Una de cal y una de arena. Así decía el dicho, transmitido de boca en boca por años. Si profundizamos un poco más, de eso se trata la vida; de un equilibrio. De una vivencia donde la constante balanza entre las alternancias de la vida es justamente, vital; las buenas y malas, las justas e injustas, las satisfacciones y las penurias. Y podríamos seguir la lista casi de manera infinita, porque en el universo todo tiene su ying y yang. Como el norte y el sur… como los polos de atracción.
Como el magnetismo.
Estrujaste tus manos, apenas sudadas por los nervios, mientras en la silla de al lado una señora de mediana edad no paraba de hablar desde que ocupaste tu asiento. Carraspeaste, aunque sabías que tus intentos eran inútiles; ni la electrónica melodía típica de desfile (y no habías asistido en tu vida a uno, pero así suponías que eran musicalizados) a niveles moderadamente elevados podían apaciguar la apabullante voz de la señora. La muchacha que la acompañaba, quien supusiste era su hija, asentía con entusiasmo. Esbozaste una mueca, intentando concentrarte en la pasarela que se extendía a lo largo del pasillo y tratando de que el cotorreo de Marcela (así oíste que la llamaban) se transforme en un ínfimo sonido.
Y no podías estar más ansioso de que Paula salga de una vez, para verla y sentir esa seguridad que sentías cuando estaban juntos. Porque está bien, laburabas en una productora de televisión y hasta a veces salías al aire... Pero todo sucedía en ese pequeño universo llamado Ideas y que ahora la gente cuchichee a tus espaldas por ser el novio de Paula Chaves te incomodaba un poco.
Hacía más de quince minutos que solo te comunicabas gestualmente con la gente que se presentaba (y solo si era necesario, porque la mayoría de las veces fue para pedirte permiso) y sin embargo, no te molestaba el silencio. Tu silencio.
Te permitía ser más observador y más precavido. Te permitía percibir cosas que las otras personas, atolondradas en sus palabras, no podían ver/escuchar.
Anti social, no. Solo tímido. Y pensativo.
El exagerado retumbe con el que ese tema remixado de Pitbull con Jennifer Lopez (y lo conocías por Zaira y su obstinación por poner el tema en el auto, en el departamento y de ringtone) marcaba el ritmo te hizo acordar al sonido detestable con el que chirriaba tu contestador. El clásico "después del tono" en vez de ser un tono claro y conciso parecía como un "fosforito" explotando a menos de 3 metros de distancia. Y te acordaste del mensaje que encontraste esa mañana, de tu hermano. Entre varias pausas, pero siempre manteniendo una entonación seria, te pedía que consideres visitar a tu papá para hablar.
Y ahí se te cayeron 2 baldes de arena encima.
Si consideramos la arena como "lo malo", hace dos años que nadabas en ella. Antes digamos, te habías considerado una persona en equilibrio. Las variables normales, la cantidad de alegría y tristeza en medidas casi equitativas. Pero desde que Paula se fue de Nueva York (porque su visita había sido pura cal) todo había sido arena. La muerte de tu mamá, la "traición" de tu familia, tu aislamiento auto impuesto con consecuencias como el abandono de la facultad. Como el abandono de tu "identidad". Y abandonarte a vos mismo directamente era nadar en arena movediza.
No querías hablar con tu papá ¿Por qué no podían respetar tus tiempos?
Te encandilaste con los focos que brillaban fuertemente para no pensar y observaste como hacían que el blanco se viera aún más claro. Pestañeaste, porque la blancura te hacía doler la vista y sonreíste cordialmente con un saludo a Paul García Navarro que pasó en frente tuyo, buscando su asiento asignado. Tercer contacto social del evento (los acomodadores no contaban).
Y de repente, las luces se apagaron y supiste que el desfile estaba por comenzar. Retuviste la respiración por unos segundos, mientras la música iba aumentando su volumen y te transportaba al clima deseado. Y cuando volvieron a prenderse, ahí la viste. Imponente y arrasadora.
Tu novia (y eras el más feliz porque al fin podías llamarla de esa manera) caminaba con una naturalidad y sensualidad inhumana. Como si supiera exactamente cómo y qué hacer para atraer las miradas. Te dio un poco de celos darte cuenta que no eras el único obnubilado por su presencia, pero intentaste concentrarte en su elegancia con la que dominaba la pasarela. Apretaste los labios, porque sabías que tu asombro probablemente ocasionaría que los separes y parezcas un baboso. Despampanante, real y tuya.
Y cuando te guiño un ojo desde ahí arriba, la sonrisa que esbozaste fue indescriptible. Fueron 20 de cal.
(Flashback)
Las palabras brotaban de su boca como si esa fuera la última bocanada de aire que le quedaba para emplearlas. No sabías si era por la emoción, las ansias del desfile, su contento por verte a vos y a Pau tan felices o simplemente porque había tenido un buen día. Las risas acompañaban sus dichos y Paula en el asiento del acompañante no paraba de carcajear, completamente tentada, con esa risa tan contagiosa característica de ella.
