martes, 27 de marzo de 2012

Capítulo 53.

Una vez un ex novio tuyo que no tiene relevancia para ser nombrado por nombre y apellido, pero si por esta reflexión, te dijo que cada etapa de la vida podía ser musicalizada; que la misma era una continuidad de melodías. Que era un universo musical cuyo ritmo lo íbamos marcando nosotros, con acontecimientos que implicaban cambios de intensidad y variaciones instrumentales. Para cada sonrisa una canción. Para cada lágrima, también.

La música dentro del auto estaba moderadamente alta y Zaira tamborileaba sus dedos sobre el volante, marcando los compases con suma emoción del tema que sonaba en el estéreo. Gustavo Lima repetía y repetía (y repetía) el "Tcherere tchê tchê, 
Tcherere tchê tchê,
 Tcherere tchê tchê,
 Tchê, Tchê, Tchê, 
Gusttavo Lima e você" y no podías sentirte más fuera de tiempo. Ojo, el tema te lo sabías de memoria (bah, te lo sabías, ibas inventando la mitad de la letra) y lo estabas tarareando a medida que iba avanzando, pero definitivamente no era una canción para esta etapa.

Tu amiga giro a la izquierda y ya se cumplían 20 minutos de viaje. Les había tocado protagonizar una campaña deportiva juntas, en Pilar, que les había tomado la mañana y principios de la tarde. Hacía mucho no te divertías tanto trabajando. Demasiado.

Tu cabeza acompañaba la percusión del tema, que retumbaba con cada "pum" como si anoche te hubieras pasado con el tequila y hubieras pasado la noche de joda. En realidad, Pedro se había ido entrada la madrugada, pero estabas tan pasada de revoluciones que cuando tu mente y cuerpo se pusieron de acuerdo para descansar, el despertador para levantarse e ir a la producción sonó. Y se te arruinó esa potencial "siesta" reparadora.

Y al pensar en Pedro y en la noche anterior, y la anterior (y la que le seguía a esa) las comisuras inevitablemente se alejaban para dejar relucir esa sonrisa imborrable.

Zaira te guiño un ojo a través del espejo retrovisor y sentiste como tus mejillas se acaloraban. Y no hacía falta que dijeras nada porque había cosas que hablaban por si solas. Y tus ojos hablaban.

- ¿Ferrero Rocher? – volvió a preguntar la morocha luego de profundizar el relato de la tarde anterior, que se vio interrumpido entre foto y foto. Asentiste y Zaira se mordió el labio - ¿Y por qué yo no comí ninguno?

- Porque me los regalaron a mí - simplificaste con una sonrisa y tu mejor amiga revoleó los ojos tras susurrar un claro "egoísta", que te obligó a carcajear. Y que te nombren a los Ferrero Rocher era una mordida de labio asegurada - Ay cachorra…
Y suspiraste, sonora y románticamente, y la tímida que eras pocas veces hizo que cubras tus ojos con las palmas de tus manos. Sentiste la mirada inquisitiva de Zaira encima tuyo.

- ¡Me muero ese suspiro! – exclamó con una sonrisa y tu rostro ya debía estar por el tono escarlata.

- Me mata, te juro - y Zaira frenó en el semáforo - Pedro es tan creativo para estas cosas que hasta me siento mal - dijiste graciosa y tu amiga sonrió.

- Pero Pepe porque es productor y está todo el tiempo generando ideas - te explico y asentiste. Pedro era muy creativo - Ojala Pico hiciera la mitad de lo que hace Peter - añadió y dejo entrever una queja. Frunciste el ceño y la morocha miró otra vez al frente.

- Esa cara… - murmuraste - ¿qué pasó?

- Nada, justamente - contestó con una risa irónica, pero calma - Gracias que la semana pasada me llevo al telo.

- ¡Zaira! - exclamaste y ambas carcajearon a la par, mientras te reclinabas hacia atrás de la risa.

- ¿Qué? Al menos alguien respeta nuestra casa – y de repente cesaron las risas. La miraste extrañada ante su repentina seriedad y comenzaste a sentirte culpable y a pensar si deberías pedirle perdón a Zaira por "echarla" un rato de la casa. Su casa. Y antes de que tu cabeza comenzara a barajar mil opciones, te encontraste con Zaira estallada en risas. La miraste atónita

- Te estoy jodiendo Pau.

- Mala, con eso no se jode… - te quejaste y un suspiro de alivio se coló entre tus labios. Acomodaste tu pelo hacia la derecha y acomodaste tu cinturón de seguridad - Pero para, ¿están mal en serio?

- No, no sé… - explicó mientras embragaba y ponía primera - Estoy harta de las relaciones a larga distancia. Me canse… quiero una relación normal.

- No es fácil, pero capaz pueden encontrar la manera de resolverlo - sugeriste, no muy convencida de lo que estabas diciendo. Estabas segura (margen de error uno porciento) que no servías para las relaciones a distancia, sin importar con quién.

- Es que son puros desencuentros... Cuando él vuelve yo tengo algo en el interior y así - agregó e hiciste una mueca - Que se yo. Veremos.

Sin saber que decir, pero intentando aconsejarla de la mejor manera, balbuceaste sin respirar frases poco útiles pero con palabras alentadoras y que promocionaban la meditación del tema, al menos un poco más. Zaira cambió rápidamente el rumbo de la conversación y suspiraste; claramente no tenía ganas de pensar en ese momento.

De pronto, los nombres de las calles comenzaron a sonarte familiares y según lo poco que recordabas no estabas muy lejos del trabajo de tu novio.

- ¿Estamos cerca de Ideas no? - preguntaste mientras escondías un mechón rubio tras tu oreja, en un tono desinteresado pero que camuflaba unas repentinas ganas de bajarte de ser así.

- Si, a dos cuadras... - asintió tu amiga y esbozó una sonrisa- ¿Quéres ir a verlo a Pepe? - inquirió aún sonriendo y abriste los ojos.
Sí.

- Nooo... - y la morocha enarcó una ceja - bueno sí, quería. Pero prefiero ir a casa y quedarnos mateando un rato - argumentaste, y eras sincera. Querías estar para tu amiga por todas esas veces que estuvo ahí para vos. Zaira negó con la cabeza.

- Dale boluda baja. Estoy bien, en serio - y odiaste que te conociera tanto como para saber exactamente que pensabas.

- Pero

- Pero nada, estuviste todo el día conmigo - te interrumpió y refunfuñaste - A la noche me cocinas vos.

Y vos no salías de la tarta de jamón y queso, tu más elaborada receta culinaria.

- O podemos pedir delivery - sugeriste y ambas rieron - De postre hay Ferrero Rocher - y le guiñaste un ojo antes de bajarte del auto y dirigirte a Ideas del Sur. A sorprender.

(Flashback)

Las horas no se te habían pasado volando; directamente ni habían existido y después de tanto no pensar y sólo dejarte llevar, lo primero que se formuló en tu mente fue cómo las cosas habían cambiado tan solo en cuatro días. Cómo la nube personal que te había llovido encima durante casi un mes se había esfumado, dándole lugar al sol. A tu sol.

Peinaste tu pelo mojado con tus dedos y tomaste la toalla y la remera que habías ido a buscar especialmente para ustedes (porque a esa hora de la noche, ya no hacía calor) y te paraste al llegar al balcón donde estaban ambos sentados, contemplando la ciudad, las luces, el movimiento. La gente.

Y ahí estaba Pedro, sentado, sin prenda que cubra su torso (que ciertamente, estaba secándose en el tender), con un pantalón de tu hermano que ni sabías que tenía y fumando lentamente un cigarrillo (el único que le habías permitido fumar). Imagen perjudicial para la salud.

- ¿Que hacés mi amor? - preguntó con una sonrisa cuando lo abrazaste por atrás y apoyo sus manos sobre las tuyas, que lo envolvían junto a la toalla.

- Te vine a arropar – explicaste mientras depositabas un dulce beso en su cuello. Lo sentiste sonreír – Y te traje esta remera…

- Prefiero tu abrazo – y dibujaste un beso en su mejilla. Le entregaste la prenda y te sentaste su lado mientras no dejaban de mirarse. Pedro la tomó y luego de mirarla por unos segundos, volvió a centrarse en tus ojos - ¿Esta remera no es mía? ¿Me la olvide cuando me quede acá a cuidarte? – inquirió curioso. Bajaste la mirada, con una media sonrisa.

- No, es de alguna vez que te quedaste a dormir acá… - comentaste mientras Pedro enarcaba una ceja. Pestañeaste - Hace un tiempo… bastante.

- Ah no pensabas devolvérmela – acusó con un tono gracioso y lo miraste escéptica.

- No la verdad que no, la uso como pijama – respondiste sonriente y Pedro inclinó su cabeza hacia el costado izquierdo para poder observarte completamente. Se rascó la sien y vos te acercaste – Es para no extrañarte tanto – y te abrazó con ternura y aprovechaste para hundirte en su pecho y resguardarte de la brisa que erizaba tu piel. Un “sos tan linda” estremeció desde tus extremidades hasta tu sien y te parecía ridículo que sólo pudiera hacerte tan feliz con esas tres palabras.

Sentiste como tu respiración se acompasaba con sus latidos y ya no era novedad la perfecta sincronización que había entre ustedes dos. Dejaste perder tu mirada en los edificios de enfrente, sin prestar atención a nada en particular mientras Pedro recorría con las yemas de sus dedos tu hombro descubierto.

- Sabés… sos como un osito – soltaste y Pedro se separó para mirarte extrañado. Reíste silenciosamente.

- ¿Me estás diciendo gordo? – preguntó enarcando una ceja y te olvidaste del silencio y la sutileza para romper en risas. Peter mantuvo su seriedad.

- ¡Ay, que acomplejado Pedro! – bromeaste entre carcajadas y él te miró conteniendo la risa. No podías parar y sabías que ya no le iba a parecer gracioso – No nada que ver… es que estaba pensado que podríamos depilar un poco acá – y señalaste su pecho con tu índice. Pedro te miro graciosamente y volviste tentarte sin poder evitar las graves carcajadas que emanaba tu garganta, mientras te inclinabas hacia atrás. Acto seguido Peter se inclinó junto a vos, al tiempo que se adueñaba de tu cintura y te hacía cosquillas. Tramposo.

- ¿Qué me decías? – te preguntó desafiante, mientras ambos yacían sobre el piso. Levantaste una ceja y dejaste que el brillo de tus orbes verdes acompañara tu mirada.

- Tonto – musitaste y el sonrió triunfante, y depositaste un dulce beso en su nariz mientras él rodeaba tu cuerpo con sus brazos. Suspiraste, sin despegar tu mirada de la suya y no sentiste más que amor. Como siempre.

- Pau… el osito tiene que decirte algo – y volviste a clavar tus ojos sobre los suyos marrones, expectante. Pedro murmuró un “Eeeeemmmmm” que duro más segundos de lo normal y comenzaste a ponerte impaciente.

- ¿Qué pasa Pedro? Me das miedo tan callado – dijiste mientras descansabas tu torso sobre tu codo derecho. Peter se limitó a observarte mientras esperabas una respuesta que parecía tomarse su tiempo para ser emitida. Suspiraste.

- Me vas a matar – y pusiste tu mejor cara de circunstancia – Pensé que las maderitas eran sahumerios… y los queme – y tu mente se tomo unos segundos antes de hacer un clic y relacionar las “maderitas” con los palitos difusores de aroma, esos que se ponían adentro del aceite. Y la mueca que esbozó Pedro, entre culposo y avergonzado fue demasiado para tu poca tolerancia al ridículo ese día y rompiste en risas, una vez más.

- No importa mi amor – aseguraste mientras acariciabas su barba lentamente y el castaño cerraba sus ojos. Acortaste la distancia necesaria mientras acomodabas tu cuerpo a la par de él y sonreíste – Te amo.

Y las horas, no las marcaba ni el reloj.

(Fin flashback)



Y era sabido que las largas esperas, no eran lo tuyo. En realidad, largas esperas por lo que percibías subjetivamente, porque seguro lo que te parecía media hora habían sido quince minutos. Exagerada, impaciente y podíamos seguir contando.

