viernes, 29 de junio de 2012

Capítulo 56.

Y pensar que 9 horas antes tu única preocupación era conocer a tu cuñada.

Te mordiste el labio y ni siquiera atinaste a revisar el reloj; debían ser más de las 4 de la madrugada y vos estabas en la misma posición desde que habías cruzado el umbral de tu departamento.

Quitaste el mechón que auspiciaba de flequillo (uno demasiado largo) de tu rostro y con un esfuerzo sobre humano te levantaste para agarrar tu celular, que silencioso no había interrumpido esas horas de ¿meditación? en la soledad de tu hogar. Ojalá lo hubiera hecho.

Ni siquiera Zaira había dado señales de vida (¿dónde estaba todo el mundo?). Te mordiste el labio, otra vez, para tragarte tu orgullo y olvidarte la cara de sorpresa (y lo tonta que te sentiste) que pusiste al verlo bajar de tu auto con tanta efusividad. Cual telenovela de canal 9.

Otro suspiro.

¿Por qué dar el brazo a torcer es tan difícil? ¿Por qué siempre pensamos que dar ese primer paso resta algún tipo de punto? 

Suspiraste (sí, otra vez) mientras tipeabas rápidamente el mensaje del chat sin pensar, porque de otra manera abandonarías el impulso de inmediato. Las voces de los náufragos de la isla de Lost eran como susurros en tus oídos pero los ignorabas completamente. Otra vez te estabas perdiendo el capítulo, pero bastante tenías con vos misma como para ocuparte de los misterios y dilemas que envolvían a doce personas ajenas a vos y a Pedro.


(Flashback)
Tenso sobre tenso... Intenso. O alta tensión (o hiper).


Suspiraste y sonó más a una queja que a una liberación de aire. Pedro te ignoro o simulo hacerlo, mientras su pasividad ante el volante te ponía nerviosa (de una manera insoportable).

El oxigeno era apenas perceptible y bajaste la ventanilla con la esperanza de que ese ahogo se disipe. El gélido viento impactaba sobre tu rostro, arqueando tus pestañas, pero aun así tu cabeza no paraba de pensar y justamente era lo que no querías. 

El calor había dicho adiós hacía un par de días para darle bienvenida al otoño. Las hojas caídas decoraban las calles, con marrones y amarillos coloreando el paisaje (las cuales de noche difícilmente podían apreciarse).

Una leve frenada te obligo a mirar hacia adelante y el farol de la esquina revelo sus rostros, escondidos en la oscuridad de la noche. Entonces por la expresión paradójicamente inexpresiva de Pedro caíste en la cuenta de que hacía 20 minutos que no se dirigían la palabra.

La fuerte molestia ganaba a cualquier deseo de remediar el silencio. Sobretodo rememorando el tono sugerente y hasta inocente con el que habías propuesto que se junte con su papá. Está bien, expresamente te había pedido que no tocaran más el tema, pero no era enteramente tu culpa. Su hermana era con la que en realidad tenía que enojarse, porque era ella la que había insistido en que te involucres para ¿mediar? entre las dos partes. Pésima idea.

Transitaron Juan B. Justo con rapidez y por un par más de calles que solo reconocías por los negocios que se asentaban en ellas. Cuando tomaron Dorrego, el silencio seguía tan inquebrantable como desde la mitad del viaje. Te permitiste observar a Pedro (total él se hacía el que miraba para otro lado) y te irritaste al darte cuenta que no podías decodificar su estado de ánimo.

Las dos de la mañana se hicieron dos y media y te mordiste el labio, porque no te restaba nada más por hacer y tus pulseras no tenían la culpa de que estuvieras alterada (el tintineo entre ellas era sumamente insoportable a esas alturas).

En realidad, haciendo un balance general tus nervios venían desde que hiciste Cañitas- Mármol. Conocer a la familia de Pedro, o parte de, era algo importante para vos; sabías que las cosas entre ellos eran tirantes y por eso más necesitabas mantener una buena relación. Pero el plus de la presión de Luciana fue el desencadenante para dejar olvidada la Paula Zen (que termino de retirarse con las malas contestaciones de Pedro) y dejar como titular a la Paula de siempre, pero potenciada por cinco.

Los faros del auto iluminaron el cartel que avisaba que estaban doblando en Luis María Campos y contaste tres cuadras hasta la casa de Pedro. Él ni se mosqueo.

- ¿A dónde vas? - preguntaste impulsivamente, llamando la atención de tu novio quien apenas había despegado la vista del volante hasta el momento. Su departamento se encontraba metros adelante, pero a él no parecía importarle; y por lo que parecía a vos también tenía que parecerte un dato menor.

- Bueh - bufó Peter antes de disminuir la velocidad y parar a un costado de la calle. Entornaste los ojos.

- ¿Qué? - inquiriste y la conversación parecía una competencia de bufidos. Pedro colocó el freno de mano y desabrochó su cinturón de seguridad. Te miro unos segundos, pero la dureza de su mirada te quito las ganas de seguir hablando.

Entre pasmada y aturdida, tu orgullo comenzó a quedar en segundo plano pero solo reaccionaste al recibir las llaves de tu auto en tu regazo (porque fueron con tu auto) y observaste como Pedro cerraba la puerta del auto cual novela mexicana.

Lo perdiste de vista una vez que cruzo la calle para avanzar hasta su departamento y ahí fue cuando perdiste toda esperanza de que diera media vuelta y volviera. Pestañeaste y torpemente te pasaste al asiento del conductor, decidiendo que nunca te había sido tan incomodo conducir tu propio auto.


(Fin flashback)





"Daaaale amor ya fue"


La madrugada no te permitía redactar otra cosa más jugada y a tu modo, este era un pedido conciso para disipar la tensión y hasta una disculpa. Hiciste zapping en la tele, mientras esperabas que la luz roja del chat se prendiera de una vez pero no lo hacía.

Minutos más tarde alguien te habló en el Messenger, pero era un R.R.P.P. del último boliche de moda. Te mordiste el labio y sin importarte quedar pesada presionaste "PING" en el chat con Pedro para llamar la atención de tu novio. Nada.

Una hora más tarde, habías perdido completamente la dignidad y te encontrabas colocándote tu buzo de Mickey que te trajo tu hermana de su viaje a Orlando por sus quince. Le debías unas disculpas por tus modos… y quizás por entrar en temas que sabías que él quería evitar a toda costa. Pero la indiferencia de Pedro en el auto superaba cualquier cosa. 

Necesitabas que alguien te cerrara la puerta del departamento para no poder salir o que te escondieran el teléfono, pero estabas sola y no ibas a poder dormir peleada con él.

Caminar por la calle sola y a esa hora no te simpatizaba demasiado. Digamos que no tenías otra opción; no ibas a sacar el auto por 4 cuadras, menos pedir un taxi o pedirle a alguien que te acompañara (que se sienta culpable).

Tocaste el timbre del departamento un par de veces antes de mirar a tus alrededores por precaución. Sabías que Pedro había escuchado el timbre, pero probablemente pensaba que era un borracho o alguien que tocaba solo para molestar. El frío otoñal comenzaba a meterse entre tus pocos abrigos y provocaba estremecimientos leves que se multiplicarían con el pasar del tiempo. Eras una persona sumamente friolenta.

Volviste a repetir la acción y el silencio nuevamente fue tu respuesta ¿Se habría ido a otro lado? pensaste mientras te movías sobre vos misma, inquieta ¿Y si había salido a bailar? ¿Ink?

Demasiadas preguntas sin respuesta y mucho frío para tu buzo de Mickey y vos. Al llegar a tu casa pensabas apagar el teléfono todo el día y dormir y no pensar en nada. Ni en nadie.

- ¿Quién es? - escuchaste desde el portero eléctrico y volviste a acercarte al aparato (ya te estabas preparando mentalmente para caminar las cuadras de vuelta lo más rápido posible). Suspiraste aliviada.

- Soy yo, Pau.

- ¿Paula, qué hacés acá? - inquirió desorientado; lo habías sorprendido. Su tono somnoliento te hizo saber que acababa de despertarse… lo cual te robo una fugaz sonrisa.

- ¿Que te parece? - contestaste rápidamente - ¿Bajas o me voy? - preguntaste intentando no ser demasiado desafiante pero tratando de apurar la resolución (y rogando por un sí).

- No te muevas de ahí, ya bajo.







Ultimo hasta dentro de unos días. Últimas semanas de la fuckultad, disfruten los que ya están de vacaciones!

lunes, 25 de junio de 2012

Capítulo 55.

Las gotas resbalaban sin timidez alguna contra el vidrio, con una velocidad poca predecible y dejando marcas tras su paso.

El incesante tamborileo de tus pies (frente al ventanal del balcón) dejaba en evidencia tu creciente ansiedad por escuchar de él. Y por mas veces que chocaras tus zapatillas contra el piso, no alcanzabas a imitar el ritmo de la lluvia.

¿Deberías llamarlo vos?

Odiabas las tormentas; ademas de que te asustaban los diversos ruidos que se escuchaban entre trueno y trueno, te daba una sensación de encierro que no condecía con tu espíritu independiente. Y más odiabas estar sola en tu departamento (¿Y Zaira?) y a todos los boludos que en facebook o alguna red social decían que ese era un lindo día para cucharear. Un egoísmo y una cachetada en la cara para todos los solos, que tenían que consolarse con Cuevana y chocolate.

Ojo, estabas sola, pero no soltera.

Tu mente te sorprendía de vez en cuando, mientras tratabas de concentrarte para ver ese último capítulo de Lost que nunca entendiste, haciéndote recordar ese intercambio de opiniones con Pedro. Con tonos cada vez más elevados, un portazo y con la consecuencia de que ahora sintieras ese algo indescriptible en el pecho.

