Pedro, en boxer, mirándote divertido y despeinando su cabello a 1 metro de distancia.

No tenía derecho a hacerte eso, no, no, no.

Sonreíste.

- Esa camisa te queda mejor que a mí - ronroneó; todavía estaba algo dormido. Te apoyaste sobre el electrodoméstico.

- Obviamente – y él carcajeó por tu expresión. Se rascó la sien mientras se acercaba y te parecía irreal que aún sintieras esa adrenalina cuando las distancias entre ustedes se acortaban - ¿Buen día, no?

- Buen día chuequita hermosa – dijo con dulzura y se colocó frente a vos, tomándote por sorpresa. Y de repente la heladera era tu sostén y Pedro acomodaba sus grandes manos firmemente sobre tu cintura. Segundos después, se encontraba rozando tus labios y vos no te caías porque tenías la puerta del refrigerador atrás tuyo. Esta especie de provocación era insana y no pasó mucho tiempo antes de que te hundas en el juego de sus labios.

Los chocaron, una y otra vez, y lo finalizaron con un tierno beso sobre los labios del otro.

- Qué lindo empezar así el día – dijo y le diste un beso sobre la palma de una de sus manos, que aprisionaban tu nuca. Él te regaló una sonrisa.

- Quería sorprenderte con el desayuno… pero cuando buscaba algo para preparar me encontré con esto - y abriste la puerta de la heladera divertida para señarlarle la bandeja de telgopor con la ensalada rancia - No podés tener esto en la heladera - dijiste cargándolo y ahora fue Pedro quién mordió su labio inferior.

- Me la traje de Ideas, hace... - y frunció el ceño pensativo, enarcaste una ceja - hace como dos semanas.

- Y con razón está así - concluíste riendo y él termino acompañándote. Cerraste la puerta del electrodoméstico - ¿vos vivis aca Pedro?

- ¿Por qué lo decís? – preguntó con una media sonrisa al observar que lo cargabas. Querías molestarlo un rato.

- Porque no tenés nada nene, ¡ni pan!

- Tengo lo necesario - dijo con suficiencia y vos entornaste los ojos. Claro, el fernet era imprescindible para la vida - agarrá las oreos Pau... Tengo Cindor ¿te gusta?

- 32 años y ¿seguís tomando leche chocolatada? – y la pregunta venía de una persona que tenía como alimento base los chocolates. Se te caía la cara, pero lo disimulaste con una sonrisa. Él descaso su peso sobre la mesada y otra vez no podías despegar la vista de su torso ni él, de vos y de lo sexy que te quedaba esa camisa. Y lo sabías.

- Sí... – confesó casi a la defensiva y te dio muchísima ternura. Pedro revoleó los ojos - Quiero que sepas que me inhibiste, asi que me voy a hacer un café ahora.

- No tonto, dale – le dijiste mostrando todos los dientes y sacaste las galletitas de la alacena - Yo también voy a servirme un vaso – y él te devolvió la sonrisa mientras sacaba dos vasos alargados.

- ¿Cama o living? – preguntó pícaro. Cama, living, baño. Por qué no el balcón y qué mal que te tenía.

- Living… sino, no me levanto más - y era verdad. Abriste la heladera para sacar la Cindor y te acercaste a Peter, que se encontraba casi afuera de la cocina – Tengo mucha hambre.

Él volvió a reír y vos lo tomaste por la cintura. Pedro te dio un beso en el cuello y te estremeciste brevemente. Su sonrisa se ensanchó y te encantaba tanto estar así, que te preguntaste por qué esperaste tanto tiempo.

Robó una galletita del paquete y la tragó de un bocado. Vos sólo lo observaste, por unos segundos y limpiaste algunas migas que se habían pegado en sus labios. Luego, alzaste su mentón para erguir su cabeza y te acercaste lentamente.

- Tengo una duda… - dijiste susurrando en su oído - ¿también mojás las oreo en la leche?

Rió y vos carcajeaste con él.

- ¡No podés ser tan lindo! - y el sabor a chocolate en su boca no hacía más que llevarte a la perfección. Lo besaste, una, dos y tres veces antes de sentarse a compartir, lo que esperabas que fuera, el primer desayuno de muchos.

miércoles, 4 de enero de 2012

Capítulo 31.