Pero tu impaciencia conocía poco de objetividad y el personal de seguridad de la productora no colaboraba; te miraba curioso, una y otra vez, pero sin moverse de la puerta. Probablemente se debatía entre preguntarte qué hacías ahí o si necesitabas entrar o pensaba quién sabe qué ¿No podía imaginar que estabas esperando a alguien? ¿Qué tan raro podía ser?

Sonreíste de compromiso desde ese lugar estratégico frente a la entrada y revoleaste los ojos con irritación una vez que el guardia miró hacia otro lado (al fin). Revisaste la hora en tu celular por quinta vez en ese lapso de 20 minutos (aunque para vos ya fueran como 40) y suspiraste; Pedro debía estar por salir en cualquier momento.

El sol te iluminaba de lleno, pero no con la intensidad que lo hacía en febrero. Tu pelo oscilaba entre dorado y ceniza y tus uñas color coral estaban perfectamente esculpidas. Las entremezclaste con tu propio pelo, para peinarte y te mordiste el labio (porque la idea de seguir esperando era un tanto exasperante). Y de pronto lo viste; cercano a la entrada, despeinando su cabello y hablando con un amigo del trabajo que no conocías. Sonreíste automáticamente y la expresión con la que sorprendido, te miró, te obligo volver a la mordida de labio.

Y la ternura absolutamente sincera con la que te regalo una sonrisa (solo para vos y nadie más que vos, lo cual te hizo sentir la más afortunada de la Argentina, América y el mundo) terminó de derretirte. No había necesidad. No.

- ¡Hola Osito! - exclamaste riendo, cuando ya estaba lo suficientemente cerca, rememorando frases de la noche anterior. Él desvió negando su cabeza hacia un lado, mientras sonreía. Acomodaste tus brazos sobre su nuca y él se volvió hacia vos, posando sus manos en tu cintura.

- Hola chuequita - e hizo énfasis en la última palabra y le clavaste una mirada asesina. Y no te dio tiempo a exteriorizar tu queja, que impactó sobre tus labios. Y lo besaste, entre sonrisas, porque por ese beso valía esperar 20, 40 o 60 minutos.

- Otra vez con lo mismo Pedro – y entre carcajadas te abrazó, hundiéndote en su cuello y te olvidaste de seguir con el papel de ofendida. Acariciaste su espalda y sentiste su cálido aliento en el tuyo.

- ¡Qué linda sorpresa! – susurró en tu oído y lo abrazaste más fuerte. La mejor.

- Lindo vos – contestaste una vez separados y él acarició suavemente tu mejilla. Pestañeaste al sentir el contacto – Te vine a buscar.

- Me encantó tu idea… ya te estaba extrañando – y recorrió con su índice tu nariz. Te sonreíste – Antes que me olvide – murmuró y lo miraste curiosa. “¿Qué?” modulaste totalmente interesada y Pedro revolvió el bolsillo de atrás de su jean antes de sacar un papel, algo arrugado – Te lo manda Delfi – y te entregó el mismo, con una sonrisa de costado.

- ¿Para mí? - preguntaste pensativa y él asintió en silencio. Abriste uno a uno los dobleces y te encontraste con un dibujo hecho por la sobrina de Pedro, donde estaban pintados él, ella y vos (cada uno con su nombre aclarado). Y te quedaste sin habla - ¿Me conoce? – inquiriste sorprendida y Peter carcajeó. Sabías que estaba reconstruyendo el vínculo con su hermana, la mamá de Delfina, pero no sabías que estaban en tan buenos términos.

- Sí, a ella y a Fran siempre les hablo de vos – explicó y abriste ampliamente los ojos. Se sonrió – Este mes que pasó los fui a buscar a la colonia y los cuide un par de veces… - y mentalmente agradeciste la aclaración – Quiero que los conozcas.

Y sabías lo que significaba para Pedro reencontrarse con su familia (o al menos con una parte) y lo que eran sus sobrinos para él. Y que quisiera compartirlo con vos te hacía extremadamente feliz. Y era todo.

- Cuando quieras – respondiste mientras mordías levemente tu labio inferior con ternura y él te sonrió. Depositaste un beso en su mejilla y sentiste como Peter entrelazaba sus manos con las tuyas – Menos mañana – soltaste y frunció el ceño.

- ¿Por qué, qué pasa mañana? – preguntó curioso. Te limitaste a sonreír.

- Mañana tengo un desfile… y quería invitarte a que vengas – contestaste y Pedro te escuchaba atentamente. Alejo sus comisuras, y transformó la línea de su boca en una sonrisa.

- Ahí voy a estar entonces – anunció manteniendo la sonrisa mientras tiraba de tu mano para que vayan caminando hacia dónde se encontraba su Peugeot 307 negro. Y podían decirte tonta porque invitar a tu novio a un lugar lleno de mujeres hermosa y más jóvenes que vos (y eras realista, ya habías pasado la barrera de los 25) pero no te importaba. Querías que te vea ahí arriba posicionando o posesionándote en la pasarela.

Y describir con una palabra lo que sentías en ese momento era imposible, porque no existía una que englobara todos tus sentimientos. Y por eso mismo no podías asignar una canción a esta nueva etapa de tu vida (con una Paula más Zen, más tolerante y más positiva); pero un silencio tampoco. Y no sabías si Pedro era la canción que tanto estabas buscando… pero definitivamente estaban escribiendo una juntos. La suya.




Es larguito... que dure (?)

Y se siguen sumando los regalillos @PiyuelasdePyP jajaja, feliz cumple sistocilla, amote! Gracias por todo, lo demás, you know it.

jueves, 22 de marzo de 2012

Capítulo 52.

El ventilador no podía estar más al máximo y sin embargo no giraba lo suficientemente rápido como para calmar el calor extenuante que hacía en el departamento. Extasiado y nervioso carraspeaste ante tu propia obra de arte, que te miraba inconclusa desde el piso, y te sentiste como en esas clases de plástica y manualidades del colegio en las cuales eras malo, malísimo. Desastroso.

El bichito de la auto-exigencia, comenzaba a carcomer tu interior y a analizar con ojos exigentes lo que se suponía que debía valer justamente por el esfuerzo, el amor y el mensaje que el mismo trasmitía. Inconscientemente buscabas que tu trabajo fuera en sus irregularidades, perfecto.

¿Pero acaso la perfección existía?

Sabías que no; pero era imposible no tener la ilusión de encontrarla (sí, el ser humano es cabeza dura y vos, en especial). La auto exigencia, innata en vos, llevaba a que tus intenciones y pequeños logros pasaran casi desapercibidos al lado de algún detalle incorrecto. Te remitía a una búsqueda de exactitud ilusa, porque a decir verdad, lo exacto (contradictoriamente) es inexacto. Porque lo perfecto es ambiguo… es relativo, es subjetivo.

Rascaste tu sien mientras intentabas acomodar los caramelos y chocolates (de diferente forma y contextura) tras reiterados intentos por tratar que lo que dibujabas no fuera completamente ilegible. Entonces ahí yacían los Ferrero Rocher y Palitos de la Selva (entre otros) formando un “Te amo Pau”, que parecía cualquier cosa menos esa frase, en el piso de madera de aquel departamento que no era tuyo, que no tenía aire acondicionado y que estaba más ordenado que tu propia casa en sus mejores días.

Bien, Pedro.

En tu boca resonaron resquicios de una canción que habías escuchado antes de llegar y exteriorizaste en murmullos el verso que de alguna forma te había inspirado para hacer esto hoy. Y que te hacia ansiar la llegada de Paula más y más (si era posible, y claramente, te habías mimetizado con ella).

“Esta noche se oirá dentro de tu piel. No hay ningún momento, que se pueda comparar al amor” tarareaste mientras acomodabas las golosinas una y otra vez y al pensar en ella, suspiraste entre sonrisas. Y decidiste dejar las cosas ser, dejar que lo perfecto sea imperfecto, que la inútil frustración desaparezca… porque una sonrisa suya, era suficiente y hacía olvidable todo lo demás. Y tenías certezas de que sonreiría.

Las vibraciones del celular en el bolsillo de tu jean blanco te sacaron de ese ensimismamiento y sacaste el teléfono mientras desabotonabas un par de botones de tu camisa negra en un intento de refrescarte.

“¿Estás contando todas las que me debés no?”

Y reíste, porque definitivamente no llevabas la cuenta.




(Flashback)


Las horas, los minutos y los segundos no se te pasaban más y todavía ni siquiera llegabas al mediodía. Los pasillos de Ideas del Sur nunca habían estado tan escasamente transitados y te extrañaba no oír el ir y venir de la gente caminando a través de ellos como cada día de trabajo. Te estiraste en el asiento negro de tu oficina (y de otros dos más) mientras Zaira después de tener un ataque de verborragia por fin estaba escuchando tus pedidos.

- ¿Entonces me tengo que ir a la tarde? – preguntó la morocha y había repetido las mismas palabras de la oración que formulaste segundos atrás. Pusiste el teléfono en altavoz mientras abrías el programa para adelantar trabajo y editar unos tapes para la cocina. Pestañeaste y te detuviste para contestar a su pregunta.

- Sí Zai, quiero sorprender a Pau antes que llegue – explicaste nuevamente y la conocías tanto que podías adivinar qué expresiones se dibujaban en su rostro – Por eso pedí salir antes.

- Ok ella vuelve a casa tipo cuatro y media… - y era ideal porque te habían dejado irte a las 3 – Una cosa nada más… mi casa no es un bulo ¿eh? – añadió graciosa y Alejo que pasaba por la puerta de entrada estalló en risas. Te contagiaste al instante.

- Zai, estás en altavoz… - anunciaste mientras rascabas tu sien con tus dedos con una sonrisa escondida tras una mueca de incomodidad. Tu amigo se apoyó sobre el marco y guiño su ojo izquierdo. No parecía tener inteciones de perderse detalle de la conversación, por lo que hiciste una mueca y ladeaste la cabeza a un lado.

- Bueno, ¡pero es verdad Pepe! – y rió del otro lado de la línea –Para la próxima usa tu departamento.

- Hoy por mí mañana por ti – contestaste gracioso y las risas volvieron a resonar en la oficina. Y fuiste vos ahora quien le guiño el ojo a Alejo, mientras por tu mente iba a ultimando los detalles de tu sorpresa.

- No usen mi cama lo único – pidió y rompieron los tres en risas porque Zaira no podía estar tan “prendida fuego”. Frotaste las yemas de tus dedos reiteradamente sobre el costado de tu ceja izquierda y ahogaste una carcajada que amenazaba con salir de tu garganta.

Y justamente, en la cama no estabas pensando.


(Fin flashback)




“Perdí la cuenta hace rato. Sos la mejor, amiga!”

Luego de teclear la contestación y enviarla, volviste a guardar el teléfono en su lugar y te apresuraste a vaciar el cenicero porque sabias que Paula odiaba que quedaran los restos del cigarrillo y la ceniza allí. Además porque rápidamente adivinaría quién había estado en el departamento previo a su llegada (Zaira no fumaba) y chau sorpresa.

Admiraste con suficiencia la forma con la que habías terminado de agrupar los chocolates y caramelos en el piso y te sentiste el ser más cursi del planeta. Porque no sólo planeabas sorpresas, hablabas todo el tiempo (con ella y de ella) sino que inconscientemente cantabas Montaner en la ducha (más de lo acostumbrado) y no parabas de proyectar y soñar y… ¿Amar?

Estabas en un pegoteo constante… y no tenías muchas ganas de salir. Porque pegoteado o no, lo que más te gustaba de Paula era quién eras cuando estabas con ellas. Y quiénes eran juntos.

Te desplazaste a la cocina sólo para averiguar la hora y darte cuenta que eran cuatro y media pasadas y Paula todavía no había llegado (y vos no te habías escondido). Volviste al living y pegaste un post it al lado de los caramelos, escrito con tu caligrafía.

“Encontrame”

Y el sonido del ascensor (grave y acompañado de vibraciones) comenzó ser más fuerte y claro y te anuncio que la agasajada en cualquier momento depositaría sus llaves en la puerta para ingresar a su casa; después de toda una mañana de producciones, trabajo y Avon, según lo que te había contado Zaira. La “desesperación” de que se apersonara Paula en minutos te paralizaba (como siempre que algo te tomaba de improvisto) pero te obligaste a correr hasta tu escondite en el baño. Y una vez que cerraste la cortina de la ducha tras tu paso caíste en lo ansioso que estabas. Completamente ansioso.

