Los amores van y vienen; se pierden, se encuentran. Pero los amigos no, los amigos de una u otra manera permanecen (los verdaderos al menos). Los amigos quedan.
La amistad es un contrato implícito entre dos personas (como cualquier otra relación) que implica una responsabilidad desinteresada, un lazo invisible que habilita un hombro para llorar, un guiño para reír o ese abrazo mudo que sin decir nada… dice todo. Un amigo es aquel que a pesar de los empujones de la vida y del destino y de lo que sea, sigue siéndolo. Que aunque él/ella cambie y vos también, juntos son los mismos. Los que eran… los de siempre. Los que se descostillan de risa por la peor pavada; o los que se miran y se acuerdan de esa anécdota que vivieron juntos y se atragantan de la risa porque la están reviviendo en ese momento y nadie entiende… porque son ustedes. Un amigo es el que te acompaña… en las buenas y en las malas. Y preferentemente, con un Mc Flurry de por medio.
Abriste la puerta de casualidad y sólo por recordar el movimiento que tenías que realizar con las llaves una vez dentro de la cerradura; tu mente todavía estaba en Adrogué, con el “Pintame Jack” y el libro de Nueva York, y tu cerebro mandaba impulsos guiado por la rutina y por lo poco de conciencia (habilitada) que te quedaba.
Sentiste el aroma del ambientador automático colarse en tu nariz sin previo aviso y suspiraste, porque recordar cada mínimo detalle de la noche anterior o ¿de esa? (el temita de la noche y la madrugada y que la 1 de la madrugada sea la madrugada justamente y no la noche, te desorientaba) te embriagaba con ese amor incontenible. Entonces, ahí aparecía el suspiro y luego la sonrisa de tonta, de idiota. De enamorada.
Dios. Volviste a suspirar y esta vez fue culpa del cansancio acumulado que tenías y comenzaba a hacerse notar, por la gripe y los altibajos emocionales que estuviste sufriendo estos últimos días. Revoleaste la cartera sobre el sofá (y rebotó y cayó en el piso, torpe que eras) y te desplomaste sobre el mismo. Acto seguido te descalzaste con impaciencia y con unas ganas impresionantes de dormir, pero con la certeza de que no podrías. Estabas demasiado pasada de revoluciones.
Y suspiraste por tercera vez, sin saber muy bien por qué.
De repente, el rechinar de la puerta del cuarto de Zaira llamó tu atención y frunciste el ceño, confundida. Sus pisadas a lo largo del pasillo te hicieron confirmar que efectivamente tu amiga se encontraba en el departamento y no en algún viaje de trabajo como pensabas. Y cuando la viste completamente despeinada y con esas pantuflas en constante estado de descomposición caíste en la cuenta de cuánto la extrañabas. A ella, a sus mates mal cebados en ayunas o a las 3 de la mañana cuando ninguna de las dos podía dormirse.
- ¿Qué hacés despierta tan temprano? – dijiste y hubieras jurado que lo habías dicho para tus adentros. Rogaste que tu mal humor matutino no se hubiera confundido con autoritarismo (reflejado en tu tono de voz) y en la espera a una respuesta de parte de tu amiga que se estaba haciendo esperar, tamborileaste tus dedos sobre tu regazo. Infinitas veces.
Zaira carraspeó.
- Me despertaron los ruidos… Fue como si una morsa se hubiera tirado en el sillón - y reíste, por la forma en que su look desprolijo hacía que sus palabras fueran aún más divertidas. Ella realizó una mueca imperceptible y hasta inexpresiva; claramente seguía enojada.
- ¿Te sentás conmigo? – le pediste, deseando que la respuesta fuera un sí.
La morocha restregó las yemas de sus dedos sobre sus párpados, mientras formulaba una decisión y terminaba de despertarse. Segundos después rodeó la mesa de roble frente al sofá y se sentó en este último, con lentitud.
- Ya estoy despierta, así que…
- Perdoname cachorra – pediste impulsivamente sin pausas y casi atropelladamente. Sus ojos se abrieron casi en su totalidad y las palabras salían de tu boca sin control (a pesar de que fueran las 9 de la mañana) - Me la agarre con vos... Para agarrarmela con alguien. No creo de verdad las cosas que dije – y ella escuchaba cada una de tus palabras atentamente, demasiado para estar recién levantada - Pero estaba tan asfixiada por la situación que necesité encontrar a un culpable y me viniste como anillo al dedo.
