“Tenemos que hablar” eran tres palabras que nunca eran un buen augurio. De chico, sabías que después de cada mala nota que traías del colegio se venía una frase del estilo quizás hasta acompañada de un “¡Pedro!”. Con los años, te diste cuenta que el “tenemos que hablar” era la previa a un reproche, a un anuncio, a una verdad o a una mentira (y de vez en cuando, a algún perdón). Pero sea lo que fuese que se tenía para decir, tal conjunción de palabras tenía la facultad que ni bien eran pronunciadas, uno comenzaba a repasar series de hechos e intentar recordar si había hecho algo mal, estrujiéndose el cerebro en tiempo récord.
Y para alguien como vos, cerebral al extremo, cuando te tiraban ese triplete de palabras la cabeza se te activaba a mil por hora. Como una ferrari.
Ser el portador de esa frase más allá de implicar una “responsabilidad” implicaba un poder. Por unos minutos, tenías el control de las emociones del otro y eso era… tal vez peligroso.
Fumaste una pitada para tomar coraje (porque luego de esa sonrisa que te regaló Paula al sentarse lo necesitarías) y pronunciaste la tan temida frase, de la manera más natural que pudiste.
La sentiste fruncir el ceño a tu lado y luego… el silencio.
- Te escucho – dijo simplemente, con un tono neutro que te resultó inquietante. Y que tomara la iniciativa para hablar hubiera sido más fácil.
- ¿Quién sos? – preguntaste con voz ronca y parpadeaste dos veces antes de mirarla fijamente. Ella parecía confundida pero no podría estarlo tanto como vos.
- ¿Por qué me preguntás eso? – una pregunta con otra pregunta. Estaba a la defensiva – No entiendo a qué querés llegar Pedro – Aflojaste el nudo de tu corbata, te ahogaba esa situación.
- Es una de las preguntas más difíciles para hacerle a una persona, pero si le pregunto a la gente que está hoy en la fiesta puedo obtener más de tres respuestas diferentes – y Paula desvió la mirada pensativa y supiste que sabía exactamente a que te referías – Por eso prefiero preguntarte a vos.
- ¿Y por qué necesitás preguntarle a alguien más? Vos me conocés – contestó al instante entre esperanzada y hasta un poco dolida. Y justamente, ese era el problema; conocerla.
- Porque estoy confundido… porque no se que es y que no – y te estabas enredando en tus propias palabras. Te consolaste pensando que estabas plasmando de manera exacta lo que sucedía en tu interior - porque… - suspiraste y aún sentías el gusto a tabaco - Hoy escuche cosas de vos y no se hasta que punto son ciertas o no… y tampoco me importa tanto. Lo que me importa es que me hayas ocultado cosas, otra vez – y por fin lo habías dicho.
- Es cierto – te interrumpió cuando querías seguir con tu descargo y te sorprendió lo directa que fue – No sé que escuchaste… pero seguro diferentes versiones, de la misma historia - mantuviste el silencio - Basicamente, me confundí y me metí con el ex de una amiga y no me importó... Ni lo que me dijeran mis papás, ni si estaba bien o mal o si estaba rompiendo códigos - le temblaba la voz y no pudiste evitar acariciar su mano. Ella continuó - Me enceguecí... Y no me reconocí a mi misma... Cuando me di cuenta ya era muy tarde y había arriesgado demasiadas cosas por alguien que no lo valía. Me arrepenti y pedi perdón.... Y termine pagando no solo por mi error sino también por el de los demás.
Cada una de las palabras retumbo en tu mente, y las analizaste, las desmigajaste con la esperanza de encontrar algo que la hiciera menos culpable. Pero ella ni se había excusado y eso te hacía sentir aun peor, porque significaba que al final, no la conocías tanto como pensabas.
No te imaginabas a Paula en esa situación y menos lastimando a alguien. Vos sabías que era incapaz de hacerle un mal a alguien a propósito... ¿Era una faceta de ella que no conocías?
