miércoles, 29 de febrero de 2012

Capítulo 47.

Un minuto de silencio y jamás se habían cruzado tantas palabras por tu mente.

- ¿Esto es porque le dije a Pedro que venga a cuidarte? – inquirió seria dejando olvidado el mutismo, pero aún manteniendo la calma. Hiciste una mueca al oír su nombre – Pensé que les hacía un favor, en serio Pau.

Piña voladora a Zai.

- ¿Y a vos que te parece? – y a Zaira claramente le molestó tu tono pero vos continuaste con tu descargo algo atolondrada – Me parece que te estás excediendo un poco.

- No hice nada malo Pau, intenté ayudar a dos amigos nada más – y refunfuñaste molesta y que Zaira sea tan dulce con las palabras te hacía enojar más. Ella te miró desde esa corta distancia que las separaba, dolida por tu planteo.

- Es que eso es lo que está mal Zai, ayudar no significa organizarle la vida al otro – explicaste y tu amiga revoleó los ojos, claramente no conforme con tus palabras. Tamborileaste tus dedos sobre tu regazo y volviste a mirarla.

- No le organice la vida de nadie Pau, solo los acerqué para que resuelvan sus problemas – y ahí estaba, ¡lo admitía! Se había metido a jugar de cupido y organizarles encuentros, que habían terminado siempre… en catástrofes emocionales, para ambos dos – Me mata verlos tan mal separados y que solo por caprichosos no se junten a hablar…

Y llamarte caprichosa en ese momento no era una buena idea.

- ¡Es que justamente no tenés derecho a decidir eso por nosotros! – exclamaste irritada.

- Si que lo tengo, por bancarte deprimida a vos por él y viceversa - y tenía razón pero eso no era justificación suficiente - vos no sabés como estaba Pedro...

¿Y vos cómo estabas?

- Bueno si tanto te molesta, no me banques más – dijiste haciendo gala del adjetivo con el que te había descripto minutos atrás. La castaña negó con la cabeza.

- ¡No des vuelta lo que te digo! No entiendo por qué das tantas vueltas para ser feliz – y que tu mejor amiga fuera capaz de hacerte un knock down con una frase que te descifró en menos de dos minutos te desarmaba. Por completo.

Y sus palabras te pesaron por dentro, rasgando tu ser y lo muy poco de autocrítica (y autoestima) que habías recuperado después de lo vivido horas antes en ese mismo ambiente.

Suspiraste.


(Flashback)


Molesta (molestísima) por la cargada de Pedro hacia la leve inclinación de tu pie izquierdo que ni se notaba giraste la flecha del tablero con fervor y con más ganas de ganar que nunca. Pie izquierdo, azul.

Ubicaste tu pie en uno de los círculos situados en el medio, del color correspondiente, con seguridad, mientras Pedro tomaba la ruleta para comenzar a jugar también. Pie derecho, azul.

Apoyo el cartón en la “toalla” e hizo el movimiento que le correspondía según la ruleta, ubicando su pie al lado del círculo donde reposaba el tuyo.

Varias giradas de flecha y minutos después te preguntabas si tus muñecas aguantarían mucho tiempo más en esa posición. Panza arriba (y a vos sola se te ocurría complicártela tanto) y con la cintura rotada hacia la derecha, tenías la leve impresión de que este juego era algo contra lo que no ibas a poder.

Inconquistable (al menos en esa situación corporal en la que te encontrabas).

A pesar de haber intentado despistar a Pedro durante varios movimientos, sacando la mujer fatal que vos no creías ni en pedo que eras, él no perdía la cordura ni la tranquilidad que lo caracterizaba. Cosa que te exasperaba aún más si era posible.

Besaste su brazo, para distraerlo y poder estirar la pierna que se te estaba acalambrando, y Peter frunció el ceño con una expresión sospechosa. "¿Qué?" dijiste inocentemente y él giró la flecha una vez más, pasando por alto tu pregunta pero con una sonrisa dibujada en sus labios.

- Mano izquierda, amarillo - anunció y no entendiste su risita silenciosa hasta que corporeizó lo que indicaba la flecha.

Las ubicaciones, retorcidamente, eran las siguientes: tu mano derecha e izquierda en la misma fila de verdes, tu pie izquierdo en el azul y el derecho en el amarillo (boca arriba, por si ya nos mareamos); Pedro: mano derecha en el verde (al lado de tu derecha), la izquierda en frente a tu izquierda en uno amarillo, el pie izquierdo en uno del mismo color y el derecho en uno azul.

En resumidas cuentas, él a unos pocos centímetros de tu cuerpo y encima tuyo, casi rozándote. Tus nervios, a flor de piel.

- Linda vista - susurró mientras su aliento chocaba contra tu boca y no tenías la capacidad para respirar ni el amor propio para tratar de acercarte más al piso aunque eso significara dar por perdidas las muñecas. Y de repente se encontraba besando la comisura de tus labios, descaradamente y con una suavidad única, que termino de descolocarte por completo.

- Pedro - te quejaste cuando las cuerdas vocales recuperaron su razón de ser y lo miraste a los ojos, que brillosos te sonreían - No valen estas cosas… te aprovechás que estoy inmóvil para hacerme perder.

- No parecés muy molesta - soltó con una media sonrisa y revoleaste los ojos mientras tomabas el tablero con la mano izquierda y girabas como podías la flecha.

- Mano izquierda, rojo - refunfuñaste y la re puta madre, porque el rojo estaba en la otra punta y vos apenas podías moverte. Sin despegar tu mirada de la de él, hiciste el esfuerzo de estirarte hasta el rojo, desequilibrándote por completo pero antes de caer tomaste a Pedro por la remera, logrando que él caiga a tu lado también.

Y después del ruido sordo, risas. Y carcajadas y un Pedro que te acariciaba la mejilla, haciéndote olvidar de todo. Podía derrumbarse el edificio de al lado que claramente no iba a importarte y eso te hacía sentir más vulnerable que nunca. Sonreíste al tiempo que te susurro "tramposa" y tocaste su nariz con tu dedo índice. Él cerró los ojos.

- Aprendí del mejor - y Pedro recostó su cabeza sobre el piso, mientras acariciabas tus muñecas, aún resentidas por la fuerza que hiciste en sostener tu propio peso - Y no me olvido del beso que me robaste para desconcentrarme... Me pichicateaste todo el juego Pedro.

- Reconoce que sos malísima jugando al Twister Pau - y resoplaste irónica.

- Basta, tengo extremidades muy largas que son difíciles de controlar... Vos no entendés - y él carcajeó rascando su sien.

- Voy a reclamar mi premio - murmuró y se despidió con un sentido beso en tu mejilla derecha, dejándote totalmente desencajada, antes de desaparecer por el pasillo y entrar a ducharse.

Te dedicaste a doblar el panel por mitades mientras tu mente no paraba de reproducir una y otra vez los momentos vividos. Y volvías al teg y a esas indirectas tan directas, a la sinceridad en el “verdad consecuencia”. A los suspiros robados.

Tomaste la caja del juego y mientras acomodabas la ruleta sobre el panel de círculos llegaste a la reflexión de que el Twister no era más que otro juego de conquistas. De apoderarse de espacios, de ver quien aguantaba más. De ir hasta el límite.

El Teg no era muy diferente de eso, porque las estrategias que utilizaba también estaban presentes en el Twister (a otro nivel). El beso era una estrategia, las indirectas también.

En realidad, todo tenía que ver con la conquista. Y la conquista se trataba de limar las diferencias inquebrantables, delimitar extremos, romper barreras. Derribar muros.

Suspiraste mientras tapabas el juego y volvías a guardarlo en el armario, acomodándolo entre las demás cajas.

El ruido de tu reloj pulsera te distrajo, obligándote a mirar la hora. Eran las ocho de la noche y deberías haber tomado el remedio hacía 45 minutos. Puteaste internamente y lo exteriorizaste al recordar que el mismo se encontraba en el baño, donde se estaba bañando Peter. Genial.

Tocaste la puerta, con impaciencia, mientras el sonido del agua corriendo del otro lado endulzaba tus oídos.

- Pedro, me olvide el remedio adentro y tengo que tomarlo - dijiste por el espacio entreabierto de la puerta y entraste tapándote los ojos con la mano derecha al escuchar su permiso para que pases, entre los goteos de la ducha.

No alcanzaste ni a agarrar el envase (ubicado en la esquina del lavabo) que sentiste como tironeaba de tu mano y te metía adentro de la ducha con él. Te aprisionó contra la pared, sin posibilidad de escapatoria, y lo único que atinaste a hacer fue mirarlo a los ojos. Y te perdiste.

- Ahorremos agua - susurró y sin dejarte pensar si quiera que contestar impactó sobre tus labios con violencia, con necesidad.

Involuntariamente (o lo contrario, no tenés idea) tu mano derecha atrapó su nuca, acercándolo más, mientras las gotas te empapaban por completo y te ahogabas en ese beso.

Sentiste como tu remera poco a poco se pegaba a tu cuerpo y tus dedos juguetearon con los mechones de su pelo mientras sus manos recorrían cada centímetro de piel descubierta en tu espalda.

Y no podías pensar en nada más que en sus besos.

Y cuando el aire en tus pulmones y los de él era prácticamente nulo y respirar era casi una devoción, se separaron. Y cuando pudiste reconectar tu mente con el sentido común, caíste en la realidad.

Pedro se acerco nuevamente a los pocos segundos, posicionando estratégicamente sus manos sobre tu cintura y comenzando a recorrer tu cuello con sus besos mientras con delicadeza comenzaba levantar los bordes de tu remera.

- Pedro, pará - dijiste con voz temblorosa. Él no pareció escucharte - Pedro....- y sentiste como con sus yemas enrollaba lentamente la tela hacia arriba - ¡Basta! - dijiste con decisión y Peter se paró en seco, pero manteniendo la proximidad. Saliste de la ducha, toda mojada y temblorosa, por el frescor del agua.

- Pau - te llamó una vez que cerró la canilla y envolvió su cuerpo con una toalla. Lo miraste desde el umbral de la puerta y él, permaneció impasible.

- Así no - murmuraste y estabas mojando todo el piso de madera y no te importaba - Así no quiero.

- ¿Qué pasó? No entiendo - dijo mientras despeinaba la cabeza y clavaba sus ojos sobre los tuyos. Desviaste un segundo la mirada, ofuscada - ¿Qué hice mal?

- Que tenemos que hablar Pedro, no puedo hacer como si nada - contestaste mientras contenías un puchero y él suspiraba. No podías creer que no entendiera algo tan lógico.

- ¿Y justo ahora querés hablar? - y tu cara transitaba de la incredulidad al odio - Podríamos haber hablado en otro momento.

¿Otro momento?

- ¿Vos me estás viendo bien Pedro? ¿Te das cuenta que estás hablando conmigo y no con una mina que conocés hace dos días? - gritaste, perdiendo la sutileza y Peter, pasmado, intento refutar con balbuceos que quedaron tapados por el volumen de tu voz - ¿A vos te parece que después de 1 mes sin hablar ni por mensaje de texto vamos a volver a estar juntos como si nada hubiera pasado?

- Para un minuto Paula, no grites - respondió Pedro con impaciencia mientras revoleabas tus ojos, brillosos, por la cantidad de agua que estaba acumulándose en ellos - No es que no quiero hablar... Es que no me pareció el momento.

- Parece que el momento no llega nunca para vos - dijiste, filosamente y limpiando las lágrimas que se deslizaban por tus mejillas. Pedro negó con la cabeza - Dos días estuvimos conviviendo y no escuche ni un perdón.

La discusión se había trasladado al pasillo y con cada paso que Pedro efectuaba, vos te ibas más para atrás. Tus lágrimas se fundían con las gotas que largaban tu short y tu remera y él desencajado, contenía unos pucheros inútilmente.

- Estás tan a la defensiva, que no puedo decirte nada sin que me alejes Pau – y mordiste tu labio mientras negabas con la cabeza mirando hacia un costado. Peter aprovechó para acercarse y vos te corriste. Resopló con desaprobación – Además, vos también pasaste un mes sin decirme nada… no entiendo con qué cara reclamás.