Un culpable... al vacío, al silencio que te había asfixiado. Todo parecía tan lejano ahora y tus razones (que fueron) sumamente lógicas, hicieron que el descontrol en tu cabeza tome un orden y que lo que pensabas... fuera lo exacto. Lo único.
Y ese fue el problema, querer hacer de tu verdad subjetiva una absoluta, cegada por la falta de explicaciones (o poco satisfactorias). Y te habías enojado con vos (por débil), con Zaira (por ser Zaira) y con el mundo, simplemente por estar. Por moverse, por tener esa dinámica que hacía que las cosas con Pedro no fueran congruentes; fueran limitadas, incompatibles. Al menos temporalmente.
- Y me hiciste sentir la peor... Una mala amiga - la mueca que esbozó tu rostro fue inevitable, ella rascó su cuero cabelludo. Inhalaste - ¿Me acompañas a la cocina? Necesito tomar algo.
De pronto te sentiste extraña, ajena a la situación, y no supiste si servirte un vaso de Coca para matar el tiempo o sí simplemente limitarte a observarla, en silencio. Tenías la boca seca, pero necesitabas disminuir las distracciones y pensar qué ibas a decir a continuación porque estabas sumamente perdida. La brújula de la amistad hoy no te andaba y no tenías la menor idea a que atenerte.
Carraspeaste, sólo para llamar la atención y ella te ignoró para hacerte notar que ibas a tener que respetar sus tiempos y guardar la ansiedad… para más tarde. Tus ojos no se despegaron del vaso a medio acabar de Coca mientras la morocha lo apoyaba en la mesada, y descansó su espalda en la pared. Y ahora sí te clavó la mirada.
Y deberías haberte servido un vaso.
- Fuiste muy injusta conmigo Pau – sentenció cortando el mutismo de la escena y tu boca experimentó desde pucheros hasta palabras que no llegaste a modular. Pestañeaste - Aunque no sientas eso... No sé - ¿Qué no sabía? - La verdad… con lo que me dijiste sentí que no me conocías.
Y aunque fueras el ser más perdonable del mundo (sensible, maricona y demases) y ahora sintieras como se te hacía un nudo en el estómago por el “sentí como si no me conocieras” que acababa de formular Zaira (y que equivalía a un “me lastimaste y mucho” encubierto), sabías que en algún punto tenía razón. Que tu mejor amiga no era metida ni organizadora de vidas y lo único que había querido era el bienestar de dos personas que amaba. Que te había servido como el chivo expiatorio perfecto en ese momento para dejar correr la bronca acumulada que no habías podido descargar con Pedro. Y odiabas esa sensación casi palpable de que fueran dos extrañas.
O de que se sintiesen.
- Yo también me siento rara - se te escapó y Zaira sonrió. Y aunque fuera el comentario más descolgado del mundo, supiste que había entendido y que ella también se sentía así. Porque Zaira la tenía tan clara... con vos, con Pedro. Con la vida. Pero fundamentalmente con ustedes – No me gusta eso de desconocernos.
- A mi tampoco – y las comisuras de tus labios comenzaron a alejarse – Te perdono Pochita – y se despegó de la pared para abalanzarse sobre vos y abrazarte, cariñosamente – Estaba un poco intratable el otro día – Fueron dos.
- Hasta enojada sos tierna cachorra – dijiste abrazándola de costado y ella carcajeó. Tierna o no, no querías volver a pelear con Zaira a menos que no fuera extremadamente necesario – Sos un ser de luz total.
Y con una sonrisa correspondida eran las de siempre. La loca de Lobos y la no tan loca de San Isidro.
Olvidaron la hora y se sentaron en dos sillas de la cocina, a pesar de que el living fuera más cómodo, y pretendiste que te resuma una semana en pocos minutos. Le preguntaste cómo le había ido en las últimas producciones y viajes que había realizado en la semana, cómo estaban sus sobrinos y cómo venían con Pico. Y te dieron muchísimas ganas de contarle el por qué de la cara de feliz cumpleaños que traías encima (y no justamente, por el nacimiento de tu hermana), pero era algo contradictorio si días antes la habías acusado de metida. Bueno, eras un poco contradictoria.