Vos, tratabas de mantener el semblante mientras manejabas, pero era imposible concentrarte ante tal diversión. Observaste de reojo por el espejo retrovisor cómo tu mejor amiga acomodaba unos mechones que se habían salido de su lugar mientras se recomponía del ataque de risa sufrido segundos atrás, y automáticamente esbozaste una sonrisa de costado.
- Pau, qué lindo que lo hayas invitado a Pepe a verte - dijo alegremente y casi olvidándose de que estabas al volante y Paula acarició tu mano derecha, que encerraba la palanca de cambios - No pensé que lo ibas a invitar justo hoy igual.
- ¿Por qué? – preguntaste con sinceridad y las únicas dos mujeres del vehículo se miraron cómplicemente. No tenías la menor idea de que este desfile tenía algo de especial… y no recordabas que Paula lo hubiera mencionado.
- Y porque Luz de Mar es una marca de trajes de baño - explicó con una mirada expectante, como a la espera para analizar cada uno de los movimientos de tus facciones.
- Mallas - corregiste con un dejo divertido y tu novia se mordió el labio. Oíste la risa aguda de Zaira desde el asiento trasero y volviste tu mirada al tránsito de ese Jueves, que no estaba exageradamente transitado pero que requería tu atención.
- ¡Trajes de baño se dice! - exclamó y revoleaste los ojos solo para molestarla. Soltaste una risa -No te rías - y te pedía a vos que ceses tus risas, pero ella ocultaba ambos labios para no esbozar una y hacía fuerza (demasiada) para no tentarse.
- Traje de baño se decía en los setenta, como enterizo - argumentaste y Paula se mordió el labio inferior mostrando su desacuerdo, pero también achinando los ojos como cuando estaba a punto de reírse. Zaira, fiel espectadora, no se perdía una palabra de la conversación.
- Igual Pau, no importa - agregó de la nada, y un idiota cruzó en rojo cuando les correspondía a ustedes avanzar. Internamente te felicitaste por conducir tan despacio (para vos Pau) y soltaste el freno para alcanzar la velocidad deseada - Cuando se dan vuelta en la pasarela aparece eso que tenemos todas. Algo que se llama ce-lu-li-tis - y las dos lo repitieron al unísono y esbozando muecas graciosas, lo que te hizo pensar si era un guiño entre ellas o lo habían pactado de antes. La miraste a la rubia frunciendo el ceño y lanzó una carcajada tan fuerte que la obligó a recostarse sobre el respaldo. Y apareció la fachera sonrisa de costado.
- Pero para, las de quince no tienen…- reflexionó Pau mientras giraba la cabeza hacia atrás para hacer contacto visual con su mejor amiga (y tu mejor amiga).
- Hay que matarlas antes de que salgan - propuso la morocha y se sonrieron entre ellas. Paula se volvió hacia adelante y acomodó el cinto de seguridad sobre su torso.
Respiraste, aún sin entender por qué estaban teniendo esa conversación con vos presente.
- Si, la verdad muy masoquista lo mío - admitió Paula como si fuera una obviedad - pero sabes que Zai, yo no soy insegura de mi misma y una de quince no le puede dar lo que tiene una de 27. Si va a buscar otra cosa, es porque no valora lo que tiene en casa - finalizó orgullosa y volviste a fruncir el entrecejo.
- Pero yo no dije nada - te defendiste mientras frenabas atrás del Honda Civic negro y Paula sonrió - Gracias eh - dijiste mientras mirabas a Zaira por el espejo y tu amiga estalló en risas.
- De nada - contestó Zaira con una sonrisa - Y por tener esta mujer al lado, tenés que agradecerle a dios cada vez que te levantás.
- Lo hago todos los días, no cuesta nada - y Paula te abrazó y beso tu mejilla, luego de morderse el labio (y esto último lo supusiste, porque no llegaste a verla). Y la miraste con todo el amor que te era posible transmitir y suavemente depositaste un beso sobre sus labios y no te importo ni que el semáforo estuviera por cortar, ni los suspiros de Zaira desde el asiento de atrás ni las inseguridades de Pau. Porque ella era la mujer.
Y la bocina de unos cuántos autos (y alguna puteada y gestos desagradables que viste por el espejo a tu izquierda) te obligaron a separarte y a retomar el volante. Refunfuñaste, exteriorizando tu molestia, pero calmaste tus soplidos ni bien Paula comenzó a acariciar tu nuca con la yema de sus dedos. Y sonreíste y no era ridículo pensar, cómo tan solo una caricia era capaz de cambiar tu estado de ánimo.