- ¡Con la que tuve que poner en la fiesta cuando me dejaste sola! La misma con la que tuve que explicarle a todo el mundo que te habías ido – y Pedro hizo una mueca – la misma con la que a pesar de todo te hablé en el aeropuerto… No me hagas un ofendido – dijiste clavándole los ojos y aunque tuviera razón de que fuiste participante del vacío, no era la manera - No me lo merezco.

- Yo tampoco merezco que me responsabilices de todo – soltó dolido pero su expresión se suavizó al oírte hipar –Pau... - murmuró avergonzado, sabiendo que tu planteo era absolutamente válido pero totalmente desorientado sobre como revertir esa situación que claramente se les había ido de las manos a los dos. Moría por exteriorizar todo lo que pensaba, moría por abrazarte y decirte que todo iba a estar bien pero esta no era la manera evidentemente, porque te lastimaba. Porque se lastimaban. Porque al dejarse nublar por sus propios sentimientos, se dejo ser egoísta por un minuto. Tragó lentamente, sin poder continuar la oración.

- Sos un tarado Pedro – fue lo único que lograste modular y no soportarías oír una respuesta con el mismo contenido. Igual te lo pronunciaste a vos misma (“tarada”) – Por favor, andá.

- Pau…

- Estamos muy nerviosos… - y te permitiste respirar - así no vamos a llegar a ningún lado – y verlo asentir provocó que exhalaras una cantidad de aire considerable por la tranquilidad que te proporcionaba que se hayan puesto de acuerdo, al menos en eso – No quiero pelear.

- Está bien - moduló Pedro mientras te observaba desde su lugar y frotaba su sien consecutivamente. Balanceaste la cabeza, condiciéndote con lo recién dicho y te volviste al pasillo para dirigirte a tu habitación – ¡Pau! – exclamó y te diste vuelta antes de llegar a la puerta – Perdoname.

Y lo dijo tan sincero, tan dolido, tan real que no pudiste evitar asentir, porque vos también lo necesitabas. Y te tiraste en el sommier, para dejarte llorar libremente y darte cuenta que no habías conquistado nada. Ni a Pedro.


(Fin flashback)



Pasmada, pero nunca cohibida, dejaste que las palabras resonaran en tu cabeza una y otra vez hasta que no dolieran más, mientras dejabas de estar enfrentada con ella para enderezarte en el sofá y mirar al frente. Y tomar aire (y valor) y continuar.


- No doy vuelta las cosas, hago eco de lo que vos decís y hacés – y Zaira ahogó una risa irónica y jamás la habías oído hacer eso - Estás encaprichada en que estemos juntos con Pedro y ni parás a pensar un minuto. Ni siquiera me preguntaste si me molestaba que Pedro se quedara a vivir unos días acá o si quería que me cuidara – Touché.

- Estás diciendo cualquier cosa Pau… Yo no tengo nada que ver con que no quieras reconocer que Pedro es lo mejor para vos – y otra vez lo hacía y volvía a decirte esas cosas desequilibrantes.

- No digo cualquier cosa – refutaste indignada pero ya sin tener muy claro cual era el eje de discusión - Sos vos la que lo hace, ¡no ves que no podés separar! – acusaste gesticulando demasiado con las manos y Zaira acomodó su cabello hacia un costado.

- ¿Yo no sé separar las cosas? ¿Y vos? - y sentiste sus palabras demasiado punzantes -Vos me culpás a mí porque es más fácil que reconocer que las cosas no te salen como a vos te gusta… - y la verdad te cayó muy mal.

- No te culpo de lo que pasa con Pedro pero jugás a la celestina y las cosas no pueden forzarse Zaira… - murmuraste con impaciencia. Y ella sólo resopló.

- Sos tan insoportable cuando te ponés en orgullosa – y te giraste para mirarla de inmediato al escuchar esa frase, ofendidísima - Está bien Pau, tenés razón – finalizó y se levantó, para tomar su valija y dirigirse hacía su habitación, dejándote con la boca abierta y sin posibilidad de dar un contra-argumento lo suficientemente consistente.

- ¡Estás intratable Zaira! – soltaste sólo por decir algo y te cruzaste de brazos. Y se suponía que después de un par de reproches y de aclarar las cosas ibas a desahogarte con la castaña y analizar cada una de las palabras y situaciones que vivieron con Pedro esa tarde. Pero estabas sola, en el living, sin el mate, con lluvia y sin amiga.

Y con el ánimo por el subsuelo.

Y de repente, caíste en la cuenta de que esa aliada incondicional que te sostenía (aunque a veces no te dieras cuenta) con tres frases acababa de darte vuelta por completo esa percepción de la realidad que tenías y había logrado hacerte ver que aquello en lo que creías, quizás estaba algo erróneo. Y se había ido, dejándote sola con tu maquine como escarmiento.

Suspiraste, larga y tendidamente, mientras te recostabas sobre el sofá. Esa noche, tu mente no te iba a dar descanso.







No me alcanzan las gracias para ustedes dos @mar_pch @truelovepp son GENIALIDAD. Grazie por todo ♥ Quierolas montones! (:

Capítulo 46.

Las sorpresas son el anuncio de algo inesperado; un estado emocional con valencia (neutro, agradable y no agradable) que puede desembocar en hechos revolucionarios. En cambios. En metamorfosis.

Vos, eras una fan tan contradictoria de las sorpresas que la ciclotimia te quedaba chica; ambigüedad insostenible y nervios que te carcomían por dentro, fueras la sorprendida o la encargada de darla.

Amabas la adrenalina que te hacía sentir esa incertidumbre de no estar seguro o directamente no tener idea de lo que te esperabas aunque mil y una ideas se tejieran en tu mente; porque ninguna tenía la certeza y seguridad suficientes como para derribar a ese “no saber”.

La ansiedad era la gran responsable. Eras demasiado ansiosa y eso que al principio te producía un vértigo agradable terminaba por llevar tus nervios al límite y transformaba esa sensación en una sumamente molesta.

Lo tuyo con las sorpresas, era un amor – odio.

Acomodaste tu pelo rubio en un desprolijo rodete con aire cansino y te dejaste hundir en los mullidos almohadones de encaje mientras tu respiración imitaba los compases de tus latidos.

Tomaste la revista que traía el diario del domingo a tu izquierda y decidiste prestarle atención a la parte del horóscopo, porque esto de hojear y hojear y seguir con la mente en blanco te estaba matando. Respiraste una buena cantidad de aire y leíste el pronóstico astral para Virgo ese día.

“Amor: El amor volverá a darte alegrías. Cambios de actitud, te llenan de atenciones y cariño. Hoy dejarás las dudas de lado.”


Y tuviste ganas de marcar el número del diario y que te comuniquen con el editor porque estaban mintiéndole descaradamente a millones de habitantes nacidos en ese período que va del 24/8 al 23/9, porque sí, te habían pasado todas esas cosas, pero exactamente al revés.

Conclusión: al amor tenías ganas de mandarlo en un tren al país de nunca jamás y estabas exagerando, porque en el fondo (no tan en el fondo) sabías que no era así. Que era algo temporal, por la furia, la molestia y el orgullo y un par de frases de Pedro que te dieron muchísimas ganas de responder con un insulto (y con el insulto te quedabas corta).

“Bienestar: Nada más improductivo que forzar a otro a cambiar. Trabaja en lograr la aceptación. No estés a la defensiva, escucha al otro antes de prejuzgar”

Y otra vez el horóscopo erraba, porque eras vos la que estaba al margen. O así te sentías, un cero a la izquierda, la boluda que siente y piensa demasiado. El daño colateral.

El ruido de las llaves en la cerradura atrajo tu atención y seguiste el movimiento que hizo la puerta de entrada al abrirse con tus ojos, irritados por llorar. Limpiaste tu cara con rapidez (como si pudieras ocultar que habías estado llorando) y te enervaste en tu asiento, mientras suspirabas.

“Una buena amiga estará a tu lado (literalmente) y ya no tendrás esa sensación de soledad que tanto te molestaba y angustiaba.”

El último fragmento del horóscopo retumbó en tu mente y terminaste de confirmar que no podrían haberle pifiado más (si iban a inventar que inventen bien y la puta madre). Zaira te saludó con una sonrisa mientras dejaba su cartera negra con flecos en el sofá y la valija en la entrada y se desplomaba a tu lado. Ni te molestaste en mirarla.

- ¿Hola no? – dijo mientras te observaba con detenimiento, sin entender por qué no te habías abalanzado sobre ella para agradecerle por haberte dejado 2 días sola con Pedro y haberlo llamado para que te cuide. Y sin tener idea de lo mal que había hecho.

Te limitaste a mirarla, secamente y parpadeando limitadamente. Zaira frunció el ceño y clavó sus ojos verdes sobre los tuyos, del mismo color pero tirando a miel.

- ¿Qué pasa Pau? – preguntó inclinando un poco la cabeza hacia la derecha y vos revoleaste los ojos, sin poder evitar que la demostración de molestia escape a través de tus gesticulaciones.

- Vos me pasas.


(Flashback)


Con esos ojos color café sonreía de tal manera que la promesa de que cualquier cosa que se propusieran entre ustedes pudiera funcionar, difícilmente era imposible. Otra vez largaste un suspiro, mientras el ladrón de los mismos te observaba desde la altura, curioso.

- Pedro… - dijiste con un tono de propuesta desde el sofá y él automáticamente entendió. Ya te sentías mucho mejor, aunque algo débil, después de sus delicados cuidados y una siesta reparadora donde Pedro cumplió su palabra a rajatabla.

- ¿Qué? – preguntó mientras se acercaba, vestido con esa remera azul de Pony que te encantaba y un aire de canchero, que también (el azul le quedaba hermoso).

Se sentó al lado tuyo, ni muy cerca ni muy lejos, pero lo suficiente como para ponerte nerviosa. Desviaste la mirada hacia otro lado para recuperarte y volviste, más entera.

- Me aburro – anunciaste y él torció sus gestos como si fuera la confesión más grave del mundo y antes que pudieras agarrar el almohadón (ya estabas con el labio inferior mordido), Pedro interceptó tu mano bajo la frase “para la violencia no estás enferma”. Carcajeaste a la par de él mientras alejaba el objeto de lucha a una distancia considerablemente inalcanzable para tu utilización - ¡Hey! Llueve y estoy enferma. Te corresponde entretenerme.

- El tono, caprichosita – contestó mientras se acomodaba en el sofá y se inclinaba un poco hacia tu lado - No te van a gustar mis ideas para entretenerte.

- Entonces voy a tener que ser yo la que proponga – dijiste orgullosa y él rió en silencio mientras te parabas (lo más parecido a enérgicamente) – Busquemos un juego de mesa, me canse de ganarte en el truco – y Pedro negaba con la cabeza al tiempo que rascaba la sien con su índice; no le gustaba perder ni a la bolita.

- Estás demasiado cancherita… - murmuró y vos sonreíste con suficiencia – Mira que me va a salir el increíble Hulk… y chau tiempos.

- Tus amenazas me aburren – simplificaste graciosa aunque sus declaraciones te hubieran puesto nerviosamente incómoda y por eso ahora caminabas rápidamente hacia el armario del pasillo haciéndole una seña para que te acompañara – No podés ser tan mal perdedor Peter.

Pedro se personificó a tu lado en silencio y le regalaste una sonrisa al notarlo al lado tuyo. Abriste la puerta y señalaste el segundo estante, donde se encontraban varios juegos de mesa clásicos, como el ludo, el ajedrez y otros que no tenías ni idea que estaban en la casa. Te preguntaste cuando Zaira había incorporado tantos hasta que un carraspeo interrumpió tu paneo visual.

- ¿Sexionary? – preguntó Pedro haciendo referencia a la segunda caja de la primer fila y enarcaba una ceja una vez que giraste para observarlo – Si querías jugar me hubieras dicho, no hacía falta que me hicieras venir hasta acá.

- Tarado, ni sabía que estaba este juego acá – y te mordiste el labio mientras sentías como tus mejillas cambiaban del piel al rojizo y la poca timidez que tenías afloraba. Él se limitó a mirarte, con una sonrisa seductora, mientras descansaba el peso de su cuerpo sobre su mano apoyada en la pared – Además es malísimo… y para el sexo no me hace falta un juego – y la expresión pasmada de Pedro te avisó que tenías tan solo unos segundos para cambiar de tema o enfrentarte a las consecuencias de tus dichos. Y odiaste esa bendita (o maldita) manía que tenías de querer tener la última palabra siempre - ¿Y si jugamos al Teg?