Tu cabeza daba vueltas y rascaste tu sien tratando de aliviar el mareo. Paula, movia sus manos nerviosa.
Tragaste. Lo que creías perfecto al final no lo era tanto y caíste en que quizas la habías idealizado demasiado y eso ya no era culpa de ella.
Suspiraste.
Estabas enroscándote demasiado y no podías parar. Un laberinto sin salidas.
- Y me trajiste acá, exponiéndome a algo que no sabía si estaba dispuesto a enfrentarme - escupiste y ni siquiera supiste por qué. Te hubiera gustado utilizar otras palabras, pero salieron de tu boca antes de que pudieras pensar mejor (y no de la manera que hubieses preferido pero el dolor y la bronca no te permitieron otra cosa).
Al fin y al cabo, lo que más te dolía de todo era que ella no hubiera confiado en vos como para contártelo.
- ¿Que decis Pedro? – inquirió endureciendo sus facciones, sintiéndote totalmente egoísta.
- No sé… - resoplaste mientras negabas con la cabeza – No puedo creer que hayas hecho algo así – dijiste, casi en murmullos. Paula se acomodo sobre sí misma, inquieta.
- Soy un ser humano Pedro, me equivoco – se defendió y vos asentiste. En el fondo sabías que estaba arrepentida y que no eras nadie para dar lecciones de moral. Sin embargo, no podías evitar sentirte decepcionado. No por los hechos, sino por las acciones – Y aprendí de mis errores…
- Esta bien, pero no entiendo… - y decidiste reformular la oración – Pero no confiaste en mí como para contármelo.
La rubia te miró, decepcionada y no entendiste. No entendiste como era ella la que se daba el lujo de sentirse así.
- No pasa por una cuestión de confianza Pedro, yo confío en vos – te contradijo mientras gesticulaba con las manos. “No parece” murmuraste y ella te ignoró olímpicamente – Ezequiel, Tatiana, Lobos… todo eso era un tema del pasado que para mi estaba cerrado y no quería desenterrar.
Y las justificaciones no te alcanzaban.
- ¿Pero no te das cuenta que el estar hoy acá todos en el mismo metro cuadrado cambia las cosas? – contestaste impaciente y ella revoleó los ojos. Te estabas poniendo nervioso.
- ¿Qué cambia, si dijiste que no te importa? – te dijo desafiante, utilizando tus propios dichos. Te molestaste el doble.
- ¡No me cambies de tema! – y ella se cruzo de brazos, abatida. Sus labios comenzaron a temblar y se mordió el inferior para que no lo notes.
La luna era la única que los iluminaba; el cielo estaba completamente despejado y el único sonido perceptible era el de sus respiraciones agitadas.
- No pensé que se iba a dar así… creí que iba a pasar desapercibido – dijo después de un rato intentando mantener la calma y vos te paraste, incapaz de permanecer quieto más tiempo - ¿Pensás que lo hago a propósito? – y te miró clavándote los ojos verdes, casi a modo de desafío.
- Nunca dije eso Paula, sólo que me gustaría haberme enterado por vos y no como un chisme de la fiesta – y te despeinaste el pelo castaño con violencia. Ella te observo desde su posición ¿Tan difícil era ponerse en tu lugar?
- Ya te explique Pedro ¿qué querés que te diga? – y odiabas que se desentienda del asunto con tanta liviandad - Estás exagerando.
- ¿Exagerando? – y podías sentir tus mejillas ardiendo de lo enojado que estabas - ¿Hay algo más que tengas que contarme? Dale aprovecha ahora que me siento un pelotudo – y ella se mordió el labio fuertemente.
Tenías el alma llena de gritos mudos.
- Sí – y te quedaste en seco. No esperabas esa respuesta – Que además de sentirte, sos un pelotudo Pedro ¡Mirá como estás reaccionando!