Sentiste el tintineo del metal de las llaves y espaciaste tu respiración, agitada, para tratar de pasar lo más desapercibido posible. Acomodaste en silencio el plástico y te apoyaste contra la pared. Contaste hasta cuatro y perdiste la cuenta.

Del otro lado del departamento, intuiste como Paula mordía su labio al ver tu sorpresa y supiste que efectivamente había leído la nota y que ahora, pasados unos minutos, se encontraba haciendo lo que le habías pedido. Moduló un ¿Pedro?, casi inaudible desde tu escondite en el baño, y presionaste tus dedos contra tus manos con emoción. Humedeciste los labios mientras sentías que sus pasos se alejaban del pasillo y se dirigían a la cocina, exactamente en sentido contrario a vos.

Y rápidamente, sin querer queriendo, musitaste un “frío” porque te estabas aburriendo de tu propio juego y tenías la necesidad imperiosa de que te encuentre ya.

¿Quién tenía problemitas con la ansiedad ahora?

Y en cuestión de segundos, su presencia en la puerta del baño se hizo perceptible (y real) y tus latidos comenzaron a acelerarse vertiginosamente.

- ¿Tibio? – pregunto haciéndose la tonta y despeinaste tu cabello mientras sonreías porque estaba casi al lado tuyo, porque te seguía la corriente y porque podías sentir su perfume y la esencia de su piel del otro lado.

- Calentito… - murmuraste y la oíste ahogar una carcajada del otro lado de la cortina. Te robo una sonrisa.

- Piedra libre – exclamó mientras corrió efusivamente las cortinas y se encontraba con vos y los hoyuelos de tanto sonreír. Y sentiste que nada podía hacerte más feliz en ese momento.

- Te estás quemando – contestaste siguiendo la línea de la conversación y la metiste adentro de la ducha tironeando de su brazo sin darle lugar al reflejo. Como aquel día del twistter, del histeriqueo más directo del mundo y de ese beso tan necesario. Te apoderaste de su cintura y ella descansó sus antebrazos sobre tus hombros. Y sonrió.

- Mi amor, estás todo colorado – comentó mientras recorría tu mejilla y observaba detenidamente tus facciones. Revoleaste los ojos.

- Vos me ponés así – respondiste como si fuera lo más obvio del mundo y Paula presionó sus dientes contra su labio inferior.

- ¡Pedro! – exclamó abriendo los ojos y sin despegar su mirada de la tuya. Hiciste la bendita sonrisa de costado.

- Es que me estaba muriendo de calor, no puede ser que sigan sin aire acondicionado gorda – explicaste con un poco (sólo un poco) de seriedad mientras Paula asentía pensativa.

- Eso es culpa del técnico de aires, que no hace bien su trabajo – retrucó haciendo referencia al único técnico de aires sin tecnicatura e idea alguna de cómo arreglar electrodomésticos. Enarcaste una ceja.

- Será que no le pagan bien – contestaste desafiante y Paula abrió la boca y achinó los ojos, como si tu argumento la indignara. Acomodó sus manos contra tu nuca y te estremeciste. Y era tal el control que tenía sobre tus emociones.

- Será que no aprovecha las oportunidades para cobrar – respondió con una sonrisa suficiente. Y no aguantaste más.

De una maniobra abriste el grifo de la ducha a ciegas (porque estabas de espalda a la canilla) y con rapidez las gotas (o chorros) comenzaron a salir y a empaparlos por completo.

- ¿Qué hacés? – respondió mientras intentaba secar las gotas de su rostro. Volviste a sonreír, con picardía.

- Voy a empezar a cobrar ahora entonces… pero primero empiezo por las deudas – e hiciste referencia a esa ducha para dos que interrumpió ese día. Y no te hizo falta hacer algún tipo de aclaraciones, porque para despejar la más mínima duda, tus manos se encontraban deslizándose bajo la remera de Paula, totalmente mojada, y tus labios presionando los de ella, para darle lugar a ese beso tan deseado y necesitado por los dos. Tan vital.

- Yo también te amo, mucho – susurró en tu oído mientras entremezclaba sus dedos entre tu cabello y te convenciste que era imposible dimensionar el amor.

Chocaste contra los azulejos blancos de la pared (o ella te hizo chocar) y sentiste como te estremecía con cada imperioso contacto de sus manos contra tu nuca, en un intento desesperado por acercarte más. Y entonces de repente las ropas eran faltantes, desperdigadas por algún lugar recóndito del baño, y sólo estaban ella y vos, con la única ambición de amarse para siempre.

Y nada podía compararse al amor. Y a ese amor, chueco y perfectamente imperfecto, menos.

viernes, 16 de marzo de 2012

Capítulo 51.

Los amores van y vienen; se pierden, se encuentran. Pero los amigos no, los amigos de una u otra manera permanecen (los verdaderos al menos). Los amigos quedan.

La amistad es un contrato implícito entre dos personas (como cualquier otra relación) que implica una responsabilidad desinteresada, un lazo invisible que habilita un hombro para llorar, un guiño para reír o ese abrazo mudo que sin decir nada… dice todo. Un amigo es aquel que a pesar de los empujones de la vida y del destino y de lo que sea, sigue siéndolo. Que aunque él/ella cambie y vos también, juntos son los mismos. Los que eran… los de siempre. Los que se descostillan de risa por la peor pavada; o los que se miran y se acuerdan de esa anécdota que vivieron juntos y se atragantan de la risa porque la están reviviendo en ese momento y nadie entiende… porque son ustedes. Un amigo es el que te acompaña… en las buenas y en las malas. Y preferentemente, con un Mc Flurry de por medio.

Abriste la puerta de casualidad y sólo por recordar el movimiento que tenías que realizar con las llaves una vez dentro de la cerradura; tu mente todavía estaba en Adrogué, con el “Pintame Jack” y el libro de Nueva York, y tu cerebro mandaba impulsos guiado por la rutina y por lo poco de conciencia (habilitada) que te quedaba.

Sentiste el aroma del ambientador automático colarse en tu nariz sin previo aviso y suspiraste, porque recordar cada mínimo detalle de la noche anterior o ¿de esa? (el temita de la noche y la madrugada y que la 1 de la madrugada sea la madrugada justamente y no la noche, te desorientaba) te embriagaba con ese amor incontenible. Entonces, ahí aparecía el suspiro y luego la sonrisa de tonta, de idiota. De enamorada.

Dios. Volviste a suspirar y esta vez fue culpa del cansancio acumulado que tenías y comenzaba a hacerse notar, por la gripe y los altibajos emocionales que estuviste sufriendo estos últimos días. Revoleaste la cartera sobre el sofá (y rebotó y cayó en el piso, torpe que eras) y te desplomaste sobre el mismo. Acto seguido te descalzaste con impaciencia y con unas ganas impresionantes de dormir, pero con la certeza de que no podrías. Estabas demasiado pasada de revoluciones.

Y suspiraste por tercera vez, sin saber muy bien por qué.

De repente, el rechinar de la puerta del cuarto de Zaira llamó tu atención y frunciste el ceño, confundida. Sus pisadas a lo largo del pasillo te hicieron confirmar que efectivamente tu amiga se encontraba en el departamento y no en algún viaje de trabajo como pensabas. Y cuando la viste completamente despeinada y con esas pantuflas en constante estado de descomposición caíste en la cuenta de cuánto la extrañabas. A ella, a sus mates mal cebados en ayunas o a las 3 de la mañana cuando ninguna de las dos podía dormirse.

- ¿Qué hacés despierta tan temprano? – dijiste y hubieras jurado que lo habías dicho para tus adentros. Rogaste que tu mal humor matutino no se hubiera confundido con autoritarismo (reflejado en tu tono de voz) y en la espera a una respuesta de parte de tu amiga que se estaba haciendo esperar, tamborileaste tus dedos sobre tu regazo. Infinitas veces.

Zaira carraspeó.

- Me despertaron los ruidos… Fue como si una morsa se hubiera tirado en el sillón - y reíste, por la forma en que su look desprolijo hacía que sus palabras fueran aún más divertidas. Ella realizó una mueca imperceptible y hasta inexpresiva; claramente seguía enojada.

- ¿Te sentás conmigo? – le pediste, deseando que la respuesta fuera un sí.


La morocha restregó las yemas de sus dedos sobre sus párpados, mientras formulaba una decisión y terminaba de despertarse. Segundos después rodeó la mesa de roble frente al sofá y se sentó en este último, con lentitud.

- Ya estoy despierta, así que…

- Perdoname cachorra – pediste impulsivamente sin pausas y casi atropelladamente. Sus ojos se abrieron casi en su totalidad y las palabras salían de tu boca sin control (a pesar de que fueran las 9 de la mañana) - Me la agarre con vos... Para agarrarmela con alguien. No creo de verdad las cosas que dije – y ella escuchaba cada una de tus palabras atentamente, demasiado para estar recién levantada - Pero estaba tan asfixiada por la situación que necesité encontrar a un culpable y me viniste como anillo al dedo.

Un culpable... al vacío, al silencio que te había asfixiado. Todo parecía tan lejano ahora y tus razones (que fueron) sumamente lógicas, hicieron que el descontrol en tu cabeza tome un orden y que lo que pensabas... fuera lo exacto. Lo único.

Y ese fue el problema, querer hacer de tu verdad subjetiva una absoluta, cegada por la falta de explicaciones (o poco satisfactorias). Y te habías enojado con vos (por débil), con Zaira (por ser Zaira) y con el mundo, simplemente por estar. Por moverse, por tener esa dinámica que hacía que las cosas con Pedro no fueran congruentes; fueran limitadas, incompatibles. Al menos temporalmente.

- Y me hiciste sentir la peor... Una mala amiga - la mueca que esbozó tu rostro fue inevitable, ella rascó su cuero cabelludo. Inhalaste - ¿Me acompañas a la cocina? Necesito tomar algo.

De pronto te sentiste extraña, ajena a la situación, y no supiste si servirte un vaso de Coca para matar el tiempo o sí simplemente limitarte a observarla, en silencio. Tenías la boca seca, pero necesitabas disminuir las distracciones y pensar qué ibas a decir a continuación porque estabas sumamente perdida. La brújula de la amistad hoy no te andaba y no tenías la menor idea a que atenerte.

Carraspeaste, sólo para llamar la atención y ella te ignoró para hacerte notar que ibas a tener que respetar sus tiempos y guardar la ansiedad… para más tarde. Tus ojos no se despegaron del vaso a medio acabar de Coca mientras la morocha lo apoyaba en la mesada, y descansó su espalda en la pared. Y ahora sí te clavó la mirada.

Y deberías haberte servido un vaso.

- Fuiste muy injusta conmigo Pau – sentenció cortando el mutismo de la escena y tu boca experimentó desde pucheros hasta palabras que no llegaste a modular. Pestañeaste - Aunque no sientas eso... No sé - ¿Qué no sabía? - La verdad… con lo que me dijiste sentí que no me conocías.

Y aunque fueras el ser más perdonable del mundo (sensible, maricona y demases) y ahora sintieras como se te hacía un nudo en el estómago por el “sentí como si no me conocieras” que acababa de formular Zaira (y que equivalía a un “me lastimaste y mucho” encubierto), sabías que en algún punto tenía razón. Que tu mejor amiga no era metida ni organizadora de vidas y lo único que había querido era el bienestar de dos personas que amaba. Que te había servido como el chivo expiatorio perfecto en ese momento para dejar correr la bronca acumulada que no habías podido descargar con Pedro. Y odiabas esa sensación casi palpable de que fueran dos extrañas.

O de que se sintiesen.

- Yo también me siento rara - se te escapó y Zaira sonrió. Y aunque fuera el comentario más descolgado del mundo, supiste que había entendido y que ella también se sentía así. Porque Zaira la tenía tan clara... con vos, con Pedro. Con la vida. Pero fundamentalmente con ustedes – No me gusta eso de desconocernos.

- A mi tampoco – y las comisuras de tus labios comenzaron a alejarse – Te perdono Pochita – y se despegó de la pared para abalanzarse sobre vos y abrazarte, cariñosamente – Estaba un poco intratable el otro día – Fueron dos.

