miércoles, 29 de febrero de 2012

Capítulo 46.

Las sorpresas son el anuncio de algo inesperado; un estado emocional con valencia (neutro, agradable y no agradable) que puede desembocar en hechos revolucionarios. En cambios. En metamorfosis.

Vos, eras una fan tan contradictoria de las sorpresas que la ciclotimia te quedaba chica; ambigüedad insostenible y nervios que te carcomían por dentro, fueras la sorprendida o la encargada de darla.

Amabas la adrenalina que te hacía sentir esa incertidumbre de no estar seguro o directamente no tener idea de lo que te esperabas aunque mil y una ideas se tejieran en tu mente; porque ninguna tenía la certeza y seguridad suficientes como para derribar a ese “no saber”.

La ansiedad era la gran responsable. Eras demasiado ansiosa y eso que al principio te producía un vértigo agradable terminaba por llevar tus nervios al límite y transformaba esa sensación en una sumamente molesta.

Lo tuyo con las sorpresas, era un amor – odio.

Acomodaste tu pelo rubio en un desprolijo rodete con aire cansino y te dejaste hundir en los mullidos almohadones de encaje mientras tu respiración imitaba los compases de tus latidos.

Tomaste la revista que traía el diario del domingo a tu izquierda y decidiste prestarle atención a la parte del horóscopo, porque esto de hojear y hojear y seguir con la mente en blanco te estaba matando. Respiraste una buena cantidad de aire y leíste el pronóstico astral para Virgo ese día.

“Amor: El amor volverá a darte alegrías. Cambios de actitud, te llenan de atenciones y cariño. Hoy dejarás las dudas de lado.”


Y tuviste ganas de marcar el número del diario y que te comuniquen con el editor porque estaban mintiéndole descaradamente a millones de habitantes nacidos en ese período que va del 24/8 al 23/9, porque sí, te habían pasado todas esas cosas, pero exactamente al revés.

Conclusión: al amor tenías ganas de mandarlo en un tren al país de nunca jamás y estabas exagerando, porque en el fondo (no tan en el fondo) sabías que no era así. Que era algo temporal, por la furia, la molestia y el orgullo y un par de frases de Pedro que te dieron muchísimas ganas de responder con un insulto (y con el insulto te quedabas corta).

“Bienestar: Nada más improductivo que forzar a otro a cambiar. Trabaja en lograr la aceptación. No estés a la defensiva, escucha al otro antes de prejuzgar”

Y otra vez el horóscopo erraba, porque eras vos la que estaba al margen. O así te sentías, un cero a la izquierda, la boluda que siente y piensa demasiado. El daño colateral.

El ruido de las llaves en la cerradura atrajo tu atención y seguiste el movimiento que hizo la puerta de entrada al abrirse con tus ojos, irritados por llorar. Limpiaste tu cara con rapidez (como si pudieras ocultar que habías estado llorando) y te enervaste en tu asiento, mientras suspirabas.

“Una buena amiga estará a tu lado (literalmente) y ya no tendrás esa sensación de soledad que tanto te molestaba y angustiaba.”

El último fragmento del horóscopo retumbó en tu mente y terminaste de confirmar que no podrían haberle pifiado más (si iban a inventar que inventen bien y la puta madre). Zaira te saludó con una sonrisa mientras dejaba su cartera negra con flecos en el sofá y la valija en la entrada y se desplomaba a tu lado. Ni te molestaste en mirarla.

- ¿Hola no? – dijo mientras te observaba con detenimiento, sin entender por qué no te habías abalanzado sobre ella para agradecerle por haberte dejado 2 días sola con Pedro y haberlo llamado para que te cuide. Y sin tener idea de lo mal que había hecho.

Te limitaste a mirarla, secamente y parpadeando limitadamente. Zaira frunció el ceño y clavó sus ojos verdes sobre los tuyos, del mismo color pero tirando a miel.

- ¿Qué pasa Pau? – preguntó inclinando un poco la cabeza hacia la derecha y vos revoleaste los ojos, sin poder evitar que la demostración de molestia escape a través de tus gesticulaciones.

- Vos me pasas.


(Flashback)


Con esos ojos color café sonreía de tal manera que la promesa de que cualquier cosa que se propusieran entre ustedes pudiera funcionar, difícilmente era imposible. Otra vez largaste un suspiro, mientras el ladrón de los mismos te observaba desde la altura, curioso.

- Pedro… - dijiste con un tono de propuesta desde el sofá y él automáticamente entendió. Ya te sentías mucho mejor, aunque algo débil, después de sus delicados cuidados y una siesta reparadora donde Pedro cumplió su palabra a rajatabla.

- ¿Qué? – preguntó mientras se acercaba, vestido con esa remera azul de Pony que te encantaba y un aire de canchero, que también (el azul le quedaba hermoso).

Se sentó al lado tuyo, ni muy cerca ni muy lejos, pero lo suficiente como para ponerte nerviosa. Desviaste la mirada hacia otro lado para recuperarte y volviste, más entera.