- A mi también me fue bárbaro ayer – comentaste al pasar e intentando darle un pie implícito a tu amiga. Zaira abrió los ojos y elevó sus cejas, detectando tu falso desinterés.
- ¡Me alegro que haya salido todo lindo! Delfi se lo merece - y sonreíste dejando entrever que aunque quisieras mucho a Delfina, no era sólo por eso - Igual me imagino que no llegaste a esta hora por haber salido a bailar por el cumple de tu hermana – comentó Zaira levantando una ceja y esbozaste una pequeña sonrisa, inevitablemente - ¿Pepe?
- Quise salir, pero me trataron de vieja – respondiste y la morocha carcajeó. Acomodaste un mechón tras tu oreja, mientras te acomodabas sentándote sobre tu pie derecho – Sí.
Y la sonrisa volvía a aparecer otra vez; imborrable.
- ¡Esa sonrisa la conozco! – dijo mientras te señalaba y sentías como tus mejillas adquirían un tono escarlata y juguetear con las pulseras parecía un buen pasatiempo - No me digas que fue reconciliación con todas las letras.
- ¡Zaira! – exclamaste y ella revoleó los ojos, graciosa – No, me llevo al estudio de la madre y no daba… - y la morocha, sorprendida, se adueño del vaso de Coca anteriormente abandonado y comenzó a beber mientras te escuchaba con atención- Pero igual fue todo tan perfecto que no hizo falta, te juro.
(Flashback)
Un cálida ventolina acarició a tu cara recordándote que aún era marzo y que a pesar de que la temperatura hubiera disminuido un poco por la tormenta, aún estaban en verano. Tus yemas recorrían el dorso de la mano de Pedro (que ya conocías de memoria), acompasadas por el sonido de los latidos de su corazón, que se escuchaban claros y apacibles. Suspiraste.
En algún verso de “7 crisantemos”, Sabina anunciaba que "lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción". No te considerabas fan de su música, pero si de sus letras y quién mejor que vos para saber de tiempos, heridas. Y besos.
- Te extrañe tanto – lo oíste decir y sentiste su cálido aliento sobre tu pelo (tu cabeza descansaba sobre su pecho). Sonreíste.
- Yo también te extrañé mucho – respondiste mientras tirabas la cabeza hacia atrás para poder verlo y te encontraste con sus ojos café inspeccionándote. Depositó un dulce beso en tu cuello.
- Ah ¿ya no estás más en lento? - inquiriste graciosa, haciendo referencia al beso recibido y al empecinamiento de Pedro por hacer las cosas "especiales". No hacía falta que las cosas fueran más especiales de lo que eran.
- Estaba respetando tiempos… y a vos, orgullosita - y tenías que admitir que sus esfuerzos eran totalmente adorables. Acariciaste con tu dedo índice su barba, irregular, desde esa posición incómoda en la que te habías encaprichado en quedarte - ¿No me vas a dejar pasar que te esquive el beso?
- No - respondiste con una sonrisa de suficiencia y el carcajeó, rascando lentamente su sien - Tenía un cartel luminoso en la cara que decía "deja de respetarme" - y gracias a dios lo había hecho. Dejaste que tu nariz se deshaga del dioxido de carbono indeseado y pensativa, te colgaste mirando nada en particular - Me gusta que me tengas cortita, igual.
- Mmm – moduló Pedro, sensual, y te incorporaste mientras contenías las risas que amenazaban con salir.
- ¡Pedro! - te quejaste. Él te observó, entre gracioso e inocente. Enarcaste una ceja.
- ¿Qué? - inquirió.
- Nada – dijiste después de revolear los ojos y él se permitió reir. Se atrevió, en realidad. Te recostaste sobre sus piernas, boca arriba, mientras entrelazabas tus dedos con los suyos, de su mano izquierda – Pasado mañana tengo un desfile – mencionaste como para vos misma, recordando tu agitada agenda semanal. Podías sentir el cansancio desde ahora.
- ¿Es lo que más disfrutás no? - y desviaste tu mirada del cielo, hasta sus ojos - Digo, antes que las producciones, los eventos...
- Sí, es una energía totalmente distinta… ahí arriba sentís una adrenalina que no sentís en ningún lado - explicaste mientras Peter acariciaba con dulzura tu pelo. Y alcanzabas esa paz soñada - Yo me posiciono en la pasarela.