- Hasta enojada sos tierna cachorra – dijiste abrazándola de costado y ella carcajeó. Tierna o no, no querías volver a pelear con Zaira a menos que no fuera extremadamente necesario – Sos un ser de luz total.

Y con una sonrisa correspondida eran las de siempre. La loca de Lobos y la no tan loca de San Isidro.

Olvidaron la hora y se sentaron en dos sillas de la cocina, a pesar de que el living fuera más cómodo, y pretendiste que te resuma una semana en pocos minutos. Le preguntaste cómo le había ido en las últimas producciones y viajes que había realizado en la semana, cómo estaban sus sobrinos y cómo venían con Pico. Y te dieron muchísimas ganas de contarle el por qué de la cara de feliz cumpleaños que traías encima (y no justamente, por el nacimiento de tu hermana), pero era algo contradictorio si días antes la habías acusado de metida. Bueno, eras un poco contradictoria.

- A mi también me fue bárbaro ayer – comentaste al pasar e intentando darle un pie implícito a tu amiga. Zaira abrió los ojos y elevó sus cejas, detectando tu falso desinterés.

- ¡Me alegro que haya salido todo lindo! Delfi se lo merece - y sonreíste dejando entrever que aunque quisieras mucho a Delfina, no era sólo por eso - Igual me imagino que no llegaste a esta hora por haber salido a bailar por el cumple de tu hermana – comentó Zaira levantando una ceja y esbozaste una pequeña sonrisa, inevitablemente - ¿Pepe?

- Quise salir, pero me trataron de vieja – respondiste y la morocha carcajeó. Acomodaste un mechón tras tu oreja, mientras te acomodabas sentándote sobre tu pie derecho – Sí.

Y la sonrisa volvía a aparecer otra vez; imborrable.

- ¡Esa sonrisa la conozco! – dijo mientras te señalaba y sentías como tus mejillas adquirían un tono escarlata y juguetear con las pulseras parecía un buen pasatiempo - No me digas que fue reconciliación con todas las letras.

- ¡Zaira! – exclamaste y ella revoleó los ojos, graciosa – No, me llevo al estudio de la madre y no daba… - y la morocha, sorprendida, se adueño del vaso de Coca anteriormente abandonado y comenzó a beber mientras te escuchaba con atención- Pero igual fue todo tan perfecto que no hizo falta, te juro.


(Flashback)


Un cálida ventolina acarició a tu cara recordándote que aún era marzo y que a pesar de que la temperatura hubiera disminuido un poco por la tormenta, aún estaban en verano. Tus yemas recorrían el dorso de la mano de Pedro (que ya conocías de memoria), acompasadas por el sonido de los latidos de su corazón, que se escuchaban claros y apacibles. Suspiraste.

En algún verso de “7 crisantemos”, Sabina anunciaba que "lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción". No te considerabas fan de su música, pero si de sus letras y quién mejor que vos para saber de tiempos, heridas. Y besos.

- Te extrañe tanto – lo oíste decir y sentiste su cálido aliento sobre tu pelo (tu cabeza descansaba sobre su pecho). Sonreíste.

- Yo también te extrañé mucho – respondiste mientras tirabas la cabeza hacia atrás para poder verlo y te encontraste con sus ojos café inspeccionándote. Depositó un dulce beso en tu cuello.

- Ah ¿ya no estás más en lento? - inquiriste graciosa, haciendo referencia al beso recibido y al empecinamiento de Pedro por hacer las cosas "especiales". No hacía falta que las cosas fueran más especiales de lo que eran.

- Estaba respetando tiempos… y a vos, orgullosita - y tenías que admitir que sus esfuerzos eran totalmente adorables. Acariciaste con tu dedo índice su barba, irregular, desde esa posición incómoda en la que te habías encaprichado en quedarte - ¿No me vas a dejar pasar que te esquive el beso?

- No - respondiste con una sonrisa de suficiencia y el carcajeó, rascando lentamente su sien - Tenía un cartel luminoso en la cara que decía "deja de respetarme" - y gracias a dios lo había hecho. Dejaste que tu nariz se deshaga del dioxido de carbono indeseado y pensativa, te colgaste mirando nada en particular - Me gusta que me tengas cortita, igual.

- Mmm – moduló Pedro, sensual, y te incorporaste mientras contenías las risas que amenazaban con salir.

- ¡Pedro! - te quejaste. Él te observó, entre gracioso e inocente. Enarcaste una ceja.

- ¿Qué? - inquirió.

- Nada – dijiste después de revolear los ojos y él se permitió reir. Se atrevió, en realidad. Te recostaste sobre sus piernas, boca arriba, mientras entrelazabas tus dedos con los suyos, de su mano izquierda – Pasado mañana tengo un desfile – mencionaste como para vos misma, recordando tu agitada agenda semanal. Podías sentir el cansancio desde ahora.

- ¿Es lo que más disfrutás no? - y desviaste tu mirada del cielo, hasta sus ojos - Digo, antes que las producciones, los eventos...

- Sí, es una energía totalmente distinta… ahí arriba sentís una adrenalina que no sentís en ningún lado - explicaste mientras Peter acariciaba con dulzura tu pelo. Y alcanzabas esa paz soñada - Yo me posiciono en la pasarela.

Se tentó y te mordiste el labio de antemano antes de cualquier tipo de explicación de su parte. Lo miraste, molesta y él rompió en risas.

- ¿Qué? - te quejaste mientras Pedro se recomponía.

- ¿No será posesiono gorda? - sugirió pero claramente no era una sugerencia. Y la sonrisa implícita entre sus labios se te estaba contagiando.

- No me corrijas Pedro - reprochaste y ahogaste un soplido; él hizo un gesto inocente con sus manos - Ese gesto pichicateador que tenés.

Y se rió más.

- Pichicateame todo - susurró cerca de tu oído y abandonaste tu posición mientras jugabas una ofedida. Después de intentar levantarte y no poder (y le echabas la culpa al vino y no a que te costara horrores levantarte de manera natural, no) y de rechazar la mano de Pedro, te incorporaste como pudiste. Peter simplemente te miraba.

- Si te vas a seguir riendo de mí, me voy - amenazaste, sin reales intenciones de moverte a ningún lado. Igualmente, aunque hubieras querido, no tenías la menor idea de donde estabas... Ni de como volver.

- Dale quedate - te pidió mientras tomaba tu mano y elevaste una ceja, expectante - Si te quedás, te canto Montaner.

- Con más razón me voy entonces - bromeaste y Pedro borró la sonrisa tonta que tenía dibujada sobre sus labios. Se lo merecía, pero vos eras débil con él (y tonta, y cursi y podíamos seguir y seguir) por lo que depositaste un profundo beso en su mejilla mientras deslizabas tu brazo por su cintura.

Y sonreíste.

- Me pichicateaste, pichicateadora - te acuso mientras te miraba. Carcajeaste por lo ridículo que sonaba Pedro hablando así y él te copió.

- ¡Hasta usas mis palabras ahora, que amor! - lo cargaste mientras él en vez de responderte con dichos, atacaba tu cuello con besos que te daban cosquillas. Chocaron contra la pared entre risas y todo se hizo silencio. Lograste esbozar un "ouch" antes de perderte en sus ojos y ahogaste un suspiro.

- Permiso, voy a dejar de respetarte - murmuró mientras sonreías con tus labios pegados entre sí y la distancia que había entre sus rostros se acortaba. Acariciaste la punta de su nariz con la tuya y Pedro deslizo sus manos recorriendo el diámetro de tu cintura, sobre la blusa aguamarina. Y luego sus labios, ansiosos, se abrieron paso entre los tuyos para alcanzar esa paz y esa necesidad latente de contacto.

Y coincidías con Joaquín…nada era tan adictivo como los besos. Como sus besos.

(Fin Flashback)



Y retener una catarata de suspiros luego del relato (conciso y sin detalles que te guardabas solo para vos) fue imposible. Zaira se mordió el labio, mientras el brillo de sus ojos aumentaba.

- Me muero Pau, sabés que esto me pone muy contenta - y dejaste que tu pelo caiga sobre un solo lado mientras sonreías. Te tomó la mano sobre la mesa -Me encanta verte así, feliz. Verlos.

- Lo sé Zaichu – y fuiste vos la que se mordió el labio ahora y te levantaste para dejar el vaso en la pileta mientras la morocha guardaba la Coca Cola en la heladera. Y hacer algo, porque sonrojarte te ponía incómoda.

- ¡Ay estás de novia! - exclamó de un momento a otro después de cerrar la puerta del refrigerador y rompiste en risas, luego de esbozar un salto por el susto que te causó tal exaltación.

- ¡Sí! - respondiste mientras festejabas con tus brazos. Siendo sinceras, era algo que deseabas desde tu reencuentro con Pedro - Zai… tengo hambre.. - soltaste de la nada luego de apoyarte en la mesada - ¿Hacemos desayuno en Mc?

- Ay sí, estoy re antojada - y sonrieron cómplices, mientras procedían a sus respectivos cuartos para cambiarse. Abriste la puerta de tu armario y mientras seleccionabas que ibas a ponerte, la idea de un Mc queso seguido de un helado cada vez era más tentadora.

Y nada mejor que un Mc Flurry engordante y con tu mejor amiga.






Uno de mis favoritos...

Los amigos te salvan.

domingo, 11 de marzo de 2012

Capítulo 50.

Te amo. Dos palabras que universalmente, mueven el mundo (implícita o explícitamente, porque amar es un sentimiento); que pueden ser las más insulsas como las más importantes que alguna vez puedas o imagines oír. Dos palabras que simbolizan un sentimiento y que pueden decirse aunque el emisor, no sienta nada. Dos palabras que pueden significar todo.

Decir te amo siempre significa un compromiso con otra persona. Es ponerle nombre al amor, verbalizarlo, darle forma; y cuando existe verdaderamente, esas dos palabras son las más deseadas. Las más esperadas. Las más necesarias.

Alguna vez llegaste a pensar que el amor era una cuestión de decisiones. De decidir a quién y cómo amar… y cuándo. De buscar tu propio final feliz y si se podía, planearlo, planificarlo. Elegirlo.

Y al mirarla a Paula te dabas cuenta que el amor era improvisto. Vertiginoso, con idas, vueltas caídas y subidas. Con laberintos, sin salida a veces e incluso, con vacíos, huecos.

Según el diccionario, es un sentimiento que parte de la base de la insuficiencia propia de un ser humano, que necesita encontrarse y unirse con otra persona. En tu suficiencia, ignorancia y lógica en la que te basaste por años y años hasta hace un par, la Real Academia española exageraba para beneficiar al capitalismo y marketing del mundo. No podía ser para tanto… pero era.

Hoy, te dabas cuenta que todo lo que alguna vez pensaste era erróneo. Porque uno no es responsable del amor, uno no puede decidir a quién ama o dimensionar y controlar la cantidad de afecto. Responsable se es, sí, de lo que se hace con lo que uno siente pero no del sentimiento en sí. Porque amar o no hacerlo, es algo incontrolable.

Y querías amar con todas las letras; sin miedos o inseguridades, sin trabas o supuestos. Porque el amor se trata de sentir. Y lo único que sentías era Paula.

La miraste, con ojos brillosos, mientras abandonabas su espalda para ir subiendo con tus manos hacia su rostro, palpando ese “te amo” interminable. Y no sentiste más que amor.

- Te amo más de lo que te imaginás – respondiste con sinceridad mientras recorrías su mejilla tiernamente con las yemas de tus dedos. Ella se limitó a recorrer con sus ojos el camino de los tuyos hasta tu boca.

- Creo tener una idea… pero me gusta escucharlo – y sonreíste. Paula suspiró y continuó acariciando tu cabello, mientras se acomodaba sobre tu regazo - Gracias – y frunciste el ceño - por confiar en mí, abrirte así conmigo… - hizo una pausa antes de continuar - Significa mucho… Me hace sentir especial.

Y se mordió el labio, y te derretiste en esos ojos verde miel.

- Vos sos especial Pau – e hiciste hincapié en el “vos”, cosa que hizo que Paula bajara la mirada por unos segundos - Ya te dije… Sos única – y sentiste como sus pulsaciones aumentaban. Acariciaste su cintura delicadamente, sobre la blusa aguamarina y la viste ahogar un puchero - Gracias a vos por escucharme y ser esta persona.