- ¿Sabés jugar? – atino a decir, un poco compungido todavía. Tomaste el juego del estante y cerraste la puerta, dirigiéndote al living con rapidez.

- Más o menos – y no tenías la menor idea, pero propusiste el nombre de la primera caja que viste sobre el estante antes que Pedro decidiera dejar los jueguitos a un lado y pasar a la acción. Y al fuego.

Te preguntaste de dónde había sacado Zaira el Teg mientras te acomodabas sobre el sofá e intentabas hojear con despreocupación las instrucciones las cuales jamás habías leído (la única vez que habías intentado jugar era con tus hermanos y abandonaste antes de siquiera empezar). Peter, a tu lado, acomodaba el tablero al mismo tiempo que tarareaba “antes y después” de Ciro y los Persas. No pudiste evitar sonreír.

Luego de elegir un color (y cuando elegiste el rojo Pedro murmuró algo como “rojo pasión”, comentario que ignoraste fingiendo un estornudo) y dividir los objetivos secretos, repartieron las tarjetas de los países en cantidades equitativas para cada uno y así poder situar “los ejércitos”. No te sorprendiste al ver que de un cuarto de los países que tenías en tu haber desconocías su ubicación geográfica y Pedro no desaprovechó la oportunidad para recordarte entre risas cómo estabas convencida de que Canadá era una ciudad de Estados Unidos. Bien.

Hiciste una mueca mientras ubicabas tus últimas fichas (y reprimías un bostezo, porque el juego ya te estaba aburriendo sin haber empezado) y sorpresivamente tu mano chocó con la de Pedro al intentar dejar una ficha en España (y él en Portugal) haciendo que ambas caigan sobre tu país.

- Ojo con lo que conquistás – advertiste enarcando una ceja y Pedro sonrió de costado.

- Lo único que quiero conquistar es a vos – murmuró tan claramente que erizó tu piel. Tragaste y era un idiota si pensaba que hacía falta conquistarte. Y también lo era si pensaba que las explicaciones no eran necesarias. Revoleaste los ojos.

- Todavía no empezamos – y él sonrió mientras despeinaba su cabello castaño y te morías de la ternura con su puchero. Y sólo ibas a hacer el esfuerzo porque Peter parecía entusiasmado con la idea de comenzar la partida.

- Las damas primero – anunció y vos correspondiste su idea balanceando la cabeza de arriba abajo con sutileza.

- ¿Qué tengo que hacer? – preguntaste con cara de concentración y él te indico que debías tomar una de las tarjetas de situación de la pila sobre el tablero. Seguiste sus instrucciones y comenzó el juego. Su juego.

Y no pudiste evitar sentir presente el concepto generalizado sobre la poca capacidad mental de las modelos al no entender la tarjeta que te había tocado en suerte (o en mala). Te sentías muy modelo; muy modelo encasillada en ese prejuicio del que todos hablan. Muy hueca.

Te mordiste el labio, con la esperanza de que al hacerlo se abriera tu mente y te revelara que era lo que seguía a continuación. Releíste que la tarjeta decía “crisis” pero no entendías que debías a hacer ni tampoco había ganas de hacer el esfuerzo. Y sí había tal crisis y te acordaste de esas épocas donde que mirabas Casi Ángeles con tu hermana Delfina y uno de los personajes del programa hacia gala de la frase.

Tu mente viajo a esas tardes donde compartían la chocolatada y las Oreo en la casa de tu mamá en Olivos y te diste cuenta que estabas por muy de bajo del nivel de concentración.

- Me aburrí – dijiste de la nada y Pedro te miró con algo de incredulidad. Elevaste los hombros – Mejor juguemos a otra cosa.

- No sabés jugar ¿no? – preguntó (pero en realidad era una afirmación) y rió levemente mientras abrías la boca para decir algo y modulabas un par de balbuceos tras un “soy pésima para los juegos de estrategia, ni al Buscaminas puedo ganar” – Mejor, nunca podría destruirte… - soltó y lo miraste confundida mientras tu mente intentaba analizar cada palabra de la frase. Te mostró una de sus tarjetas (de objetivos) y la tomaste con determinación.

“Destruir al color rojo”

Sonreíste ampliamente olvidándote del histeriqueo y de las reglas y él te correspondió con una de esas que te volvían loca. “¿Un twister te va?” ofreciste a modo de consuelo y Pedro se ofreció a buscar los elementos necesarios para jugar a ese juego que nunca aburría, incluso a los 27 años.

- ¿Empezás vos? – y desviaste tu mirada perdida en la televisión apagada hacia donde estaba ubicado y te encontraste con el panel de círculos amarrillos, rojos, verdes y azules desplegado en el piso y con Pedro mirándote divertido. Y esa mirada sumada a la sonrisa de costado significaba que la diversión venía de la mano con el peligro. Con arriesgarse.

Hiciste una mueca.

- Bueno, dale – aceptaste levantando levemente las cejas y separándote de tu asiento, tomando con entusiasmo el desafío. Peter sonrió y te alcanzo el cartel con la flecha giratoria. Te situaste enfrentada a la alfombra blanca, con la ruleta en la mano izquierda mientras Pedro se acercaba - Okay, y después me voy a bañar…tengo el pelo horrible.

- Yo también quería darme una ducha… -y te giraste para mirarlo con molestia. Se suponía que vos eras la enferma y esa era tu casa. Él simplemente sonrió - Hagamos así, el que gana se baña primero. Porque de bañarnos juntos ni hablar ¿no?

- ¡Pedro! –exclamaste y lo empujaste levemente - Estas endemoniado… y no, ni hablar – y dejaste que tus comisuras se alejaran entre sí, dejando ver una sonrisa, olvidándote de que se suponía que sonaras seria – No preguntes cosas obvias.

- Está bien – dijo separándose un poco para enfrentarte – Muero por ver como te arreglas con la chuequera.

Y se atrevió a reír.

- Basta Pedro con eso, vos sos más chueco que yo – y carcajeó mientras te mordías el labio. Una y otra vez.

(Fin flashback)




- ¿Eh? – soltó la castaña y vos solo te limitaste a mirarla vacíamente - ¿Por qué? – preguntó perdida y estabas harta de su fingida inocencia porque en el fondo, sabía cuál era el motivo de tu enojo. Y quién indirectamente era el causante. O la.

- Estoy harta de que te metas en todo Zaira – musitaste sin despegar tus ojos de sus verdes y ella desvió la mirada incrédula.

Y supiste que si no había entendido antes, poco a poco, comenzaba a hilar esa telaraña de reproches. Y cuando la viste ahogar un suspiro y endurecer sus facciones, supiste que ese intercambio de palabras, recién comenzaba.







Eternos agradecimientos a Lalux, mi amiguilla (#cableatierra), porque sin ella jamás podría haber descripto un juego de Teg ni muchas cosas más. Gracias por ser tan flashera y por el aguante trasnoche. Sos lo más, te quiero tantísimo ♥ Y por si no se había entendido, te lo dedico.

viernes, 24 de febrero de 2012

Capítulo 45.

Esa noche perdiste la noción del tiempo otra vez.

Los ojos de Paula, verdes y desafiantes, te miraban desde la lejanía que marcaba la distancia entre la puerta de su habitación y la cabecera de la cama.

- Salí Pedro, estoy horrible - se quejó casi inaudiblemente, tapada hasta la nariz.

El silencio más allá de sus voces, era palpable. Nada existía más allá de esas cuatro paredes, donde estaban ella y vos.

Revoleaste los ojos.

- Imposible que estés horrible Pau - y sabías que mordía su labio interior bajo el acolchado para demostrarte cuán diferente pensaba ella. Te acercaste dos pasos - Sos un poco chueca nada más.

Y rápidamente destapó su rostro, dejándote ver la nítida "o" que formaban sus finos labios. Estaba ofendida.

- Porque vos tenes las piernas muy derechas ¿no? - musitó mientras se tapaba la cara con una mano. Sonreíste.

- Cargame todo lo que quieras... Me voy a quedar cuidándote igual - y la oíste refunfuñar. Estaba absoluta y totalmente en contra de esa opción (al menos, en apariencias).

- Pedro...

- Te traje una Gatorade además de los medicamentos - comentaste con un tono de voz superior al que ella estaba utilizando mientras le mostrabas la bolsa que contenía la botella energizante. No te inmutaste ni un poco a pesar de la mordida de labios que te estaba haciendo.

- Puedo sola - aseguró molesta y con suficiencia aunque sabía que eso no era verdad mientras acomodaba sus sábanas de algodón. Sin embargo, era probable que todo fuera una pose camuflada para que le insistieras un poco. Y vos no tenías problema en insistir porque querías quedarte ahí con ella y hoy estabas más caprichoso que nunca.

Hoy lo que querías lo obtendrías.

Paula hizo una mueca y tal expresión en su rostro te transmitió absoluta ternura. Ni loco te ibas a mover de ahí.

- Y un par de chocolates para cuando te sientas mejor - agregaste con naturalidad, pasando por alto sus quejas y ella resopló lo suficientemente fuerte para que la escuches con claridad. Una media sonrisa se dibujó en tu rostro.

- Está bien, podés quedarte - dijo y tuviste la esperanza de que en realidad, eso fuera lo que más quería en el fondo.

- ¿Los chocolates terminaron de convencerte no? - y si hubieras estado cerca te hubiera empujado. Te fulminó con la mirada.

- Me terminaste ganando por cansancio, en realidad - dijo con voz gangosa y te adentraste en la habitación para poder tomarle la fiebre - Encima que te tengo que aguantar hace dos días viviendo acá, acostándote en el sillón con la espalda mojada, dejándome los puchos en el cenicero, querés hacerme un enfermero sexy.

- No estoy viviendo acá por gusto - mentira - Hay pérdidas de gas en el edificio y no me podía quedar... - explicaste y ella revoleó los ojos, minimizando tus dichos - ¿Qué preferías que Zaira te haga de enfermera?

- Obvio, mi cachorra es lo más - dijo con orgullo y como si fuera una obviedad. La miraste con sorna inclinando la cabeza.

Mentirosa.

- Zaira no te puede dar los mimos que el farmacéutico aconsejo... - y ella arqueó las cejas al escuchar la palabra "mimo".

- ¿Y por qué no? - inquirió con un dejo divertido. Frunciste el ceño.

- Porque es Zaira…

- ¿Y? Zaira es cojible - y tus ojos se abrieron repentinamente mientras Paula estallaba en risas al verte. A pesar de que conisderabas a la morocha una hermana, intocable, no pudiste evitar la imagen sumamente subida de tono que se proyectó en tu mente. Rascaste tu sien incómodo, mientras te contagiabas de Paula.

- ¿La fiebre está sacando a la luz tus fantasias y deseos prohibidos? - inquiriste gracioso y Paula mientras reía se mordió el labio.

- Es un chiste Pedrooooooo - se quejó y carcajeaste - Basta, no me pichicatees que estoy convaleciente...

- Chicanear, Pau…. - la corregiste y te miró con odio. Aprovechaste para tomar de la mesada el termómetro y se lo pasaste. Ella lo tomó a regañadientes y sonreíste con satisfacción.

No podía ser tan linda.

- Tenes mucha tela para cortar Pau - justificaste con una media sonrisa y la rubia revoleó los ojos mientras se incorporaba sobre sí misma para colocar el termómetro debajo de su axila.

- Vos te agarras de cualquier cosa para cargarme.

- Me agarro de cualquier cosa para estar con vos - confesaste mientras las mirabas fijamente a los ojos. Paula no desvió los suyos, pero supiste que esa acción la había estremecido.

De pronto, el termómetro comenzó a sonar intermitentemente arruinando por completo el clima que comenzaba a formarse entre ustedes. Carraspeaste con molestia, odiando el ruido, y experimentaste demasiadas ganas de revolear el aparato por la ventana.

- 38 - comentó ella súbitamente nerviosa y te alcanzó el termómetro rápidamente tomándolo tan solo por el borde.

- No te bajó nada - murmuraste mientras fruncías al ceño, confundido. Que a Paula no le bajara la fiebre te preocupaba… Tomaste rápidamente el medicamento de la bolsa que yacía junto a vos, para leer el prospecto y ver como darle la dosis.