- ¡Y como querés que reaccione si siento que no te conozco! No es la primera vez que me mentís Paula – y tu tono de voz se elevaba más y más - ¿Trinidad te suena?
Y todo Nueva York se te vino encima y no hiciste esfuerzos por retener el reproche. No podías ignorarlo, estaba ahí y lo habías guardado desde que ella agarró sus cosas y se fue sin previo aviso de tu departamento ese invierno y haciéndote sentir un idiota.
Otra vez el deja vu.
- Ya te pedí perdón por eso Pedro, no puedo volver el tiempo atrás – miraste hacia otro lado - No se que es lo que pretendes que haga.
- ¿Y cuando te fuiste de Nueva York sin avisar? ¿Y tiraste las dos semanas que pasamos por la borda?
Y las palabras fluían de tu boca sin control. Porque esa charla era una asignatura pendiente y lo que no se dice se transforma en un veneno que carcome. Un veneno que quizás habías mantenido inactivo por varios años (para proteger tu ego, a vos o por orgullo) pero en el momento que volviste a sentir esa sensación de… decepción volvió a aparecer. Porque lo tuyo era una herida abierta.
- No podés hacerme un planteo de hace 3 años Pedro… - ¿y cuando quería que lo hicieras si se habían reencontrado ahora? - Además no fueron así las cosas.
- ¿No se puede hacer lo que no te conviene no? – contra atacaste ignorando lo último que agregó. Ella balanceó su cabeza hacia los costados.
- Te juro que no te entiendo – y eran dos - Te quejas y me juzgas y ni siquiera te molestas en averiguar como fueron las cosas. Sos un egoísta – y frunciste el ceño. A Paula se le quebraba la voz cada tanto - Me hablas de confianza cuando vos tenés conflictos familiares, te aislaste un año de todo el mundo quién sabe por qué y nunca te sentaste a explicarme nada. Y yo nunca te presione, porque te amo y se que tendrás tus razones para callarte – y sabías que tenía razón, pero no podías verlo.
- No se puede comparar Paula… no tenes idea – y fuiste incapaz de articular otra cosa más - Y no insinúes que no te amo, sabés muy bien que no es así.
- ¿Cómo me amas si decís que no me conoces? Siempre me mostré como soy con vos – y no podías darle una respuesta a eso, pero aunque la incertidumbre te confundiera nunca estaría en duda cuánto la amabas – Y no tengo idea de cómo es, porque no me contás – contestó dolida mientras las lágrimas se resbalaban por su rostro. No podías verla así.
Buscaste un cigarrillo en el bolsillo de tu traje, sin saber que más decir. Estabas más confundido que antes.
Tu mente no te daba respiro y lo que antes parecía tan lógico, ahora ya no lo era.
Y concluiste en que no sabías nada, en que nunca supiste nada y que otra vez eras el pelotudo más grande de la historia.
Bien.
- Te deben estar buscando… volve a la fiesta – y ella entendió perfectamente que no ibas a acompañarla. Limpió sus lágrimas con la yema de sus dedos rápidamente.
- ¿Quién se escapa ahora? – musitó, con la voz temblorosa.
Pero ya no importaba si era ella o vos. Estaban completamente a destiempo y eso si que no sabías, al menos ahora, como emparejar.
No te encontrabas, ni la encontrabas.
Prendiste el cigarrillo en silencio y le diste una última mirada. Con tu “Tenemos que hablar” habías cumplido tres de las cosas previstas: el reproche, la verdad y el anuncio.
Te diste vuelta con una mueca mientras dejabas que el humo te invada, con una mezcla de impotencia y dolor, y emprendiste camino a la recepción. Con suerte el viaje de vuelta sería más rápido.
Graaaaaaacias lala por ayudarme, sin vos no hubiese sido posible ♥ jajaja.
Gente, no me odien (:
Hay no!!! esto no puede estar pasando... venian tan bien juntos te juro que me pngo triste posta jajaja
ResponderEliminar