Divisaste tu celular en la mesa de roble pero una fuerza auto impuesta te obligo a desviar la mirada de él. "Que espere…" justificaste, desde tu lugar en el sillón.

El sofá te arrulló entre sus almohadones (algunos de encaje) invitando a que cierres los ojos y todo se vuelva negro, pero vos seguías tan reflexiva como antes. Pestañeaste y al volver tus párpados cubrieron tus orbes verdes lentamente, sumergiéndote en un estado soporífero.



(Flashback)

Las princesas de Disney sonreían despampanantes en el piso, mientras Delfina colocaba la pieza faltante del rompecabezas en el pantalón celeste de "Jazmín". Te abrazo al felicitarla por haber terminado y Pedro, a tu lado, beso tu mejilla con ternura. Francisco, su otro sobrino, te sonrió recostado en la espalda de su hermana y te preguntaste como podía ser que todo hubiera salido tan bien, sin haber planeado ni siquiera viajar a . El reloj de la pared frente a ustedes marco que eran las 7 de la tarde y la mirada automática que cruzaron Peter y vos, bastó para dar por aludido que era hora de irse.

Presionaste tus palmas contra el piso para levantarte mientras esbozabas una última sonrisa al ver que Francisco se colgaba del cuello de tu novio, formando la imagen más tierna en todo el mundo. Delfina insistió en acompañarte a buscar tus cosas a la cocina y en el camino (que duro minutos) te hablo desde sus pulseras hasta de sus amigas de primer grado, los juegos que jugaban y de la música que le gustaba bailar. Señalo tus decenarios, maravillada por los vivos colores y deslizaste uno color lila a través de tu muñeca, para regalárselo. Y su sonrisa al recibirlo fue más de lo que podías pedir a cambio.

Tomaste el morral color suela de la silla metálica de la cocina, un poco desordenada pero con un aire clásico y con historia. Nada que ver a la tuya, que estaba prácticamente intacta y estaba… solo por estar y por las convenciones culturales. Tu arte era el delivery.

Luciana se deslizo por las baldosas de la cocina y revoleó el repasador sobre la mesa, quedando frente a frente con vos. Su colita desprolija caía irregularmente sobre su hombro derecho, y sus ojos miel te observaban con curiosidad. Sentiste como si te inspeccionaran con rayos x y deseaste hacerte invisible, al menos para ella.

- ¡Mira lo que me regaló Pau má! - exclamó Delfi, reclamando atención y agradeciste que haya elegido ese preciso momento. Carcajeaste por la determinación con la que le enseño su muñeca a su mamá y la sonrisa orgullosa con la que acompañaba sus palabras.

- ¡Qué linda Delfi! ¿Le agradeciste a Pau? - inquirió la hermana de Pedro, al tiempo que enarcaste una ceja.

- ¡Obvio! - y su dulzura acunó tus oídos.

- ¿Por qué no se la mostrás al tío? - acotó tu ¿cuñada? y la nena asintió, antes de desaparecer por el umbral. Implícitamente era un pedido para que las dejaran solas y no tardaste en notar la postura relajada que tomó tu acompañante. Exhalaste con delicadeza - ¿Ya se van?

- Sí, es largo el viaje hasta casa - explicaste y ella asintió amablemente - y con el tráfico que va a haber...

- Entiendo - te interrumpió, esbozando una sonrisa y vos juntaste los labios sin saber que más agregar -Bueno Pau un gusto que hayan venido... Estás invitada cuando quieras - y el brillo de sus ojos confirmo que habías pasado esa prueba de fuego familiar sin quemarte.

Tres hurras para Pau.

- El gusto es mío - añadiste, mientras cruzabas el morral, lo colocabas en tu hombro derecho y dejabas que tu pelo caiga sobre el izquierdo.

- ¿Te puedo decir una cosa? - preguntó algo tímida y abandonaste la búsqueda del blackberry, perdido en algún lugar de la cartera. Levantaste la mirada, para darle el pie a que continuara y ella separó los labios - No quiero ser desubicada ni incomodarte... Pero no sé que más hacer. Supongo que sabrás que papá y Pedro tienen asuntos no resueltos... del pasado y que no van más - y creías adivinar cuál era el punto al que quería llegar - Pepe es muy cabeza dura y a mi no me escucha. Pero vos, que estás fuera del conflicto quizás podés persuadirlo un poco para que se junte con él...

Como si fuera tan fácil. Querías mantenerte lo más fuera posible de esa disputa familiar... Pero para vos también era hora de que ambos se sienten y hablen lo que tenían que hablar. Pedro se lo merecía.

- Yo... - y su mirada expectante hasta te molesto - la verdad no me quiero meter. Pero ese "odio" que tiene Pedro no le hace bien y estoy a favor de que haya un dialogo. Voy a tratar de hacerle ver eso...

- Gracias por intentarlo - y entendiste su afán por recuperar los vínculos familiares, pero no te gustaba mucho su manera precipitada - Le hacés muy bien a mi hermano y nada es más importante que eso.

No supiste si lo decía para terminar de convencerte de su idea o porque de verdad te agradecía. De todas maneras, no pudiste evitar la sonrisa de tonta que se dibujo en tus labios.

- ¿Que están secreteando ustedes? - inquirió Pedro y no supiste si su repentina aparición te causo un sobresalto o un escalofrío.

- La estoy felicitando por el bombón que se esta llevando - automáticamente te posicionaste a su lado, mientras te acomodabas el morral. Luciana, impasible- Mentira, nos estamos saludando.

- El afortunado acá soy yo eh - aseguró luego de mirarte y besaste su mejilla -¿ Vamos mi amor? - te sonrió mientras te empujaba levemente para salir de la cocina.

Y luego de saludar y abandonar el departamento, entraste al auto con la sensación de que estabas cargando un peso encima que no te correspondía cargar.

(Fin flashback).


Entreabriste los ojos, en medio de un bostezo. Maldita lluvia, maldito Toblerone que acabó de terminarse y maldito Pedro y su orgullo. Y el tuyo.









¿A que no me esperaban? La verdad yo tampoco, porque no pensaba subir hasta después del 12 de Julio, pero las ganas pudieron más (y as no ganas de estudiar). Asi que ya que subí el capítulo, prendan una vela a Moyano para que no rinda el miércoles (:


GRACIAS POR EL AGUANTEEEEEE! Y por el interés por Asignatura Pendiente, ya pronto la andaré subiendo....

Se lo dedico a mi #cableatierra y amiga @truelovepp que me banca en toda esta locura como nadie. Lalux sos mil :)

Y a Tinix (@AlwaysPedraula) por ser tan tan genia y porque le debía el regalito!

No sé si cumple sus expectativas, pero quería subirlo. Espero que guste a todas, GRACIAS de nuevo.


Pd: No se si se enteraron, pero hay infradotadas hackeando blogs. Si, es la nueva.... Colaboremos avisando y promoviendo la info.  #HackeameEsta

viernes, 1 de junio de 2012

¡AVISO!


Hola genteeee! Perdón por esta desaparición mía, de Deja Vu y del mundo de la escritura... no fue por hacerme la boluda ni mucho menos. La verdad es que soy re contra colgada y la facultad me reduce el cerebro.

Respecto a Deja Vu, como verán me di un break no anunciado, porque no tengo tiempo de mantener la continuidad de la novela y eso no es justo ni para ustedes ni para la historia... ni para mi. Tengo muchas ideas, pero poco tiempo para escribirlas y Deja vu merece mucho más.

Les cuento que tengo una sorpresa (?? que vengo anunciando pero nadie me da pelota, así que lo comento por aca. Estoy terminando un minific que venía escribiendo, se llama ASIGNATURA PENDIENTE ( http://asignaturapendientepyp.blogspot.com.ar) y lo estoy amando mal, posta. Me falta muy poco para finalizarlo y estoy ansiosa por compartirlo con ustedes.

NO VOY A DEJAR DEJA VU, quiero que esto quede claro... consideren que termino la primer temporada.

Las mantengo informadas, gracias por el aguante! Hasta prontito. 

Que les lluevan besos de Pedro!

lunes, 2 de abril de 2012

Capítulo 54.

Una de cal y una de arena. Así decía el dicho, transmitido de boca en boca por años. Si profundizamos un poco más, de eso se trata la vida; de un equilibrio. De una vivencia donde la constante balanza entre las alternancias de la vida es justamente, vital; las buenas y malas, las justas e injustas, las satisfacciones y las penurias. Y podríamos seguir la lista casi de manera infinita, porque en el universo todo tiene su ying y yang. Como el norte y el sur… como los polos de atracción.

Como el magnetismo.

Estrujaste tus manos, apenas sudadas por los nervios, mientras en la silla de al lado una señora de mediana edad no paraba de hablar desde que ocupaste tu asiento. Carraspeaste, aunque sabías que tus intentos eran inútiles; ni la electrónica melodía típica de desfile (y no habías asistido en tu vida a uno, pero así suponías que eran musicalizados) a niveles moderadamente elevados podían apaciguar la apabullante voz de la señora. La muchacha que la acompañaba, quien supusiste era su hija, asentía con entusiasmo. Esbozaste una mueca, intentando concentrarte en la pasarela que se extendía a lo largo del pasillo y tratando de que el cotorreo de Marcela (así oíste que la llamaban) se transforme en un ínfimo sonido.

Y no podías estar más ansioso de que Paula salga de una vez, para verla y sentir esa seguridad que sentías cuando estaban juntos. Porque está bien, laburabas en una productora de televisión y hasta a veces salías al aire... Pero todo sucedía en ese pequeño universo llamado Ideas y que ahora la gente cuchichee a tus espaldas por ser el novio de Paula Chaves te incomodaba un poco.

Hacía más de quince minutos que solo te comunicabas gestualmente con la gente que se presentaba (y solo si era necesario, porque la mayoría de las veces fue para pedirte permiso) y sin embargo, no te molestaba el silencio. Tu silencio.