En realidad, no eras enfermero ni de fantasía y sólo tenías una ligera idea de cómo disminuir la temperatura. Bueno, y fundamentalmente estabas siguiendo los consejos que te había dado tu amiga.

- ¿Ves por qué prefería a Zaira como enfermera? - dijo levantando una ceja e hiciste una mueca al oír sus palabras. Soltó una risa antes de poder mantener por más tiempo la seriedad y vos soltaste una nerviosa mientras acariciabas tu mejilla. "Te lo merecías" agregó aun con una sonrisa estampada sobre su rostro y te levantaste para llenar en la cocina un vaso con agua.


(Flashback)


Las carcajadas debían escucharse desde los pasillos. Fuertes, claras, alegres. Saliste del bar de Ideas mientras tus amigos continuaban con su recreo y caminaste en dirección hacia la oficina del Chato, el productor general, para comentarle algunas modificaciones en las notas que tenían preparadas para la Cocina.

De repente, tu teléfono comenzó a vibrar repetidamente en el bolsillo delantero de tu jean y carraspeaste en un intento de aclarar tu voz antes de atender. Miraste la pantalla del celular y sonreíste.

- ¡Zai! - exclamaste mientras disminuías el paso y te apoyabas en la pared que se encontraba a tu derecha.

- Pepe, ¿estabas laburando? - te preguntó la morocha del otro lado de la línea. La última vez que habías hablado con Zaira había sido el día que te llamo para recriminar tu silencio cuando te encontraste con Paula en el aeropuerto. Como si no te sintieras lo suficientemente mal por tu propia cuenta, ella se encargó de utilizar todos los discriminativos habidos y por haber en un intento de hacerte dar cuenta lo mal que estuviste.

Gracias Zai.

- Tengo que entrar en 5 pero decime.

- Pau está engripada con fiebre... - y de repente la charla con el Chato podía esperar - Y yo me tengo que ir a Córdoba - hizo una pausa y te imaginaste que sería lo que escucharías a continuación - ¿Te interesa hacer de enfermero o lo llamo al hermano?

- Soy especialista en fiebre - aseguraste y sabías que Zaira no estaba para nada convencida de eso. Ella rió del otro lado - Deja todo en mis manos.

- ¡No me hagas arrepentir eh! Mira que te estoy dejando a cargo de una de mis mejores amigas…

- Y al amor de mi vida - resolviste sin resoplar y sentiste como tu amiga sonreía ampliamente. Acariciaste uno tus bolsillos y dejaste caer tu mano izquierda al costado de tu cuerpo - Confia en mi.

- No sabés lo feliz que me hace escuchar eso Pepin - dijo con sinceridad y agregó algunas indicaciones para que tengas en cuenta a la hora de enfrentarte con la fiebre. Memorizaste el nombre del remedio y ella se despidió cariñosamente e incentivándote a que aproveches y que avances un poco más. Y que vayas por todo.

- Gracias hermanita. Pasala lindo en Córdoba.

Y al cortar la llamada, tu mente se disparó a pensar las mil y un posibilidades que podían desarrollarse en ese departamento de tres ambientes entre Paula y vos. Y todas las opciones te gustaban.

(Fin flashback)






Dos horas más tarde, después de varios trucos perdidos (y si, te tenía de hijo) y una jugada de canasta la cual aceptaste jugar a regañadientes (y también perdiste), Paula tenía 37 y medio de temperatura y se veía mucho más vivaz que cuando llegaste.

- Ahora, me toca a mi elegir el juego - dijiste suavemente y ella enarcó una de sus cejas. Levantaste la mirada para encontrarte con sus ojos.

- Se supone que soy yo la enferma - soltó y revoleaste los ojos ante su capricho - Pero está bien, ya me estoy aburriendo de tanto ganar…

- ¿Ah estás en canchera? - preguntaste mientras sonreías de costado y ella carcajeó. Acomodó un mechón tras su oreja y volvió a mirarte.

- Siempre - y ahora quien rió fuiste vos.

Te acomodaste sobre vos mismo, ansioso por jugar con todo. Pero de verdad.

- ¿Sabés jugar al verdad o consecuencia? - y ella se mordió el labio. Claramente sabía.

- Pedro…

- ¿Qué? Era mi turno para elegir a qué jugar… No esperabas un Burako ¿o no?- y ella asintió concediéndote tu deseo. Sonreíste, apasionado, mientras un torbellino de palabras e ideas para ponerla entre la espada y la pared galopaba entre tus pensamientos - Bueno, ¿verdad o consecuencia?

- Verdad - y notaste un dejo de nerviosismo en su voz. ß

- ¿Me extrañaste? - claro, conciso. Sin vueltas y mirándola a los ojos, obligándola a dejar que su transparencia la delate.

- ¡Pedro! ¿Así vas a empezar? - se quejó mientras tomaba el vaso de agua, probablemente para ganar tiempo en formular alguna excusa que no ibas a creer. Suspiró, pero vos te permaneciste inmutable.

- Sí, si no queres contestar... Prenda.

- Sí - y fue inevitable la sonrisita.

- ¿Sí qué? - preguntaste haciéndote el tonto, con tal de escucharlo una vez más. Vos también la habías extrañado…. mucho. Demasiado.

- Ya me escuchaste, no seas forro - y amenazó con utilizar una almohada como correctivo.

Sonreíste de costado y ella negó con la cabeza, dejando la sonrisa implícita pero perceptible para vos, que la conocías de punta a punta. Decidió romper el silencio de inmediato y siendo su turno, tomó la palabra para formular la pregunta en cuestión.

La verdad, antes que todo.

- ¿Es verdad que hay una pérdida de gas en tu departamento? - cuestionó desconfiada y vos mantuviste el mutismo unos segundos. Pestañeaste.

- Si es cierto - y era cierto a medias. Y obviar detalles no era mentir y el hecho de que el escape de gas no fuese ni la mitad de grave de lo que afirmaste era un detalle. De esos que no lastiman a nadie.

- ¿Y que van a tardar tanto en arreglartelo? - agregó no muy segura de tu respuesta.

- No podés hacer más de una pregunta - argumentaste sorteando el tener que ponerte a inventar excusas banales para satisfacer las dudas de Paula, aunque su desconfianza estuviera por lejos errada y en realidad tenga razón en sospechar que no era necesario que estés inquilino por 3 días en su departamento. Pero en el amor y la guerra… todo se valía.

- Con eso ya me contestaste - murmuró haciendo una mueca.

- Mañana deberían estar terminados los arreglos…. - finalizaste y ella asintió poco satisfecha pero dejándotela pasar - ¿Verdad? ¿Consecuencia? - preguntaste rápidamente para distraerla.

- Consecuencia - dijo segura mientras enrollaba un mechón de pelo rubio en su dedo índice y abriste los ojos. No esperabas que ella tomara la iniciativa tan pronto.

- ¿Te la bancas? - cuestionaste desafiante, pero manteniendo esa pasividad que te caracterizaba. La sentiste acomodarse sobre el colchón.

- No te zarpes Pedro… sabés que me siento mal enserio - pidió en un intento de que suavices tu consecuencia. Tomaste una bocanada de aire (este era tu juego y no pensabas dar el brazo a torcer).

- Está bien… - y escuchaste su respiración algo agitada, nerviosa por lo que podrías proponerle - Entonces te reto a que llames a tu amigo, el que te iba a auxiliar con la goma pinchada el otro día - y su expresión entre pasmada y confundida te causo muchísima gracia. Paula era demasiado transparente.

- Ni loca, otra cosa -y entornaste los ojos.

- Bueno… beso entonces - y te miró con una mirada falsamente horrorizada. Sonreíste con suficiencia.

- ¡Pedrooooooooooo! - exclamó y esta vez no amenazó en tirarte la almohada porque de tan rápido que la tomó ya se encontraba impactando en tu mejilla izquierda sin darte tiempo a esquivarla.

- ¡Para loca! - gritaste entre risas y ella se contagió al instante - Te iba a pedir un strip pero estás convaleciente…

- Boludo… - y se mordió el labio levemente sonrojada - Entonces elijo verdad.

- Debería decirte que no se puede… - y te fulminó con sus ojos verdes mientras se recostaba sobre el respaldo - pero bueno ¡solo porque estás enferma! - y revoleó los ojos mientras esbozabas una sonrisa - ¿Es verdad que él otro día me dijiste no tenías quién te ayude con el auto y me mentiste para darme celos?

Paula trago lentamente fingiendo tranquilidad. Vos rascaste tu sien, ansioso por la respuesta.

- Lo de darte celos lo inventaste vos.... Pero sí, el otro día me salvaste - y bajo la mirada con aire despreocupado, como si le hubieras preguntado la hora.

Otra vez te tocaba elegir a vos (y fuiste por la verdad).

- ¿Es cierto que fuiste al aeropuerto a buscarme y te dio tanta vergüenza cuando me viste que me dijiste que habías ido a buscar unas encomiendas? - duro, durísimo. Carraspeaste innecesariamente sintiendo como la timidez volvía a aflorar en vos.

- Sí, mucha.

Silencio.

- ¿Qué pasó entre tu familia y vos? - preguntó tomando una postura más inclinada, más cercana. Más sensible.

Tocaste tu mentón nervioso sabiendo que vos solo te habías metido en ese terreno peligroso y que aunque no correspondiera responder, se lo debías. Por ese mes y medio de faltas y ausencias. Por su sinceridad.

- Me hicieron algo que no les puedo perdonar... No me hablo hace más de un año con mi papá y hermanos - simplificaste sin dar demasiados detalles. No daba - Salvo con Luciana, que hace poco volvimos a estar en contacto.

Paula asintió leyéndote, comprendiéndote y entendiendo que hasta ahí podías llegar hoy. Le sonreíste para que entienda que te encontrabas bien, aunque por dentro seguía dando vueltas en tu cabeza tu familia. La distancia.

- Elijo verdad… - anunció sacándote de tu ensimismamiento y volviste en vos mismo.

- ¿Es verdad que te produce escalofríos tenerme tan cerca? - inquiriste seductor, tratando de remontar el clima, y ella frunció los ojos al escucharte.

- Tengo fiebre…

- No me respondiste - contestaste y ella clavo con odió su mirada sobre la tuya. Sonreíste victorioso.

- Los escalofríos son por la fiebre - aclaró - Pero puede ser…

Y ese "puede ser" retumbo en tu mente unos segundos y te causó unas mariposas en la panza (que te parecían cursis y tontas pero con Paula especiales).

- Ahora yo… - y acomodo su pelo hacia un lado -¿Verdad o consecuencia?

- Consecuencia, para hacerlo más interesante... - y era la hora de arriesgar todo.

Paula sonrió y tus latidos comenzaron a aumentar en intensidad.

- ¿Te moris de ganas que te cobre la deuda no? - y bajaste la cabeza mientras sonreías - Paciencia Pedrito…

- Cuando se trata de nosotros pierdo la noción del tiempo - simplificaste.

- Quedate tranquilo que yo voy a ir marcando los tiempos - te dijo mientras te guiñaba un ojo y no podía desequilibrarte así y tener la respuesta perfecta a cada dicho tuyo. Asentiste, resignado (porque Paula no iba a parar hasta tener la última palabra) y despeinaste tu cabello - Igual me canse de jugar, tengo sueño y ganas de abrazar a alguien así que te reto a que te acuestes al lado mío… pero sin dobles intenciones.

Y eso iba a ser siempre muy difícil mientras que la distancia entre ustedes sea menor a 10 cm. Pero podías hacer el intento.

- Está bien…- murmuraste mientras te acomodabas al lado del lugar que te había dejado libre en la cama - Nunca haría algo que vos no quieras...

- Ya lo sé - susurró mientras te abrazaba de la manera exacta para hacerte olvidar de tus problemas, de tu familia, de tus miedos e inseguridades. Besaste la coronilla de su cabeza mientras ella se acomodaba sobre tu pecho.

Y te despojaba del tiempo.







¡Feeeliz cumple pame! Te lo dedico en este día especial, ojalá la pases hermoso con toda la gente que querés y disfrutando cada minuto. Beso e nor me! (L)

lunes, 20 de febrero de 2012

Capítulo 44.

