- ¡La última Pau! - gritó con entusiasmo el fotógrafo, incentivándote a dejar lo mejor de vos en esa última toma. Sonreíste mientras cambiabas la posición de tus piernas para quedar de tu mejor perfil y entrelazaste tu rubio y suave cabello entre tus dedos. Flash y fin.
Un aplauso al que rápidamente te sumaste comenzó a hacer eco entre los ruidos urbanos de esa calle de Toronto en la que te encontrabas, coronando el final de una producción de alta categoría que estabas segura que sería un portfolio inolvidable en tu carrera como modelo.
Sonreíste, satisfecha y casual, y luego de intercambiar sonrisas con las chicas de vestuario te fundiste en un abrazo con Sochi Herrera (amiga, confidente y colega). Te separaste y te uniste al pequeño grupo de gente, que se felicitaba entre sí por el trabajo realizado.
Hoy, muy a tu pesar, le decías adiós a Canadá. Hacía diez días que pisabas tierra extranjera, exclusivamente para realizar la producción de Mustique, revista moderna y cosmopolita que proponía una visión particular del life-style que proporciona cualquier revista del montón. Un cambio, un giro. Un respiro. Justo lo que estabas necesitando.
Te subiste a la camioneta que te devolvía a tu hotel en el centro de la ciudad y que era una indirecta bastante directa de que estas semanas de "relax" (entre comillas porque nunca dejaste de trabajar) se habían terminado. El solo pensar que tenías que armar las valijas te producía un cansancio anticipado y depositaste tu cartera sobre el asiento al tiempo que el vehículo arrancaba y la vista se convertía en un fugaz recuerdo.
Recorriste las fotos archivadas en la carpeta de imágenes del celular (entre ellas, muchas de tu estadía en el estado de Ontario), a forma de pasatiempo. Encontraste una foto de una tira de fotos en blanco y negro que te habías tomado en un photobooth (caseta para sacar fotos) que casualmente encontraste el sábado anterior mientras caminabas por el Nathan Philips Square.
Una sonrisa auténtica y fugaz dominó tus labios, al verte en las imágenes tan fresca y divertida. La adjuntaste y la subiste a Twitter (tu nueva red social favorita), en el cual tus seguidores aumentaban notoriamente luego de haber sido entrevistada por Intrusos semanas atrás. Algunas comentarios divertidos entre teje y teje mientras hablabas de tu vida laboral (de la personal te hiciste la boluda) y dabas tu opinión acerca de Zaira y su nueva relación con Pico Mónaco.
- ¿Y Pau, vos en que andás? - y la aguda voz de la morocha que asesoraba a Sochi en maquillaje y peinado te saco de tu ensimismamiento y si se quiere, de tu momento "anti". Levantaste la vista para observarla, mientras ella sonreía esperando tu respuesta.
- Perdón, estaba colgada- claramente habían estado hablando de algún tema y vos estabas implícitamente incluida en la conversación aunque no te hubieras dado cuenta - ¿Qué me decías?
- Todo bien Pau... Te preguntaba ¿cómo está ese corazoncito? ¿Estás de novia? - y sabías que esta chica nunca te había caído bien desde el momento que le ofreció sus Skittles a todos menos a vos. Te hizo un guiño, con confianza, y tuviste ganas de hacerle un gancho directo a la nariz. Primero y principal porque formuló la pregunta más odiosa de todas las preguntas incómodas que suelen hacerse cuando la gente se junta y se pone tonta (porque cuanta más gente, más estupidez). Y segundo porque te hizo acordar de Pedro y acababa de arruinar tus vacaciones “zen” (claro, porque en tu cabeza estaba segurísima de que habías logrado que te sea casi indiferente).
Y aún, sin hablarse por 27 días de corrido, Pedro Alfonso no te era indiferente. Para nada.
- No, estoy soltera… - dijiste tratando de sonar lo más despreocupada posible.
- Ah pero… ¿y el polista? – y consideraste revolearle tu cartera, pero estaba demasiado lejos. Y qué carajo le importaba si seguías o no con Facundo. Esa historia estaba tan pasada de moda.
Pero ¿y la actual?
Suspiraste.
Lo tuyo y lo de Pedro… era un interrogante. Un punto y coma carente de continuación. Un completo "no signal" y te acordaste de ese hashtag en Twitter (y ahora que eras grosa en Twitter había que meterlo en todos lados) que decía "palabras que te cagan el día" y lo que a vos te venía arruinando estos días más que el “¿con quién andás?” era el eterno silencio. Estar en ese espeso stand by del que no estabas segura de si iban a salir alguna vez.
¿En qué momento el orgullo deja de ser copado para ser estúpido?
No estabas muy segura pero en ese momento te sentías la más idiota de todas (porque tenías 27 y no 15), siendo interrogada por una conocida (casi desconocida en realidad, porque era conocida solo laboralmente) extremadamente chusma que había logrado en un minuto ponerte sumamente incómoda, insegura y de pésimo humor.
Humor 5.
- No, con Facundo terminamos hace un tiempo… Estoy solita – aseguraste con una sonrisa tan falsa que te dolieron las comisuras y te felicitaste a vos misma por tu autocontrol. Sochi carraspeó y cambió rápidamente de tema, intentando descontracturarte y sonreíste en forma de agradecimiento mientras hacías un esfuerzo por incorporarte a la charla (que poco tenía de interesante pero a la cual le ibas a dar una oportunidad).
Una vez en el aeropuerto, el proceso del check in fue igual de aburrido, monótono y prolongado que siempre. Agradeciste que no te encontrabas en Estados Unidos, donde la paranoia multiplica por tres el tiempo que te lleva pasar hacia la sala donde están las puertas para abordar los aviones, y presentaste tu pasaje para pasar por aduana.
Encontraste tu asiento casi de inmediato y luego de guardar tu equipaje de mano, te sentaste en el asiento (poco confortable) casi desplomándote de lo cansada que estabas. Abrochaste tu cinturón y te preparaste mentalmente para volar.
El vuelo tardo lo que tenía que tardar, las películas fueron las mismas que a la ida y el señor del asiento 36 B ronco tan fuerte que el sonido como un fuerte ronroneo llegó hasta el tuyo, situado 10 filas mas adelante. Un vuelo normal.
Antes de salir al free-shop, chequeaste en el baño cómo estabas en la escala del 1 al 10 de presentabilidad. Dichosa, te autocalificaste un 7 (¡hey! está muy bien para 17 horas de vuelo) y te volviste hacia donde vendían el maquillaje, los perfumes, las cremas y todas esas cosas que aunque no las necesitaras, siempre algo te comprabas igual. Era ley.
Te mordiste el labio al darte cuenta que te habían dejado atrás y comenzaste a caminar, sola, en dirección a la salida. A lo lejos divisaste a “Skittles” (nombre con el que habías bautizado a la morocha que te hizo las preguntas indeseadas) y decidiste aminorar el paso. No querías responder más cosas, al menos hoy.
Cruzaste las puertas que te llevaban a la sección de taxis/remises autorizados por el aeropuerto de Ezeiza con pesadez, luego de un rápido llamado a tu mamá para avisarle que habías llegado bien y que pronto estarías visitándola. Y de pronto, lo viste. O creíste verlo, porque de tan rápido que se dio vuelta al ver que un par de metros los separaban y que lo habías reconocido, no sabías si era tu mente engañándote (o el deseo de qué este) o si realmente estaba allí.
- ¡Pedro! – exclamaste para sacarte la duda y sentiste como tus mejillas se ruborizaban repentinamente. Era él definitivamente.
- Hola Pau – te saludo sin proximidad alguna, aunque acortando un poco la distancia que los separaba. Rascó su sien, nervioso, y vos te mordiste el labio, medio atontada/medio incómoda.
Suerte que lo habías superado.
- ¡Qué loco encontrarte acá! – tonta, tonta, tonta. No era loco y no era insólito. Era extrañamente ideal. Peter asintió con una media sonrisa y te olvidaste de las 17 hs de vuelo, la asistente confite de Sochi y el silencio - ¿Qué viniste a hacer? – preguntaste esperanzada con que la respuesta fuera que te vino a buscar a vos.
- Vine a buscar unas encomiendas que me traían de Nueva York hoy… un despachante amigo me hace el favor – y la desilusión te cayó tan pesada como el efecto que te estaban provocando las pocas horas de sueño que tenías encima. Pestañeaste.
- Ah… - y no supiste qué más decir. Sonreíste ante la falta de palabras y presionaste la manija de plástico de la valija entre tus dedos – Bueno, me están esperando para irme… - dijiste con una mueca y gesticulando con las manos más de lo necesario. Él sólo te miro y esa respuesta que necesitabas no llegaba más – Chau Peter…
Y el castaño intentó articular una frase que nunca llegaste a oír, porque luego de balancear tu mano izquierda (de un modo muy extraño) en forma de saludo te diste vuelta y seguiste caminando, furiosa de que te haya tenido en frente y no haya dicho nada y de haber tenido que remar una conversación que debería estar remando otro (Pedro).
Ya en el remise que te había contratado la agencia, te pusiste al día de lo que te perdiste mientras estuviste afuera con el chofer, quien muy simpático cargó tu valija hasta el baúl. Por suerte, el aire estaba al máximo (y funcionaba) y te hacía olvidar que estaban a 40 grados de sensación térmica fuera del vehiculo. La autopista estaba bastante descongestionada y mientras el señor manejaba, tocaron temas clásicos de conversación como el clima, la política y la invasión de ¿lagartijas? en las casas para rellenar el silencio hasta que llegaban a tu departamento.
Y de pronto, deja vu (tu ringtone para los mensajes de texto).
“Pau, perdoname por lo de recién… no se que me pasó. Pero verte me hizo dar cuenta cuánto me equivoqué al pensar que no te conozco. Un beso (bah, te lo debo)”
Te mordiste el labio y sonreíste, mientras mirabas por la ventanilla. Nunca mejor elegido ese ringtone.
Releíste el mensaje, eufórica, feliz y bloqueaste el teléfono mientras suspirabas con un dejo de romanticismo impropio de vos.
Sin lugar a dudas, ibas a hacerte desear un poco.
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