El ventilador no podía estar más al máximo y sin embargo no giraba lo suficientemente rápido como para calmar el calor extenuante que hacía en el departamento. Extasiado y nervioso carraspeaste ante tu propia obra de arte, que te miraba inconclusa desde el piso, y te sentiste como en esas clases de plástica y manualidades del colegio en las cuales eras malo, malísimo. Desastroso.
El bichito de la auto-exigencia, comenzaba a carcomer tu interior y a analizar con ojos exigentes lo que se suponía que debía valer justamente por el esfuerzo, el amor y el mensaje que el mismo trasmitía. Inconscientemente buscabas que tu trabajo fuera en sus irregularidades, perfecto.
¿Pero acaso la perfección existía?
Sabías que no; pero era imposible no tener la ilusión de encontrarla (sí, el ser humano es cabeza dura y vos, en especial). La auto exigencia, innata en vos, llevaba a que tus intenciones y pequeños logros pasaran casi desapercibidos al lado de algún detalle incorrecto. Te remitía a una búsqueda de exactitud ilusa, porque a decir verdad, lo exacto (contradictoriamente) es inexacto. Porque lo perfecto es ambiguo… es relativo, es subjetivo.
Rascaste tu sien mientras intentabas acomodar los caramelos y chocolates (de diferente forma y contextura) tras reiterados intentos por tratar que lo que dibujabas no fuera completamente ilegible. Entonces ahí yacían los Ferrero Rocher y Palitos de la Selva (entre otros) formando un “Te amo Pau”, que parecía cualquier cosa menos esa frase, en el piso de madera de aquel departamento que no era tuyo, que no tenía aire acondicionado y que estaba más ordenado que tu propia casa en sus mejores días.
Bien, Pedro.
En tu boca resonaron resquicios de una canción que habías escuchado antes de llegar y exteriorizaste en murmullos el verso que de alguna forma te había inspirado para hacer esto hoy. Y que te hacia ansiar la llegada de Paula más y más (si era posible, y claramente, te habías mimetizado con ella).
“Esta noche se oirá dentro de tu piel. No hay ningún momento, que se pueda comparar al amor” tarareaste mientras acomodabas las golosinas una y otra vez y al pensar en ella, suspiraste entre sonrisas. Y decidiste dejar las cosas ser, dejar que lo perfecto sea imperfecto, que la inútil frustración desaparezca… porque una sonrisa suya, era suficiente y hacía olvidable todo lo demás. Y tenías certezas de que sonreiría.
Las vibraciones del celular en el bolsillo de tu jean blanco te sacaron de ese ensimismamiento y sacaste el teléfono mientras desabotonabas un par de botones de tu camisa negra en un intento de refrescarte.
“¿Estás contando todas las que me debés no?”
Y reíste, porque definitivamente no llevabas la cuenta.
(Flashback)
Las horas, los minutos y los segundos no se te pasaban más y todavía ni siquiera llegabas al mediodía. Los pasillos de Ideas del Sur nunca habían estado tan escasamente transitados y te extrañaba no oír el ir y venir de la gente caminando a través de ellos como cada día de trabajo. Te estiraste en el asiento negro de tu oficina (y de otros dos más) mientras Zaira después de tener un ataque de verborragia por fin estaba escuchando tus pedidos.
- ¿Entonces me tengo que ir a la tarde? – preguntó la morocha y había repetido las mismas palabras de la oración que formulaste segundos atrás. Pusiste el teléfono en altavoz mientras abrías el programa para adelantar trabajo y editar unos tapes para la cocina. Pestañeaste y te detuviste para contestar a su pregunta.
- Sí Zai, quiero sorprender a Pau antes que llegue – explicaste nuevamente y la conocías tanto que podías adivinar qué expresiones se dibujaban en su rostro – Por eso pedí salir antes.
- Ok ella vuelve a casa tipo cuatro y media… - y era ideal porque te habían dejado irte a las 3 – Una cosa nada más… mi casa no es un bulo ¿eh? – añadió graciosa y Alejo que pasaba por la puerta de entrada estalló en risas. Te contagiaste al instante.