Un suspiro (en realidad, varios). Un mensaje con palabras desafiantes que producía un pegoteo ambiguo entre sentimientos encontrados. Un Pedro indescifrable.

Tus labios, indecisos, pasaban una y otra vez de sonrisa a mordida de labio.

La secuencia se repetía, mientras estabas en slow pero lo suficientemente lúcida como para de vez en cuando releer el mensaje. Texto que era de esos que te dejaban en pausa y con ganas de apostar más fuerte.

Porque si él apostaba 100, vos 200. Y es que así eras de caprichosa a veces (y de orgullosa).

Escribiste un par de palabras que borraste al segundo de haber escrito; estabas hecha una inconformista de tus propias palabras.

¿Es que nada iba a satisfacerte?

Querías ser sexy, histérica, pero en las medidas exactas. Querías generar un efecto y estabas pensando que quizás nada de lo que enviaras te convencería por completo (más en estos momentos de coqueteo y de ver quién tira más, donde la perfección por lejos es imperceptible).

Hiciste una mueca, pensativa. Y dejaste que el impulso fluya y se apodere del control de tus dedos, que rápidamente teclearon lo primero que se te cruzo por la cabeza sin interrupciones.

"Yo siempre me mostré auténtica con vos... Me alegra que te des cuenta de eso.Y las deudas… habrá que ver si quiero cobrarlas".

Nerviosa, te acostaste sobre tu mullido acolchado, disfrutando la comodidad de estar en tu propia cama. mientras aún sostenías el blackberry en tu mano. Y en el comfort de descansar en tu casa, con tus cosas, con tu esencia, encontraste la paz necesaria para calmarte; y el click que te faltaba para apretar "enviar".

Okey, pongamos todo sobre la mesa; nunca habías estado tan idiotizada por ningún otro hombre. Jamás, porque Paula Chaves antes que nada era independiente, autosuficiente y fuerte (y otro sarta de adjetivos que eran relativamente verdad pero que los repetías solo para sentirte bien con vos misma).

Verlo no te había sido indiferente y sabías que tu interior se debatía entre hacerse la interesante y ponerte un moño encima para que él disponga (e hiciera con vos lo que quisiese).

Estabas enamorada, enamoradísima, pero no por eso olvidabas esa especie de vacío (asesino) que te hizo Pedro durante casi un mes. Vacío con el que colaboraste por orgullo, por creer que tu verdad valía más que cualquier contra argumento y por creer que el orgullo de Pedro era más estúpido que el tuyo.

Error.

La verdad, Pedro había tenido su parte de razón; entendías como se sentía e incluso te enojaste con vos misma por haberle provocado algún tipo de dolor. Pero ese planteo idiota que había venido adjunto lo considerabas inaceptable. Inmaduro. Hiriente.

Y luego… el silencio, las nulas llamadas a tu celular salvo las de Personal con sus promos, los mensajes que nunca llegaban (porque Pedro nunca te había mandado), el bbm que funcionaba pésimo (y hola, no había excusas porque la crisis en el sistema operativo de Blackberry había sido en el 2011). Lo que sí había (y hubo y hay), era Paula sintiéndose la boluda del año (y Paula eras vos) por haber creído que contra vos y Pedro nadie podía. Y no podía nadie más que ustedes mismos.

Pero ahí estabas; a dos de marzo y con el celular en la mano esperando la contestación al mensaje que le respondiste al caballero en cuestión, quién fue el iniciador de ese intercambio de sms con una desfachatez golpeable. Sumamente golpeable.

La perlita; vos también podías ser desfachatada. La diferencia con Peter; vos eras difícil… muy.

- De nada Pochi - dijo Zaira mientras entraba en tu habitación, interrumpiendo esa ola reflexiva que te cubría aislándote de la presencia de cualquier otro ser viviente en el departamento. Se apoyó sobre el marco de la puerta con una sonrisa cargada de emoción.

- ¿Por qué? - preguntaste confusa y la castaña rió mientras rotaba para quedar sobre su hombro derecho. Enarcaste las cejas, dejando al descubierto tus orbes verdes.

- ¡Feliz San Valentín atrasado! - y de repente caíste. Aeropuerto, Pedro, vos. Oh por dios (Zaira y la que te parió).

- ¿Vos le dijiste a Pedro que yo volvía hoy? - preguntaste para confirmar tus suposiciones mientras te incorporabas sobre el colchón. Ella asintió, orgullosa y vos te mordiste el labio en forma de desaprobación (solo para hacerte la superada, porque Zaira merecía que la ahogues con abrazos bañados en dulce de leche).

Peter te había ido a buscar. Por dentro, fuegos artificiales. Por fuera, cara de poker.

- Veo que se encontraron entonces…- dijo mientras te guiñaba el ojo y decidiste no hablar más de la cuenta porque aunque Zaira era muy muy amiga tuya era casi como la hermana de Pedro.

- Si, porque lo pare yo... Casi se escapa cuando me vio - y Zai frunció el ceño, entre confundida y decepcionada - Te salió mal hacer de Cupido esta vez Cachorra- reíste y ella se contagió aunque todavía algo compungida - Según él, fue a buscar unas encomiendas que llegaban de Nueva York…

- No te puedo creer… qué boludo este pibe - soltó mientras negaba con desaprobación. Claramente, las cosas no habían salido como habían planeado.

- Gracias por el dato igual… - dijiste como al pasar, con una media sonrisa y aún en el sommier, y Zaira esbozó una completa mientras articulaba un grito ahogado y se abalanzaba sobre vos con alegría.

- ¡Pará emoción! - pediste con carcajadas ahogadas (y con la castaña encima) y tu celular interrumpió anunciado la tan ansiada respuesta. Tu amiga se levantó de inmediato, expectante.

"Estoy seguro que voy a lograr que quieras… y con intereses".

Ah bue-no.

Y si no estuvieras sentada, hubieras perdido el equilibrio. Te mordiste el labio fuertemente y no necesitaste decir nada que Zaira es esfumó al instante, adivinando que necesitabas estar sola probablemente por tu expresión.

Te permitiste suspirar.

Esto era demasiado; Pedro estaba con demasiadas luces y vos con 17 horas de vuelo encima y jetlag (y preferías creer que tenía que ver más con eso que con que este flaco te descolocaba, mal).

Sin pensar demasiado, tomaste las llaves de tu auto y le avisaste a tu amiga antes de abandonar el departamento que te ibas a visitar a tu mamá. Tu casa… el único lugar donde podías pensar, libre de influencias. Y donde podías obtener una visión objetiva de todo.

Casi como un ritual, prendiste el stereo una vez en el vehículo y pusiste Soda para que musicalice tu viaje y regularice tus pulsaciones. Ya más calmada arrancaste el auto y dejaste que el urbanismo te invada, impidiéndote pensar en aquello que no querías.

De repente (y a un par de cuadras del departamento), comenzaste a sentir el auto más pesado e inclinado hacia el lado izquierdo. Puteaste y comenzaste a buscar con la mirada algún lugar donde parar y poder poner las balizas. Con el labio inferior levemente mordido, te bajaste, furiosa, para comprobar que la rueda izquierda de adelante estaba pinchada y desinflándose poco a poco.

Resignada a que sola no ibas a poder cambiar el neumático (no había ni ganas ni fuerza), sacaste tu BlackBerry y recorriste la lista de contactos rezando por encontrar a alguien que pudiera ayudarte. Inevitablemente, te paraste en su nombre por unos segundos, como si con tan solo mirar la pantalla él pudiera materializarse ahí con vos. Pero tu orgullo siempre podía más y eras capaz de intentar cambiar la rueda vos antes que pedirselo a él. Saliste de inmediato de la agenda y entraste a Twitter, para hacer tu descargo y hacer gala de tu mala suerte.

Solo a vos.

"En estos momentos, es cuando me hace falta el novio. Varada en la calle con una goma pinchada #elhorror"

Gonzalo… el único que estaba en Capital como para ayudarte no atendía el teléfono. Tu papá en Lobos, tu primo en Pinamar con la novia y tus amigos demasiado lejos como para acercarse a donde estabas. Vos y tu suerte.

De pronto, tu celular otra vez.

"¿Así que necesitas mecánico? Mira que no solo arreglo aires acondicionados. Soy multifacético"

No pudiste evitar largar una carcajada. Definitivamente, Pedro te desconcertaba… siempre.

"Jaja ¿Cómo sabés?"

Te apoyaste sobre el capó del auto.

"Twitter, ¿dónde estás?"

Y ¿desde cuando Pedro tenía twitter? Gracias que tenía mail.

"Estoy a 3 cuadras de casa… igual paso de tu oferta. Seguro tenés que ir a buscar otra encomienda…"

Un reproche, mezclado con un deseo implícito de verlo. Ansias de una respuesta que no llegaba nunca y el calor que ya te estaba resultando sumamente tedioso. Quince minutos de incertidumbre bajo el sol, terminaron de ponerte de mal humor y tuviste ganas de revolear el teléfono para dejar de mirarlo una y otra vez.

- Hola… - y sentiste su aliento chocar en tu nuca y te estremeciste sin llegar siquiera a pestañear. Te diste vuelta enarcando una ceja e intentando lucir (y sonar) despreocupada. Pero allí estaba, tan cerca y con esa media sonrisa, sensual y provocadora.

Maldita sonrisa, maldito Pedro (vos podés Pau).

- Me está asustando esto de encontrarte en todos lados… - dijiste mientras intentabas que la cercanía no te afecte ni que tu sonrisa transmita los nervios que recorrían tu piel- Si no te conociera diría que me estás siguiendo.

- Son las ganas que tengo de verte… - confesó clavando sus ojos marrones y tuviste que hacer un esfuerzo mental extremo para no bajar la mirada.

- ¿En serio? En el aeropuerto no parecía… digo, se te noto bastante incómodo - y fue él quien miró hacia un costado, algo avergonzado al recordar el desplante que te hizo.

- Me sorprendiste.

- Según Zaira no… pero no importa - musitaste mientras revoleabas los ojos y él se rascó la sien lentamente y mirándote con tristeza, como reprochándose su actitud en Ezeiza. Y aunque te hubiera molestado mucho su indiferencia allí, no podías dejar de reconocer que estaba arrepentido y te mataba que fuera tan sensible - ¿Viniste a que te cobre las deudas? Te dije que eso estaba en veremos - dijiste con picardía. Pedro recuperó la sonrisa.

- ¿Qué pasa Chaves? - enarcaste las cejas - ¿Arrugaste?

- Yo no arrugo… - murmuraste desafiante y sabías que te estaba provocando, lo que te hacía tener más ganas de continuar ese juego, por más incierto y peligroso que fuera - Y no te hagas el galán ahora que cualquiera es vivo por mensaje eh.

Pedro rió de costado y vos te mantuviste intacta. Sabía perfectamente a qué te referías.

- Esto no es ningún mensaje, estoy acá con vos...

- Ah ¿estos son tus métodos de convencimiento? - y él se despeinó el cabello con una media sonrisa. Vos le hiciste una irónicamente mientras por dentro te recordabas una y otra vez que se merecía que te hagas desear un poco y desviabas tus ojos hacia su rosario para no tener que caer en la hipnosis de su mirada.

- Recién estoy empezando - susurró con voz ronca demasiado cerca. Peligro, peligro.

- Igual, te cuento que ya conseguí quien me ayude con la rueda… - y lo cortaste en seco. Las facciones de Peter se endurecieron rápidamente y disimulaste una sonrisa de satisfacción con una mueca.

- ¿Quién?- preguntó molesto mientras arrugaba el entrecejo. Parecía un nene chiquito y te pareció tan tierno que tuviste que contenerte de morderte el labio inferior.

- No es asunto tuyo - simplificaste, con mucha razón pero como un manotazo de ahogado por la poca inventiva que tenías en ese momento (culpa de Pedro, su media sonrisa, su olor a cigarrillo que te estaba matando de abstinencia, su pelo despeinado, su camisa abierta). Te habías metido en un terreno pantanoso y hubiera sido genial que tu hermano contestara tus llamados en ese preciso momento.

- No te quiero dejar con cualquiera… - y aunque lo decía para histeriquearte sabías que lo decía porque te quería cuidar. Y eso te emocionaba y te hacía latir el corazón más fuerte.