Y sus ojos se cristalizaron y el aire en la habitación comenzaba a ser faltante. Ella giro la cabeza a un lado y por un momento, te asustaste. Y sin saber por qué de repente estaba parada, a unos metros de vos, que permanecías sentado sobre la silla, atónito por la bipolaridad de la situación.

- ¿Qué pasa gorda? – inquiriste tratando de sonar calmo y parándote de a poco. Paula permaneció inmóvil. La incertidumbre comenzaba a carcomer tu seguridad.

- Nada… - y se acercó un poco y exhalaste algo de aire, más aliviado - Que… - moduló y te buscó con la mirada - Me siento culpable.

Y entendías menos que antes, pero tu instinto te indicó que no te arrebates en preguntas inquisidoras y abarcativas. Que dejes fluir.

- ¿Culpable de qué Pau?- dijiste en un tono suave pero lo suficientemente audible para que ella te oiga. Rascó el dorso de su mano izquierda y exhaló casi con impaciencia, por no poder ordenar sus propias palabras.

Realizó dos pasos y frenó. Y te pareció como si hubieran pasado horas.

- Por lo que paso en el compromiso yo… - hizo un pausa y no te molestaste en exteriorizar esa exhalación que sonó demasiado fuerte pero que era el calco perfecto del alivio que estabas experimentando. Paula sonrió por unos segundos - No quise que te sientas así, fuera de mi vida o humillado… - explicó mientras retomaba el clima y vos procesabas cada dicho que salía de su boca - Si no te dije lo de Ezequiel – y sabías que no eras el único al que le costaba hablar del pasado - no fue porque no confiara en vos, fue porque tenía miedo de lo que fueras a pensar de mí – y te odiaste por hacerla sentir con tu “abandono” aquel día que era así - Todo era tan… especial entre nosotros que no quería que cambie nada y sinceramente pensé que iba a pasar desapercibida – agregó y te acercaste sin dudarlo, haciendo desaparecer esa distancia innecesaria - Perdoname.

Tus músculos terminaron de aflojarse y aprovechaste para entrelazar tus manos con las suyas, eliminando esa inseguridad que la había aquejado de un momento a otro. Ese lapso de sinceridad era tan maravilloso como tranquilizador.

- Pau- la llamaste, incentivándola a que deje de mirar al piso y levante la vista para quedar frente a frente a tus ojos – Entiendo todo… y te perdono- y balanceaste sus manos para esfumar ese nerviosismo latente que les provocaba a ambos hablar de un tema tan difícil, donde había que aceptar errores y sincerarse - Yo también dije muchas cosas feas ese día y exagere… bastante – comentaste y ella rió ante tu aclaración. Obviamente estaba de acuerdo - Es mentira que no te conozco, es imposible no conocerte. Sos tan transparente Pau… - y ella sonrió - Te conozco, desde el pelo – entonaste y ella carcajeó tentada. Vos la miraste seductor y haciendo oídos sordos a las ¿notas? que no alcanzaste en ese único verso, trataste de no contagiarte de su risa – Hay un tema de Arjona que empieza así – agregaste y Paula frunció los labios -Ves sería imposible no conocerte, sino no sabría que ahora estas por morderte el labio ¿o no?

Y lo mordió inconscientemente y rieron fuertemente.

- Tarado – dijo entre risas - Es verdad, me dijiste cosas horribles… un poco me lo merecía – reflexionó y te causó gracia el tono de voz que utilizó - Un poco.

- No te merecías nada porque no soy quien para venir a hacer juicios de valor de cosas que pasaron hace años gorda – replicaste y Paula levantó los hombros - y en frío entiendo por qué no me dijiste nada y te perdono – aseguraste mientras acariciabas lentamente su brazo y sonreías de costado, de esa manera que tanto le gustaba - En serio no me interesa Ezequiel ni nadie… - y clavaste tus ojos café en los de ella - Y ya que estamos pidiendo perdón, me perdonas por haberme ido así el día del compromiso? Me siento tan tonto por haber hecho eso – e hiciste una mueca.

Y Paula sonrió satisfecha, como si hubiera estado esperando esas disculpas desde hace mucho. Rascaste tu sien, mientras dejabas descansar el peso en la pierna contraria.

- Si, te perdono… las viejas preguntaron mucho por vos, se ve que causaste una impresión - e hiciste un gesto cancherísimo con las manos, que te valió un empujón de Paula en el pecho - Te perdono también por el vacío que me hiciste después – agregó enarcando unas cejas y ese era el último perdón que te restaba por pedir y a ella no se le escapaba nada.

- Gracias – murmuraste volviendo a hipnotizarte con su mirada y te permitiste unos segundos para armar una oración que fuera clara, sin los “eh” de por medio que te solían salir cuando tenías que hablar de cosas importantes, como de lo que sentías o pensabas. Y sí, eras tonto y seguías con nervios a esa altura después todo - Con eso me gane el premio a los boludos, estaba encaprichado en que habías estado mal y no podía ver que yo también… Igual vos también podrías haber intentado hablar conmigo – y el pase de factura era absolutamente necesario.

Paula enarcó las cejas y estabas seguro que iba a utilizar con toda fiereza el derecho a replica, pero en contra de tus suposiciones, se limitó a suspirar.

- Es verdad… pero estaba ofendida y muy orgullosa – y le tocaste la punta de la nariz con tu índice y ella se escondió en tu pecho, invitándote a que la abraces. O más bien, indicándote que lo hicieras - Qué tonta… si hubiera sabido que íbamos a estar así ahora.

Tontos los dos y se ve que el engomamiento fue un mal sufrido en la pareja. Acariciaste su pelo mientras pensabas en que el circuito que recorrieron los hechos fue extrañamente ideal. Inesperadamente perfecto. Entonces, te declarabas fan de las sorpresas (siempre que tu sorpresa fuera ella).

Inundaron la habitación con sonrisas, símbolo de lo que provocaban el uno en el otro y estabas seguro que Paula era capaz de sacar lo mejor de vos. Comenzaste a levantar los platos y ella se dedicó a separar las copas con el vino para ubicarlas en una mesita baja que se ubicaba a un par de metros de donde había estado sentada.

- Sabes, ahora que terminamos de cenar… - dijiste y Paula te miró atentamente - Estaría para ir a fumar un pucho afuera - y la cara de Paula te hizo saber lo pésima que le parecía tu idea. Te fulminó con la mirada y rompiste en risas - Uhhh, es una broma tonti. Lo dije para molestarte.

- Detrás de cada broma hay un poco de verdad… - en realidad, la idea de un cigarrillo era tentadora - Los estoy contando eh.

- Cuente fiscal, cuente – la cargaste y ella se mordió el labio y volvían a ser ustedes, porque la química era perceptible en el más mínimo chiste. Sonreíste de costado y Paula revoleó los ojos.

- Basta de pichicatearme Pedro – se quejó y reíste otra vez. Ella se hizo la ofendida y comenzó a observar las pocas pinturas que estaban en una esquina y los acrílicos, pinceles, trapos, que estaban sobre los estantes al lado del sofá. Tomo con delicadeza el cuadro, blanco, y te miró - Sabés que el lienzo ahí, las témperas y el sillón del otro lado es muy Titanic – y vos enarcaste una ceja - Muy “píntame Jack”.

- ¿Querés que te pinte? - inquiriste seductor, aunque tentado por la frase que acaba de formular Paula. No podía ser tan descarada - Mira que hay que hacerlo igual que en la película… la modelo sin ropa.

- ¡Pedro! – te retó con una sonrisa en su rostro y supiste que aunque el doble sentido no fuera intencionado… estaba - Pensé que el Pedro endemoniado se había tomado vacaciones y había quedado el tierno y sensible.

- Soy una mezcla de los dos…Pero vos sacaste el endemoniado, hacete cargo – modulaste y ella se mordió el labio divertida. Efectuaste tres pasos moderados hacia ella, acortando lo suficiente la distancia entre ustedes. Lo suficiente para hacerte desear y lo suficiente como para dejarla que ella haga el siguiente paso - Igual, cualquiera de los dos te ama mucho…

- Me pareció escuchar eso antes – comentó con una sonrisa y rodeó tu nuca con su brazos. Su respiración se entremezcló con el tintineo de sus pulseras y tragaste – Y me hago cargo, porque este metro ochenta la rompe – y te contagiaste de su sonrisa, porque sabías que le daba vergüenza hacerse la femme fatale.

De pronto, sus latidos se hicieron más intensos y continuados. Los tuyos difícilmente los escuchabas y apenas eras capaz de formular un pensamiento. No podías despegar la vista de sus labios y al sentir su respiración tan cerca, caíste en que no los separaban más de un par de centímetros de distancia. Y cuando parecía que el impacto era inevitable, corriste la cara hacia un lado.

Paula te miró completamente atónita mientras dejaba caer sus brazos al costado.

- ¿Y ahora? – preguntó algo molesta - ¿Qué pasa Pedro?

Rascaste tu sien, innumerables veces.

- Es que quiero que nuestro tercer primer beso sea especial – sentenciaste mientras volvían a quedar enfrentados y las facciones de Paula se relajaban. Exhalo.

- Bueno, pero que sea pronto- se quejó entre sonrisas y te pareció que no podía ser tan linda.

- Yo sé que te morís de ganas, pero no seas tan ansiosa chuequi – y fue obligatorio el comentario de agrandado. Paula revoleó los ojos y supusiste que jugaste sucio al meter en una misma oración ansiedad y chuequera.

- Sos vos el que me viene corriendo con el beso… arqueadito – y rompiste en risas mientras frotabas las yemas de tus dedos contra su sien – y deberías agradecerle a Dios que te pido que dejes de respetarme, de una vez.

- Todos los días – respondiste y le robaste una sonrisa.

Con una seña le indicaste que te acompañara hasta el pequeño jardín que tenía la casa, antes de tomarla de la mano y marcar el recorrido por tu cuenta. La luna iluminaba esa noche de verano que culminaba con una ventisca, encargada de borrar los rastros de una lluvia ahora inexistente. Se sentaron juntos contra la pared y ni atinaste a sacar el atado que Paula te lo confisco, orgullosa. Probablemente si se tratara de otra persona hubieras luchado hasta tener tus cigarrillos y le hubieras dedicado un par de insultos sin repetir y sin soplar, pero la rubia hacia que hasta tu propio vicio quede a un lado. Carraspeaste.

- Tengo algo para vos – anunciaste y Paula te miró curiosa. Volviste a entrar para tomar el regalo que se encontraba escondido atrás de un par de pinturas en el living y lo ocultaste detrás de tu espalda al volver al jardín – Espero que te guste – deseaste mientras extendías el brazo y se lo entregabas. Ella lo abrió entre ansiosa y fascinada.

“Nueva York, de cerca” se titulaba el libro que le habías obsequiado; una guía que recorría los lugares imperdibles para conocer siendo turista. Paula miró las primeras páginas con detenimiento, impregnándose de recuerdos compartidos con aroma a déja vu de esas dos semanas y vos volviste a sentarte a su lado, expectante.

- Gracias, me encanta –te dijo con una sonrisa mientras te daba un sentido beso en la mejilla. Cerraste los ojos al sentir el contacto y los abriste para encontrarte con ella, acomodándose en tu hombro, para seguir hojeando el libro.

- Y tiene pegados algunos post it, que son referencias de un par de lugares que visitamos juntos – agregaste señalando los papeles amarillos pegados junto a cada reseña de los lugares turísticos más conocidos. Y mientras pasaba las hojas se te vino encima el patinaje en el Rockefeller Center, el beso en el Time Square, el Starbucks en la Columbus Street, esas noches de insomnio en tu departamento por no poder dormir al saber que al día siguiente te encontrabas con ella, la guerra de nieve en el Central Park, el Empire State, el ascensor del Empire State. Ella y vos. Vos y ella. Pedro y Paula. Y al revés y de cualquier manera.

De pronto, se paro en seco al leer la última nota amarilla. Pasados unos segundos (contaste 10, en tu mente) te miró con una sonrisa; vos se la devolviste mientras te rascabas la sien, algo tímido.

- ¿Y esto? – inquirió, haciendo referencia al papel.

Y el “¿querés ser mi novia?” escrito en la nota retumbaba en tu cabeza, sintiéndote extremadamente cursi con el correr del tiempo y experimentando unas ansias de que te contestara ya.