- Zai, estás en altavoz… - anunciaste mientras rascabas tu sien con tus dedos con una sonrisa escondida tras una mueca de incomodidad. Tu amigo se apoyó sobre el marco y guiño su ojo izquierdo. No parecía tener inteciones de perderse detalle de la conversación, por lo que hiciste una mueca y ladeaste la cabeza a un lado.
- Bueno, ¡pero es verdad Pepe! – y rió del otro lado de la línea –Para la próxima usa tu departamento.
- Hoy por mí mañana por ti – contestaste gracioso y las risas volvieron a resonar en la oficina. Y fuiste vos ahora quien le guiño el ojo a Alejo, mientras por tu mente iba a ultimando los detalles de tu sorpresa.
- No usen mi cama lo único – pidió y rompieron los tres en risas porque Zaira no podía estar tan “prendida fuego”. Frotaste las yemas de tus dedos reiteradamente sobre el costado de tu ceja izquierda y ahogaste una carcajada que amenazaba con salir de tu garganta.
Y justamente, en la cama no estabas pensando.
(Fin flashback)
“Perdí la cuenta hace rato. Sos la mejor, amiga!”
Luego de teclear la contestación y enviarla, volviste a guardar el teléfono en su lugar y te apresuraste a vaciar el cenicero porque sabias que Paula odiaba que quedaran los restos del cigarrillo y la ceniza allí. Además porque rápidamente adivinaría quién había estado en el departamento previo a su llegada (Zaira no fumaba) y chau sorpresa.
Admiraste con suficiencia la forma con la que habías terminado de agrupar los chocolates y caramelos en el piso y te sentiste el ser más cursi del planeta. Porque no sólo planeabas sorpresas, hablabas todo el tiempo (con ella y de ella) sino que inconscientemente cantabas Montaner en la ducha (más de lo acostumbrado) y no parabas de proyectar y soñar y… ¿Amar?
Estabas en un pegoteo constante… y no tenías muchas ganas de salir. Porque pegoteado o no, lo que más te gustaba de Paula era quién eras cuando estabas con ellas. Y quiénes eran juntos.
Te desplazaste a la cocina sólo para averiguar la hora y darte cuenta que eran cuatro y media pasadas y Paula todavía no había llegado (y vos no te habías escondido). Volviste al living y pegaste un post it al lado de los caramelos, escrito con tu caligrafía.
“Encontrame”
Y el sonido del ascensor (grave y acompañado de vibraciones) comenzó ser más fuerte y claro y te anuncio que la agasajada en cualquier momento depositaría sus llaves en la puerta para ingresar a su casa; después de toda una mañana de producciones, trabajo y Avon, según lo que te había contado Zaira. La “desesperación” de que se apersonara Paula en minutos te paralizaba (como siempre que algo te tomaba de improvisto) pero te obligaste a correr hasta tu escondite en el baño. Y una vez que cerraste la cortina de la ducha tras tu paso caíste en lo ansioso que estabas. Completamente ansioso.
Sentiste el tintineo del metal de las llaves y espaciaste tu respiración, agitada, para tratar de pasar lo más desapercibido posible. Acomodaste en silencio el plástico y te apoyaste contra la pared. Contaste hasta cuatro y perdiste la cuenta.
Del otro lado del departamento, intuiste como Paula mordía su labio al ver tu sorpresa y supiste que efectivamente había leído la nota y que ahora, pasados unos minutos, se encontraba haciendo lo que le habías pedido. Moduló un ¿Pedro?, casi inaudible desde tu escondite en el baño, y presionaste tus dedos contra tus manos con emoción. Humedeciste los labios mientras sentías que sus pasos se alejaban del pasillo y se dirigían a la cocina, exactamente en sentido contrario a vos.
Y rápidamente, sin querer queriendo, musitaste un “frío” porque te estabas aburriendo de tu propio juego y tenías la necesidad imperiosa de que te encuentre ya.