A Paula Chaves le gustaba tener la iniciativa, siempre. No le gustaba que la corran y odiaba que la dirijan. Era histérica, con moderación, y no existía persona en la tierra de la cuál pudiera depender absolutamente.

Hasta hoy.

Paula Chaves eras vos y allí estabas, desesperada por llegar al departamento de Pedro y puteando al tráfico de Lacroze y Cramer que no avanzaba. Varada en la barrera próxima a un rejunte de autos en la misma que vos, esperando que se habilite el paso o que al menos, el tren pasara de una vez. Eras impaciente, como ninguna.

Habías llegado a la conclusión que Pedro era tan ambiguo como complejo. Cuando parecía que por fin le estabas sacando la ficha te sorprendía con otra vuelta de rosca dejándote más perdida que la vez anterior.

Y eso te volvía loca.

Con él parecía que siempre iban a la par. Vos le decías “te quiero” y él te remataba con un “te quiero más”. Antes te gustaba tener siempre la última palabra pero ahora preferías alguna frase de él que te de vuelta el mundo.

Cómo la del último bbm que te envió. Las palabras aún resonaban en tu mente y aunque no tuvieras un espejo a mano podías imaginar la cara de idiota que habías puesto al leerlo. Te desequilibraba, en todo momento.

Nadie de tu historial amoroso hasta Peter se había atrevido a cortarte el hilo del histeriqueo que estabas llevando a cabo como él. Generalmente te seguían el juego; un juego donde mandabas solo vos. Pero Pedro, con toda su simpleza, te había hasta puesto los puntos.

Ya no podías esperar para llegar; verlo era una adicción ya más que una necesidad. En el estéreo de tu auto sonaba Soda Stereo, el único CD que tenías y además, el que estaba puesto una vez que te subiste.

Prácticamente Florencia te había echado del estudio. En realidad, tenías una hora más ahí, pero al mostrarle tus mensajes con Pedro se indignó y pronunció un “¿Y que hacés todavía acá Paula? ¡No seas boluda y anda a hacerle la enfermerita!”. Carcajeaste.


“Siempre mas
se pide y se vive
canción animal
canción animal.

No me sirven las palabras
gemir es mejor
cuando el cuerpo no espera
lo que llaman amor”


Y tenía que ser una joda. De todas las canciones del CD, tenía que sonar “canción animal”, que hablaba del deseo entre el hombre y la mujer en su nivel más básico e irracional. Si estabas intentando relajarte, todo se fue al tacho. Estabas más nerviosa que nunca.

No podías concentrarte para manejar y si nadie salía lastimado en tu trayecto, tenía que ser considerado casi un milagro. Hubieras dado todo para tener el don de la teletransportación y estar ya ahí, junto a Pedro.

Afortunadamente, estabas a aproximadamente diez minutos de su casa; lo malo, seguías sin poder manejar tu ansiedad. Tu mamá siempre te decía que era imposible controlar el aquí y ahora; lo único que podías hacer era dejar que fluya.

Estacionaste y antes de bajarte del auto te miraste en el espejo. Un poco por costumbre y el otro poco… bueno, es obvio.

Retocaste el maquillaje sin ser exagerada; tampoco querías parecer tan producida. Revolviste tu pelo intentando darte un aire despreocupado que no tenías y activaste la alarma.

Al llegar a la entrada, el señor de seguridad (un hombre notoriamente mayor) te guiñó el ojo derecho de manera cómplice y te dejó pasar sin hacer chequeo alguno de tu identidad con una sonrisa. Se la devolviste (únicamente por educación) y te apuraste para llamar al ascensor luego de saludarlo brevemente.

El viaje, si así se lo podía llamar, se te hizo eterno y sabías que estabas siendo exagerada. Pero tu actitud derivaba de la impaciencia y la impaciencia de lo ansiosa que eras. Un círculo vicioso que seguía y seguía y terminaba conformando parte de tu personalidad.

Mierda que eras complicada.

“Antes muerta que sencilla” te recordaste a modo de consuelo y tocaste el timbre una vez frente a la puerta del departamento.

Despeinado, con una sonrisa y un perfume que identificaste como “Black XS” de Paco Rabanne te abrió la puerta y te pareció que estaba más lindo que la última vez que lo viste.

¿Simple impresión pasajera o pista visible de lo enamorada que estabas?

Sonreíste y él te tomó de la mano, quizas incentivándote a que lo saludes o simplemente invitándote a pasar. Elegiste la primera y estampaste un dulce beso sobre sus labios.