¿Quién era el ansioso ahora?

- Una pregunta al lector.

Y sabías que tenían más diferencias que similitudes; ella se levantaba temprano por su reloj biológico y a mil por hora, vos tenías la costumbre de posponer la alarma 5 veces antes de estar afuera de la cama; ella era el ser más sociable del universo, vos podías pasar 3 horas antes de ponerte a hablar en una reunión llena de gente; ella quería un bulldog francés (perro que en lo personal pensabas que se había estrellado contra alguna pared), a vos te gustaban los perros grandes. Ella estaba delante de la cámara… vos detrás. A Paula le encantaba subirse a las montañas rusas, vos tenías vértigo a todo lo que signifique un deporte extremo, alturas y riesgo.

Agua y aceite. Pero insólitamente, perfectos juntos.

Y por alguna extraña o sabia razón del universo, vos y Paula encajaban. Se complementaban y las diferencias se transformaban en las muescas perfectas para ese rompecabezas que pensaste no tenia encaje. Entonces cuando ella sonreía vos también y todo era consecuente en ese círculo interminable.

Entonces los vacíos, los silencios y los desencuentros, con una mirada dejaban de ser trágicos para convertirse en experiencia. En crecimiento. En sonrisas.

Paula despegó delicadamente el post it amarillo y lo pego en tu frente, sin poder borrar la sonrisa de su boca. Vos pestañeaste, aguardando esa respuesta que tanto deseabas oír.

- Sí, mil veces sí.

Y dejaste que presione sus manos contras tu nuca, mientras te inundabas en su perfume, en sus ojos y en sus labios. Y en la calidez del contacto, volvieron a ser épicamente, uno.







Y llegué a los 50... drinks on me (¿?)

Guau, nunca pensé llegar tan lejos con esto, pero estoy feliz con el resultado. Gracias por tutti.

Primerísimo, FELIZ CUMPLE JIMENIIIII. Este mar de dulce de leche es para vos, copo de mi alma. Sos tantísimo, te <3 mil. Ya te llegará Mr. Salvatore (?)

Segundo y final, anticipo de cumple (?), Cachi te lo dedico con toda mi chunisidad a vos, que sos una hermana que se me cruzó por la vida (y agradezco que te hayas cruzado) y que estás ahí siempre. Amote (:

miércoles, 7 de marzo de 2012

Capítulo 49.

A veces, por más fuerte que pisemos, el pasado jamás es pisado; se convierte en algo que no podemos dejar ir y se hace presente como si hubiera sucedido el día anterior. Otras, es algo que no podemos olvidar aunque intentemos de todas las maneras habidas y por haber. Y a veces, conocemos algo del pasado que cambia radicalmente la visión que tenemos en el presente. Ahí es cuando entendemos que nuestra percepción ya no es tan exacta y nuestros paradigmas caen. Y hay que empezar de nuevo.

Entonces ahí estabas vos, tamborileando intermitentemente el volante mientras transitabas la autopista, con restos de una tormenta que seguramente había inundado alguna que otra zona de Buenos Aires, iluminada por los faroles que decoraban ambos costados y hacían el camino visible. Ahí estabas con un pasado que se te hizo presente ni bien volviste a Capital de Estados Unidos y se te cagó de risa haciéndote dar cuenta que del pasado no se puede escapar por mucho tiempo. Ni estando a 40 kilómetros del lugar donde empezó todo… y terminó. Porque uno se distrae… pero de lo inconcluso no se olvida.

Carraspeaste sólo por hacer algo y Paula te miró curiosa. Sabías que esperaba algún tipo de explicación de hacia a dónde se dirigían pero extrañamente no hacia preguntas y se mantenía en silencio. Desviaste tu vista hacia ella y con tan solo mirarla se te olvidaron todas esas frases hechas, discursos planeados en tu casa (recitados en la ducha, habitación y auto) y los consejos de Zaira acerca de qué le ibas a decir y cómo. Y no quedaba más que improvisar.

- Perdoname que te contesté tan tarde el mensaje – dijiste con voz ronca por haberte mantenido en silencio tanto tiempo y Paula hizo una mueca con la boca que no alcanzaste a ver.

- No pasa nada, ya estás acá… - contestó intentando distender mientras acomodaba un mechón tras su oreja observándote desde su asiento.

- Bueno, pero no quiero que pienses que

- No importa, en serio Peter… - y tus explicaciones se vieron interrumpidas. Paula comenzó a juguetear con la funda de su teléfono, nerviosa y vos sacaste tu vista del camino solo para mirarla. Y encontrarle forma a tus palabras.

Aclaraste tu voz levemente, listo para exteriorizar y decir aquello que querías decir hace mucho pero que por capricho, orgullo, reglas implícitas de seducción o consejos de amigos no decías. La rubia te miró atentamente mientras dejaba el jueguito con la funda olvidado.

- Es que sí importa… porque no quiero que las cosas entre nosotros estén más en suspenso – y la viste sonreír fugazmente a través del retrovisor una vez que volviste tu vista hacia el volante (tampoco podías ser tan inconsciente de olvidarte que eras vos quien manejaba) - Tarde tanto en contestar porque estaba preparándote esto.

Y verla sonreír.

- ¿Esto? – inquirió curiosa mientras levantaba una ceja y sonreíste imaginando lo que vendría a continuación – Ponerle nafta al auto, mandarlo al lavadero…

- Esto… y no es exactamente esto – y sabías que su cabeza empezaba a maquinar y seamos sinceros, te encantaba molestarla un poco - Esto es el principio, lo demás es una sorpresa…

Pum, la palabra clave. Paula te miró con una expresión entre desencajada e inquisitiva e hiciste tu mejor esfuerzo para contener una risa. Ella se mordió el labio, claramente ofendida (porque no hacía falta que hablaras para que ella descifrara lo que estabas pensando).

- Soy malísima para las sorpresas Pedro – dijo molesta y vos no articulaste palabra - si esta es tu manera de reconquistarme vas muerto – Paula y esa suficiencia que rayaba en la elegancia.

Lástima que hoy, no iba a intimidarte nadie.

- Ya estoy muerto hace bastante… por vos – e hiciste énfasis en la última palabra, cosa que la hizo reacomodarse en su asiento y notaste como comenzaba a estrujar sus manos. Estaba nerviosa (tu media sonrisa, infaltable).

- No sabía que los muertos hablaban, manejaban autos, chamuyaban… - y vos tenías un retruco. Como siempre.

- Cantan también… muy bien en mi opinión – y Paula se mordió el labio sin poder ocultar la sonrisa que se dibujo en sus labios.

- Eso es porque el oído ya no te funciona como antes… - contestó y endureciste por completo tus facciones, como si te hubieras enojado. Tu acompañante estallo en risas y al ver que no la acompañabas, cesó el sonido. Paula hizo una mueca mientras miraba con extrañes tu seriedad y supiste que comenzaba a pensar que te había molestado en serio - Bien o mal, me encanta que me cantes… - murmuró suavemente, para romper el momento incómodo - salvo cuando te emocionas demasiado.

Cambiaste de carril para aumentar un poco la velocidad y leíste el cartel que comenzaba a ser cada vez más cercano, indicando las próximas salidas. Exhalaste.

- Sabe que me inhibiste… - dijiste mientras la mirabas de costado y ella se acercó para regalarte un beso en el hombro. Sonreíste, ampliamente.

- Últimamente estás muy endemoniado Pedro, así que no te creo eso de que te da vergüenza – comentó una vez erguida en su lugar y parpadeaste al reír. Lo mal que estaba manejando el Fox de adelante estaba comenzando a ponerte de mal humor - Además, me distrajiste con Montaner, el auto y todo eso y todavía no sé a donde estamos yendo – agregó irguiendo una ceja.

Una ansiedad totalmente incurable.

- Una sorpresa… ¿te suena? – respondiste haciéndote el misterioso y sabiendo que te odiaba el doble por dejarla con la intriga. Dejaste olvidado el Fox negro a un lado del camino.

- Me suena, pero no me gusta. Quiero saber – dijo con una sonrisa compradora y tuviste que poner toda tu voluntad para no flaquear y mantener ese ambiente enigmático que habías formado con tus cortas palabras y tus muchos entreveres.

- Estamos yendo a un lugar muy importante para mí, cerca de donde vivía antes… - explicaste cuidadoso y con discreción y ella te miro con odio - ¿Satisfecha?

Y no estaba satisfecha para nada, y no se preocupaba en ocultarlo. Apretaste el embrague para poner segunda y la viste morder fuertemente el labio mientras exhalaba una cantidad considerable de aire.

- Ponele, pero estoy ansiosa ahora – y carcajeaste mientras ella empujaba tu hombro en forma de protesta y dejabas que las luces que alumbraban la autopista capturaran totalmente su atención y reconocías que la salida próxima era la tuya. Embragaste para entrar a primera y comenzaste a disminuir de a poco la velocidad.

- Sos increíble Pau – soltaste de la nada, pero con una necesidad imperiosa de decirlo. Ella se volvió hacia vos de inmediato y aunque tenías la mirada fija en los espejos, sentiste su sonrisa. Paula retomó la vista hacia el frente, pero con una sonrisa en transición a una mordida de labio. Pero con un dejo de ternura y de… amor.

- Gracias – murmuró sonriente y largaste un suspiro.

Y volver a ganar.

- ¿Por qué? – inquiriste curioso no muy seguro a qué se refería.

- Por el cumplido obvio – y te sonrío – y por haber ido a buscarme – y esta oportunidad no te la perdías ni loco, ni aunque estuviera haciendo trabajos comunitarios en Formosa.

- Tarde pero seguro… - dijiste mientras girabas hacia la izquierda para bajar en la salida - Aunque estaría bueno agilizar los tiempos – agregaste mientras rascabas tu sien, y la mirabas pícaro.

- ¡Pedro! – se quejó entre carcajadas y rieron juntos. Como cada vez que se juntaban. Como siempre.


La intensidad con que las estrellas alumbraban hacía creer que una tormenta como la que se había desatado horas era poco posible. Las calles estaban por poco desiertas cerca de Rosales y Avellaneda y encontraste un lugar para estacionar a pocos metros del destino final. Apagaste el motor y cuando estuviste fuera abriste con elegancia la puerta de tu acompañante. Paula rió silenciosamente, sin sacarte los ojos de encima.

- Bueno… llegamos – y una ventisca rozó tu rostro, provocando un leve escalofrío que recorrió el largo de tu espalda.

Paula recorrió los alrededores con la mirada, haciendo un reconocimiento visual del lugar, mientras buscabas el juego de llaves en el bolsillo de tu jean.

- ¿Estamos en Mármol? – preguntó con curiosidad.

- Adrogué… al ladito – explicaste y una vez que las llaves descansaron en la palma de tu mano tocaste cada una de las irregularidades de las mismas para reconocer cual era la que abría la puerta de entrada- Este el estudio de mamá – y el brillo de sus ojos cambió ni bien la nombraste. El calibre de tu voz, también - Era como su santuario personal… venía a pintar y a relajarse.

Ella sonrió, mientras apoyaba su espalda contra la pared y esperaba que abras la puerta. Ingresaron y aunque nadie más lo sintiera, sentiste el perfume de tu mamá impregnarse en tu piel. Paula a tu lado inspiró profundamente, para luego suspirar.

- Es hermoso – murmuró mientras caminaba lentamente y se paraba para ver un par de cuadros de su autoría (algunos colgados, otros reposando sobre el piso) - Tu mamá tenía mucho talento… - y te sonrió.

- Ella tenía mucha facilidad para estas cosas… - dijiste mientras te acercabas y Paula te tomó de la mano como si supiera exactamente lo que necesitabas. El contacto alivió el estremecimiento que te causaba ese lugar y hablar de ella, y la amaste.

La rubia abandonó tu mano para mirar con detenimiento las pinturas y aprovechaste para sacar de tu otro bolsillo un atado de Marlboro con poco puchos y algo machucados por el poco cuidado con el que los guardaste y con el que los sacabas ahora.

- Peter, ¿cuánto estás fumando por día? – inquirió distraídamente aunque la respuesta no le fuera indiferente. Despego la vista de un cuadro a medio acabar de tu mamá y volvió a fijar sus ojos miel verdosos, en tus marrones. Exhalaste mientras prendías el cigarrillo.