- Quedate tranquilo, que yo se muy bien elegir mis compañías - contestaste con suficiencia y él hizo una mueca al tiempo que esbozó un suspiro. Lo miraste atentamente.

- Esta bien. Me quedo con vos a esperarlo - la puta madre.

- Igual viene en un rato, porque estaba en el laburo y recién salía en 40 minutos… - dijiste despreocupadamente, intentando contagiarlo a Peter, pero él te miró suspicazmente casi sospechando tu mentira. Tragaste.

- Tengo tiempo - aseguró y se sentó sobre el capot mirándote triunfante. Te ubicaste frente a él, desconcertada con su bipolaridad.

- Y lo vas a desperdiciar al pedo… dale anda Pedro - y él no parecía tener intenciones de moverse. Resoplaste.

- Pasar tiempo con vos no es desperdiciar nada - y no podía decirte esas cosas así, sin anestesia. Entonces, si te extrañaba tanto como te daba a entender ¿por qué se había pasado un mes sin dirigirte la palabra?

- Como quieras… - murmuraste resignada y sentiste como él inspeccionaba detenidamente tus facciones. Lo ignoraste y agitaste tu mano en dirección a tu cuello, para tirarte un poco de aire

- ¿Me convidas un pucho?

- No me cambies de tema Pau, que esto me interesa - retrucó y vos miraste hacia un costado, molesta.

- No entiendo a dónde querés llegar - respondiste y él se atrevió a sonreír.

- Sí entendes… el problema es que no te animas.

- ¿Eh? - soltaste, haciéndote la tonta, no muy segura de querer que Pedro se explaye.

- Dale Pau, dejame que te ayude yo para cambiar la rueda y hacemos más rápido - dijo mientras rascaba su sien y volvía a descolocarte. No podía ser que siempre estés un paso atrás de él.

- ¿Quien cambia de tema ahora? - resaltaste mientras levantabas una ceja, haciéndote la suficiente y la que te tenías todo bajo control (cuando claramente no) y Peter se volvió hacia vos con tranquilidad.

- Tenés razón… - y te alcanzó el cigarrillo. Lo tomaste con una sonrisa y negaste cuando se ofreció a prendértelo por su cuenta. "Dejame a mi" dijiste orgullosa mientras tomabas el encendedor y te encendías el cigarrillo sin dejar de mirarlo a los ojos.

Vos también podías jugar con fuego.

- Avisale a tu amigo que ya solucionaste el tema de la rueda, con el mejor service - y ahogaste una risa por el tono celoso que utilizó al hacer hincapié en la palabra "amigo". Sin decir nada, abriste el baúl para que tome el gato y comience a hacer el cambio de neumático mientras desbloqueabas tu teléfono para hacer el supuesto aviso. Pedro tomó la herramienta y se dirigió a la rueda en cuestión mientras te miraba atentamente.

Sonreíste a sus espaldas.

"Ma, tuve un problema con el auto… lo dejamos para mañana".

Y te mordiste el labio ligeramente, antes de darte vuelta y recobrar la seriedad. Y seguir jugando.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Capítulo 43.

- ¡La última Pau! - gritó con entusiasmo el fotógrafo, incentivándote a dejar lo mejor de vos en esa última toma. Sonreíste mientras cambiabas la posición de tus piernas para quedar de tu mejor perfil y entrelazaste tu rubio y suave cabello entre tus dedos. Flash y fin.

Un aplauso al que rápidamente te sumaste comenzó a hacer eco entre los ruidos urbanos de esa calle de Toronto en la que te encontrabas, coronando el final de una producción de alta categoría que estabas segura que sería un portfolio inolvidable en tu carrera como modelo.

Sonreíste, satisfecha y casual, y luego de intercambiar sonrisas con las chicas de vestuario te fundiste en un abrazo con Sochi Herrera (amiga, confidente y colega). Te separaste y te uniste al pequeño grupo de gente, que se felicitaba entre sí por el trabajo realizado.

Hoy, muy a tu pesar, le decías adiós a Canadá. Hacía diez días que pisabas tierra extranjera, exclusivamente para realizar la producción de Mustique, revista moderna y cosmopolita que proponía una visión particular del life-style que proporciona cualquier revista del montón. Un cambio, un giro. Un respiro. Justo lo que estabas necesitando.

Te subiste a la camioneta que te devolvía a tu hotel en el centro de la ciudad y que era una indirecta bastante directa de que estas semanas de "relax" (entre comillas porque nunca dejaste de trabajar) se habían terminado. El solo pensar que tenías que armar las valijas te producía un cansancio anticipado y depositaste tu cartera sobre el asiento al tiempo que el vehículo arrancaba y la vista se convertía en un fugaz recuerdo.

Recorriste las fotos archivadas en la carpeta de imágenes del celular (entre ellas, muchas de tu estadía en el estado de Ontario), a forma de pasatiempo. Encontraste una foto de una tira de fotos en blanco y negro que te habías tomado en un photobooth (caseta para sacar fotos) que casualmente encontraste el sábado anterior mientras caminabas por el Nathan Philips Square.

Una sonrisa auténtica y fugaz dominó tus labios, al verte en las imágenes tan fresca y divertida. La adjuntaste y la subiste a Twitter (tu nueva red social favorita), en el cual tus seguidores aumentaban notoriamente luego de haber sido entrevistada por Intrusos semanas atrás. Algunas comentarios divertidos entre teje y teje mientras hablabas de tu vida laboral (de la personal te hiciste la boluda) y dabas tu opinión acerca de Zaira y su nueva relación con Pico Mónaco.

- ¿Y Pau, vos en que andás? - y la aguda voz de la morocha que asesoraba a Sochi en maquillaje y peinado te saco de tu ensimismamiento y si se quiere, de tu momento "anti". Levantaste la vista para observarla, mientras ella sonreía esperando tu respuesta.

- Perdón, estaba colgada- claramente habían estado hablando de algún tema y vos estabas implícitamente incluida en la conversación aunque no te hubieras dado cuenta - ¿Qué me decías?

- Todo bien Pau... Te preguntaba ¿cómo está ese corazoncito? ¿Estás de novia? - y sabías que esta chica nunca te había caído bien desde el momento que le ofreció sus Skittles a todos menos a vos. Te hizo un guiño, con confianza, y tuviste ganas de hacerle un gancho directo a la nariz. Primero y principal porque formuló la pregunta más odiosa de todas las preguntas incómodas que suelen hacerse cuando la gente se junta y se pone tonta (porque cuanta más gente, más estupidez). Y segundo porque te hizo acordar de Pedro y acababa de arruinar tus vacaciones “zen” (claro, porque en tu cabeza estaba segurísima de que habías logrado que te sea casi indiferente).

Y aún, sin hablarse por 27 días de corrido, Pedro Alfonso no te era indiferente. Para nada.

- No, estoy soltera… - dijiste tratando de sonar lo más despreocupada posible.

- Ah pero… ¿y el polista? – y consideraste revolearle tu cartera, pero estaba demasiado lejos. Y qué carajo le importaba si seguías o no con Facundo. Esa historia estaba tan pasada de moda.

Pero ¿y la actual?

Suspiraste.

Lo tuyo y lo de Pedro… era un interrogante. Un punto y coma carente de continuación. Un completo "no signal" y te acordaste de ese hashtag en Twitter (y ahora que eras grosa en Twitter había que meterlo en todos lados) que decía "palabras que te cagan el día" y lo que a vos te venía arruinando estos días más que el “¿con quién andás?” era el eterno silencio. Estar en ese espeso stand by del que no estabas segura de si iban a salir alguna vez.

¿En qué momento el orgullo deja de ser copado para ser estúpido?

No estabas muy segura pero en ese momento te sentías la más idiota de todas (porque tenías 27 y no 15), siendo interrogada por una conocida (casi desconocida en realidad, porque era conocida solo laboralmente) extremadamente chusma que había logrado en un minuto ponerte sumamente incómoda, insegura y de pésimo humor.

Humor 5.

- No, con Facundo terminamos hace un tiempo… Estoy solita – aseguraste con una sonrisa tan falsa que te dolieron las comisuras y te felicitaste a vos misma por tu autocontrol. Sochi carraspeó y cambió rápidamente de tema, intentando descontracturarte y sonreíste en forma de agradecimiento mientras hacías un esfuerzo por incorporarte a la charla (que poco tenía de interesante pero a la cual le ibas a dar una oportunidad).

Una vez en el aeropuerto, el proceso del check in fue igual de aburrido, monótono y prolongado que siempre. Agradeciste que no te encontrabas en Estados Unidos, donde la paranoia multiplica por tres el tiempo que te lleva pasar hacia la sala donde están las puertas para abordar los aviones, y presentaste tu pasaje para pasar por aduana.

Encontraste tu asiento casi de inmediato y luego de guardar tu equipaje de mano, te sentaste en el asiento (poco confortable) casi desplomándote de lo cansada que estabas. Abrochaste tu cinturón y te preparaste mentalmente para volar.

El vuelo tardo lo que tenía que tardar, las películas fueron las mismas que a la ida y el señor del asiento 36 B ronco tan fuerte que el sonido como un fuerte ronroneo llegó hasta el tuyo, situado 10 filas mas adelante. Un vuelo normal.

Antes de salir al free-shop, chequeaste en el baño cómo estabas en la escala del 1 al 10 de presentabilidad. Dichosa, te autocalificaste un 7 (¡hey! está muy bien para 17 horas de vuelo) y te volviste hacia donde vendían el maquillaje, los perfumes, las cremas y todas esas cosas que aunque no las necesitaras, siempre algo te comprabas igual. Era ley.

Te mordiste el labio al darte cuenta que te habían dejado atrás y comenzaste a caminar, sola, en dirección a la salida. A lo lejos divisaste a “Skittles” (nombre con el que habías bautizado a la morocha que te hizo las preguntas indeseadas) y decidiste aminorar el paso. No querías responder más cosas, al menos hoy.

Cruzaste las puertas que te llevaban a la sección de taxis/remises autorizados por el aeropuerto de Ezeiza con pesadez, luego de un rápido llamado a tu mamá para avisarle que habías llegado bien y que pronto estarías visitándola. Y de pronto, lo viste. O creíste verlo, porque de tan rápido que se dio vuelta al ver que un par de metros los separaban y que lo habías reconocido, no sabías si era tu mente engañándote (o el deseo de qué este) o si realmente estaba allí.

- ¡Pedro! – exclamaste para sacarte la duda y sentiste como tus mejillas se ruborizaban repentinamente. Era él definitivamente.

- Hola Pau – te saludo sin proximidad alguna, aunque acortando un poco la distancia que los separaba. Rascó su sien, nervioso, y vos te mordiste el labio, medio atontada/medio incómoda.

Suerte que lo habías superado.

- ¡Qué loco encontrarte acá! – tonta, tonta, tonta. No era loco y no era insólito. Era extrañamente ideal. Peter asintió con una media sonrisa y te olvidaste de las 17 hs de vuelo, la asistente confite de Sochi y el silencio - ¿Qué viniste a hacer? – preguntaste esperanzada con que la respuesta fuera que te vino a buscar a vos.

- Vine a buscar unas encomiendas que me traían de Nueva York hoy… un despachante amigo me hace el favor – y la desilusión te cayó tan pesada como el efecto que te estaban provocando las pocas horas de sueño que tenías encima. Pestañeaste.

- Ah… - y no supiste qué más decir. Sonreíste ante la falta de palabras y presionaste la manija de plástico de la valija entre tus dedos – Bueno, me están esperando para irme… - dijiste con una mueca y gesticulando con las manos más de lo necesario. Él sólo te miro y esa respuesta que necesitabas no llegaba más – Chau Peter…

Y el castaño intentó articular una frase que nunca llegaste a oír, porque luego de balancear tu mano izquierda (de un modo muy extraño) en forma de saludo te diste vuelta y seguiste caminando, furiosa de que te haya tenido en frente y no haya dicho nada y de haber tenido que remar una conversación que debería estar remando otro (Pedro).

Ya en el remise que te había contratado la agencia, te pusiste al día de lo que te perdiste mientras estuviste afuera con el chofer, quien muy simpático cargó tu valija hasta el baúl. Por suerte, el aire estaba al máximo (y funcionaba) y te hacía olvidar que estaban a 40 grados de sensación térmica fuera del vehiculo. La autopista estaba bastante descongestionada y mientras el señor manejaba, tocaron temas clásicos de conversación como el clima, la política y la invasión de ¿lagartijas? en las casas para rellenar el silencio hasta que llegaban a tu departamento.