Te permitía ser más observador y más precavido. Te permitía percibir cosas que las otras personas, atolondradas en sus palabras, no podían ver/escuchar.

Anti social, no. Solo tímido. Y pensativo.

El exagerado retumbe con el que ese tema remixado de Pitbull con Jennifer Lopez (y lo conocías por Zaira y su obstinación por poner el tema en el auto, en el departamento y de ringtone) marcaba el ritmo te hizo acordar al sonido detestable con el que chirriaba tu contestador. El clásico "después del tono" en vez de ser un tono claro y conciso parecía como un "fosforito" explotando a menos de 3 metros de distancia. Y te acordaste del mensaje que encontraste esa mañana, de tu hermano. Entre varias pausas, pero siempre manteniendo una entonación seria, te pedía que consideres visitar a tu papá para hablar.

Y ahí se te cayeron 2 baldes de arena encima.

Si consideramos la arena como "lo malo", hace dos años que nadabas en ella. Antes digamos, te habías considerado una persona en equilibrio. Las variables normales, la cantidad de alegría y tristeza en medidas casi equitativas. Pero desde que Paula se fue de Nueva York (porque su visita había sido pura cal) todo había sido arena. La muerte de tu mamá, la "traición" de tu familia, tu aislamiento auto impuesto con consecuencias como el abandono de la facultad. Como el abandono de tu "identidad". Y abandonarte a vos mismo directamente era nadar en arena movediza.

No querías hablar con tu papá ¿Por qué no podían respetar tus tiempos?

Te encandilaste con los focos que brillaban fuertemente para no pensar y observaste como hacían que el blanco se viera aún más claro. Pestañeaste, porque la blancura te hacía doler la vista y sonreíste cordialmente con un saludo a Paul García Navarro que pasó en frente tuyo, buscando su asiento asignado. Tercer contacto social del evento (los acomodadores no contaban).

Y de repente, las luces se apagaron y supiste que el desfile estaba por comenzar. Retuviste la respiración por unos segundos, mientras la música iba aumentando su volumen y te transportaba al clima deseado. Y cuando volvieron a prenderse, ahí la viste. Imponente y arrasadora.

Tu novia (y eras el más feliz porque al fin podías llamarla de esa manera) caminaba con una naturalidad y sensualidad inhumana. Como si supiera exactamente cómo y qué hacer para atraer las miradas. Te dio un poco de celos darte cuenta que no eras el único obnubilado por su presencia, pero intentaste concentrarte en su elegancia con la que dominaba la pasarela. Apretaste los labios, porque sabías que tu asombro probablemente ocasionaría que los separes y parezcas un baboso. Despampanante, real y tuya.

Y cuando te guiño un ojo desde ahí arriba, la sonrisa que esbozaste fue indescriptible. Fueron 20 de cal.



(Flashback)

Las palabras brotaban de su boca como si esa fuera la última bocanada de aire que le quedaba para emplearlas. No sabías si era por la emoción, las ansias del desfile, su contento por verte a vos y a Pau tan felices o simplemente porque había tenido un buen día. Las risas acompañaban sus dichos y Paula en el asiento del acompañante no paraba de carcajear, completamente tentada, con esa risa tan contagiosa característica de ella.

Vos, tratabas de mantener el semblante mientras manejabas, pero era imposible concentrarte ante tal diversión. Observaste de reojo por el espejo retrovisor cómo tu mejor amiga acomodaba unos mechones que se habían salido de su lugar mientras se recomponía del ataque de risa sufrido segundos atrás, y automáticamente esbozaste una sonrisa de costado.

- Pau, qué lindo que lo hayas invitado a Pepe a verte - dijo alegremente y casi olvidándose de que estabas al volante y Paula acarició tu mano derecha, que encerraba la palanca de cambios - No pensé que lo ibas a invitar justo hoy igual.

- ¿Por qué? – preguntaste con sinceridad y las únicas dos mujeres del vehículo se miraron cómplicemente. No tenías la menor idea de que este desfile tenía algo de especial… y no recordabas que Paula lo hubiera mencionado.

- Y porque Luz de Mar es una marca de trajes de baño - explicó con una mirada expectante, como a la espera para analizar cada uno de los movimientos de tus facciones.

- Mallas - corregiste con un dejo divertido y tu novia se mordió el labio. Oíste la risa aguda de Zaira desde el asiento trasero y volviste tu mirada al tránsito de ese Jueves, que no estaba exageradamente transitado pero que requería tu atención.

- ¡Trajes de baño se dice! - exclamó y revoleaste los ojos solo para molestarla. Soltaste una risa -No te rías - y te pedía a vos que ceses tus risas, pero ella ocultaba ambos labios para no esbozar una y hacía fuerza (demasiada) para no tentarse.

- Traje de baño se decía en los setenta, como enterizo - argumentaste y Paula se mordió el labio inferior mostrando su desacuerdo, pero también achinando los ojos como cuando estaba a punto de reírse. Zaira, fiel espectadora, no se perdía una palabra de la conversación.

- Igual Pau, no importa - agregó de la nada, y un idiota cruzó en rojo cuando les correspondía a ustedes avanzar. Internamente te felicitaste por conducir tan despacio (para vos Pau) y soltaste el freno para alcanzar la velocidad deseada - Cuando se dan vuelta en la pasarela aparece eso que tenemos todas. Algo que se llama ce-lu-li-tis - y las dos lo repitieron al unísono y esbozando muecas graciosas, lo que te hizo pensar si era un guiño entre ellas o lo habían pactado de antes. La miraste a la rubia frunciendo el ceño y lanzó una carcajada tan fuerte que la obligó a recostarse sobre el respaldo. Y apareció la fachera sonrisa de costado.

- Pero para, las de quince no tienen…- reflexionó Pau mientras giraba la cabeza hacia atrás para hacer contacto visual con su mejor amiga (y tu mejor amiga).

- Hay que matarlas antes de que salgan - propuso la morocha y se sonrieron entre ellas. Paula se volvió hacia adelante y acomodó el cinto de seguridad sobre su torso.

Respiraste, aún sin entender por qué estaban teniendo esa conversación con vos presente.

- Si, la verdad muy masoquista lo mío - admitió Paula como si fuera una obviedad - pero sabes que Zai, yo no soy insegura de mi misma y una de quince no le puede dar lo que tiene una de 27. Si va a buscar otra cosa, es porque no valora lo que tiene en casa - finalizó orgullosa y volviste a fruncir el entrecejo.

- Pero yo no dije nada - te defendiste mientras frenabas atrás del Honda Civic negro y Paula sonrió - Gracias eh - dijiste mientras mirabas a Zaira por el espejo y tu amiga estalló en risas.

- De nada - contestó Zaira con una sonrisa - Y por tener esta mujer al lado, tenés que agradecerle a dios cada vez que te levantás.

- Lo hago todos los días, no cuesta nada - y Paula te abrazó y beso tu mejilla, luego de morderse el labio (y esto último lo supusiste, porque no llegaste a verla). Y la miraste con todo el amor que te era posible transmitir y suavemente depositaste un beso sobre sus labios y no te importo ni que el semáforo estuviera por cortar, ni los suspiros de Zaira desde el asiento de atrás ni las inseguridades de Pau. Porque ella era la mujer.

Y la bocina de unos cuántos autos (y alguna puteada y gestos desagradables que viste por el espejo a tu izquierda) te obligaron a separarte y a retomar el volante. Refunfuñaste, exteriorizando tu molestia, pero calmaste tus soplidos ni bien Paula comenzó a acariciar tu nuca con la yema de sus dedos. Y sonreíste y no era ridículo pensar, cómo tan solo una caricia era capaz de cambiar tu estado de ánimo.

(Fin flashback)




Tamborileabas tu pie incesantemente contra el suelo, ansioso porque Paula abandonara el backstage y acudiera a tu lado, en ese pasillo donde la gente iba demasiado de prisa y demasiado atolondrada.

De pronto, un hombre de dudosa orientación sexual (y cuando habló no te quedaron dudas de que era gay) preguntó si eras "Pedro Alfonso". Acto seguido, luego de asentir y rascarte la sien unos segundos, te llevo hasta una puerta, tras la cual suponías que encontrarías a Paula.

- ¡Hola Mauri! - dijo la rubia una vez que se adentraron en ese espacio reducido y se levantó de la silla sobre la cual estaba sentada. En ropa interior. Inhalá, exhalá - ¡Hola mi amor!

- ¿Qué hacés así gorda? ¡Tapate! - exclamaste sin poder contenerte y Paula luego de fruncir el ceño, soltó una carcajada. Endureciste tus facciones, para demostrarle que hablabas en serio y ella se mordió el labio inferior, aún sin taparse. Resoplaste.

- Ay Pedro, acá en las babalinas es así - dijo acercándose un poco mientras se colocaba el jean azul oscuro. Mauri miraba la situación divertido, al tiempo que fingía estar acomodando los cambios en el perchero. Carcajeaste.

- ¿Babalinas? Otra palabra nueva - bromeaste y ella flexionó los brazos para ponerse la blusa y una vez que volvieron a encontrarse sus miradas, te miró con desaprobación.

- Bueno, como se diga - y te apoyaste contra una de las paredes del cubículo - Yo estoy acostumbrada a cambiarme en frente de todo el mundo.

Sencillamente genial.

- Me quedo más tranquilo - soltaste en un tono monocorde y el bolsillo de tu campera negra no era lo demasiado profundo para enterrar tu mano en él. Paula ya con sus botas negras calzadas, se enervó nuevamente y tomó el pañuelo estampado, mayoritariamente en colores tierra.

- El artista no tiene pudor - anunció con la prenda en la mano y la risa que se escapó de tu boca te obligó a mirar hacia abajo.