- Un par – dijiste antes de fumar la primer pitada y Pau levantó una ceja - Cinco… - y amagó a morderse el labio. Largaste con tranquilidad el humo - Diez, capaz.

- ¡Pedro! – te retó y vos agitaste el cigarrillo.

- ¡Paula! – la cargaste y ahora sí mordió su labio total y completamente - Estuve muy nervioso estos días… - y diste otra pitada - Y vos también volviste a fumar.

- Pero un atado de diez me dura una semana…- atacó y no te quedó otra cosa que exhalar lentamente – Igual ahora que vamos a estar más tiempo juntos, voy a censurarte los cigarrillos – anunció. Y sonreíste, mientras abrías ampliamente los ojos.

- Ah ¿vamos a estar pasando mucho tiempo juntos? – y ella se acercó y tuviste ganas de acortar esa distancia ya.

- Sí, ¿tenías dudas muertito?

Y sonreírle y no cansarte nunca.

Dos puchos más tarde (vos uno y ella uno mentolado), tomaste su mano y la guiaste hasta la habitación donde tu mamá guardaba taburetes, pinturas, pinceles y lienzos (los que aún permanecían para darle una onda rústica) y ahora además reposaba una mesa, decorada y ocupada por velas y platos perfectamente ubicados. La luz tenue, terminaba de darle ese toque… especial.

- Guau… Me siento como en las fiestas, que siempre hay – comentó una vez que serviste el Vitel Tone (o Vitello Tonnato para los expertos) en los platos de ambos dos, tratando torpemente de decorarlo con una pequeña ensalada mientras Paula te miraba curiosa – ¿Vos cocinaste?

- Sí…- y destapaste el vino mientras ella fruncía el ceño- Mentira, no cocine yo… Me ayudo mi hermana, aunque hubiera podido – y te miró enarcando una ceja mientras tomaba asiento - Pero no quería que te sientas menos.

Y largo una carcajada con sorna.

- Callate vende humo – y no pudiste evitar la sonrisa - No me olvido del cementerio de volantes con teléfonos para pedir que tenés tirados por todo el living – y la imagen de tu departamento se te vino a la cabeza. Y tenía razón.

- ¿Y por casa? – y ella revoleó los ojos; mientras llenaste las copas - No podés tener una carpetita para los deliverys dividida en categorías.

- Eso se llama ser práctica y organizada – explicó ella como si fuera una obviedad y levantó la copa como si brindara por ella misma. Eso se llamaba… ser una obsesiva.

Cateaste el vino y te dejaste invadir por su aroma antes de tomar el primer sorbo. Malbec, cosecha de hace 10 años (cortesía de tu hermana).

- Solo a vos se te ocurren esas cosas... – dijiste con una sonrisa - Sos tan especial.

Sonrió, única, vergonzosa, pero aún así, hundiéndose en tu mirada. Y comenzaron a cenar, entre comentarios sugestivos y risas (y sonrisas tiernas y vergonzosas) y retos y burlas, y cuando te hablo de su papá recordaste a qué habían venido en primer lugar.

Querías empezar desde el principio, dar las explicaciones que implícitamente pidió (y merecidamente, porque son de hechos que infieren en tu vida) pero que no diste porque no creíste necesarias de abordar. Porque estaban negadas (no olvidadas) y ahora que volvían te diste cuenta que iban más allá de lo que no dijiste. Porque todo se trataba de lo que no aceptaste y como no lo hiciste, volverían siempre. Como el déja vu.

Tu familia, implícitamente tu karma. Indirectamente, tu falta de confianza. Completamente tu déja vu.

Y ya no querías repetir la historia, que la figurita sea la misma o que la canción de moda se repita hasta hartarte. Querías salirte del libreto, olvidar el déja vu y hacer borrón y cuenta nueva. Y eso no lo ibas a poder hacer hasta aceptar que lo que había pasado te afectó y te afectaba; y principalmente te dolía.

Y no sabías como empezar a explicar… pero supusiste que contarle a ella, era un buen comienzo.

- Pau… - y ella apoyo el tenedor en la mesa, percibiendo que querías decir algo importante – Perdoname – y sus latidos se hicieron perceptibles. Mojaste tus labios, intentando tomar un respiro para que las palabras no se entremezclen en tu boca - El día del compromiso me enoje con vos… pero en realidad estaba más enojado conmigo mismo – y Paula solo te miraba - Porque tenías razón y me dijiste un montón de cosas… que eran verdad y que… no podía aceptar.

Y ella solo te miró, insegura si debía hablar o dejarte continuar.

- Yo…

- Es verdad… yo tengo problemas con mi familia –soltaste interrumpiéndola y la rubia comprendió instantáneamente que necesitabas continuar - Y por algo no me hablo más y… todo este tiempo hice como si nada, como si no importara y en realidad, si me importa. Y vos me importas y no quiero tener más secretos… al menos cuando es algo que me pesa tanto y quiera o no forma parte de mí.

Y de repente sentiste como la opresión en tu pecho se iba alivianando poco a poco.

- Pedro, no quiero que te sientas obligado a nada… - explicó ella suavemente, tratando de hacerte sentir contenido - Yo no te lo quise echar en cara, sólo que

- Si me abro con vos, es porque confío más que en nadie – y se le escapó una sonrisa – Y necesito que lo sepas… y aceptarlo, para poder seguir adelante – y aceptar, dolía más que negar - Mi mamá falleció hace un año ya, mientras yo estaba estudiando en Nueva York… - 2010, año de mierda - sabía que estaba enferma y su situación era… inestable. Con altos y bajos… - y se te vinieron encima esas esperanzas idílicas y poco probables cuando las amenazas de que el cáncer haga metástasis o acelere su proceso estaban cada vez más cerca y tu ser querido más preciado, más lejos – Pero ella seguía manteniendo esa alegría que la caracterizaba… tratando de poner la mejor onda. Por nosotros, por papá – y te dolió nombrarlo. Tragaste antes de seguir - Tenía el pasaje para volverme a Buenos Aires a fin de cuatrimestre una semana – e hiciste una mueca – Pero ella se fue una semana antes y nadie fue capaz de avisarme que mamá ya no estaba –y el deseo de llorar fue inevitable y la vista se te puso borrosa por la película de agua que cubría tus ojos. Miraste hacia abajo, en un intento de ocultarlos - La excusa fue que no querían amargarme y hacerme venir acá cuando ya tenía pactada la vuelta en unos días… pero nadie se acordó de mi derecho a elegir. Mi derecho a verla… ni al entierro llegué Pau – reprochaste con bronca.

Y Paula tenía los ojos empañados de lágrimas y vos te habías olvidado de la vergüenza de llorar en público.

- A veces la muerte te supera tanto que te cegás… seguro pensaron que eso era lo mejor para vos y no lo hicieron para hacerte un mal – hipó Paula ya lejos de su asiento y en cuclillas a un costado de tu silla, sosteniendo tus manos y buscando alguna justificación que minimicé sus decisiones equivocadas y soberbias y alivianar tu dolor.

- Yo sé eso… pero nadie reconoció su error y vino a pedirme perdón de nada… - musitaste - salvo Luciana – y ella limpió tus lágrimas dulcemente con las yemas de tus dedos.

- No sirve de nada el rencor, te lo digo por experiencia – dijo con suavidad mientras acariciaba tu rostro y se sentaba en tu regazo para estar más cómoda – Pero necesitas tus tiempos y hay que respetarlos – y te hundiste en su hombro mientras ella enredaba sus dedos con tu pelo. Respiraste – Yo te voy a curar esas heridas – susurró dulcemente en tu oído y te estremeciste mientras acariciabas su espalda . Paula se despegó para mirarte a los ojos y suspiraste – Te amo.

Y eso era, ni más ni menos, justo lo que necesitabas oír.






Alguien que me pase la sal, please.


Gracias copillo, necesitaba tu autorización para subir :') Sabés que sos mil y que te amo friendo! Y si no venís pronto, me quedare con tu esmalte lalalalalalala

sábado, 3 de marzo de 2012

Capítulo 48.

Marzo nunca estuvo tan gris como ese 9. Las nubes, negras y autoritarias, amenazaban con bañar en cualquier momento cualquier superficie a su paso y otra vez confirmabas que el servicio meteorológico dejaba mucho que desear. La inestabilidad no era característica de ese mes, pero qué mas da; la historia bajo techo era otra muy distinta.

La nostalgia y el recuerdo transitaban cada rincón de tu vieja casa en Olivos pero la alegría los opacaba al impregnar a cada uno de los refugiados (porque no podía denominárselos de diferente manera teniendo en cuenta la tormenta que se venía) y la música circulaba movilizando a todo quien aún estaba quieto. La gente carcajeaba a pesar de la oscuridad de afuera y la inminencia de una tormenta y concluiste en que no podía ser de otra manera, porque ese era el día. El más importante del año.

Nunca habías conocido persona más entusiasmada por su cumpleaños que tu hermana. En realidad, no conocías persona que conservara esa emoción por cumplir un año más de vida al pasar la barrera de la pre adolescencia pero Delfina, conservaba esa emoción como su pequeña tradición personal y se había encargado de inculcársela a toda la familia. Era imposible no saber que se acercaba; era su fecha preferida, más que la Navidad, el día del niño, Reyes o Pascua (y no justamente por los regalos que podría recibir). El 9 de marzo era ÉL día.

Dos semanas antes, empezaban a aparecer los primeros carteles; “se viene eh”, “empieza la cuenta” y otros derivados decoraban la pared del pasillo, la puerta de la heladera y hasta a veces, el espejo del baño. También, recurría a ataques verbales “Pa, sabés que fecha se viene ¿no?”. Y a sus 16 recién cumplidos, todavía no se aburría y no perdía ese amor por su nacimiento, el festejo, la familia. Y no había persona en el barrio que no supiera que Delfina Chaves el 9 de marzo, cumplía años.

Porque Pepi el 9 salía a la calle con gorro y corneta y le exclamaba a cuanto desconocido que pasaba que ese día era su cumpleaños. Porque le pedía a sus amigos que le canten el feliz cumpleaños (cosa que en lo personal odiabas que te hagan) innumerables veces. Porque festejaba (y cómo) todas las veces que podía.

Sonreíste, mientras veías a Delfina hacer una graciosa mueca de dolor producto de la poca coherencia entre la música y la voz que llevaba adelante el tema. Pero feliz, alegre. Vivaz, como ella.

Y si ese no era el día más importante del año, no sabías cuál era. Porque el nacimiento de tu hermana, independientemente de su propia emoción por festejarlo, fue lo que hizo que hoy en día tus papás sean como son. Los revolucionó, pero los unió como familia aunque no significara que tuvieran que quedarse juntos. Te hizo aprender lo que es sentirse responsable por alguien al ser la mayor (aunque ya lo fueras); te obligo a ser un modelo, una guía y una hermana por partida doble.

Revolviste el café italiano que tu mamá solo utilizaba para ocasiones especiales con delicadeza, mientras el aroma del mismo invadía tu sentido del olfato, sublevando cada célula de tu interior. Acariciaste la tibies de la taza, mientras no podías evitar unirte a las carcajadas ante los desafinados alaridos que propinaba Pinky (tu padrino), intentando seguir la letra del tema que estaba “entonando” en la pantalla, carente de ritmo oído musical y… amor propio. Tu mamá del otro lado del ambiente reía sonoramente junto a su novio, Alberto, al que conocías poco y nada y jamás te diste el gusto de conocer por tus caprichos y deseos ilusos de que tus papás algún día se despertaran y decidan mandar a sus respectivas parejas al demonio. Los demás, reían y reían (siempre y cuando no les tocara a ellos pasar al frente).

"#ElDíaMásImportanteDelAño"

Y el Twitter volvía a ser tu representante social con el mundo; porque desde ayer que no hablabas más que con vos misma y el portero de tu departamento. Zaira no parecía tener ganas de cruzar un mínimo saludo con vos (y hola, ni entendías por qué estaba tan ofendida si el trapo de piso eras vos) y Pedro… tampoco. No ibas a soportar un mudo nuevamente, ni un ofendido, ni un caprichoso. Porque Zaira te decía que eras una renegada a ser feliz pero Peter tampoco hacía un gran esfuerzo por modificar el curso de las cosas. Siete horas cuarenta y cinco minutos (sí, eras tan triste que llevabas la cuenta) hacía que le habías mandado un mensaje para intentar remediar las cosas entre ustedes y no obtuviste respuesta más que las excusas que podías brindarle vos misma al por qué no te había respondido (y la verdad eran malísimas y sumamente insanas).