- Me aburro – anunciaste y él torció sus gestos como si fuera la confesión más grave del mundo y antes que pudieras agarrar el almohadón (ya estabas con el labio inferior mordido), Pedro interceptó tu mano bajo la frase “para la violencia no estás enferma”. Carcajeaste a la par de él mientras alejaba el objeto de lucha a una distancia considerablemente inalcanzable para tu utilización - ¡Hey! Llueve y estoy enferma. Te corresponde entretenerme.

- El tono, caprichosita – contestó mientras se acomodaba en el sofá y se inclinaba un poco hacia tu lado - No te van a gustar mis ideas para entretenerte.

- Entonces voy a tener que ser yo la que proponga – dijiste orgullosa y él rió en silencio mientras te parabas (lo más parecido a enérgicamente) – Busquemos un juego de mesa, me canse de ganarte en el truco – y Pedro negaba con la cabeza al tiempo que rascaba la sien con su índice; no le gustaba perder ni a la bolita.

- Estás demasiado cancherita… - murmuró y vos sonreíste con suficiencia – Mira que me va a salir el increíble Hulk… y chau tiempos.

- Tus amenazas me aburren – simplificaste graciosa aunque sus declaraciones te hubieran puesto nerviosamente incómoda y por eso ahora caminabas rápidamente hacia el armario del pasillo haciéndole una seña para que te acompañara – No podés ser tan mal perdedor Peter.

Pedro se personificó a tu lado en silencio y le regalaste una sonrisa al notarlo al lado tuyo. Abriste la puerta y señalaste el segundo estante, donde se encontraban varios juegos de mesa clásicos, como el ludo, el ajedrez y otros que no tenías ni idea que estaban en la casa. Te preguntaste cuando Zaira había incorporado tantos hasta que un carraspeo interrumpió tu paneo visual.

- ¿Sexionary? – preguntó Pedro haciendo referencia a la segunda caja de la primer fila y enarcaba una ceja una vez que giraste para observarlo – Si querías jugar me hubieras dicho, no hacía falta que me hicieras venir hasta acá.

- Tarado, ni sabía que estaba este juego acá – y te mordiste el labio mientras sentías como tus mejillas cambiaban del piel al rojizo y la poca timidez que tenías afloraba. Él se limitó a mirarte, con una sonrisa seductora, mientras descansaba el peso de su cuerpo sobre su mano apoyada en la pared – Además es malísimo… y para el sexo no me hace falta un juego – y la expresión pasmada de Pedro te avisó que tenías tan solo unos segundos para cambiar de tema o enfrentarte a las consecuencias de tus dichos. Y odiaste esa bendita (o maldita) manía que tenías de querer tener la última palabra siempre - ¿Y si jugamos al Teg?

- ¿Sabés jugar? – atino a decir, un poco compungido todavía. Tomaste el juego del estante y cerraste la puerta, dirigiéndote al living con rapidez.

- Más o menos – y no tenías la menor idea, pero propusiste el nombre de la primera caja que viste sobre el estante antes que Pedro decidiera dejar los jueguitos a un lado y pasar a la acción. Y al fuego.

Te preguntaste de dónde había sacado Zaira el Teg mientras te acomodabas sobre el sofá e intentabas hojear con despreocupación las instrucciones las cuales jamás habías leído (la única vez que habías intentado jugar era con tus hermanos y abandonaste antes de siquiera empezar). Peter, a tu lado, acomodaba el tablero al mismo tiempo que tarareaba “antes y después” de Ciro y los Persas. No pudiste evitar sonreír.

Luego de elegir un color (y cuando elegiste el rojo Pedro murmuró algo como “rojo pasión”, comentario que ignoraste fingiendo un estornudo) y dividir los objetivos secretos, repartieron las tarjetas de los países en cantidades equitativas para cada uno y así poder situar “los ejércitos”. No te sorprendiste al ver que de un cuarto de los países que tenías en tu haber desconocías su ubicación geográfica y Pedro no desaprovechó la oportunidad para recordarte entre risas cómo estabas convencida de que Canadá era una ciudad de Estados Unidos. Bien.

Hiciste una mueca mientras ubicabas tus últimas fichas (y reprimías un bostezo, porque el juego ya te estaba aburriendo sin haber empezado) y sorpresivamente tu mano chocó con la de Pedro al intentar dejar una ficha en España (y él en Portugal) haciendo que ambas caigan sobre tu país.

- Ojo con lo que conquistás – advertiste enarcando una ceja y Pedro sonrió de costado.

- Lo único que quiero conquistar es a vos – murmuró tan claramente que erizó tu piel. Tragaste y era un idiota si pensaba que hacía falta conquistarte. Y también lo era si pensaba que las explicaciones no eran necesarias. Revoleaste los ojos.