Pedro te rodeó con sus brazos por la cintura y empezabas a dudar si algún día se te pasaría esa devoción por su boca.

Para alguien que pensaba que tenía todo bajo control, era bastante irónico el efecto que producía sobre vos tan solo su contacto. Eso te hacía sentir entre tonta y vulnerable y ninguna de las dos sensaciones te gustaba, para nada.

Porque aceptar que sos débil sería tirar al tacho años y años de creer que eras el ser más independiente del planeta (sin confundir independiente como anti) para que un hombre que recién conocés (o que lo conocés de toda la vida, es tan subjetivo eso con Pedro) te de vuelta el mundo con una revoleadita de ojos.

Increíble. Incontrolable. Real.

¿Y de qué te sirve intentar controlar lo incontrolable?

Se separaron (y vos ni te enteraste cuando) y de repente estabas adentro de su living, observando desconcertada el ímpetu con el que había limpiado el departamento.

Sonreíste como una tonta (porque la sonrisa ya formaba parte permanente de tu expresión facial siempre que estabas con él) y ni bien él te correspondió te olvidaste del control y de la falta de.

Se desvaneció el mundo.

- Gordo, te sentís mejor? - preguntaste con dulzura y él hizo una mueca dándote a entender que aún no lo estaba del todo. Evidentemente seguía afónico.

- Tengo algo para vos - dijo en un murmullo tan imperceptible como ronco y que solo pudiste descifrar porque le leíste los labios. Te hizo una seña para que te sientes y obedeciste.

Ese “tengo algo para vos” te sonaba tanto a “tengo una sorpresa” que sentiste como la ansiedad te atacaba y apagaste el celular en una corazonada.

Pedro se acercó ocultando algo tras la espalda y frunciste el ceño. Él te sonrió de esa manera tan ingrata, probablemente divertido por tu ansiedad no disimulada. Mordiste tu labio.

Sacó un rectángulo de cartón escrito con marcador indeleble negro. Te impacientaste más.

“A veces siento que no encuentro las palabras adecuadas cuando hablo en voz alta”

Cambió el primero por otro, de las mismas características. Estaba sumamente nervioso, aunque no lo manifestara.

“Y la verdad, esto de estar afonico me vino barbaro para escribirte, en vez de decirte”

La sonrisa plasmada en tus labios, infaltable. Sabías que a Pedro le daban vergüenza estas cosas tan cursis, pero con vos, él se animaba a todo.

"Antes no sabía cual era mi lugar... o si había alguno para mí”

El corazón te latía a mil y si no estuviera contenido en tu pecho, estabas segura que habría saltado. Con timidez, tomó otro rectángulo de cartón.

“Pero hoy no sólo lo encontré, hoy se dónde quiero estar”

Y te morías. No cabía tanto amor adentro de tu cuerpo.

“Mi lugar es al lado tuyo…”

Sentías húmedas tus mejillas, pero no podías hacer otra cosa que mirarlo.

“Y quiero quedarme a vivir en este eterno déja vu con vos”

Directo ahí, al pecho.

Y falleciste y volviste a revivir porque tan sólo por esa mirada valía todo.

Te levantaste por inercia, quedando frente a sus ojos; estabas muda, sorda y principalmente tonta. De tan emocionada, prácticamente inmóvil.

Pedro ya se había desecho de los carteles (los apoyó sobre la mesa) y te miraba, tan emocionado como vos. Te derretiste.

- Te amo - largaste sin darte cuenta. Y de repente sentías que con esas dos palabras habías logrado la anatomía perfecta de tu corazón. Sonreíste; quizás era lo más sincero y exacto que habías dicho en toda tu vida.

- Yo también te amo - te susurró mientras rozaba tus labios y estaba tan cerca que no sabías qué respiración era de quien. Te sonrió y te contagiaste; la felicidad que sentías era imposible de medir.

Te besó y te perdiste, para encontrarte en su boca. Te mordió el labio y suspiraste. Tan pasional, tan él.

Sentiste como su piel caliente chocaba contra la tuya y de repente la blusa que llevabas era una insoportable molestia que no les permitía (ni a vos ni a Pedro) continuar con ese descubrimiento de sus cuerpos. Tuviste la cortesía de eliminarla y tomaste dominio de sus labios.