Y de pronto, deja vu (tu ringtone para los mensajes de texto).

“Pau, perdoname por lo de recién… no se que me pasó. Pero verte me hizo dar cuenta cuánto me equivoqué al pensar que no te conozco. Un beso (bah, te lo debo)”

Te mordiste el labio y sonreíste, mientras mirabas por la ventanilla. Nunca mejor elegido ese ringtone.

Releíste el mensaje, eufórica, feliz y bloqueaste el teléfono mientras suspirabas con un dejo de romanticismo impropio de vos.

Sin lugar a dudas, ibas a hacerte desear un poco.

viernes, 10 de febrero de 2012

Capítulo 42.

Cuando prendías la cámara, automáticamente, se apagaban todos tus problemas y sentías como si traspasaras a otra dimensión; como si estar detrás del lente te convirtiera en un relator testigo de los acontecimientos que retratabas. Un clic y eras intocable.

Eras amo y señor del tiempo (de grabación obvio, sino probablemente las cosas serían diferentes). Rebobinabas, adelantabas. Borrabas y volvías a grabar y te creías el más genio de los genios por tener absoluto control sobre tu voluntad. Las influencias, una simple caricia.

Acomodar la cámara en tu mano y dejarte atrapar por las situaciones que se iban desarrollando a tu alrededor. Tan simple como eso.

Pero hoy, 6 de febrero, no había personaje por la calle o acontecimiento que robara tu atención. No te podías concentrar en nada y la imagen de Paula era una luz intermitente en tu cabeza; la cosa más insignificante te la recordaba y te odiabas a vos mismo, por no permitirte olvidar… al menos por un minuto.

Sentías que habían sorteado el premio al boludo del año y vos tenías todos los números. Ya no sabías si tenías tanta razón; lo único que tenías en claro, era que hacía 4 días que no sabías nada de Paula y ella ni se había molestado en hablarte o buscarte para que se junten y resuelvan lo que tenían que resolver.

Según tu punto de vista, no le daba la cara para jugarte una ofendida, aunque vos te hayas confundido en la forma que empleaste tus palabras (y en las palabras que usaste también).

Entremezclaste tus dedos entre tu cabello castaño, intentando recordar cómo se hacía. Cómo era la vida de Pedro Alfonso antes de volver a Buenos Aires y te encontraste con que era vacía, chata y poco interesante. Bah, así fue durante los últimos dos años y te diste cuenta que después de haber vuelto, lo que antes te parecía extraordinario ahora te parecía mundano; normal.

Todo se transformaba constantemente. Suspiraste.

Hacían 35 grados de sensación térmica afuera y eran las 8 de la noche. Las nubes tapaban las estrellas y la Luna, era un hilo de luz imperceptible en ese manto oscuro que te envolvía. Buenos Aires no tenía nada de bueno últimamente y tu mayor deseo era empaparte con el agua de la lluvia para refrescarte del calor que te embargaba (y que no se iba ni con aire acondicionado, ventilador ni viento).

Y de nuevo te acordabas de ella (la lluvia, Paula, Paula mojada, Paula y ese abrazo que dijo todo sin decir nada).

Sentado en ese banco, solo (solísimo), fantaseabas continuamente que el led rojo del celular se prendía (como si ella te estuviera hablando por el chat) pero no te hablaba nadie más que Hernán, Iudica y otros productores de Ideas del Sur.

“Dale boludo, te estoy esperando hace 15. Se me calienta el fernet”

Y sonreíste y la idea de tomar una bebida con hielo era más tentadora que la lluvia. Despeinaste tu cabello mientras te levantabas y te estiraste antes de emprender el camino.

Afortunadamente, el departamento de Hernán en Capital quedaba a unas 15 cuadras del tuyo, en Belgrano; ni tan lejos como para tener que parar por culpa de lo agitado que te pondrías (consecuencias del pucho), ni tan cerca como para cruzarte con Paula, Zaira o la vieja del 3”A” que estaba obstinada en que le arreglaras el aire acondicionado.

Y sólo te hacías el técnico con una sola persona y mejor ni la nombremos para no volver a ese círculo vicioso en el que pensás en ella, te reproducís la discusión en el jardín de la estancia y recordás el viaje sumamente depresivo de vuelta en el que la bronca te salía por los poros.

¿Eh?

Sacaste un cigarrillo con rapidez y lo prendiste con dificultad. Intentar repeler con tu mano izquierda el viento mientras sostenías el elemento con la boca y el encendedor con la derecha era casi como hacer malabares. Una vez que lo conseguiste, dejaste que el humo invada cada lugar posible de tu organismo y sentiste como tu cuerpo se relajaba poco a poco.

Maldito vicio.

No había un alma en la calle y no los culpabas; el calor era insoportable y ni el viento que corría (anticipando una tormenta) aliviaba la humedad o el pegoteo. Caminaste las cuadras restantes con un ritmo moderado y luego de tocar el timbre, te introdujiste en el departamento de tu mejor amigo de la infancia.

- ¡Nan! – exclamaste mientras lo abrazabas amistosamente. La temperatura templada, ideal, hizo que se te erizaran los pelos de la nuca ante el cambio de aire. Te sonrió mientras te dejaba pasar y tiraste las llaves sobre la mesa como si fuera tu propia casa.

- ¿Sale un torneito? - pregunto mientras te ofrecía un vaso de fernet, que gustoso aceptaste, y con la otra mano te enseñaba los joysticks de la play ¡Hacía tanto que no jugabas!

A la hora de jugar al PES 2012 (o a cualquier juego que involucrara al fútbol) Bélgica era tu equipo elegido, siempre. Era una cuestión de afinidad inexplicable y tus amigos ni te preguntaban ya por qué elegías ese equipo (a tal extremo llegaba tu "amor" por esa selección que te tomaste un tren cuando estabas en Grecia para conocer el país en cuestión).

Tomaste un sorbo, dejando que el líquido amargo recorra las paredes de tu garganta y apoyaste el vaso, aún con las manos frías por el contacto helado del vidrio, sobre la mesa. Y Hernán mientras iba seleccionando las opciones, te contaba como iban las cosas con la página de Independiente que él mismo manejaba.

Antes de que empiece el partido (de 10 minutos de duración) hiciste sonar los dedos de tus manos, como si eso formara parte de un ritual previo antes de jugar. Tomaste el joystick y carraspeaste al tiempo que Nan le daba play a la música y Ciro endulzaba tus oídos. Que empiece la magia.

Y luego de 30 minutos de juego, la magia nunca había empezado y tu mejor amigo se reía a carcajadas de la cara de culo que estabas poniendo por haber perdido 5 partidos al hilo (y que no podías disimular). Mientras la tortura transcurría habías tarareado todas las canciones que saltaban en el reproductor de Windows Media de la laptop de Hernán que estaba tan tentado que se destornillaba de risa con tus agudos.

La hora de reírse de Pedro.

Y cuando esto de perder ya no te estaba cayendo muy simpático que digamos (y nunca fuiste muy buen perdedor, especialmente hablando de fútbol, virtual o real) los acordes de "Saber cuando parar" de las Pastillas del Abuelo comenzaron a salir de los parlantes y automáticamente tus manos aferraron el control con fuerza. Demasiada.

"Y te condena mi celoso corazón
cuando le contás tu historia,
nunca conoció la gloria
en cuestiones del amor"

Reprodujiste la estrofa en tu mente y en tu boca, y cada palabra tenia sabor a melancolía. A recuerdo, a adiós.

Y sé que nunca se me va a olvidar tu voz
aunque pierda la memoria
,
con acercarse a la victoria
se conforma un perdedor”

Sabor a dolor… y a deja vú.


(Flashback)

Siempre consideraste que había dos puntos de inflexión a la hora de las relaciones sexuales.

La charla después del sexo, el primer punto (momento clave). Podría fluir con tranquilidad como podría ni siquiera ocurrir. O podría ser un bodrio, como cuando la mina al lado tuyo hablaba demasiado y aturdiendo (o había hablado demasiado durante) y te convencías que callada era una diosa del Olimpo pero que abría la boca y la arruinaba. Como cuando los temas de conversación no surgían y el seguro silencio se transformaba en lo más incómodo. O cuando ya no tenías los dos tragos de más encima y te dabas cuenta que la chica que estaba recostada a tu lado no era lo que te había parecido bajo las luces tenues del boliche.

El segundo punto, el después de la charla. Quedarse a dormir, o vestirse e irse. Uno no dormía con cualquier persona; justamente porque compartir el sueño era sagrado. Más para vos, que eras alguien que consideraba interrumpir la siesta un pecado capital.

Dormir bien, era otra historia.

Hacía siete días que compartías el arte de dormir y lo hacías relajado y en paz. Y feliz. Paula era la responsable de eso y aunque la conocieras hacia 13 días, sentías que la conocías hacía mucho más.

Dormías en tranquilidad, sin interrupciones; incluso habías soñado. Algo loco y extraño, pero un sueño en fin.

Dormías feliz, cómodo, relajado. Dormir con ella era perfecto y especial al mismo tiempo. Y adjudicar esos adjetivos a esa situación era extraño… y era nuevo; porque generalmente eso no te pasaba con alguien que no era tu pareja y a la cual apenas conocías (y casi que podías contar los días que la conocías con los dedos de la mano). Pero Paula no era una chica más.

En realidad nunca te habías parado a pensar pero… ¿te estabas enamorando?

Ni siquiera estaba en duda si la querías o no porque eso rayaba en la obviedad. Enamorarse era algo tan lindo como ilógico en esas circunstancias. Bah, no era lo ideal.

Te desperezaste con cuidado mientras tus párpados estaban reticentes a que te levantes. Ahogaste un bostezo en tu boca y humedeciste tus labios resecos mientras refregabas con las yemas de tus dedos tus ojos, repetidamente. Y los abriste con expectativas de verla sonreír, para encontrarte con las sabanas revueltas y la cama vacía.

¿Y Pau?

De repente el sueño se te había ido y te encontrabas semi levantado, inclinándote sobre el borde de la cama (únicamente con tu bóxer negro como prenda) casi cayéndote, intentado ver si la rubia estaba en el baño. Negativo.

Frunciste el ceño mientras murmurabas su nombre, esperando la contestación. Pero nadie te respondía y claramente, Paula no estaba en el departamento.

La ventana estaba empañada por el frío de afuera y se te hizo difícil ver más que blanco. Despeinaste tu cabello castaño con brusquedad y despegaste la vista de la 92 (calle donde se encontraba tu edificio y que podías ver desde ahí).

De repente, viste un papel que antes no estaba antes en la mesita de luz. E imaginaste. Y entendiste.

Tus ojos devoraron las palabras escritas en la nota y el "fuiste mi locura en Nueva York" retumbaba tan fuerte como un gong, en tu cabeza. Reconociste el tema de la primer frase y tuviste el presentimiento que lo ibas a detestar desde ese preciso instante.

Y te sentiste estúpido. Y te sentiste traicionado para sentirte más estúpido que antes.

Rebuscaste entre papeles, el número de teléfono del hotel donde se hospedaba Paula (o Trinidad, da igual porque ahora en el presente, sabías el nombre y que eran la misma persona), incapaz de comprender que una nota de porquería que te decía poco y nada (y cosas que no querías leer) podía terminar con algo como lo tuyo con la rubia, así como así.

- Disculpe señor- te dijo una voz femenina en inglés, con un tono amable que por tu extrema ansiedad te pareció insoportable- pero el check out de la habitación 325 ya se hizo... Alrededor de las 9 - y ya eran las diez. Y cortaste sin despedirte ni agradecer.

Supusiste que su vuelo saldría en dos horas y buscarla en el JFK, aeropuerto de Nueva York que tiene kilómetros y kilómetros de infraestructura y saca innumerables vuelos por hora, sería una idiotez más que una hazaña.

Los ojos se te empañaron y la vista se nubló. Te sentaste sobre la cama y exhalaste con lentitud.

Y lloraste, por lo que fue y por lo que pudo haber sido. Y la odiaste, solo por esa despedida que te robó.