- Pero vos sos modelo mi amor - contra argumentaste y la rubia te fulminó con la mirada. Acomodó el pañuelo en su cuello y caminó dos pasos en tu dirección.

- Soy cuasi vedette - y ambos rieron (Mauri incluido). La tomaste de la mano y tiroteaste para acercarla hacia vos y al fin terminar con esos metros que los separaban y que deseabas eliminar desde que comenzó el desfile.

- Gorda, la verdad, flotaste en la pasarela - modulaste claramente mientras clavabas tus ojos marrones en sus verdes y los fotógrafos, la gente y las modelos que estaban afuera desaparecían. Incluso Mauricio había abandonado esa especie de camarín, perfectamente a tiempo. Le sonreíste.

- Gracias mi amor - respondió al tiempo que el brillo de sus ojos te obnubilaba y te volvía más tonto de costumbre y te beso, para dejarte sin aliento una vez más.

- Sabés, haces muchas caras que no conocía desfilando - y Paula te miró extrañada - La última cuando te das vuelta en el final. Miedo - sintetizaste, utilizando sus propias palabras. Ella soltó una carcajada.

- Es que cuando das vuelta tenés que dejar como una impresión - explicó y asentiste ante sus palabras.

- Te posesionaste - y ella entre risas se acercó luego de posicionar sus brazos sobre tus hombros.

- Te amo - murmuró antes de presionar delicadamente sus labios contra los tuyos. Un "yo también" se perdió entre besos, pero supiste que lo había escuchado. Y un par de suspiros también.

Y la manera de entremezclarse era mágica, porque Paula era tu opuesto y al mismo tiempo, contrariamente, tu medida perfecta.

Una vez, en una clase de historia del secundario (no recordabas el tema del cual estabas hablando, porque estabas muy ocupado haciendo cualquier cosa menos escucharla) la profesora nombró al liberalismo y al conservadurismo como extremos. Acto seguido, había agregado: "pero los extremos en algún punto son iguales". Y eso sentías a veces, que entre Pau y vos siempre de tan distintos, terminaban siendo exactamente iguales. Perfectos el uno para el otro.

Tu experiencia de vida (corta o no tan corta) te permitió darte cuenta de algunos saberes fundamentales para justamente, transitarla. Como que la vida es incierta, que es injusta, que es demasiado desafortunada (no siempre) y que te da golpes que muchas veces no mereces. Pero la verdad era, que cuando algo bueno pasaba, no equivalía a una cosa mala. Porque una de cal, eran tres de arena.

Las cosas lindas, buenas y que nos hacían felices siempre sumaban más y nos hacían hasta olvidar cuando algo malo sucedía (momentánea o permanentemente).

Y que Paula sonriera, era la receta justa para hacerte sonreír. Eran 40 de cal.

Y entonces si estaban juntos, nada podía ser arena.

martes, 27 de marzo de 2012

Capítulo 53.

Una vez un ex novio tuyo que no tiene relevancia para ser nombrado por nombre y apellido, pero si por esta reflexión, te dijo que cada etapa de la vida podía ser musicalizada; que la misma era una continuidad de melodías. Que era un universo musical cuyo ritmo lo íbamos marcando nosotros, con acontecimientos que implicaban cambios de intensidad y variaciones instrumentales. Para cada sonrisa una canción. Para cada lágrima, también.

La música dentro del auto estaba moderadamente alta y Zaira tamborileaba sus dedos sobre el volante, marcando los compases con suma emoción del tema que sonaba en el estéreo. Gustavo Lima repetía y repetía (y repetía) el "Tcherere tchê tchê, 
Tcherere tchê tchê,
 Tcherere tchê tchê,
 Tchê, Tchê, Tchê, 
Gusttavo Lima e você" y no podías sentirte más fuera de tiempo. Ojo, el tema te lo sabías de memoria (bah, te lo sabías, ibas inventando la mitad de la letra) y lo estabas tarareando a medida que iba avanzando, pero definitivamente no era una canción para esta etapa.

Tu amiga giro a la izquierda y ya se cumplían 20 minutos de viaje. Les había tocado protagonizar una campaña deportiva juntas, en Pilar, que les había tomado la mañana y principios de la tarde. Hacía mucho no te divertías tanto trabajando. Demasiado.

Tu cabeza acompañaba la percusión del tema, que retumbaba con cada "pum" como si anoche te hubieras pasado con el tequila y hubieras pasado la noche de joda. En realidad, Pedro se había ido entrada la madrugada, pero estabas tan pasada de revoluciones que cuando tu mente y cuerpo se pusieron de acuerdo para descansar, el despertador para levantarse e ir a la producción sonó. Y se te arruinó esa potencial "siesta" reparadora.

Y al pensar en Pedro y en la noche anterior, y la anterior (y la que le seguía a esa) las comisuras inevitablemente se alejaban para dejar relucir esa sonrisa imborrable.

Zaira te guiño un ojo a través del espejo retrovisor y sentiste como tus mejillas se acaloraban. Y no hacía falta que dijeras nada porque había cosas que hablaban por si solas. Y tus ojos hablaban.

- ¿Ferrero Rocher? – volvió a preguntar la morocha luego de profundizar el relato de la tarde anterior, que se vio interrumpido entre foto y foto. Asentiste y Zaira se mordió el labio - ¿Y por qué yo no comí ninguno?

- Porque me los regalaron a mí - simplificaste con una sonrisa y tu mejor amiga revoleó los ojos tras susurrar un claro "egoísta", que te obligó a carcajear. Y que te nombren a los Ferrero Rocher era una mordida de labio asegurada - Ay cachorra…
Y suspiraste, sonora y románticamente, y la tímida que eras pocas veces hizo que cubras tus ojos con las palmas de tus manos. Sentiste la mirada inquisitiva de Zaira encima tuyo.

- ¡Me muero ese suspiro! – exclamó con una sonrisa y tu rostro ya debía estar por el tono escarlata.

- Me mata, te juro - y Zaira frenó en el semáforo - Pedro es tan creativo para estas cosas que hasta me siento mal - dijiste graciosa y tu amiga sonrió.

- Pero Pepe porque es productor y está todo el tiempo generando ideas - te explico y asentiste. Pedro era muy creativo - Ojala Pico hiciera la mitad de lo que hace Peter - añadió y dejo entrever una queja. Frunciste el ceño y la morocha miró otra vez al frente.

- Esa cara… - murmuraste - ¿qué pasó?

- Nada, justamente - contestó con una risa irónica, pero calma - Gracias que la semana pasada me llevo al telo.

- ¡Zaira! - exclamaste y ambas carcajearon a la par, mientras te reclinabas hacia atrás de la risa.

- ¿Qué? Al menos alguien respeta nuestra casa – y de repente cesaron las risas. La miraste extrañada ante su repentina seriedad y comenzaste a sentirte culpable y a pensar si deberías pedirle perdón a Zaira por "echarla" un rato de la casa. Su casa. Y antes de que tu cabeza comenzara a barajar mil opciones, te encontraste con Zaira estallada en risas. La miraste atónita

- Te estoy jodiendo Pau.

- Mala, con eso no se jode… - te quejaste y un suspiro de alivio se coló entre tus labios. Acomodaste tu pelo hacia la derecha y acomodaste tu cinturón de seguridad - Pero para, ¿están mal en serio?

- No, no sé… - explicó mientras embragaba y ponía primera - Estoy harta de las relaciones a larga distancia. Me canse… quiero una relación normal.

- No es fácil, pero capaz pueden encontrar la manera de resolverlo - sugeriste, no muy convencida de lo que estabas diciendo. Estabas segura (margen de error uno porciento) que no servías para las relaciones a distancia, sin importar con quién.

- Es que son puros desencuentros... Cuando él vuelve yo tengo algo en el interior y así - agregó e hiciste una mueca - Que se yo. Veremos.

Sin saber que decir, pero intentando aconsejarla de la mejor manera, balbuceaste sin respirar frases poco útiles pero con palabras alentadoras y que promocionaban la meditación del tema, al menos un poco más. Zaira cambió rápidamente el rumbo de la conversación y suspiraste; claramente no tenía ganas de pensar en ese momento.

De pronto, los nombres de las calles comenzaron a sonarte familiares y según lo poco que recordabas no estabas muy lejos del trabajo de tu novio.

- ¿Estamos cerca de Ideas no? - preguntaste mientras escondías un mechón rubio tras tu oreja, en un tono desinteresado pero que camuflaba unas repentinas ganas de bajarte de ser así.

- Si, a dos cuadras... - asintió tu amiga y esbozó una sonrisa- ¿Quéres ir a verlo a Pepe? - inquirió aún sonriendo y abriste los ojos.
Sí.

- Nooo... - y la morocha enarcó una ceja - bueno sí, quería. Pero prefiero ir a casa y quedarnos mateando un rato - argumentaste, y eras sincera. Querías estar para tu amiga por todas esas veces que estuvo ahí para vos. Zaira negó con la cabeza.

- Dale boluda baja. Estoy bien, en serio - y odiaste que te conociera tanto como para saber exactamente que pensabas.

- Pero

- Pero nada, estuviste todo el día conmigo - te interrumpió y refunfuñaste - A la noche me cocinas vos.

Y vos no salías de la tarta de jamón y queso, tu más elaborada receta culinaria.

- O podemos pedir delivery - sugeriste y ambas rieron - De postre hay Ferrero Rocher - y le guiñaste un ojo antes de bajarte del auto y dirigirte a Ideas del Sur. A sorprender.

(Flashback)

Las horas no se te habían pasado volando; directamente ni habían existido y después de tanto no pensar y sólo dejarte llevar, lo primero que se formuló en tu mente fue cómo las cosas habían cambiado tan solo en cuatro días. Cómo la nube personal que te había llovido encima durante casi un mes se había esfumado, dándole lugar al sol. A tu sol.

Peinaste tu pelo mojado con tus dedos y tomaste la toalla y la remera que habías ido a buscar especialmente para ustedes (porque a esa hora de la noche, ya no hacía calor) y te paraste al llegar al balcón donde estaban ambos sentados, contemplando la ciudad, las luces, el movimiento. La gente.

Y ahí estaba Pedro, sentado, sin prenda que cubra su torso (que ciertamente, estaba secándose en el tender), con un pantalón de tu hermano que ni sabías que tenía y fumando lentamente un cigarrillo (el único que le habías permitido fumar). Imagen perjudicial para la salud.

- ¿Que hacés mi amor? - preguntó con una sonrisa cuando lo abrazaste por atrás y apoyo sus manos sobre las tuyas, que lo envolvían junto a la toalla.

- Te vine a arropar – explicaste mientras depositabas un dulce beso en su cuello. Lo sentiste sonreír – Y te traje esta remera…

- Prefiero tu abrazo – y dibujaste un beso en su mejilla. Le entregaste la prenda y te sentaste su lado mientras no dejaban de mirarse. Pedro la tomó y luego de mirarla por unos segundos, volvió a centrarse en tus ojos - ¿Esta remera no es mía? ¿Me la olvide cuando me quede acá a cuidarte? – inquirió curioso. Bajaste la mirada, con una media sonrisa.

- No, es de alguna vez que te quedaste a dormir acá… - comentaste mientras Pedro enarcaba una ceja. Pestañeaste - Hace un tiempo… bastante.

- Ah no pensabas devolvérmela – acusó con un tono gracioso y lo miraste escéptica.

- No la verdad que no, la uso como pijama – respondiste sonriente y Pedro inclinó su cabeza hacia el costado izquierdo para poder observarte completamente. Se rascó la sien y vos te acercaste – Es para no extrañarte tanto – y te abrazó con ternura y aprovechaste para hundirte en su pecho y resguardarte de la brisa que erizaba tu piel. Un “sos tan linda” estremeció desde tus extremidades hasta tu sien y te parecía ridículo que sólo pudiera hacerte tan feliz con esas tres palabras.

Sentiste como tu respiración se acompasaba con sus latidos y ya no era novedad la perfecta sincronización que había entre ustedes dos. Dejaste perder tu mirada en los edificios de enfrente, sin prestar atención a nada en particular mientras Pedro recorría con las yemas de sus dedos tu hombro descubierto.

- Sabés… sos como un osito – soltaste y Pedro se separó para mirarte extrañado. Reíste silenciosamente.

- ¿Me estás diciendo gordo? – preguntó enarcando una ceja y te olvidaste del silencio y la sutileza para romper en risas. Peter mantuvo su seriedad.

- ¡Ay, que acomplejado Pedro! – bromeaste entre carcajadas y él te miró conteniendo la risa. No podías parar y sabías que ya no le iba a parecer gracioso – No nada que ver… es que estaba pensado que podríamos depilar un poco acá – y señalaste su pecho con tu índice. Pedro te miro graciosamente y volviste tentarte sin poder evitar las graves carcajadas que emanaba tu garganta, mientras te inclinabas hacia atrás. Acto seguido Peter se inclinó junto a vos, al tiempo que se adueñaba de tu cintura y te hacía cosquillas. Tramposo.

- ¿Qué me decías? – te preguntó desafiante, mientras ambos yacían sobre el piso. Levantaste una ceja y dejaste que el brillo de tus orbes verdes acompañara tu mirada.

- Tonto – musitaste y el sonrió triunfante, y depositaste un dulce beso en su nariz mientras él rodeaba tu cuerpo con sus brazos. Suspiraste, sin despegar tu mirada de la suya y no sentiste más que amor. Como siempre.

- Pau… el osito tiene que decirte algo – y volviste a clavar tus ojos sobre los suyos marrones, expectante. Pedro murmuró un “Eeeeemmmmm” que duro más segundos de lo normal y comenzaste a ponerte impaciente.

- ¿Qué pasa Pedro? Me das miedo tan callado – dijiste mientras descansabas tu torso sobre tu codo derecho. Peter se limitó a observarte mientras esperabas una respuesta que parecía tomarse su tiempo para ser emitida. Suspiraste.

- Me vas a matar – y pusiste tu mejor cara de circunstancia – Pensé que las maderitas eran sahumerios… y los queme – y tu mente se tomo unos segundos antes de hacer un clic y relacionar las “maderitas” con los palitos difusores de aroma, esos que se ponían adentro del aceite. Y la mueca que esbozó Pedro, entre culposo y avergonzado fue demasiado para tu poca tolerancia al ridículo ese día y rompiste en risas, una vez más.

- No importa mi amor – aseguraste mientras acariciabas su barba lentamente y el castaño cerraba sus ojos. Acortaste la distancia necesaria mientras acomodabas tu cuerpo a la par de él y sonreíste – Te amo.

Y las horas, no las marcaba ni el reloj.

(Fin flashback)



Y era sabido que las largas esperas, no eran lo tuyo. En realidad, largas esperas por lo que percibías subjetivamente, porque seguro lo que te parecía media hora habían sido quince minutos. Exagerada, impaciente y podíamos seguir contando.

Pero tu impaciencia conocía poco de objetividad y el personal de seguridad de la productora no colaboraba; te miraba curioso, una y otra vez, pero sin moverse de la puerta. Probablemente se debatía entre preguntarte qué hacías ahí o si necesitabas entrar o pensaba quién sabe qué ¿No podía imaginar que estabas esperando a alguien? ¿Qué tan raro podía ser?

Sonreíste de compromiso desde ese lugar estratégico frente a la entrada y revoleaste los ojos con irritación una vez que el guardia miró hacia otro lado (al fin). Revisaste la hora en tu celular por quinta vez en ese lapso de 20 minutos (aunque para vos ya fueran como 40) y suspiraste; Pedro debía estar por salir en cualquier momento.

El sol te iluminaba de lleno, pero no con la intensidad que lo hacía en febrero. Tu pelo oscilaba entre dorado y ceniza y tus uñas color coral estaban perfectamente esculpidas. Las entremezclaste con tu propio pelo, para peinarte y te mordiste el labio (porque la idea de seguir esperando era un tanto exasperante). Y de pronto lo viste; cercano a la entrada, despeinando su cabello y hablando con un amigo del trabajo que no conocías. Sonreíste automáticamente y la expresión con la que sorprendido, te miró, te obligo volver a la mordida de labio.

Y la ternura absolutamente sincera con la que te regalo una sonrisa (solo para vos y nadie más que vos, lo cual te hizo sentir la más afortunada de la Argentina, América y el mundo) terminó de derretirte. No había necesidad. No.

- ¡Hola Osito! - exclamaste riendo, cuando ya estaba lo suficientemente cerca, rememorando frases de la noche anterior. Él desvió negando su cabeza hacia un lado, mientras sonreía. Acomodaste tus brazos sobre su nuca y él se volvió hacia vos, posando sus manos en tu cintura.

- Hola chuequita - e hizo énfasis en la última palabra y le clavaste una mirada asesina. Y no te dio tiempo a exteriorizar tu queja, que impactó sobre tus labios. Y lo besaste, entre sonrisas, porque por ese beso valía esperar 20, 40 o 60 minutos.

- Otra vez con lo mismo Pedro – y entre carcajadas te abrazó, hundiéndote en su cuello y te olvidaste de seguir con el papel de ofendida. Acariciaste su espalda y sentiste su cálido aliento en el tuyo.

- ¡Qué linda sorpresa! – susurró en tu oído y lo abrazaste más fuerte. La mejor.

- Lindo vos – contestaste una vez separados y él acarició suavemente tu mejilla. Pestañeaste al sentir el contacto – Te vine a buscar.

- Me encantó tu idea… ya te estaba extrañando – y recorrió con su índice tu nariz. Te sonreíste – Antes que me olvide – murmuró y lo miraste curiosa. “¿Qué?” modulaste totalmente interesada y Pedro revolvió el bolsillo de atrás de su jean antes de sacar un papel, algo arrugado – Te lo manda Delfi – y te entregó el mismo, con una sonrisa de costado.

- ¿Para mí? - preguntaste pensativa y él asintió en silencio. Abriste uno a uno los dobleces y te encontraste con un dibujo hecho por la sobrina de Pedro, donde estaban pintados él, ella y vos (cada uno con su nombre aclarado). Y te quedaste sin habla - ¿Me conoce? – inquiriste sorprendida y Peter carcajeó. Sabías que estaba reconstruyendo el vínculo con su hermana, la mamá de Delfina, pero no sabías que estaban en tan buenos términos.

- Sí, a ella y a Fran siempre les hablo de vos – explicó y abriste ampliamente los ojos. Se sonrió – Este mes que pasó los fui a buscar a la colonia y los cuide un par de veces… - y mentalmente agradeciste la aclaración – Quiero que los conozcas.

Y sabías lo que significaba para Pedro reencontrarse con su familia (o al menos con una parte) y lo que eran sus sobrinos para él. Y que quisiera compartirlo con vos te hacía extremadamente feliz. Y era todo.

- Cuando quieras – respondiste mientras mordías levemente tu labio inferior con ternura y él te sonrió. Depositaste un beso en su mejilla y sentiste como Peter entrelazaba sus manos con las tuyas – Menos mañana – soltaste y frunció el ceño.

- ¿Por qué, qué pasa mañana? – preguntó curioso. Te limitaste a sonreír.

- Mañana tengo un desfile… y quería invitarte a que vengas – contestaste y Pedro te escuchaba atentamente. Alejo sus comisuras, y transformó la línea de su boca en una sonrisa.

- Ahí voy a estar entonces – anunció manteniendo la sonrisa mientras tiraba de tu mano para que vayan caminando hacia dónde se encontraba su Peugeot 307 negro. Y podían decirte tonta porque invitar a tu novio a un lugar lleno de mujeres hermosa y más jóvenes que vos (y eras realista, ya habías pasado la barrera de los 25) pero no te importaba. Querías que te vea ahí arriba posicionando o posesionándote en la pasarela.

Y describir con una palabra lo que sentías en ese momento era imposible, porque no existía una que englobara todos tus sentimientos. Y por eso mismo no podías asignar una canción a esta nueva etapa de tu vida (con una Paula más Zen, más tolerante y más positiva); pero un silencio tampoco. Y no sabías si Pedro era la canción que tanto estabas buscando… pero definitivamente estaban escribiendo una juntos. La suya.




Es larguito... que dure (?)

Y se siguen sumando los regalillos @PiyuelasdePyP jajaja, feliz cumple sistocilla, amote! Gracias por todo, lo demás, you know it.

jueves, 22 de marzo de 2012

Capítulo 52.

El ventilador no podía estar más al máximo y sin embargo no giraba lo suficientemente rápido como para calmar el calor extenuante que hacía en el departamento. Extasiado y nervioso carraspeaste ante tu propia obra de arte, que te miraba inconclusa desde el piso, y te sentiste como en esas clases de plástica y manualidades del colegio en las cuales eras malo, malísimo. Desastroso.

El bichito de la auto-exigencia, comenzaba a carcomer tu interior y a analizar con ojos exigentes lo que se suponía que debía valer justamente por el esfuerzo, el amor y el mensaje que el mismo trasmitía. Inconscientemente buscabas que tu trabajo fuera en sus irregularidades, perfecto.

¿Pero acaso la perfección existía?

Sabías que no; pero era imposible no tener la ilusión de encontrarla (sí, el ser humano es cabeza dura y vos, en especial). La auto exigencia, innata en vos, llevaba a que tus intenciones y pequeños logros pasaran casi desapercibidos al lado de algún detalle incorrecto. Te remitía a una búsqueda de exactitud ilusa, porque a decir verdad, lo exacto (contradictoriamente) es inexacto. Porque lo perfecto es ambiguo… es relativo, es subjetivo.

Rascaste tu sien mientras intentabas acomodar los caramelos y chocolates (de diferente forma y contextura) tras reiterados intentos por tratar que lo que dibujabas no fuera completamente ilegible. Entonces ahí yacían los Ferrero Rocher y Palitos de la Selva (entre otros) formando un “Te amo Pau”, que parecía cualquier cosa menos esa frase, en el piso de madera de aquel departamento que no era tuyo, que no tenía aire acondicionado y que estaba más ordenado que tu propia casa en sus mejores días.

Bien, Pedro.

En tu boca resonaron resquicios de una canción que habías escuchado antes de llegar y exteriorizaste en murmullos el verso que de alguna forma te había inspirado para hacer esto hoy. Y que te hacia ansiar la llegada de Paula más y más (si era posible, y claramente, te habías mimetizado con ella).

“Esta noche se oirá dentro de tu piel. No hay ningún momento, que se pueda comparar al amor” tarareaste mientras acomodabas las golosinas una y otra vez y al pensar en ella, suspiraste entre sonrisas. Y decidiste dejar las cosas ser, dejar que lo perfecto sea imperfecto, que la inútil frustración desaparezca… porque una sonrisa suya, era suficiente y hacía olvidable todo lo demás. Y tenías certezas de que sonreiría.

Las vibraciones del celular en el bolsillo de tu jean blanco te sacaron de ese ensimismamiento y sacaste el teléfono mientras desabotonabas un par de botones de tu camisa negra en un intento de refrescarte.

“¿Estás contando todas las que me debés no?”

Y reíste, porque definitivamente no llevabas la cuenta.




(Flashback)


Las horas, los minutos y los segundos no se te pasaban más y todavía ni siquiera llegabas al mediodía. Los pasillos de Ideas del Sur nunca habían estado tan escasamente transitados y te extrañaba no oír el ir y venir de la gente caminando a través de ellos como cada día de trabajo. Te estiraste en el asiento negro de tu oficina (y de otros dos más) mientras Zaira después de tener un ataque de verborragia por fin estaba escuchando tus pedidos.

- ¿Entonces me tengo que ir a la tarde? – preguntó la morocha y había repetido las mismas palabras de la oración que formulaste segundos atrás. Pusiste el teléfono en altavoz mientras abrías el programa para adelantar trabajo y editar unos tapes para la cocina. Pestañeaste y te detuviste para contestar a su pregunta.

- Sí Zai, quiero sorprender a Pau antes que llegue – explicaste nuevamente y la conocías tanto que podías adivinar qué expresiones se dibujaban en su rostro – Por eso pedí salir antes.

- Ok ella vuelve a casa tipo cuatro y media… - y era ideal porque te habían dejado irte a las 3 – Una cosa nada más… mi casa no es un bulo ¿eh? – añadió graciosa y Alejo que pasaba por la puerta de entrada estalló en risas. Te contagiaste al instante.

- Zai, estás en altavoz… - anunciaste mientras rascabas tu sien con tus dedos con una sonrisa escondida tras una mueca de incomodidad. Tu amigo se apoyó sobre el marco y guiño su ojo izquierdo. No parecía tener inteciones de perderse detalle de la conversación, por lo que hiciste una mueca y ladeaste la cabeza a un lado.

- Bueno, ¡pero es verdad Pepe! – y rió del otro lado de la línea –Para la próxima usa tu departamento.

- Hoy por mí mañana por ti – contestaste gracioso y las risas volvieron a resonar en la oficina. Y fuiste vos ahora quien le guiño el ojo a Alejo, mientras por tu mente iba a ultimando los detalles de tu sorpresa.

- No usen mi cama lo único – pidió y rompieron los tres en risas porque Zaira no podía estar tan “prendida fuego”. Frotaste las yemas de tus dedos reiteradamente sobre el costado de tu ceja izquierda y ahogaste una carcajada que amenazaba con salir de tu garganta.

Y justamente, en la cama no estabas pensando.


(Fin flashback)




“Perdí la cuenta hace rato. Sos la mejor, amiga!”

Luego de teclear la contestación y enviarla, volviste a guardar el teléfono en su lugar y te apresuraste a vaciar el cenicero porque sabias que Paula odiaba que quedaran los restos del cigarrillo y la ceniza allí. Además porque rápidamente adivinaría quién había estado en el departamento previo a su llegada (Zaira no fumaba) y chau sorpresa.

Admiraste con suficiencia la forma con la que habías terminado de agrupar los chocolates y caramelos en el piso y te sentiste el ser más cursi del planeta. Porque no sólo planeabas sorpresas, hablabas todo el tiempo (con ella y de ella) sino que inconscientemente cantabas Montaner en la ducha (más de lo acostumbrado) y no parabas de proyectar y soñar y… ¿Amar?

Estabas en un pegoteo constante… y no tenías muchas ganas de salir. Porque pegoteado o no, lo que más te gustaba de Paula era quién eras cuando estabas con ellas. Y quiénes eran juntos.

Te desplazaste a la cocina sólo para averiguar la hora y darte cuenta que eran cuatro y media pasadas y Paula todavía no había llegado (y vos no te habías escondido). Volviste al living y pegaste un post it al lado de los caramelos, escrito con tu caligrafía.

“Encontrame”

Y el sonido del ascensor (grave y acompañado de vibraciones) comenzó ser más fuerte y claro y te anuncio que la agasajada en cualquier momento depositaría sus llaves en la puerta para ingresar a su casa; después de toda una mañana de producciones, trabajo y Avon, según lo que te había contado Zaira. La “desesperación” de que se apersonara Paula en minutos te paralizaba (como siempre que algo te tomaba de improvisto) pero te obligaste a correr hasta tu escondite en el baño. Y una vez que cerraste la cortina de la ducha tras tu paso caíste en lo ansioso que estabas. Completamente ansioso.

Sentiste el tintineo del metal de las llaves y espaciaste tu respiración, agitada, para tratar de pasar lo más desapercibido posible. Acomodaste en silencio el plástico y te apoyaste contra la pared. Contaste hasta cuatro y perdiste la cuenta.

Del otro lado del departamento, intuiste como Paula mordía su labio al ver tu sorpresa y supiste que efectivamente había leído la nota y que ahora, pasados unos minutos, se encontraba haciendo lo que le habías pedido. Moduló un ¿Pedro?, casi inaudible desde tu escondite en el baño, y presionaste tus dedos contra tus manos con emoción. Humedeciste los labios mientras sentías que sus pasos se alejaban del pasillo y se dirigían a la cocina, exactamente en sentido contrario a vos.

Y rápidamente, sin querer queriendo, musitaste un “frío” porque te estabas aburriendo de tu propio juego y tenías la necesidad imperiosa de que te encuentre ya.

¿Quién tenía problemitas con la ansiedad ahora?

Y en cuestión de segundos, su presencia en la puerta del baño se hizo perceptible (y real) y tus latidos comenzaron a acelerarse vertiginosamente.

- ¿Tibio? – pregunto haciéndose la tonta y despeinaste tu cabello mientras sonreías porque estaba casi al lado tuyo, porque te seguía la corriente y porque podías sentir su perfume y la esencia de su piel del otro lado.

- Calentito… - murmuraste y la oíste ahogar una carcajada del otro lado de la cortina. Te robo una sonrisa.

- Piedra libre – exclamó mientras corrió efusivamente las cortinas y se encontraba con vos y los hoyuelos de tanto sonreír. Y sentiste que nada podía hacerte más feliz en ese momento.

- Te estás quemando – contestaste siguiendo la línea de la conversación y la metiste adentro de la ducha tironeando de su brazo sin darle lugar al reflejo. Como aquel día del twistter, del histeriqueo más directo del mundo y de ese beso tan necesario. Te apoderaste de su cintura y ella descansó sus antebrazos sobre tus hombros. Y sonrió.

- Mi amor, estás todo colorado – comentó mientras recorría tu mejilla y observaba detenidamente tus facciones. Revoleaste los ojos.

- Vos me ponés así – respondiste como si fuera lo más obvio del mundo y Paula presionó sus dientes contra su labio inferior.

- ¡Pedro! – exclamó abriendo los ojos y sin despegar su mirada de la tuya. Hiciste la bendita sonrisa de costado.

- Es que me estaba muriendo de calor, no puede ser que sigan sin aire acondicionado gorda – explicaste con un poco (sólo un poco) de seriedad mientras Paula asentía pensativa.

- Eso es culpa del técnico de aires, que no hace bien su trabajo – retrucó haciendo referencia al único técnico de aires sin tecnicatura e idea alguna de cómo arreglar electrodomésticos. Enarcaste una ceja.

- Será que no le pagan bien – contestaste desafiante y Paula abrió la boca y achinó los ojos, como si tu argumento la indignara. Acomodó sus manos contra tu nuca y te estremeciste. Y era tal el control que tenía sobre tus emociones.

- Será que no aprovecha las oportunidades para cobrar – respondió con una sonrisa suficiente. Y no aguantaste más.

De una maniobra abriste el grifo de la ducha a ciegas (porque estabas de espalda a la canilla) y con rapidez las gotas (o chorros) comenzaron a salir y a empaparlos por completo.

- ¿Qué hacés? – respondió mientras intentaba secar las gotas de su rostro. Volviste a sonreír, con picardía.

- Voy a empezar a cobrar ahora entonces… pero primero empiezo por las deudas – e hiciste referencia a esa ducha para dos que interrumpió ese día. Y no te hizo falta hacer algún tipo de aclaraciones, porque para despejar la más mínima duda, tus manos se encontraban deslizándose bajo la remera de Paula, totalmente mojada, y tus labios presionando los de ella, para darle lugar a ese beso tan deseado y necesitado por los dos. Tan vital.

- Yo también te amo, mucho – susurró en tu oído mientras entremezclaba sus dedos entre tu cabello y te convenciste que era imposible dimensionar el amor.

Chocaste contra los azulejos blancos de la pared (o ella te hizo chocar) y sentiste como te estremecía con cada imperioso contacto de sus manos contra tu nuca, en un intento desesperado por acercarte más. Y entonces de repente las ropas eran faltantes, desperdigadas por algún lugar recóndito del baño, y sólo estaban ella y vos, con la única ambición de amarse para siempre.

Y nada podía compararse al amor. Y a ese amor, chueco y perfectamente imperfecto, menos.

viernes, 16 de marzo de 2012

Capítulo 51.

Los amores van y vienen; se pierden, se encuentran. Pero los amigos no, los amigos de una u otra manera permanecen (los verdaderos al menos). Los amigos quedan.

La amistad es un contrato implícito entre dos personas (como cualquier otra relación) que implica una responsabilidad desinteresada, un lazo invisible que habilita un hombro para llorar, un guiño para reír o ese abrazo mudo que sin decir nada… dice todo. Un amigo es aquel que a pesar de los empujones de la vida y del destino y de lo que sea, sigue siéndolo. Que aunque él/ella cambie y vos también, juntos son los mismos. Los que eran… los de siempre. Los que se descostillan de risa por la peor pavada; o los que se miran y se acuerdan de esa anécdota que vivieron juntos y se atragantan de la risa porque la están reviviendo en ese momento y nadie entiende… porque son ustedes. Un amigo es el que te acompaña… en las buenas y en las malas. Y preferentemente, con un Mc Flurry de por medio.

Abriste la puerta de casualidad y sólo por recordar el movimiento que tenías que realizar con las llaves una vez dentro de la cerradura; tu mente todavía estaba en Adrogué, con el “Pintame Jack” y el libro de Nueva York, y tu cerebro mandaba impulsos guiado por la rutina y por lo poco de conciencia (habilitada) que te quedaba.

Sentiste el aroma del ambientador automático colarse en tu nariz sin previo aviso y suspiraste, porque recordar cada mínimo detalle de la noche anterior o ¿de esa? (el temita de la noche y la madrugada y que la 1 de la madrugada sea la madrugada justamente y no la noche, te desorientaba) te embriagaba con ese amor incontenible. Entonces, ahí aparecía el suspiro y luego la sonrisa de tonta, de idiota. De enamorada.

Dios. Volviste a suspirar y esta vez fue culpa del cansancio acumulado que tenías y comenzaba a hacerse notar, por la gripe y los altibajos emocionales que estuviste sufriendo estos últimos días. Revoleaste la cartera sobre el sofá (y rebotó y cayó en el piso, torpe que eras) y te desplomaste sobre el mismo. Acto seguido te descalzaste con impaciencia y con unas ganas impresionantes de dormir, pero con la certeza de que no podrías. Estabas demasiado pasada de revoluciones.

Y suspiraste por tercera vez, sin saber muy bien por qué.

De repente, el rechinar de la puerta del cuarto de Zaira llamó tu atención y frunciste el ceño, confundida. Sus pisadas a lo largo del pasillo te hicieron confirmar que efectivamente tu amiga se encontraba en el departamento y no en algún viaje de trabajo como pensabas. Y cuando la viste completamente despeinada y con esas pantuflas en constante estado de descomposición caíste en la cuenta de cuánto la extrañabas. A ella, a sus mates mal cebados en ayunas o a las 3 de la mañana cuando ninguna de las dos podía dormirse.

- ¿Qué hacés despierta tan temprano? – dijiste y hubieras jurado que lo habías dicho para tus adentros. Rogaste que tu mal humor matutino no se hubiera confundido con autoritarismo (reflejado en tu tono de voz) y en la espera a una respuesta de parte de tu amiga que se estaba haciendo esperar, tamborileaste tus dedos sobre tu regazo. Infinitas veces.

Zaira carraspeó.

- Me despertaron los ruidos… Fue como si una morsa se hubiera tirado en el sillón - y reíste, por la forma en que su look desprolijo hacía que sus palabras fueran aún más divertidas. Ella realizó una mueca imperceptible y hasta inexpresiva; claramente seguía enojada.

- ¿Te sentás conmigo? – le pediste, deseando que la respuesta fuera un sí.


La morocha restregó las yemas de sus dedos sobre sus párpados, mientras formulaba una decisión y terminaba de despertarse. Segundos después rodeó la mesa de roble frente al sofá y se sentó en este último, con lentitud.

- Ya estoy despierta, así que…

- Perdoname cachorra – pediste impulsivamente sin pausas y casi atropelladamente. Sus ojos se abrieron casi en su totalidad y las palabras salían de tu boca sin control (a pesar de que fueran las 9 de la mañana) - Me la agarre con vos... Para agarrarmela con alguien. No creo de verdad las cosas que dije – y ella escuchaba cada una de tus palabras atentamente, demasiado para estar recién levantada - Pero estaba tan asfixiada por la situación que necesité encontrar a un culpable y me viniste como anillo al dedo.

Un culpable... al vacío, al silencio que te había asfixiado. Todo parecía tan lejano ahora y tus razones (que fueron) sumamente lógicas, hicieron que el descontrol en tu cabeza tome un orden y que lo que pensabas... fuera lo exacto. Lo único.

Y ese fue el problema, querer hacer de tu verdad subjetiva una absoluta, cegada por la falta de explicaciones (o poco satisfactorias). Y te habías enojado con vos (por débil), con Zaira (por ser Zaira) y con el mundo, simplemente por estar. Por moverse, por tener esa dinámica que hacía que las cosas con Pedro no fueran congruentes; fueran limitadas, incompatibles. Al menos temporalmente.

- Y me hiciste sentir la peor... Una mala amiga - la mueca que esbozó tu rostro fue inevitable, ella rascó su cuero cabelludo. Inhalaste - ¿Me acompañas a la cocina? Necesito tomar algo.

De pronto te sentiste extraña, ajena a la situación, y no supiste si servirte un vaso de Coca para matar el tiempo o sí simplemente limitarte a observarla, en silencio. Tenías la boca seca, pero necesitabas disminuir las distracciones y pensar qué ibas a decir a continuación porque estabas sumamente perdida. La brújula de la amistad hoy no te andaba y no tenías la menor idea a que atenerte.

Carraspeaste, sólo para llamar la atención y ella te ignoró para hacerte notar que ibas a tener que respetar sus tiempos y guardar la ansiedad… para más tarde. Tus ojos no se despegaron del vaso a medio acabar de Coca mientras la morocha lo apoyaba en la mesada, y descansó su espalda en la pared. Y ahora sí te clavó la mirada.

Y deberías haberte servido un vaso.

- Fuiste muy injusta conmigo Pau – sentenció cortando el mutismo de la escena y tu boca experimentó desde pucheros hasta palabras que no llegaste a modular. Pestañeaste - Aunque no sientas eso... No sé - ¿Qué no sabía? - La verdad… con lo que me dijiste sentí que no me conocías.

Y aunque fueras el ser más perdonable del mundo (sensible, maricona y demases) y ahora sintieras como se te hacía un nudo en el estómago por el “sentí como si no me conocieras” que acababa de formular Zaira (y que equivalía a un “me lastimaste y mucho” encubierto), sabías que en algún punto tenía razón. Que tu mejor amiga no era metida ni organizadora de vidas y lo único que había querido era el bienestar de dos personas que amaba. Que te había servido como el chivo expiatorio perfecto en ese momento para dejar correr la bronca acumulada que no habías podido descargar con Pedro. Y odiabas esa sensación casi palpable de que fueran dos extrañas.

O de que se sintiesen.

- Yo también me siento rara - se te escapó y Zaira sonrió. Y aunque fuera el comentario más descolgado del mundo, supiste que había entendido y que ella también se sentía así. Porque Zaira la tenía tan clara... con vos, con Pedro. Con la vida. Pero fundamentalmente con ustedes – No me gusta eso de desconocernos.

- A mi tampoco – y las comisuras de tus labios comenzaron a alejarse – Te perdono Pochita – y se despegó de la pared para abalanzarse sobre vos y abrazarte, cariñosamente – Estaba un poco intratable el otro día – Fueron dos.

- Hasta enojada sos tierna cachorra – dijiste abrazándola de costado y ella carcajeó. Tierna o no, no querías volver a pelear con Zaira a menos que no fuera extremadamente necesario – Sos un ser de luz total.

Y con una sonrisa correspondida eran las de siempre. La loca de Lobos y la no tan loca de San Isidro.

Olvidaron la hora y se sentaron en dos sillas de la cocina, a pesar de que el living fuera más cómodo, y pretendiste que te resuma una semana en pocos minutos. Le preguntaste cómo le había ido en las últimas producciones y viajes que había realizado en la semana, cómo estaban sus sobrinos y cómo venían con Pico. Y te dieron muchísimas ganas de contarle el por qué de la cara de feliz cumpleaños que traías encima (y no justamente, por el nacimiento de tu hermana), pero era algo contradictorio si días antes la habías acusado de metida. Bueno, eras un poco contradictoria.

- A mi también me fue bárbaro ayer – comentaste al pasar e intentando darle un pie implícito a tu amiga. Zaira abrió los ojos y elevó sus cejas, detectando tu falso desinterés.

- ¡Me alegro que haya salido todo lindo! Delfi se lo merece - y sonreíste dejando entrever que aunque quisieras mucho a Delfina, no era sólo por eso - Igual me imagino que no llegaste a esta hora por haber salido a bailar por el cumple de tu hermana – comentó Zaira levantando una ceja y esbozaste una pequeña sonrisa, inevitablemente - ¿Pepe?

- Quise salir, pero me trataron de vieja – respondiste y la morocha carcajeó. Acomodaste un mechón tras tu oreja, mientras te acomodabas sentándote sobre tu pie derecho – Sí.

Y la sonrisa volvía a aparecer otra vez; imborrable.

- ¡Esa sonrisa la conozco! – dijo mientras te señalaba y sentías como tus mejillas adquirían un tono escarlata y juguetear con las pulseras parecía un buen pasatiempo - No me digas que fue reconciliación con todas las letras.

- ¡Zaira! – exclamaste y ella revoleó los ojos, graciosa – No, me llevo al estudio de la madre y no daba… - y la morocha, sorprendida, se adueño del vaso de Coca anteriormente abandonado y comenzó a beber mientras te escuchaba con atención- Pero igual fue todo tan perfecto que no hizo falta, te juro.


(Flashback)


Un cálida ventolina acarició a tu cara recordándote que aún era marzo y que a pesar de que la temperatura hubiera disminuido un poco por la tormenta, aún estaban en verano. Tus yemas recorrían el dorso de la mano de Pedro (que ya conocías de memoria), acompasadas por el sonido de los latidos de su corazón, que se escuchaban claros y apacibles. Suspiraste.

En algún verso de “7 crisantemos”, Sabina anunciaba que "lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción". No te considerabas fan de su música, pero si de sus letras y quién mejor que vos para saber de tiempos, heridas. Y besos.

- Te extrañe tanto – lo oíste decir y sentiste su cálido aliento sobre tu pelo (tu cabeza descansaba sobre su pecho). Sonreíste.

- Yo también te extrañé mucho – respondiste mientras tirabas la cabeza hacia atrás para poder verlo y te encontraste con sus ojos café inspeccionándote. Depositó un dulce beso en tu cuello.

- Ah ¿ya no estás más en lento? - inquiriste graciosa, haciendo referencia al beso recibido y al empecinamiento de Pedro por hacer las cosas "especiales". No hacía falta que las cosas fueran más especiales de lo que eran.

- Estaba respetando tiempos… y a vos, orgullosita - y tenías que admitir que sus esfuerzos eran totalmente adorables. Acariciaste con tu dedo índice su barba, irregular, desde esa posición incómoda en la que te habías encaprichado en quedarte - ¿No me vas a dejar pasar que te esquive el beso?

- No - respondiste con una sonrisa de suficiencia y el carcajeó, rascando lentamente su sien - Tenía un cartel luminoso en la cara que decía "deja de respetarme" - y gracias a dios lo había hecho. Dejaste que tu nariz se deshaga del dioxido de carbono indeseado y pensativa, te colgaste mirando nada en particular - Me gusta que me tengas cortita, igual.

- Mmm – moduló Pedro, sensual, y te incorporaste mientras contenías las risas que amenazaban con salir.

- ¡Pedro! - te quejaste. Él te observó, entre gracioso e inocente. Enarcaste una ceja.

- ¿Qué? - inquirió.

- Nada – dijiste después de revolear los ojos y él se permitió reir. Se atrevió, en realidad. Te recostaste sobre sus piernas, boca arriba, mientras entrelazabas tus dedos con los suyos, de su mano izquierda – Pasado mañana tengo un desfile – mencionaste como para vos misma, recordando tu agitada agenda semanal. Podías sentir el cansancio desde ahora.

- ¿Es lo que más disfrutás no? - y desviaste tu mirada del cielo, hasta sus ojos - Digo, antes que las producciones, los eventos...

- Sí, es una energía totalmente distinta… ahí arriba sentís una adrenalina que no sentís en ningún lado - explicaste mientras Peter acariciaba con dulzura tu pelo. Y alcanzabas esa paz soñada - Yo me posiciono en la pasarela.

Se tentó y te mordiste el labio de antemano antes de cualquier tipo de explicación de su parte. Lo miraste, molesta y él rompió en risas.

- ¿Qué? - te quejaste mientras Pedro se recomponía.

- ¿No será posesiono gorda? - sugirió pero claramente no era una sugerencia. Y la sonrisa implícita entre sus labios se te estaba contagiando.

- No me corrijas Pedro - reprochaste y ahogaste un soplido; él hizo un gesto inocente con sus manos - Ese gesto pichicateador que tenés.

Y se rió más.

- Pichicateame todo - susurró cerca de tu oído y abandonaste tu posición mientras jugabas una ofedida. Después de intentar levantarte y no poder (y le echabas la culpa al vino y no a que te costara horrores levantarte de manera natural, no) y de rechazar la mano de Pedro, te incorporaste como pudiste. Peter simplemente te miraba.

- Si te vas a seguir riendo de mí, me voy - amenazaste, sin reales intenciones de moverte a ningún lado. Igualmente, aunque hubieras querido, no tenías la menor idea de donde estabas... Ni de como volver.

- Dale quedate - te pidió mientras tomaba tu mano y elevaste una ceja, expectante - Si te quedás, te canto Montaner.

- Con más razón me voy entonces - bromeaste y Pedro borró la sonrisa tonta que tenía dibujada sobre sus labios. Se lo merecía, pero vos eras débil con él (y tonta, y cursi y podíamos seguir y seguir) por lo que depositaste un profundo beso en su mejilla mientras deslizabas tu brazo por su cintura.

Y sonreíste.

- Me pichicateaste, pichicateadora - te acuso mientras te miraba. Carcajeaste por lo ridículo que sonaba Pedro hablando así y él te copió.

- ¡Hasta usas mis palabras ahora, que amor! - lo cargaste mientras él en vez de responderte con dichos, atacaba tu cuello con besos que te daban cosquillas. Chocaron contra la pared entre risas y todo se hizo silencio. Lograste esbozar un "ouch" antes de perderte en sus ojos y ahogaste un suspiro.

- Permiso, voy a dejar de respetarte - murmuró mientras sonreías con tus labios pegados entre sí y la distancia que había entre sus rostros se acortaba. Acariciaste la punta de su nariz con la tuya y Pedro deslizo sus manos recorriendo el diámetro de tu cintura, sobre la blusa aguamarina. Y luego sus labios, ansiosos, se abrieron paso entre los tuyos para alcanzar esa paz y esa necesidad latente de contacto.

Y coincidías con Joaquín…nada era tan adictivo como los besos. Como sus besos.

(Fin Flashback)



Y retener una catarata de suspiros luego del relato (conciso y sin detalles que te guardabas solo para vos) fue imposible. Zaira se mordió el labio, mientras el brillo de sus ojos aumentaba.

- Me muero Pau, sabés que esto me pone muy contenta - y dejaste que tu pelo caiga sobre un solo lado mientras sonreías. Te tomó la mano sobre la mesa -Me encanta verte así, feliz. Verlos.

- Lo sé Zaichu – y fuiste vos la que se mordió el labio ahora y te levantaste para dejar el vaso en la pileta mientras la morocha guardaba la Coca Cola en la heladera. Y hacer algo, porque sonrojarte te ponía incómoda.

- ¡Ay estás de novia! - exclamó de un momento a otro después de cerrar la puerta del refrigerador y rompiste en risas, luego de esbozar un salto por el susto que te causó tal exaltación.

- ¡Sí! - respondiste mientras festejabas con tus brazos. Siendo sinceras, era algo que deseabas desde tu reencuentro con Pedro - Zai… tengo hambre.. - soltaste de la nada luego de apoyarte en la mesada - ¿Hacemos desayuno en Mc?

- Ay sí, estoy re antojada - y sonrieron cómplices, mientras procedían a sus respectivos cuartos para cambiarse. Abriste la puerta de tu armario y mientras seleccionabas que ibas a ponerte, la idea de un Mc queso seguido de un helado cada vez era más tentadora.

Y nada mejor que un Mc Flurry engordante y con tu mejor amiga.






Uno de mis favoritos...

Los amigos te salvan.