¿Quién tenía problemitas con la ansiedad ahora?
Y en cuestión de segundos, su presencia en la puerta del baño se hizo perceptible (y real) y tus latidos comenzaron a acelerarse vertiginosamente.
- ¿Tibio? – pregunto haciéndose la tonta y despeinaste tu cabello mientras sonreías porque estaba casi al lado tuyo, porque te seguía la corriente y porque podías sentir su perfume y la esencia de su piel del otro lado.
- Calentito… - murmuraste y la oíste ahogar una carcajada del otro lado de la cortina. Te robo una sonrisa.
- Piedra libre – exclamó mientras corrió efusivamente las cortinas y se encontraba con vos y los hoyuelos de tanto sonreír. Y sentiste que nada podía hacerte más feliz en ese momento.
- Te estás quemando – contestaste siguiendo la línea de la conversación y la metiste adentro de la ducha tironeando de su brazo sin darle lugar al reflejo. Como aquel día del twistter, del histeriqueo más directo del mundo y de ese beso tan necesario. Te apoderaste de su cintura y ella descansó sus antebrazos sobre tus hombros. Y sonrió.
- Mi amor, estás todo colorado – comentó mientras recorría tu mejilla y observaba detenidamente tus facciones. Revoleaste los ojos.
- Vos me ponés así – respondiste como si fuera lo más obvio del mundo y Paula presionó sus dientes contra su labio inferior.
- ¡Pedro! – exclamó abriendo los ojos y sin despegar su mirada de la tuya. Hiciste la bendita sonrisa de costado.
- Es que me estaba muriendo de calor, no puede ser que sigan sin aire acondicionado gorda – explicaste con un poco (sólo un poco) de seriedad mientras Paula asentía pensativa.
- Eso es culpa del técnico de aires, que no hace bien su trabajo – retrucó haciendo referencia al único técnico de aires sin tecnicatura e idea alguna de cómo arreglar electrodomésticos. Enarcaste una ceja.
- Será que no le pagan bien – contestaste desafiante y Paula abrió la boca y achinó los ojos, como si tu argumento la indignara. Acomodó sus manos contra tu nuca y te estremeciste. Y era tal el control que tenía sobre tus emociones.
- Será que no aprovecha las oportunidades para cobrar – respondió con una sonrisa suficiente. Y no aguantaste más.
De una maniobra abriste el grifo de la ducha a ciegas (porque estabas de espalda a la canilla) y con rapidez las gotas (o chorros) comenzaron a salir y a empaparlos por completo.
- ¿Qué hacés? – respondió mientras intentaba secar las gotas de su rostro. Volviste a sonreír, con picardía.
- Voy a empezar a cobrar ahora entonces… pero primero empiezo por las deudas – e hiciste referencia a esa ducha para dos que interrumpió ese día. Y no te hizo falta hacer algún tipo de aclaraciones, porque para despejar la más mínima duda, tus manos se encontraban deslizándose bajo la remera de Paula, totalmente mojada, y tus labios presionando los de ella, para darle lugar a ese beso tan deseado y necesitado por los dos. Tan vital.
- Yo también te amo, mucho – susurró en tu oído mientras entremezclaba sus dedos entre tu cabello y te convenciste que era imposible dimensionar el amor.
Chocaste contra los azulejos blancos de la pared (o ella te hizo chocar) y sentiste como te estremecía con cada imperioso contacto de sus manos contra tu nuca, en un intento desesperado por acercarte más. Y entonces de repente las ropas eran faltantes, desperdigadas por algún lugar recóndito del baño, y sólo estaban ella y vos, con la única ambición de amarse para siempre.
Y nada podía compararse al amor. Y a ese amor, chueco y perfectamente imperfecto, menos.
Naaaaaaaaaaaaaaaa ya no se q mas decirte! es necesario escribir tan hermosamente bien??? me matas con cada frase que redactas! es muy perfecta, y depues dicen q la perfeccion no existe!
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