Se tentó y te mordiste el labio de antemano antes de cualquier tipo de explicación de su parte. Lo miraste, molesta y él rompió en risas.
- ¿Qué? - te quejaste mientras Pedro se recomponía.
- ¿No será posesiono gorda? - sugirió pero claramente no era una sugerencia. Y la sonrisa implícita entre sus labios se te estaba contagiando.
- No me corrijas Pedro - reprochaste y ahogaste un soplido; él hizo un gesto inocente con sus manos - Ese gesto pichicateador que tenés.
Y se rió más.
- Pichicateame todo - susurró cerca de tu oído y abandonaste tu posición mientras jugabas una ofedida. Después de intentar levantarte y no poder (y le echabas la culpa al vino y no a que te costara horrores levantarte de manera natural, no) y de rechazar la mano de Pedro, te incorporaste como pudiste. Peter simplemente te miraba.
- Si te vas a seguir riendo de mí, me voy - amenazaste, sin reales intenciones de moverte a ningún lado. Igualmente, aunque hubieras querido, no tenías la menor idea de donde estabas... Ni de como volver.
- Dale quedate - te pidió mientras tomaba tu mano y elevaste una ceja, expectante - Si te quedás, te canto Montaner.
- Con más razón me voy entonces - bromeaste y Pedro borró la sonrisa tonta que tenía dibujada sobre sus labios. Se lo merecía, pero vos eras débil con él (y tonta, y cursi y podíamos seguir y seguir) por lo que depositaste un profundo beso en su mejilla mientras deslizabas tu brazo por su cintura.
Y sonreíste.
- Me pichicateaste, pichicateadora - te acuso mientras te miraba. Carcajeaste por lo ridículo que sonaba Pedro hablando así y él te copió.
- ¡Hasta usas mis palabras ahora, que amor! - lo cargaste mientras él en vez de responderte con dichos, atacaba tu cuello con besos que te daban cosquillas. Chocaron contra la pared entre risas y todo se hizo silencio. Lograste esbozar un "ouch" antes de perderte en sus ojos y ahogaste un suspiro.
- Permiso, voy a dejar de respetarte - murmuró mientras sonreías con tus labios pegados entre sí y la distancia que había entre sus rostros se acortaba. Acariciaste la punta de su nariz con la tuya y Pedro deslizo sus manos recorriendo el diámetro de tu cintura, sobre la blusa aguamarina. Y luego sus labios, ansiosos, se abrieron paso entre los tuyos para alcanzar esa paz y esa necesidad latente de contacto.
Y coincidías con Joaquín…nada era tan adictivo como los besos. Como sus besos.
(Fin Flashback)
Y retener una catarata de suspiros luego del relato (conciso y sin detalles que te guardabas solo para vos) fue imposible. Zaira se mordió el labio, mientras el brillo de sus ojos aumentaba.
- Me muero Pau, sabés que esto me pone muy contenta - y dejaste que tu pelo caiga sobre un solo lado mientras sonreías. Te tomó la mano sobre la mesa -Me encanta verte así, feliz. Verlos.
- Lo sé Zaichu – y fuiste vos la que se mordió el labio ahora y te levantaste para dejar el vaso en la pileta mientras la morocha guardaba la Coca Cola en la heladera. Y hacer algo, porque sonrojarte te ponía incómoda.
- ¡Ay estás de novia! - exclamó de un momento a otro después de cerrar la puerta del refrigerador y rompiste en risas, luego de esbozar un salto por el susto que te causó tal exaltación.
- ¡Sí! - respondiste mientras festejabas con tus brazos. Siendo sinceras, era algo que deseabas desde tu reencuentro con Pedro - Zai… tengo hambre.. - soltaste de la nada luego de apoyarte en la mesada - ¿Hacemos desayuno en Mc?
- Ay sí, estoy re antojada - y sonrieron cómplices, mientras procedían a sus respectivos cuartos para cambiarse. Abriste la puerta de tu armario y mientras seleccionabas que ibas a ponerte, la idea de un Mc queso seguido de un helado cada vez era más tentadora.
Y nada mejor que un Mc Flurry engordante y con tu mejor amiga.
Uno de mis favoritos...
Los amigos te salvan.
Si algo le faltaba para ser perfecto, era citar a Sabina!!
ResponderEliminar