Él exploró los límites de tu espalda y vos enrollaste hacia arriba su remera blanca de algodón para que luego descanse sobre el piso de madera. Unieron sus bocas al unísono nuevamente y no sentiste más que amor.

Cada beso, cada caricia. Los contactos te parecían tan efímeros que nada te alcanzaba. Te levantó y te llevó hasta su habitación con dulzura y delicadeza mientras te hundías en las irregularidades de su torso.

Recorrió cada centímetro de tu cuerpo con sus dedos mientras te empujaba con suavidad hacía la cama, provocando pequeños escalofríos que se transformaban en placer. Y el mundo más allá de ustedes dos se desvanecía.

Se entremezclaron, se hundieron, se conocieron. Se amaron.

Y esto no era un simple déja vu... porque no existía amor más puro que este.









Para vos mi IDOL (Sathy ♥), te lo dedico con todo mi love porque fuiste de las personas que más me hizo el aguante estos días que anduve mal, porque te lo debía y porque lo había prometido. Y acá estoy cumpliendo...¡Te quiero mucho!

lunes, 2 de enero de 2012

Capítulo 30.

Sentías la humedad entre los dedos mientras tipeabas el informe que debías entregar hoy a más tardar a tu superior y exhalaste. Luego del eclipse en la terraza de Paula habías terminado de enfermarte; volviste con fiebre y hoy, dos días después sólo mantenías una fuerte afonía en tu voz.

En Ideas habían amenazado con sacarte a patadas por haber ido a trabajar enfermo. Sabías que tu malestar era razón suficiente para tomarte el día; pero no era justamente por ser un ser con responsabilidad al extremo ni por alguna cuestión moral que te persiguiera por haber firmado un contrato donde el presentismo era sumamente valorado.

Ya no sabías que excusas inventar para no pasar tiempo en tu casa. Te habías auto detectado una fobia al teléfono de línea y a las tocadas de timbre sin previo aviso. Tu diagnóstico: alergia familiar.

Estabas totalmente perseguido; desde el encuentro no-deseado (por favor hacer hincapié en el adjetivo) con tu hermana, temías que noticias de tu familia vinieran de la mano de algún llamado o peor, que se apersonen en la puerta de tu 7b. Alterado y nervioso, indudablemente estabas somatizando en una laringitis.

Serías el manjar para cualquier psicólogo de consultorio… no era casualidad que estuvieras afónico si lo menos que querías era hablar.

Que te llamen cobarde; en tu muro dejabas entrar al que querías.

Le diste guardar al archivo y se lo enviaste al jefe de Producción ahorrándote varias descripciones que considerabas irrelevantes. Tamborileaste sobre el escritorio y miraste el reloj pulsera que llevabas; ya podías volver a tu casa y en vez de sentir placer, sentías desgano.

Te serviste un último café antes de partir para eliminar (o intentarlo al menos) la rispidez que sentías en tu garganta y dilatar un poco más la ida. No habías pronunciado palabra con el fin de mantenerla inactiva y curarte pero tu herida no era fisiológica. Más bien era sentimental.

Apoyaste la cafetera en su respectiva ubicación y recordaste al observar la herida (ya cicatrizada) en tu brazo, cómo te raspaste con la reposera cuando la ayudaste a Paula a bajarla al departamento el día del eclipse. Reíste; qué boludo.

Y qué boludo te tenía.

Paula, según entendías, estaba trabajando en una producción para Avon desde la mañana temprano, y decidiste que era mejor no llamarla para no interrumpir y distraerla de su trabajo. Había nombrado una tal Flor en una pequeña charla que habías tenido hacía cuatro horas y te había contado algo de la producción. Esa Flor te caía muy bien.

Miraste tu celular e intentaste hacer un esfuerzo mental tan poderoso como para que te caiga un mensaje de Paula a tu bandeja de entrada. 30 segundos y nada. Apartaste la vista, no ibas a caer en la tentación de hablarle. No querías ser pesado, ni tampoco posesivo.

Estabas desacostumbrado a esta pequeña dependencia.

Desde tu conflicto familiar, nunca te sentiste seguro con nadie. Te costaba confiar y eso ocasionó rupturas en los varios intentos de construir algo con otra persona; todos fallidos, por supuesto. Las razones, siempre las mismas: poca atención, demasiada introversión, falta de compromiso. Tuya, obviamente.