(Fin flashback)
Tamborileabas tu pie incesantemente contra el suelo, ansioso porque Paula abandonara el backstage y acudiera a tu lado, en ese pasillo donde la gente iba demasiado de prisa y demasiado atolondrada.
De pronto, un hombre de dudosa orientación sexual (y cuando habló no te quedaron dudas de que era gay) preguntó si eras "Pedro Alfonso". Acto seguido, luego de asentir y rascarte la sien unos segundos, te llevo hasta una puerta, tras la cual suponías que encontrarías a Paula.
- ¡Hola Mauri! - dijo la rubia una vez que se adentraron en ese espacio reducido y se levantó de la silla sobre la cual estaba sentada. En ropa interior. Inhalá, exhalá - ¡Hola mi amor!
- ¿Qué hacés así gorda? ¡Tapate! - exclamaste sin poder contenerte y Paula luego de fruncir el ceño, soltó una carcajada. Endureciste tus facciones, para demostrarle que hablabas en serio y ella se mordió el labio inferior, aún sin taparse. Resoplaste.
- Ay Pedro, acá en las babalinas es así - dijo acercándose un poco mientras se colocaba el jean azul oscuro. Mauri miraba la situación divertido, al tiempo que fingía estar acomodando los cambios en el perchero. Carcajeaste.
- ¿Babalinas? Otra palabra nueva - bromeaste y ella flexionó los brazos para ponerse la blusa y una vez que volvieron a encontrarse sus miradas, te miró con desaprobación.
- Bueno, como se diga - y te apoyaste contra una de las paredes del cubículo - Yo estoy acostumbrada a cambiarme en frente de todo el mundo.
Sencillamente genial.
- Me quedo más tranquilo - soltaste en un tono monocorde y el bolsillo de tu campera negra no era lo demasiado profundo para enterrar tu mano en él. Paula ya con sus botas negras calzadas, se enervó nuevamente y tomó el pañuelo estampado, mayoritariamente en colores tierra.
- El artista no tiene pudor - anunció con la prenda en la mano y la risa que se escapó de tu boca te obligó a mirar hacia abajo.
- Pero vos sos modelo mi amor - contra argumentaste y la rubia te fulminó con la mirada. Acomodó el pañuelo en su cuello y caminó dos pasos en tu dirección.
- Soy cuasi vedette - y ambos rieron (Mauri incluido). La tomaste de la mano y tiroteaste para acercarla hacia vos y al fin terminar con esos metros que los separaban y que deseabas eliminar desde que comenzó el desfile.
- Gorda, la verdad, flotaste en la pasarela - modulaste claramente mientras clavabas tus ojos marrones en sus verdes y los fotógrafos, la gente y las modelos que estaban afuera desaparecían. Incluso Mauricio había abandonado esa especie de camarín, perfectamente a tiempo. Le sonreíste.
- Gracias mi amor - respondió al tiempo que el brillo de sus ojos te obnubilaba y te volvía más tonto de costumbre y te beso, para dejarte sin aliento una vez más.
- Sabés, haces muchas caras que no conocía desfilando - y Paula te miró extrañada - La última cuando te das vuelta en el final. Miedo - sintetizaste, utilizando sus propias palabras. Ella soltó una carcajada.
- Es que cuando das vuelta tenés que dejar como una impresión - explicó y asentiste ante sus palabras.
- Te posesionaste - y ella entre risas se acercó luego de posicionar sus brazos sobre tus hombros.
- Te amo - murmuró antes de presionar delicadamente sus labios contra los tuyos. Un "yo también" se perdió entre besos, pero supiste que lo había escuchado. Y un par de suspiros también.
Y la manera de entremezclarse era mágica, porque Paula era tu opuesto y al mismo tiempo, contrariamente, tu medida perfecta.
Una vez, en una clase de historia del secundario (no recordabas el tema del cual estabas hablando, porque estabas muy ocupado haciendo cualquier cosa menos escucharla) la profesora nombró al liberalismo y al conservadurismo como extremos. Acto seguido, había agregado: "pero los extremos en algún punto son iguales". Y eso sentías a veces, que entre Pau y vos siempre de tan distintos, terminaban siendo exactamente iguales. Perfectos el uno para el otro.
Tu experiencia de vida (corta o no tan corta) te permitió darte cuenta de algunos saberes fundamentales para justamente, transitarla. Como que la vida es incierta, que es injusta, que es demasiado desafortunada (no siempre) y que te da golpes que muchas veces no mereces. Pero la verdad era, que cuando algo bueno pasaba, no equivalía a una cosa mala. Porque una de cal, eran tres de arena.
Las cosas lindas, buenas y que nos hacían felices siempre sumaban más y nos hacían hasta olvidar cuando algo malo sucedía (momentánea o permanentemente).
Y que Paula sonriera, era la receta justa para hacerte sonreír. Eran 40 de cal.
Y entonces si estaban juntos, nada podía ser arena.