Resoplaste en forma de molestia pero simulaste que estabas soplando el café. La decoración del living y la fiesta dentro no se condecía para nada con el clima de afuera y era un poco como llevarle la contra a la naturaleza, que había decidido desatar un diluvio en ese preciso instante. Los colores, vivos y frescos (de guirnaldas, globos y demás cosas que se le habían ocurrido incluir a Delfina), decoraban la casa haciendo que la misma sea una inyección de alegría para todos los invitados, obligando que se cambie del gris de afuera a un arcoíris de color.

Sin embargo, las contradicciones encajaban a la perfección con el festejo; porque tu hermana, era una rebelde.

Amagaste a tomar el celular, por inercia, mientras la voz de tu padrino endulzaba tus oídos (irónicamente, obvio). Nada… de nada más que Fabri hablándote por bbm y sólo para desearle un feliz cumpleaños a la Pepi (sí, el también desde Miami sabía que era el día más importante del año).

Quizás estaba pensando… o quizás no tenía más ganas de pensar (y volvías al tema Pedro, porque Pedro era un boomerang constante en tu cabeza).

Y cuando todo parecía no ser más que blanco o negro, de repente, tu teléfono comenzó a sonar intermitentemente marcando una rebelión (de hormonas, de sentimientos) y un cambio en la paleta de colores. Y no sabías de qué color se trataba ahora… pero todo era Pedro.

Todo era deja vú.

"Yo también quiero que hablemos… ¿puede ser ahora?"

Y no supiste si reír, llorar, suspirar aliviada, mandarlo a la mierda por hacerse el interesante, morderte el labio, llamarlo por teléfono. Contestarle quizás la moción universal si sometieras a la gente que ocupaba el lugar a una votación.

De pronto, la puerta hizo ese chasquido que hacía cuando se abría y odiaste durante todo tu tiempo vivido allí (aunque tenía sus pro, como saber cuando alguien estaba entrando a la casa cuando se suponía que tenías que estar estudiando y en realidad estabas mirando la tele, o cuando algún novio tuyo visitaba tu casa y se suponía que iban a estar solos toda la tarde) y entraron, tu papá y su prometida, Claudia, persona a quién jamás habías eliminado de la lista de gente no grata de tu vida.

Saludaste, cordial y con emoción fingida al verla, y te sentiste muy pendeja por, internamente, tomar esa actitud que podría tildarse por caprichosa. Pusiste una sonrisa e intercambiaste un diálogo banal y superficial, siendo educada, aunque no te interesara cómo estaba, qué estaba haciendo o cuáles eran sus planes para el casamiento. Por suerte, el karaoke llamó su atención (y les impidió tener una conversación más profunda) y tu papá te abrazó luego de agasajar a la cumpleañera.

Dejaste la taza sobre la mesa, mientras tu hermano asumía el mando del micrófono para cantar “Provócame” y podías predecir como terminarías llorando de risa en el piso. Te ubicaste cerca de tu tío y volviste a tomar el celular, dispuesta a definir qué hacer cuando la imagen de tu papá y tu mamá a dos metros de distancia llamó poderosamente tu atención.

Stop.

Y que tus padres y sus respectivos conyugues se estuvieran saludando como si fuera lo más normal del mundo era demasiado para ese día (y para cualquiera), aunque sea el más importante del año. Gonzalo frunció el ceño ante tanta buena onda desde el escenario y Delfina que se encontraba con tus primas, los buscó a ambos con la mirada. La conocida melodía comenzó y tu hermano para descomprimir comenzó a hacer payasadas (que en algún momento te hubieran robado múltiples sonrisas) y los invitados comenzaron a aplaudir, uniéndose a la diversión. “Me voy a fumar un pucho afuera” anunciaste a nadie en particular y luego de guardar el celular en el bolsillo de tu jean, caminaste hacia el jardín.

Una vez fuera respiraste y te apoyaste contra la pared de la galería mientras el ruido de las gotas al impactar el techo marcaba el ritmo de la lluvia. Sacaste los cigarrillos y ese encendedor que andaba pesimamente mal pero por extrañas razones aún seguía funcionando y te serviste uno mentolado.

Era sumamente irónico que el cigarrillo te sacara esa sensación de ahogo que había producido esa situación anterior pero ese día (el más importante del año) y el anterior no te estabas definiendo por ser la mejor pensadora, por lo que te limitaste a darle órdenes a tu cuerpo para prender el pucho y dejarte invadir por el humo.

Dejaste que tus ojos se perdieran en el recorrido que hacía el agua hasta llegar al pasto mientras exhalabas la primer pitada, relajándote.

- No hay imagen más triste que vos, en el jardín, con lluvia y fumando un pucho– dijo tu hermana a tus espaldas mientras ingresaba a la galería. Soltaste una carcajada y no podía estar más en lo cierto.

- Que simpática Pepi ehhhh – contestaste haciéndole una seña con la cabeza para que se ubique a tu lado – Encima son light, era lo único que había en el quiosco – simplificaste apenada y Delfina río con vos (no de vos) – Soy triste.

- Sos re forever alone – y una “o” se dibujó en tus labios – Mentira – añadió carcajeando y acomodó un mechón tras su oreja. Hizo una pausa - Heavy lo de los viejos – y tomaste otra pitada mientras desviabas tu vista de sus ojos azules.

Muy.

- ¡No podía ser menos en el día más importante del año! – dijiste irónica y tu hermana hizo una mueca. Sabías que a ella no le afectaba tanto como a vos porque claramente tenía otra visión de la vida… y estaba acostumbrada a Alberto y a Claudia; fundamentalmente, porque entendía lo que vos no. Quizás era hora que con tus 27 años, aprendieras un poco de tu hermana de 16. Exhalaste el humo.

- Obviamente – coincidió con gracia y logró robarte esa sonrisa que necesitabas- y contame Pochi, ¿por qué viniste sin acompañante? – y la miraste con cara de circunstancia. Ella con cara de que le debías una respuesta - Ni Zaira vino…

- Con Zaira estoy peleada, creo… - explicaste, sin saber muy bien como empezar. Delfina te miró extrañada.

- ¿Peleada? – y no te quedaba más que levantar los hombros - ¿Zaira se enoja? – y no pudiste evitar carcajear. Sacudiste la punta del cigarrillo para sacarle la ceniza; casi no le sentías el gusto.

- Sí… - y sólo seguías fumando por la necesidad misma de hacerlo. Delfina asintió, pensativa- Desde ayer que no me habla.

- Guau… no me la imagino a Zaira enojada – anunció y vos tampoco la conocías a Zaira enojada… hasta ahora - ¿Y Peter? – preguntó enervándose para mirarte a los ojos, como si no quisiera perderse ninguna de tus reacciones. Y seguramente se percato del estremecimiento te causó su mención. Peter, Peter, Peter - Quería que lo traigas, él era ideal para el karaoke…

- ¡Delfina, no! – y ella estalló en risas y te despegaste de la pared. Caminaste siguiendo la línea de las baldosas unos centímetros y te diste vuelta - Bastante con el padrino… por poco hay que bajarlo con seguridad de ahí arriba- y ambas rieron - Con Pedro… no sé. Me acaba de mandar un mensaje… - y Delfina hizo un pequeño festejo - Quiere que nos juntemos así hablamos.

Acariciaste el bolsillo de tu jean por fuera mientras desviabas tu vista hacia la lluvia. Podías escuchar la melodía de “mi niña bonita” llegar desde adentro de la casa.

- Genial… - asintió Pepi y giraste hacia ella - Y le dijiste que si ¿no? – y tu rostro no emitía respuesta pero ella te conocía como nadie – No te puedo creer Paula, ¡decile que sí tarada!

- Ch ch que soy tu hermana mayor, no una amiguita tuya… - respondiste con irritación - ¡además es tu cumpleaños!

- ¿Y? Van a ser las 9 y después vienen los chicos… - explicó - No quiero decirte que estás vieja, pero no da que salgas con nosotros Pau.

- ¿Ah no? – y Delfina se mordió el labio y evidentemente el gesto era de familia.

- Paula, soy la cumpleañera y en mí día se hace lo que yo quiero… - dijo haciendo énfasis en la palabra día. Se acercó y sonrió - además, el mejor regalo que me podés hacer es verte feliz – y nunca un regalo sería tan recíproco como ese. Dejaste que las comisuras de tus labios se fueran a los extremos, dándole lugar a una sonrisa.

- Solo porque es el día más importante del año eh…. – y esa era la mejor orden que alguna vez te dieron. La abrazaste cariñosamente.

- No te pongas a llorar ahora eh – y la empujaste levemente mientras te mordías el labio inferior - Dale , llámalo y ni bien termines... te quiero ver arriba del escenario. Cantando… no te hagas la boluda eh.

- Gracias Pepi – y ella te guiño un ojo antes de entrar nuevamente a la casa.

Y esto era lo que estabas necesitando. Un incentivo a la revolución, un empujón para animarte a hacer lo que tus inseguridades no te dejaban hacer. Y marcar su número era el primer paso.

Los tonos iban acorde al sonido de las gotas y nunca se te hicieron tan eternos como ahora. “Atendé, atendé, atendé, atendé”.

Y ya perdías la cuenta de cuantas veces había sonado.

- Pau – dijo con entusiasmo y dejaste de juguetear con el borde de tu blusa verde agua. Y ahogaste un suspiro.

- Peter… - e intentaste no sonar demasiado romántica. Comenzaste a caminar, en una forma de calmar tus nervios.

- No esperaba tu llamado… ¿Cómo estás? – y sus nervios te llegaban desde el otro lado de la línea. Sonreíste.

- Bien, en el cumpleaños de mi hermana… - explicaste y escuchaste un breve silencio. Carraspeaste buscando una respuesta.

- Ah, discúlpame entonces… hablamos otro día – y parecía que tuvieras otra cosa que hacer no estaba en sus planes.

- ¡No! – y te arrepentiste de haber sonado tan desesperada - Digo, en un rato la Pepi se junta con los amigos así que ya me libero… - te liberabas, para él. Lo sentiste sonreír.

- Te paso a buscar – dijo con decisión y no parecía estar preguntándotelo. Te paraste en seco, dejando de caminar por toda la galería. No esperabas que Peter fuera tan directo.

- Estoy en Olivos – explicaste con una mueca. La lluvia parecía estar llegando a su fin y la luna apenas comenzaba a ser visible. Quizás las estrellas esa noche podrían dislumbrarse.

- No importa… - y te mordiste el labio como una idiota - ¿en una hora está bien? – y una hora te parecía demasiado, para vos y tus nervios, pero tampoco podías ser tan ansiosa.

Gracias Pepi. Millones de gracias.

- Perfecto – te limitaste a contestar con una sonrisa y luego de despedirte y pasarle la dirección, te adentraste para seguir con la fiesta y disfrutar. Y dejarte llevar, por fin.

Y un champagne, una porción de torta, tres canciones cantadas (en el escenario improvisado del living), un “dejo de llover porque lo llamaste a Peter” (cortesía de tu hermana) y varios globos explotados después tu celular anunció que era hora.

Te despediste de los que quedaban, abrazando fuertemente a tu hermana y deseándole que disfrute como se merecía ese día. Tomaste tu cartera decorada con plumas de colores emocionada, ilusionada y con el presentimiento de que no podrías haber hecho mejor.

Y ese día, el más importante, se trataba de alegría. De festejar. De encontrarse. De revolucionar.

Y ahí te esperaba, afuera del auto (que recientemente había adquirido), con el pelo mojado, el rosario que era visible por el espacio visible de piel que regalaban los tres botones de la camisa desabotonados. Y esa media sonrisa.

Lo saludaste, con un beso sentido en el cachete, con la promesa de que las cosas entre ustedes estaban muy diferentes a como estaban el día anterior. Él te tomó suavemente de la mano y se dedicaron una mirada interminable, antes de subir al vehículo.

Y sonreíste, porque qué mejor que empezar una revolución de la mano de Pedro.