Sin embargo, con ella parecías otra persona. Más bien, te recordaba a vos mismo… a quién solías ser antes de tantos golpes ¿Te estaría curando las heridas?

Suspiraste. Te vendría muy bien un cigarrillo.

Ahora, que estabas completamente “pelotudizado”, por ponerle un adjetivo a tu estado, no tenías la más pálida idea de qué hacer. Tenías experiencia, pero con Paula todo era incógnita.

Probablemente, esa fuera la razón más fuerte que te ataba a ella. Te quedabas en blanco cada vez que la veías, su risa era la tuya y sus besos, tu motivo de existencia.

Cursi o no cursi, la querías demasiado y esa razón era suficiente para sentirte deliciosamente inestable y con la adrenalina a flor de piel.

Que te haya invitado al compromiso de su papá fue el golpe de efecto que le faltaba para tenerte completa y devotamente a sus pies. Ese acto de confianza para vos, valía más que cualquier palabra.

Agarraste las llaves, decidiéndote por fin a retirarte.

Saliste de Ideas y caminaste por Olleros mientras te prendías unos Lucky. No tenían Marlboro en el kiosco cerca de tu casa y vos no tenías tiempo de hacer una recorrida gastronómica. Odiabas conformarte.

Te dio fiaca caminar y te pediste el primer taxi que se cruzó frente tuyo al apagar el cigarrillo. No habías consumido ni la mitad.

Reíste al recordar una frase que célebremente había utilizado la rubia; “si tu vida dependiera de moverte, qué mal te veo”. Cuánta razón.

El chirrido de tu BlackBerry te obligó a despegar la vista de la ventanilla y una conga comenzó a desfilar en tu interior al ver que quién te hablaba no era más que Pau.

“Gordo, terminé antes ¿te sentís mejor?”

El aire golpeó tu rostro y el conductor del taxi de mala manera te pidió que subieras el vidrio ya que tenía el aire prendido. El verano y la city porteña ponían a cualquiera de mal humor.

“Sí, pero estoy afónico. Necesito que me apapachen :(“

El auto hizo una frenada y estabas considerando seriamente adquirir un auto propio. El taxista te estaba poniendo nervioso y no querías saber el nivel del velocímetro. Volviste tu vista hacia el teléfono.

“Con un té de miel vas bárbaro… jajaja”

Carcajeaste brevemente y redactaste la respuesta.

“Creo que lo mío no se va a curar con tes…”

Reconociste la puerta de tu edificio y pagaste los quince pesos correspondientes para salir de una vez del auto. Tosiste y con habilidad, abriste la puerta de entrada.

Ya en el ascensor, recibiste su contestación.

“Jaja, no soy buena enfermera, pero dicen que doy los mejores abrazos”

Y nada te hacía más falta que eso.

“Justo lo que necesito”

Y el ascensor ya subía dirigiéndose al 7mo.

“¿La enfermera o los abrazos?”

Sonreíste y te tomaste unos minutos para contestar. Entraste a tu casa y exhalaste con alivio al ver que estaba medianamente ordenada.

“Lo dejo a tu criterio”

Revoleaste las llaves en el cenicero y rebotaron cayendo al piso. Podía fallar.

“¿Estás en canchero hoy? Mirá que te vas a tener que preparar el té solo…”

Dejaste el atado sobre la mesa y te inclinaste para tomar el llavero que se te había caído.

"No. Hoy tengo más ganas que nunca de decirte cuánto te quiero"

Un rapto de sinceridad absoluto, pero nada que no fuese verdad.

“Entonces no veo la hora de llegar… parece que los mimos van a ser mutuos. En 45 estoy :)“

Apoyaste el celular en la mesa y prácticamente corriste hacia tu habitación. Querías hacer algo especial, algo único.

Querías ser quien sorprenda.

Nunca habías mostrado tu creatividad en un acto de amor tan sincero, pero era un saber universal que siempre había una primera vez para todo.

Abriste el placard prácticamente con impaciencia y sacaste una cartuchera que usabas desde la secundaria. Gastada, manchada y en pronto estado de composición, pero allí guardabas todos tus útiles desde ese momento hasta la actualidad.

Sacaste un fibrón negro y guardaste todo lo demás en su respectivo lugar. Ahora, solo te hacía falta el cartón.





Agradecimientos: a Jime, obvio que siempre me tira un bote inflable cuando me trabo jajaj.

Agos, es para tí ♥ jaja (: