Eras amo y señor del tiempo (de grabación obvio, sino probablemente las cosas serían diferentes). Rebobinabas, adelantabas. Borrabas y volvías a grabar y te creías el más genio de los genios por tener absoluto control sobre tu voluntad. Las influencias, una simple caricia.
Acomodar la cámara en tu mano y dejarte atrapar por las situaciones que se iban desarrollando a tu alrededor. Tan simple como eso.
Pero hoy, 6 de febrero, no había personaje por la calle o acontecimiento que robara tu atención. No te podías concentrar en nada y la imagen de Paula era una luz intermitente en tu cabeza; la cosa más insignificante te la recordaba y te odiabas a vos mismo, por no permitirte olvidar… al menos por un minuto.
Sentías que habían sorteado el premio al boludo del año y vos tenías todos los números. Ya no sabías si tenías tanta razón; lo único que tenías en claro, era que hacía 4 días que no sabías nada de Paula y ella ni se había molestado en hablarte o buscarte para que se junten y resuelvan lo que tenían que resolver.
Según tu punto de vista, no le daba la cara para jugarte una ofendida, aunque vos te hayas confundido en la forma que empleaste tus palabras (y en las palabras que usaste también).
Entremezclaste tus dedos entre tu cabello castaño, intentando recordar cómo se hacía. Cómo era la vida de Pedro Alfonso antes de volver a Buenos Aires y te encontraste con que era vacía, chata y poco interesante. Bah, así fue durante los últimos dos años y te diste cuenta que después de haber vuelto, lo que antes te parecía extraordinario ahora te parecía mundano; normal.
Todo se transformaba constantemente. Suspiraste.
Hacían 35 grados de sensación térmica afuera y eran las 8 de la noche. Las nubes tapaban las estrellas y la Luna, era un hilo de luz imperceptible en ese manto oscuro que te envolvía. Buenos Aires no tenía nada de bueno últimamente y tu mayor deseo era empaparte con el agua de la lluvia para refrescarte del calor que te embargaba (y que no se iba ni con aire acondicionado, ventilador ni viento).
Y de nuevo te acordabas de ella (la lluvia, Paula, Paula mojada, Paula y ese abrazo que dijo todo sin decir nada).
Sentado en ese banco, solo (solísimo), fantaseabas continuamente que el led rojo del celular se prendía (como si ella te estuviera hablando por el chat) pero no te hablaba nadie más que Hernán, Iudica y otros productores de Ideas del Sur.
“Dale boludo, te estoy esperando hace 15. Se me calienta el fernet”
Y sonreíste y la idea de tomar una bebida con hielo era más tentadora que la lluvia. Despeinaste tu cabello mientras te levantabas y te estiraste antes de emprender el camino.
Afortunadamente, el departamento de Hernán en Capital quedaba a unas 15 cuadras del tuyo, en Belgrano; ni tan lejos como para tener que parar por culpa de lo agitado que te pondrías (consecuencias del pucho), ni tan cerca como para cruzarte con Paula, Zaira o la vieja del 3”A” que estaba obstinada en que le arreglaras el aire acondicionado.
Y sólo te hacías el técnico con una sola persona y mejor ni la nombremos para no volver a ese círculo vicioso en el que pensás en ella, te reproducís la discusión en el jardín de la estancia y recordás el viaje sumamente depresivo de vuelta en el que la bronca te salía por los poros.
¿Eh?
Sacaste un cigarrillo con rapidez y lo prendiste con dificultad. Intentar repeler con tu mano izquierda el viento mientras sostenías el elemento con la boca y el encendedor con la derecha era casi como hacer malabares. Una vez que lo conseguiste, dejaste que el humo invada cada lugar posible de tu organismo y sentiste como tu cuerpo se relajaba poco a poco.
Maldito vicio.
No había un alma en la calle y no los culpabas; el calor era insoportable y ni el viento que corría (anticipando una tormenta) aliviaba la humedad o el pegoteo. Caminaste las cuadras restantes con un ritmo moderado y luego de tocar el timbre, te introdujiste en el departamento de tu mejor amigo de la infancia.
- ¡Nan! – exclamaste mientras lo abrazabas amistosamente. La temperatura templada, ideal, hizo que se te erizaran los pelos de la nuca ante el cambio de aire. Te sonrió mientras te dejaba pasar y tiraste las llaves sobre la mesa como si fuera tu propia casa.
- ¿Sale un torneito? - pregunto mientras te ofrecía un vaso de fernet, que gustoso aceptaste, y con la otra mano te enseñaba los joysticks de la play ¡Hacía tanto que no jugabas!
A la hora de jugar al PES 2012 (o a cualquier juego que involucrara al fútbol) Bélgica era tu equipo elegido, siempre. Era una cuestión de afinidad inexplicable y tus amigos ni te preguntaban ya por qué elegías ese equipo (a tal extremo llegaba tu "amor" por esa selección que te tomaste un tren cuando estabas en Grecia para conocer el país en cuestión).
Tomaste un sorbo, dejando que el líquido amargo recorra las paredes de tu garganta y apoyaste el vaso, aún con las manos frías por el contacto helado del vidrio, sobre la mesa. Y Hernán mientras iba seleccionando las opciones, te contaba como iban las cosas con la página de Independiente que él mismo manejaba.
Antes de que empiece el partido (de 10 minutos de duración) hiciste sonar los dedos de tus manos, como si eso formara parte de un ritual previo antes de jugar. Tomaste el joystick y carraspeaste al tiempo que Nan le daba play a la música y Ciro endulzaba tus oídos. Que empiece la magia.
Y luego de 30 minutos de juego, la magia nunca había empezado y tu mejor amigo se reía a carcajadas de la cara de culo que estabas poniendo por haber perdido 5 partidos al hilo (y que no podías disimular). Mientras la tortura transcurría habías tarareado todas las canciones que saltaban en el reproductor de Windows Media de la laptop de Hernán que estaba tan tentado que se destornillaba de risa con tus agudos.
La hora de reírse de Pedro.
Y cuando esto de perder ya no te estaba cayendo muy simpático que digamos (y nunca fuiste muy buen perdedor, especialmente hablando de fútbol, virtual o real) los acordes de "Saber cuando parar" de las Pastillas del Abuelo comenzaron a salir de los parlantes y automáticamente tus manos aferraron el control con fuerza. Demasiada.
"Y te condena mi celoso corazón
cuando le contás tu historia,
nunca conoció la gloria
en cuestiones del amor"
Reprodujiste la estrofa en tu mente y en tu boca, y cada palabra tenia sabor a melancolía. A recuerdo, a adiós.
“Y sé que nunca se me va a olvidar tu voz
aunque pierda la memoria,
con acercarse a la victoria
se conforma un perdedor”
Sabor a dolor… y a deja vú.
(Flashback)
Siempre consideraste que había dos puntos de inflexión a la hora de las relaciones sexuales.
La charla después del sexo, el primer punto (momento clave). Podría fluir con tranquilidad como podría ni siquiera ocurrir. O podría ser un bodrio, como cuando la mina al lado tuyo hablaba demasiado y aturdiendo (o había hablado demasiado durante) y te convencías que callada era una diosa del Olimpo pero que abría la boca y la arruinaba. Como cuando los temas de conversación no surgían y el seguro silencio se transformaba en lo más incómodo. O cuando ya no tenías los dos tragos de más encima y te dabas cuenta que la chica que estaba recostada a tu lado no era lo que te había parecido bajo las luces tenues del boliche.
El segundo punto, el después de la charla. Quedarse a dormir, o vestirse e irse. Uno no dormía con cualquier persona; justamente porque compartir el sueño era sagrado. Más para vos, que eras alguien que consideraba interrumpir la siesta un pecado capital.
Dormir bien, era otra historia.
Hacía siete días que compartías el arte de dormir y lo hacías relajado y en paz. Y feliz. Paula era la responsable de eso y aunque la conocieras hacia 13 días, sentías que la conocías hacía mucho más.
Dormías en tranquilidad, sin interrupciones; incluso habías soñado. Algo loco y extraño, pero un sueño en fin.
Dormías feliz, cómodo, relajado. Dormir con ella era perfecto y especial al mismo tiempo. Y adjudicar esos adjetivos a esa situación era extraño… y era nuevo; porque generalmente eso no te pasaba con alguien que no era tu pareja y a la cual apenas conocías (y casi que podías contar los días que la conocías con los dedos de la mano). Pero Paula no era una chica más.
En realidad nunca te habías parado a pensar pero… ¿te estabas enamorando?
Ni siquiera estaba en duda si la querías o no porque eso rayaba en la obviedad. Enamorarse era algo tan lindo como ilógico en esas circunstancias. Bah, no era lo ideal.
Te desperezaste con cuidado mientras tus párpados estaban reticentes a que te levantes. Ahogaste un bostezo en tu boca y humedeciste tus labios resecos mientras refregabas con las yemas de tus dedos tus ojos, repetidamente. Y los abriste con expectativas de verla sonreír, para encontrarte con las sabanas revueltas y la cama vacía.
¿Y Pau?
De repente el sueño se te había ido y te encontrabas semi levantado, inclinándote sobre el borde de la cama (únicamente con tu bóxer negro como prenda) casi cayéndote, intentado ver si la rubia estaba en el baño. Negativo.
Frunciste el ceño mientras murmurabas su nombre, esperando la contestación. Pero nadie te respondía y claramente, Paula no estaba en el departamento.
La ventana estaba empañada por el frío de afuera y se te hizo difícil ver más que blanco. Despeinaste tu cabello castaño con brusquedad y despegaste la vista de la 92 (calle donde se encontraba tu edificio y que podías ver desde ahí).
De repente, viste un papel que antes no estaba antes en la mesita de luz. E imaginaste. Y entendiste.
Tus ojos devoraron las palabras escritas en la nota y el "fuiste mi locura en Nueva York" retumbaba tan fuerte como un gong, en tu cabeza. Reconociste el tema de la primer frase y tuviste el presentimiento que lo ibas a detestar desde ese preciso instante.
Y te sentiste estúpido. Y te sentiste traicionado para sentirte más estúpido que antes.
Rebuscaste entre papeles, el número de teléfono del hotel donde se hospedaba Paula (o Trinidad, da igual porque ahora en el presente, sabías el nombre y que eran la misma persona), incapaz de comprender que una nota de porquería que te decía poco y nada (y cosas que no querías leer) podía terminar con algo como lo tuyo con la rubia, así como así.
- Disculpe señor- te dijo una voz femenina en inglés, con un tono amable que por tu extrema ansiedad te pareció insoportable- pero el check out de la habitación 325 ya se hizo... Alrededor de las 9 - y ya eran las diez. Y cortaste sin despedirte ni agradecer.
Supusiste que su vuelo saldría en dos horas y buscarla en el JFK, aeropuerto de Nueva York que tiene kilómetros y kilómetros de infraestructura y saca innumerables vuelos por hora, sería una idiotez más que una hazaña.
Los ojos se te empañaron y la vista se nubló. Te sentaste sobre la cama y exhalaste con lentitud.
Y lloraste, por lo que fue y por lo que pudo haber sido. Y la odiaste, solo por esa despedida que te robó.
(Fin flashback)
- No la entiendo... - soltaste de la nada, sin despegar tus ojos marrones del partido, y Hernán ya no reía. La canción te había despertado esas emociones que querías adormecer - Es una cabeza dura, no quiere admitir que estuvo mal... Me enferma que sea tan orgullosa.
Y claramente te enfermaba, si hacía días que no dejabas de pensarla. La amabas y eso, no lo podías ocultar. Tu amigo bebió un sorbo de su vaso, pensativo.
- Mira Pepe, para mi la mina es muy enroscada que se yo... - dijo con voz ronca mientras peleaba con una táctica defensiva para robarte la pelota. Pero descargarte te había motivado; tus jugadores ya corrían al área. Hernán puso la pausa.
- ¡Eh! – te quejaste pero él te ignoró.
- Se que estás enganchado, pero bastantes quilombos tenes vos como para meterte en una historia complicada – aconsejó con el joystick en la mano y vos te rascaste la sien ¿Y como hacías para entender eso? – Acordate los mambos que tenes con tu familia Pepe – y la cabeza te hizo un clic y te acordaste que ella, te había echado en cara esa noche que vos también le ocultabas cosas, como eso. Y sabías que tenía razón pero lo obviaste para no tener que admitir tu parte de la culpa. Porque eras caprichoso.
- Sí no sé – e hiciste una mueca y Hernán volvió a poner el partido en movimiento. A los dos minutos metiste un gol y una sonrisa de sorna se dibujo en tu rostro mientras festejabas por el living. Tu amigo volvió a tomar del fernet, ignorando tus festejos – Epa ¿qué pasó? – dijiste burlonamente.
- Callate que vas 5 abajo – simplificó concentrado y vos carcajeaste, mientras hacías balancear tu cuello para estirarte. Ese torneo era tuyo.
Y al menos en esto, tenías oportunidad de dar vuelta la situación con una simple jugada.
me mato de ternura y pena el flashback! pobrecito pepe ;( jajaja
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ResponderEliminarAplausos de dorso de mano para los dos puntos de inflexión!
ResponderEliminarNada más real.
¿Quién no ha deseado tener un botón rojo como tenía Grandinetti en "El lado oscuro del corazón", que hacía desaparecer a la persona que tenía al lado en su cama?
Simplemente genial lo tuyo, Lu