- Todavía no empezamos – y él sonrió mientras despeinaba su cabello castaño y te morías de la ternura con su puchero. Y sólo ibas a hacer el esfuerzo porque Peter parecía entusiasmado con la idea de comenzar la partida.

- Las damas primero – anunció y vos correspondiste su idea balanceando la cabeza de arriba abajo con sutileza.

- ¿Qué tengo que hacer? – preguntaste con cara de concentración y él te indico que debías tomar una de las tarjetas de situación de la pila sobre el tablero. Seguiste sus instrucciones y comenzó el juego. Su juego.

Y no pudiste evitar sentir presente el concepto generalizado sobre la poca capacidad mental de las modelos al no entender la tarjeta que te había tocado en suerte (o en mala). Te sentías muy modelo; muy modelo encasillada en ese prejuicio del que todos hablan. Muy hueca.

Te mordiste el labio, con la esperanza de que al hacerlo se abriera tu mente y te revelara que era lo que seguía a continuación. Releíste que la tarjeta decía “crisis” pero no entendías que debías a hacer ni tampoco había ganas de hacer el esfuerzo. Y sí había tal crisis y te acordaste de esas épocas donde que mirabas Casi Ángeles con tu hermana Delfina y uno de los personajes del programa hacia gala de la frase.

Tu mente viajo a esas tardes donde compartían la chocolatada y las Oreo en la casa de tu mamá en Olivos y te diste cuenta que estabas por muy de bajo del nivel de concentración.

- Me aburrí – dijiste de la nada y Pedro te miró con algo de incredulidad. Elevaste los hombros – Mejor juguemos a otra cosa.

- No sabés jugar ¿no? – preguntó (pero en realidad era una afirmación) y rió levemente mientras abrías la boca para decir algo y modulabas un par de balbuceos tras un “soy pésima para los juegos de estrategia, ni al Buscaminas puedo ganar” – Mejor, nunca podría destruirte… - soltó y lo miraste confundida mientras tu mente intentaba analizar cada palabra de la frase. Te mostró una de sus tarjetas (de objetivos) y la tomaste con determinación.

“Destruir al color rojo”

Sonreíste ampliamente olvidándote del histeriqueo y de las reglas y él te correspondió con una de esas que te volvían loca. “¿Un twister te va?” ofreciste a modo de consuelo y Pedro se ofreció a buscar los elementos necesarios para jugar a ese juego que nunca aburría, incluso a los 27 años.

- ¿Empezás vos? – y desviaste tu mirada perdida en la televisión apagada hacia donde estaba ubicado y te encontraste con el panel de círculos amarrillos, rojos, verdes y azules desplegado en el piso y con Pedro mirándote divertido. Y esa mirada sumada a la sonrisa de costado significaba que la diversión venía de la mano con el peligro. Con arriesgarse.

Hiciste una mueca.

- Bueno, dale – aceptaste levantando levemente las cejas y separándote de tu asiento, tomando con entusiasmo el desafío. Peter sonrió y te alcanzo el cartel con la flecha giratoria. Te situaste enfrentada a la alfombra blanca, con la ruleta en la mano izquierda mientras Pedro se acercaba - Okay, y después me voy a bañar…tengo el pelo horrible.

- Yo también quería darme una ducha… -y te giraste para mirarlo con molestia. Se suponía que vos eras la enferma y esa era tu casa. Él simplemente sonrió - Hagamos así, el que gana se baña primero. Porque de bañarnos juntos ni hablar ¿no?

- ¡Pedro! –exclamaste y lo empujaste levemente - Estas endemoniado… y no, ni hablar – y dejaste que tus comisuras se alejaran entre sí, dejando ver una sonrisa, olvidándote de que se suponía que sonaras seria – No preguntes cosas obvias.

- Está bien – dijo separándose un poco para enfrentarte – Muero por ver como te arreglas con la chuequera.

Y se atrevió a reír.

- Basta Pedro con eso, vos sos más chueco que yo – y carcajeó mientras te mordías el labio. Una y otra vez.

(Fin flashback)




- ¿Eh? – soltó la castaña y vos solo te limitaste a mirarla vacíamente - ¿Por qué? – preguntó perdida y estabas harta de su fingida inocencia porque en el fondo, sabía cuál era el motivo de tu enojo. Y quién indirectamente era el causante. O la.

- Estoy harta de que te metas en todo Zaira – musitaste sin despegar tus ojos de sus verdes y ella desvió la mirada incrédula.

Y supiste que si no había entendido antes, poco a poco, comenzaba a hilar esa telaraña de reproches. Y cuando la viste ahogar un suspiro y endurecer sus facciones, supiste que ese intercambio de palabras, recién comenzaba.







Eternos agradecimientos a Lalux, mi amiguilla (#cableatierra), porque sin ella jamás podría haber descripto un juego de Teg ni muchas cosas más. Gracias por ser tan flashera y por el aguante trasnoche. Sos lo más, te quiero tantísimo ♥ Y por si no se había entendido, te lo dedico.

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