(Fin flashback)



- No la entiendo... - soltaste de la nada, sin despegar tus ojos marrones del partido, y Hernán ya no reía. La canción te había despertado esas emociones que querías adormecer - Es una cabeza dura, no quiere admitir que estuvo mal... Me enferma que sea tan orgullosa.

Y claramente te enfermaba, si hacía días que no dejabas de pensarla. La amabas y eso, no lo podías ocultar. Tu amigo bebió un sorbo de su vaso, pensativo.

- Mira Pepe, para mi la mina es muy enroscada que se yo... - dijo con voz ronca mientras peleaba con una táctica defensiva para robarte la pelota. Pero descargarte te había motivado; tus jugadores ya corrían al área. Hernán puso la pausa.

- ¡Eh! – te quejaste pero él te ignoró.

- Se que estás enganchado, pero bastantes quilombos tenes vos como para meterte en una historia complicada – aconsejó con el joystick en la mano y vos te rascaste la sien ¿Y como hacías para entender eso? – Acordate los mambos que tenes con tu familia Pepe – y la cabeza te hizo un clic y te acordaste que ella, te había echado en cara esa noche que vos también le ocultabas cosas, como eso. Y sabías que tenía razón pero lo obviaste para no tener que admitir tu parte de la culpa. Porque eras caprichoso.

- Sí no sé – e hiciste una mueca y Hernán volvió a poner el partido en movimiento. A los dos minutos metiste un gol y una sonrisa de sorna se dibujo en tu rostro mientras festejabas por el living. Tu amigo volvió a tomar del fernet, ignorando tus festejos – Epa ¿qué pasó? – dijiste burlonamente.

- Callate que vas 5 abajo – simplificó concentrado y vos carcajeaste, mientras hacías balancear tu cuello para estirarte. Ese torneo era tuyo.

Y al menos en esto, tenías oportunidad de dar vuelta la situación con una simple jugada.

martes, 7 de febrero de 2012

Capítulo 41.

“La unión es una burbuja en el tiempo” decía Gustavo Cerati. Siempre te había parecido una frase imponente, importante. Una metáfora que quizás de sentido no tenía tanto pero que armada quedaba linda; estética. Como algún verso de los temas de Calamaro (y no conseguía frases desconcertantes solo por su gran poder de imaginación) o incluso de Arjona, que tiene esa habilidad para relacionar las cosas de la manera más insólita.

Bueno, eso pensabas hasta que finalmente te conectaste con alguien tan pura y naturalmente que entendiste que era verdad, que se paraba el tiempo, que se congelaba el instante. Que cuando te encontrabas en plenitud con otra persona directamente las horas, minutos, segundos y milésimas de segundo no existían.

Y al final dijiste, cuánta razón tenía Gustavo.

Pedro jamás se había ido de la fiesta. Físicamente sí, pero en tu interior aún sentías su presencia, como si nunca te hubiera dado la espalda en el jardín para irse caminando dejándote sin certezas, confundida y sin acompañante. Y con una sonrisa falsa, forzada y necesaria para aparentar que todo estaba bien y que estabas feliz de la vida en el compromiso de tu papá.

Y ahora que estabas sin él, el tiempo no se te pasaba más.

Te tiraste sobre la cama de tu habitación aún con vestido y maquillaje puestos. No tenías fuerzas ni ánimos para levantarte y ni bien apoyaste tu cuerpo sobre el mullido acolchado de plumas, las lágrimas comenzaron a salir a mares. Dejaste que corran, sin amagar a limpiarlas.

Hipaste intentado recuperar un poco del aire perdido luego de varios minutos de no hacer más que llorar y decretaste que no te levantarías hasta el 2057. Si estuvieras en tu casa, probablemente hubieras puesto música melancólica hasta hartarte, para poder deprimirte del todo; pero en ese cuarto de escasos metros cuadrados no tenías ni chocolate, ni nadie con quien pelearte (o descargarte), ni música, ni computadora.

La muerte.

Definitivamente las cosas no habían salido del modo que lo esperabas. Pedro te daba tanta seguridad, que cuando llego el día lo que te ponía nerviosa era festejar el compromiso de tu padre con otra mujer en vez de pensar en lo terrible que podía llegar a ser la fiesta (y acá incluyamos a Ezequiel e invitados). Y la posibilidad de que Peter se enterara de casualidad de algún traspié de tu pasado ni se te había cruzado por la cabeza.

Odiabas esa actitud egoísta que había tomado ¿No entendía que si no le contaste, fue porque te costaba? ¿Qué te dolía, que te lastimaba?

Te acomodaste sobre el acolchado mientras escuchabas tu propia respiración entrecortada por el llanto. No se oía más que eso y las agujas del reloj.

Tic, tac; Tic, tac; y te dieron ganas de tirar el relojito a la mierda.

Nunca imaginaste salir de su boca, palabras tan hirientes. En algún lugar de tu mente quisiste justificarlo pensando que estaba enojado… pero en ese tipo de momentos que estás al límite, decís las cosas con más sinceridad. Abrís el alma.

Y no entendías… no podías entender. Y menos podías hacerlo en ese momento.

Secaste la humedad de tus mejillas con la palma de tu mano inútilmente; las lágrimas no dejaban de salir. Te daba bronca no poder controlar tus emociones y más bronca te daba, recordar lo que tuviste que decirle a cada persona que te pregunto por él durante la fiesta, una vez que volviste a mezclarte entre la gente.

Idiota.

“Tenía unos asuntos familiares impostergables” asegurabas con una mueca, mientras el/los interesados asentían y vos por dentro explotabas. “¡Qué ridículo!”, pensaste. No tenías por qué darle ninguna explicación a nadie pero sabías que el silencio, era peor.

Tu propia experiencia te lo demostraba y vos eras testigo por excelencia. A nadie en Lobos le interesó saber tu lado de la historia; era más divertido pensar que eras una perra, una roba novios, una desvergonzada.

El conventillo siempre vendía más y eso no era ninguna novedad. El chisme... a veces valía más que la verdad.

Lo que más te enfurecía de todo, era que Pedro se hubiera ido. Incluso cuando te despediste de tu papá y tus hermanos al final de la fiesta, tenías la esperanza de que estuviera ahí en la habitación esperándote. Esperándote para pelear, para no mirarse, para hablar, para olvidar. Pero llegar y encontrar el cuarto vacío, fue bastante decepcionante.

Cagón.

Refregaste tus ojos una vez más, tratando de cortar ese sin fin de agua que se deslizaba por tu rostro y que parecía que no iba a parar nunca.

Decidiste cortar con la amargura y hacer algo por vos misma. Una vez en el baño (decorado con toques coloniales como el resto de la habitación), tu reflejo te recordó que todavía llevabas puesto el maquillaje (el rimmel completamente corrido y unas ojeras dignas de un oso panda) y corriste a la valija para buscar la crema desmaquillante.

Posicionada en una esquina encontraste la maleta, perfectamente cerrada. Cuando la abriste, recordaste que habías guardado el estuche que necesitabas bien al fondo. Estorbaba en tu camino por alcanzar la crema un libro que habías traído "por las dudas" (y recién ahora que estabas sola le veías una utilidad) y lo revoleaste sobre la cama para poder sacar el neceser. Y cuando lo hiciste, a medio camino, cayo un trozo de papel a tus espaldas. Al verlo de cerca, te diste cuenta que era una servilleta, vieja y algo rota, pero de la cual resaltaba el logo de Starbucks y una caligrafía imposible de no reconocer.

“215 West 92nd Street”

Y los recuerdos al brotar en tu mente, te obligaron a tomar asiento.




(Flashback)


El cenicero rebalsaba de cenizas y a cualquier persona normal con desafecto a la limpieza no le hubiera importado. Pero a vos te perturbaba muchísimo (y eras maniática del orden y la higiene, salvo en algunas ocasiones) y ya habías perdido la cuenta de cuántas veces el objeto había acaparado tu atención. Aproximadamente, este acoso visual al cenicero había comenzado hacía una hora, tiempo en el que te habías despertado sin lograr conciliar el sueño otra vez.

Esos días, dormir acompañada se había hecho costumbre. Pedro, tu fiel compañero, dormía profundamente a tu lado y no habías podido evitar que en esa hora que estuviste lidiando con tu obsesión por el orden se hubiera cruzado por tu mente alguna vez (fueron varias) lo equivocada que estabas al no ponerle un freno a esta ¿relación?

Tenían fecha de duración limitada (y lo sabías y te sorprendía que no hubieran caducado a los tres días de conocerse) y eso, doloroso o no, era una verdad incómoda. Que no gustaba y con la que no estabas de acuerdo.

Vos tenías ofertas de trabajo en Buenos Aires, varias. Pedro en unas semanas retomaba sus estudios de cine en la Universidad (NYU). Los tiempos no cerraban y las despedidas tampoco.

Te declarabas una persona exenta de las despedidas, por gusto y propia decisión claro. Las odiabas, eras pésima para ellas y si podías evitarlas… mejor. Es más, si pudieras eliminar la palabra del diccionario, la borrarías sin pensarlo dos veces.

Suspiraste con lentitud, como si de esa manera pudieras hallar alguna vía de claridad que ilumine tu situación. Definitivamente estabas confundida porque ¿cómo darle fin a algo que no sabías que era?

Dejando el dramatismo de lado, decir adiós realmente era inminente e inevitable y no tenías la cantidad de horas que te hubiera gustado tener, para reflexionar y tomar la decisión más adecuada; en 5 horas tenías que estar en el aeropuerto y tu hotel estaba en el otro lado de la ciudad.

Paula, Paula, Paula.

Te hablaste a vos misma, mientras mordías tu labio con indecisión. Observaste a Pedro y te quedaste en blanco (mirarlo no era una buena idea).

Decidiste llevarte por el impulso; al fin y al cabo muchas opciones no tenías. Despertarlo para comunicarte que te tenías que ir era una idea poco tentadora y que inevitablemente desembocaría en un diálogo raro y extraño. Y triste, porque a pesar de conocerlo hacía 12 días, lo querías.

Que te llamen loca y que te llamen idiota, también, por engancharte tan rápido.

No servías para mantener una relación a distancia y menos ibas a poder sostener algo tan reciente que no tenía bases sobre las cuales sustentarse. Un punto para la lógica, cero para el corazón.

Tomaste un papel con promociones de un delivery de comida oriental que encontraste revoleado por la mesa y lo diste vuelta para escribir en el lado blanco de la hoja.

"Y sé que nunca se me va a olvidar tu voz aunque pierda la memoria”

A veces es mejor no decir adiós…Y yo soy especialmente mala en las despedidas. Fuiste mi guía, mi amor, mi locura en Nueva York y de lo que compartimos, no me olvido nunca.”

Dejaste el mensaje en la mesa de luz con delicadeza mientras recogías tus cosas con decisión. Sin mirar atrás, atravesaste la puerta del departamento, para sumergirte en la ola polar que aquejaba las calles.

Y despedirte, sin decirlo.

(Fin flashback)





Tomaste el teléfono, sin saber muy bien por qué y cuando tomaste consciencia de lo que estabas haciendo, te encontrabas redactando un correo electrónico nuevo a peteralfonso9@gmail.com con “Hola extraño” como asunto (como habías hecho en el primer mail que le mandaste hacia meses cuando justamente, se estaban re-conociendo).

“Hola extraño, porque eso somos ahora ¿no? Dos extraños” tipeaste lo más rápido que tu celular te permitió y te paraste en seco ni bien terminaste ¿Qué sentido tenía enviarle algo?

La incertidumbre de no saber bien qué pasaba y pasaría entre ustedes era tan desconcertante como inmovilizante. Borraste una a una las letras y dejaste el mensaje vacío sin enviar. No ibas a ceder, no tenías por qué y no tenías ganas.

No creías que fuera justo.

Guardaste el celular en un cajón del mueble y lo cerraste fuertemente. Era peligroso tenerlo tan a mano y sabías que si no hubieras recobrado la cordura al último minuto, hubieras mandado algo de lo que te arrepentirías después. La tentación, bajo llave.

Más tranquila, volviste al punto que habías abandonado en primer lugar y sacaste la crema del neceser, para volver al baño y comenzar a despintarte. Y empezar de nuevo.







Martix (¿?) gracias por hacer inteligencia conmigo durante la creación del capítulo jajaja. T ♥